28 de agosto de 2013

Señores que conversan


¿Qué hace un ateo racionalista y relativista leyendo un libro de Joseph Ratzinger? O, más allá, ¿leyendo un libro de la Editorial Encuentro? No conocía esta editorial, pero todos los libros que anuncia en las últimas páginas de Dialéctica de la secularización. Sobre la razón y la religión son escritos o versan sobre Joseph Ratzinger, y sus títulos anuncian claramente contenido e intenciones: El Dios de la fe y el Dios de los filósofos, Ser cristiano en la era neopagana, De Joseph Ratzinger a Benedicto XVI… Confieso aquí que siempre he sentido algo de simpatía por el subrayado carácter intelectual del que fue Benedicto XVI, y reconozco que esta imagen de papa escritor, pensador y culto siempre me atrajo más que la de su antecesor, aquel Wojtyla de marcado carácter mesiánico o populista. Sin que ello signifique, ni mucho menos, que me hayan gustado sus declaraciones.

El papa del no relativismo que dejó su puesto vitalicio (vía)

Este libro me ofrece una coartada para leer por primera vez a Ratzinger. No por hacerle un tributo precisamente a la lectura teológica, ni por mostrar una superstición esencialista que ya tengo superada –aunque siga pensando que leer a Agustín de Hipona o Tomás de Aquino suele reservar grandes momentos literarios-, sino porque el planteamiento es interesante: Dialéctica de la secularización enfrenta a Joseph Ratzinger y Jürgen Habermas en dos conferencias que impartieron -en Munich en 2004, cuando Ratzinger aún no era papa- sobre los fundamentos prepolíticos del estado democrático. No nos engañemos: bajo el eufemismo prepolítico se habla de la quiebra de valores del estado democrático actual y del fundamental papel de la religión (cristiana) en su fundación de derecho, y, según postulan, en su salvación.

Habermas es un filósofo alemán presentado como un heredero del pensamiento ilustrado. Su currículum es netamente racionalista, pero en su conferencia (que está construida y narrada con estupendas precisión y capacidad para el matiz y la riqueza de conceptos), establece un puente hacia esos fundamentos prepolíticos basándose en la deriva de los mercados y la progresiva pérdida de los valores solidarios. Habermas reconoce que la razón práctica aconseja estudiar cómo se mantiene la cohesión en las comunidades creyentes y cómo puede aprenderse de ellas, sin que ello suponga que los cristianos, por ejemplo, puedan imponer su particular cosmogonía al estado, ni pedir que este sea confesional. Jürgen Habermas, por tanto, parece echar un capote desde una razón laica normalmente vista por los creyentes como intransigente hacia una ética del compromiso que con los años ha comprendido que es cuando menos interesante en algunos grupos religiosos.

Encuentro la foto de Habermas aquí, en una página sobre marxistas...

Ratzinger, por su lado, prefiere subrayar lo que él llama las perversiones de la razón, cosas como la bomba atómica o la clonación como ejemplos de una razón científica que sin un control ético debido se ha desbocado. Obviamente sabemos qué quiere proponer Ratzinger como herramienta de control, pero no se pone dogmático al respecto, entiende que el cristianismo no juega un papel único en el mapa de las religiones, y establece puentes razonables hacia el moderno estado de derecho y su fundamento racional. Para él razón científica y religión cristiana han caminado de la mano en la construcción jurídica de este estado (se entiende que en el último siglo, claro) y ambos se complementan necesariamente. El texto de Ratzinger es sin duda más plano y menos profundo que el de su colega conferenciante, aunque, por no ser injustos, es obvio que en el caso de Ratzinger es imposible evitar expectativas sean del signo que sean.

Aunque la confrontación (más bien un acercamiento un tanto compadresco) es interesante, y el texto de Habermas es excelente, en ninguno de los dos casos estoy de acuerdo con las conclusiones, aunque parto de una asunción que un cristiano no aceptará nunca y es que por mucho que reconozca los valores históricos de su religión en la construcción del estado, su objetivo final como religión me parece una superchería no aconsejable como modo de organización. Cierto que Habermas expone los valores a recuperar de una manera prudente y racional, pero ni la perversión actual de los mercados significa que tiempos pasados fueran mejores (¿más éticos?) gracias al mayor peso de los valores religiosos en la sociedad (algo que creo falso, e históricamente hipócrita), ni es cierto que precisamente por decir basarse en valores religiosos no haya comunidades cristianas que no son precisamente un ejemplo a seguir. En el caso de Ratzinger, la premisa de partida me parece falsa: las herramientas que construye la ciencia (como la energía nuclear o la genética) no son éticas en sí, sino que lo es su uso, que él pretende dejar a los principios morales de una religión que no acaba de especificar con contundencia para evitar ese dogmatismo. Reducido al absurdo, para Ratzinger sería imposible inventar la metalurgia porque los cuchillos pueden matar niños. Que a la vez pueda suceder que la razón construye herramientas que no sabe controlar, pero que el cristianismo en su formulación moderna resulta una religión racional (o ilustrada) resulta contradictorio. Contradicción muy atractiva, por otro lado, pero que Ratzinger no resuelve.

Eso sí, el libro es apasionante, bien escrito, legible muy disfrutablemente entre líneas, y realizado por dos señores alemanes muy mayores, que tienen edad suficiente para haber conocido sociedades perversas (construidas en una razón irracional) y que entiendo que busquen entre los valores desarrollados por la humanidad un nexo de unión. Me parece no obstante que demonizan en parte a una ciencia (y su prima la tecnología) cuyo carácter frío y despiadado niego por principios, y a la que creo mucho más partícipe en la construcción del estado democrático de lo que reconocen los autores. Pero esa es otra conversación.

Aquel día en Munich (vía)







2 comentarios:

  1. Ratzinger, que es mi papa favorito, está guapo en esa foto. Tupé superlativo. A Wojtyla lo odio a muerte por exhibicionista y pop star. No se puede hacer nada más sucio que eso que hizo de ir a visitar al tipo que le disparó a la cárcel y perdonarlo en público. Cuando además nadie le había pedido perdón.

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  2. Esto de compartir papa favorito no me lo esperaba! Pero se lo debemos sin duda a Wojtyla y al trauma infantil que nos dejó su visita hace 30 años. Aunque yo reconozco el importante papel que tuvo Wojtyla en mi ateísmo actual, en cierto modo ha contribuido por negación a mi felicidad actual.

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