(Reseña previamente publicada en la Revista Cultural Factor Crítico)
El pan a secas es
la primera novela de Mohamed Chukri, fue escrita en 1973 y narra sus
experiencias infantiles y juveniles en el Marruecos del Protectorado Español de
los años 40 y 50 del siglo pasado. Cercana al retrato picaresco, con aspectos
sociopolíticos y de clase obvios, la novela es ágil y cruda, con el punto de
vista en el marginado (por tres o cuatro razones) protagonista principal, y se
antoja más cercana a las tradiciones de la literatura occidental que árabe; en
Marruecos, su publicación fue prohibida hasta 2000 en teoría por su mirada
directa a las drogas y el sexo (hoy aún válida), pero sin duda la descripción
del poder gratuito del patriarcado musulmán -y el uso del árabe culto para describir hechos escabrosos-debió ser parte importante de esta censura
de tan escandaloso texto: Mohamed es
un niño golpeado por su padre, un hombre expulsado del ejército, eterno parado
alcohólico, violento y abusador que llega a matar al hermano pequeño de
Mohamed. Mohamed crece creyendo que el estado natural del hombre es casarse, no
trabajar y pegar a su mujer. Desde joven, el chico se ve obligado a sobrevivir
en las calles de Tetuán y Tánger, donde tiene que prostituirse y dedicarse al
contrabando, y gasta su dinero en kif, alcohol y mujeres, hasta que a los 20
años, la posibilidad de leer y escribir le apunta a la salida de la cloaca en
la que la vida le sumerge.
Mohamed, el personaje, vive toda su existencia con una
importante rabia interior, consciente de su falta de oportunidades por rifeño,
analfabeto y pobre. El dibujo es acertado porque sus acciones son con
frecuencia moralmente muy reprobables. El contexto y la necesidad de
supervivencia permiten exculparle en parte, y sin duda su desatino moral es
reflejo del de una sociedad oprimida por las armas, tradiciones y religión.
Chukri no ruega ningún perdón en su ejercicio de desnudez física y moral, que
el autor opone hábilmente a una sociedad en que todo se oculta y es imposible
entender la vida.
La estrategia literaria es el arma más potente del libro,
porque implica un análisis del individuo y supone alcanzar mediante catarsis un
grado de redención por la narración: una novela despejada de manierismo, con
frases cortas y directas, que usa un lenguaje real que mezcla castellano y
bereber con el árabe dominante, diálogos rápidos y eficaces, y una acción que
es trepidante en sus momentos más violentos, pero a la vez describe con
fisicidad sensual estancias, sensaciones y cuerpos. El libro está sin duda
influenciado por la cohorte de escritores extranjeros que vivían en Tánger en
los 60 y con los que Chukri se relacionó, pero es un retrato que en parte les
niega, y se convierte en necesario en un sentido literal, porque posiblemente
sin la rara avis que fue este
escritor, no habría existido siquiera como testimonio.
Mohamed Chukri (vía)
A medida que avanzamos con nuestros “civilizados problemas” cada vez se me antoja más utópico eso de que la posibilidad de leer y escribir apunte hacia la salida de la cloaca. Supongo que nuestra “humanidad” lleva implícito el buscar soluciones que tendemos a dar como “problema resuelto” olvidando que siempre son el nuevo inicio para otras situaciones/contextos.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo en que la necesidad de supervivencia sólo exculpa en parte, la opresión (sea de las armas, de la tradición o del supuesto bien-estar), es un efecto perverso que reaparece continuamente. Teniendo en cuenta la escasa capacidad de aprendizaje que parecemos demostrar, a veces la perspectiva histórica resulta asfixiante.
Huy, aunque lo comprendo porque está bien razonado as usual, denoto algo de derrotismo, especialmente en ese primer párrafo. Yo aún tengo esperanza en que leer y escribir permitan salir de muchas cloacas a muchos. Tal vez en el caso de Chukri, un hombre que casi no tenía otra opción que mejorar gracias al 'mecanismo cultural', el ejemplo es obvio, y en nuestra sociedad alfabetizada (y por ello, por contradictorio y paradójico que sea, con unas lectura y escritura degradadas) no lo es tanto, por ser también herramientas utilizadas con frecuencia y por muchos para lo contrario de lo que debiera ser su uso. Pero, demonios, para mí lo contrario resultaría terrible, la última frontera, el fin definitivo de lo poco que somos...
ResponderEliminarUf! Sí, sería terrible. No quería parecer derrotista, en el fondo ya sabes que soy una optimista existencial.
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