18 de octubre de 2012

Blutch x 3



Había acumulado con los años tres cómics de Blutch, un autor francés que el señor Ausente había recomendado con fervor en su blog, y rara vez deben despreciarse los consejos preferidos de este excelente experto en cultura popular. Los tres cómics en concreto son Péplum (1997), Velocidad moderna (2002), y El pequeño Christian (1998-2008). Leídos en apenas tres semanas, intercalando entre ellos dos novelas cortas, y en un mes de junio que me resultó bastante convulso, Blutch se me ha revelado como un autor polifacético en intereses, versátil en técnica, profundo en intenciones, interesantísimo en general.

Péplum, adaptación del Satiricón de Petronio, es la historia de un arribista que haciéndose pasar por hermano de un senador romano consigue tras múltiples avatares que le llevan por el imperio, convertirse en senador él mismo. Su devenir por la Roma imperial se desdobla entre lo mágico, lo soñado y lo real: viaja con el sarcófago de hielo en que reposa una escultura/mujer congelada, es protegido por un efebo irresistible para los poderosos, es atacado sexualmente por un grupo de mujeres mancas… Es inevitable que la llamada visual a lo (que a nosotros nos resulta) onírico para explicar la psique del imperio recuerden muy cercanamente al Satyricon de Federico Fellini; conceptualmente, creo útil para entender estos comportamientos desde nuestra racionalidad postfreudiana la lectura del ensayo El sexo y el espanto, de Pascal Quignard. Aunque en este libro no hay la posibilidad de disfrutar del blanco y negro del dibujo prácticamente expresionista de Péplum, de trazo firme que a veces se desquicia al representar el extraño espanto de muchas de sus escenas.


Velocidad moderna tiene otros referentes. Narra la historia de una bailarina, Lola, resuelta mujer pretendida por todos los que la rodean, comienza de manera realista con la proposición de una vecina que le propone convertirse en protagonista de su novela tras verla ensayar desde la ventana de su casa. A partir de ahí, el surrealismo se apodera de la función. Las calles de París se vacían, las dos mujeres son acosadas por un ejército de encapuchados, la casa de la escritora se conecta con la academia de baile de Lola y la casa del padre de la protagonista, donde esta descubre que su padre tiene una esclava sexual y que va a fiestas vestido de ropa interior femenina. Todos acaban en una fiesta en el otro lado de la ciudad a la que hay que acudir en barca porque París se ha inundado y… bueno, así explicado, de repente, parece que no hay tanto diferencia entre los embates que mueven al protagonista de Péplum y a la buena de Lola, aunque en Péplum lo mágico se funde y explica la realidad tamizada por la pátina de una antigüedad que no sabemos aprehender totalmente, mientras que el surrealismo de Velocidad moderna parece más bien una condena psicoanalítica de la modernidad, no lejana a Buñuel o a su discípulo Lynch, del que el cómic parece tomar la paleta de colores y un diseño de interiores pastel sórdidos. La impresión es la de cierto desespero en la búsqueda de un relato coherente, no sé si en la vida urbana actual, o, más universalmente, de la humanidad, sólo capaz de tener instantes lúcidos de una duración escasa en un conjunto existencial absurdo.


El pequeño Christian, sin embargo, es un cómic biográfico, o que podemos enmarcar en ese subgénero. Pero no es una novela gráfica, sino que son pequeñas historias basadas en la infancia de Blutch (de nombre verdadero Christian Hincker) en las que el autor nos descubre cómo la cultura popular impregnó su conocimiento del mundo durante su infancia. Su fascinación obsesiva por el cómic o el cine le hace utilizarlos para explicar su cotidianeidad infantil y preadolescente, con conciencia autoral de saber que expresa los resortes por los que se convirtió en autor de cómic. Todo ello sin desdeñar un fresco de imaginación infantil que muestra las relaciones con familiares, amigos y niños desde una perspectiva consciente pero desinhibidamente pop que hará disfrutar a cualquiera que recuerde una niñez en que tebeos y películas no encajaban con la realidad. ¿Referentes de nuevo? Pues… aunque los niños protagonistas no sean de la misma edad ni entorno, es difícil no pensar en Calvin y Hobbes, la brillante obra de Bill Watterson, aunque éste use el formato de tira gráfica y aunque la imaginación de Calvin sea directa y no proceda, como en El pequeño Christian, de fuentes culturales.

Blutch es el apodo de Christian Hincker (vía)

















4 comentarios:

  1. He leído mal a Vives. He pillado sus cómics en librerías o bibliotecas para ver qué tal después de vuestras recomendaciones y resultaba que en diez minutos me los terminaba y... Ya sabes, eso de comprarse comics con lo caritos que son. Debo buscarlos en la biblioteca y llevármelos días a casa para releerlos bien. A fin de cuentas, esto podía pasar perfectamente con Peplum, y ya ves lo que se pierde uno.

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  2. Definitivamente, el cómic nunca será lo mío :( Y mira que cuando leo al señor Ausente me tienta, pero una conoce sus limitaciones.

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