Había acumulado con los años tres cómics de Blutch, un autor
francés que el señor Ausente había recomendado con fervor en su blog,
y rara vez deben despreciarse los consejos preferidos de este excelente experto
en cultura popular. Los tres cómics en concreto son Péplum (1997), Velocidad
moderna (2002), y El pequeño
Christian (1998-2008). Leídos en apenas tres semanas, intercalando entre
ellos dos novelas cortas, y en un mes de junio que me resultó bastante
convulso, Blutch se me ha revelado como un autor polifacético en intereses,
versátil en técnica, profundo en intenciones, interesantísimo en general.
Péplum,
adaptación del Satiricón de
Petronio, es la historia de un arribista que haciéndose pasar por hermano de un
senador romano consigue tras múltiples avatares que le llevan por el imperio,
convertirse en senador él mismo. Su devenir por la Roma imperial se desdobla
entre lo mágico, lo soñado y lo real: viaja con el sarcófago de hielo en que
reposa una escultura/mujer congelada, es protegido por un efebo irresistible
para los poderosos, es atacado sexualmente por un grupo de mujeres mancas… Es
inevitable que la llamada visual a lo (que a nosotros nos resulta) onírico para
explicar la psique del imperio recuerden muy cercanamente al Satyricon de Federico Fellini;
conceptualmente, creo útil para entender estos comportamientos desde nuestra
racionalidad postfreudiana la lectura del ensayo El sexo y el espanto, de Pascal Quignard. Aunque en este libro no
hay la posibilidad de disfrutar del blanco y negro del dibujo prácticamente
expresionista de Péplum, de trazo
firme que a veces se desquicia al representar el extraño espanto de muchas de
sus escenas.
Velocidad moderna
tiene otros referentes. Narra la historia de una bailarina, Lola, resuelta
mujer pretendida por todos los que la rodean, comienza de manera realista con
la proposición de una vecina que le propone convertirse en protagonista de su
novela tras verla ensayar desde la ventana de su casa. A partir de ahí, el
surrealismo se apodera de la función. Las calles de París se vacían, las dos
mujeres son acosadas por un ejército de encapuchados, la casa de la escritora
se conecta con la academia de baile de Lola y la casa del padre de la
protagonista, donde esta descubre que su padre tiene una esclava sexual y que
va a fiestas vestido de ropa interior femenina. Todos acaban en una fiesta en
el otro lado de la ciudad a la que hay que acudir en barca porque París se ha
inundado y… bueno, así explicado, de repente, parece que no hay tanto
diferencia entre los embates que mueven al protagonista de Péplum y a la buena de Lola, aunque en Péplum lo mágico se funde y explica la realidad tamizada por la
pátina de una antigüedad que no sabemos aprehender totalmente, mientras que el
surrealismo de Velocidad moderna
parece más bien una condena psicoanalítica de la modernidad, no lejana a Buñuel
o a su discípulo Lynch, del que el cómic parece tomar la paleta de colores y un
diseño de interiores pastel sórdidos. La impresión es la de cierto desespero en
la búsqueda de un relato coherente, no sé si en la vida urbana actual, o, más
universalmente, de la humanidad, sólo capaz de tener instantes lúcidos de una
duración escasa en un conjunto existencial absurdo.
El pequeño Christian,
sin embargo, es un cómic biográfico, o que podemos enmarcar en ese subgénero. Pero
no es una novela gráfica, sino que son pequeñas historias basadas en la
infancia de Blutch (de nombre verdadero Christian Hincker) en las que el autor
nos descubre cómo la cultura popular impregnó su conocimiento del mundo durante
su infancia. Su fascinación obsesiva por el cómic o el cine le hace utilizarlos
para explicar su cotidianeidad infantil y preadolescente, con conciencia
autoral de saber que expresa los resortes por los que se convirtió en autor de
cómic. Todo ello sin desdeñar un fresco de imaginación infantil que muestra las
relaciones con familiares, amigos y niños desde una perspectiva consciente pero
desinhibidamente pop que hará disfrutar a cualquiera que recuerde una niñez en
que tebeos y películas no encajaban con la realidad. ¿Referentes de nuevo? Pues…
aunque los niños protagonistas no sean de la misma edad ni entorno, es difícil
no pensar en Calvin y Hobbes, la
brillante obra de Bill Watterson, aunque éste use el formato de tira gráfica y
aunque la imaginación de Calvin sea directa y no proceda, como en El pequeño Christian, de fuentes
culturales.
Blutch es el apodo de Christian Hincker (vía)
Venga, ahora ponte con Bastièn Vives.
ResponderEliminarHe leído mal a Vives. He pillado sus cómics en librerías o bibliotecas para ver qué tal después de vuestras recomendaciones y resultaba que en diez minutos me los terminaba y... Ya sabes, eso de comprarse comics con lo caritos que son. Debo buscarlos en la biblioteca y llevármelos días a casa para releerlos bien. A fin de cuentas, esto podía pasar perfectamente con Peplum, y ya ves lo que se pierde uno.
ResponderEliminarDefinitivamente, el cómic nunca será lo mío :( Y mira que cuando leo al señor Ausente me tienta, pero una conoce sus limitaciones.
ResponderEliminarHay que intentarlo más!
ResponderEliminar