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12 de octubre de 2021

El poder

 


Este libro de Bertrand Russell me parece, al mismo tiempo, la obra de una persona de cultura e inteligencia excepcionales, y un trabajo apresurado o alimenticio.

Por algunos detalles es posible entender que El poder se escribe a finales de los años 30 del siglo XX, con Hitler y Mussolini en el poder y la Guerra Civil española aún no resuelta, aunque no mencione una fecha concreta del estudio. En Europa conviven tres formas diferentes de ejercicio del poder (las democracias occidentales, el comunismo estalinista y el fascismo), y parece que la exacerbación bélica del momento contribuye a la reflexión. Dice la contraportada del libro (reedición en castellano de 2010), que Russell opina que el poder, su ejercicio, los mecanismos para alcanzarlo y mantenerlo, es la fuerza que impulsa al mundo, por encima del sexo o el dinero. Y aunque dedica páginas a las esferas sociales y económicas en que inevitablemente se ejerce el poder, es el poder político el que realmente le interesa.

En mi lectura no he encontrado tantas ambiciones en el libro. Hay un intento de análisis de tipos de poder que resulta interesante (los que Russell llama poder tradicional, poder revolucionario, y poder desnudo), así como la evolución por la cual unos y otros se alcanzan y desdibujan entre ellos. Pero luego el libro es difuso en los ejemplos y motivaciones, obviando los momentos históricos en que se impone un tipo de poder a otro y la propia historia del pensamiento político en relación al poder y su ejercicio. En cambio, el salto de circunstancias de un estilo de poder a otros es constante, sin el contexto ni entorno que expliquen diferencias o similitudes, y sin mayor profundidad en el análisis. Maneja eso sí innumerables referentes, pero no produce una bibliografía ni cualquier otro tipo de paratexto que permitiera asentar el trabajo más allá de lo que parece una memoria prodigiosa. En alguna ocasión incluso parece desdeñar una mayor ambición de conocimiento, con un ‘qué sé yo’, que me parece algo inaudito e inasumible en este tipo de edición y tono y en un autor de esta posición hablando de estos temas.

Claro que el libro tiene pensamiento de alto interés, producido además en un momento de considerables confusión e incertidumbre; es tal vez ese desconcierto, fácilmente diagnosticable por un lector del futuro que sabe la década que le espera al autor, un reflejo interesante, aunque indiciario, del desmoronamiento intelectual y moral que acecha al mundo en ese momento. No obstante, Russell no lo vive desde un desgaste o una desesperación (como Stefan Zweig, aunque El mundo de ayer es otro tipo de libro), sino desde una mirada de aire académico un tanto fuera del mundo. Es un volumen de 300 páginas, que, aunque deslavazado e indudablemente apegado a su tiempo a pesar de querer evitarlo, y de ser un tanto repetitivo, no es para nada despreciable. Ahí es donde entra, probablemente, el cerebro del genio que se ve obligado a publicar, cualesquiera que sean las razones.


Bertrand Russell, según foto en Wikipedia


 

 

 

25 de septiembre de 2011

Cambridge y sus hombres



Si hay un escenario histórico al que no puedo resistirme es el Oxbridge de, especialmente, principios del siglo XX. Forma parte de mi educación emocional (especialmente por el exagerado peso que en un momento dado me tuvo el Maurice de E.M. Forster), pero también de la fascinación por los sistemas y lugares educativos milagrosos y llenos de genios que siempre miré con inocente e ingenua envidia. Que David Leavitt haya acabado ambientando una novela en ese Cambridge tampoco es tan extraño. Él es americano, pero ha ambientado muchas de sus historias en la Europa que le acogió cuando tuvo sus problemas de plagio. Y la homosexualidad entre los notables científicos y pensadores de los colleges era un fenómeno no desdeñable para alguien que ha hecho de la temática homosexual en contexto histórico un valor. También creo que superado su ajuste de cuentas con el fenómeno del plagio con laestupenda El cuerpo de Jonah Boyd), Leavitt novela con toda la intención un hecho real, y añade aparentemente sin ironía una nota final en que especifica sus principales invenciones en la trama.


 
El contable hindú del título es, por tanto, un personaje real, Srinivasa Ramanujan, un genio de las matemáticas que desde 1913 y durante la I Guerra Mundial trabajó en Cambridge, invitado por el matemático G.H. Hardy, otro personaje real y protagonista auténtico de la novela, afamado matemático del Trinity College que tuvo amistad con Bertrand Russell y que conoció a con hombres como Ludwig Wittgenstein o D.H. Lawrence. La trama escoge una estructura moderna ahora habitual: el profesor Hardy da una conferencia en Harvard en 1936 recordando la figura de Mr Ramanujan, convertida en mito por su capacidad matemática, pero también por su carácter pionero (el primer hindú que consiguió ser fellow de Cambridge), su exotismo, y su muerte prematura. En su conferencia, Hardy abre una línea imaginaria en la que decide narrar cronológicamente los hechos y, especialmente, su trastienda, con dos intereses principales: reflejar la vida y posicionamientos intelectuales ante el fondo de la IGM en que se desarrolla la historia, e indagar en la cotidianeidad oculta de la vida de los sabios de Cambridge, con un foco obvio en la homosexualidad y las sociedades secretas.




Srinivasan Ramanujan es una gloria nacional en la India (su sello, vía Ciudadanos de R'lyeh)


Creo que Leavitt triunfa en ambos puntos. El primero lo consigue con documentación, claro, pero su uso es lógico y soporta la historia, en lugar de ceder a la tentación de episodios informativos tan del gusto de la novela histórica, y sin dejarse arrastrar por la presencia (a la vez atractiva pero literariamente peligrosa) de personajes reales famosos en la novela. El segundo lo consigue gracias a la depuración psicológica del personaje central, un homosexual británico, de educación obviamente represiva, emocionalmente frío, ateo convencido, y que a sus 36 años se ve ya como un hombre maduro para el que el tren ya ha pasado, a pesar de vivir en una estación, Cambridge, adecuadísima para volver a tomarlo cada año. Leavitt, en su juventud, escribía sobre jóvenes que aunque con trazas de represión familiar, conseguían su liberación personal en sociedades urbanas actuales, pero la comprensión y análisis de la introspección sexual de Hardy, para los que este mundo sería muy marciano, son excelentes.


Más inglés no se puede ser. El profesor Hardy según la foto de su entrada en wikipedia

La novela, como parece obligatorio decir en tramas de tan fuerte trasfondo homo, no es sólo eso. También hay un papel destacado para la visión colonialista de la India, el paso intelectual a la racionalidad científica de principios del siglo XX, o la vida de las mujeres y su servicio en la IGM. Un aspecto que no puedo calibrar del todo es el de las formulaciones matemáticas que el ingenio de Ramanujan y la sistemática de Hardy llevan al texto. He comprobado con sencillez algunas y otras me superan, al menos ahora que tango olvidados los estudios de cálculo. No sé si Leavitt tiene formación académica en Matemáticas y hasta qué punto ha tenido que aprender o asesorarse, pero el reto parece, de entrada, grande. Además, su uso dramático es bueno, aunque su comprensión no resulta imprescindible para el lector lego. De la gloria de Ramanujan pueden dar fe suentrada en Wikipedia, o, por ejemplo, que su legado aún es objeto de investigación y publicaciones enrevistas como Scientific American.


Encuentro ecos de este libro en varios de mi gusto, algunos de reciente lectura, y por ello los dejo aquí constatados ya que quien guste de The Indian Clerk bien los puede apreciar: el Logicomix de varios autores que ya comenté en este blog, en el que precisamente Bertrand Russell explica su vida mediante una conferencia, An Equal Music, de Vikram Seth, y, por supuesto, los libros de E.M. Forster, no sólo Maurice, sino también los ecos coloniales de Paisaje a la India.


Falta sólo agradecer mucho a Daniel el descubrirme el libro (sólo publicado en España hace nada) con el entusiasmo que merece, y el haberme conseguido un ejemplar. Daniel es escritor, y en su blog podrán seguir suslecturas y críticas, que son concisas y aclaradoras frente al desparrame verbal, qué les voy a contar, de este blog.

David Leavitt, vía Identity Theory




9 de noviembre de 2010

Paradojas


Detenerse hoy en día en la paradoja de (Bertrand) Russell, formulada hace más de 100 años, parece de una ‘lógica’ total. Russell la formuló mientras trabajaba en sus Principia Mathematica, y venía a desmontar parte de la Teoría de Conjuntos, entonces boyante, y, de una manera obvia, introducía la autorreferencia en la lógica. Pongo un ejemplo, aunque pueden buscarla mejor y más completa por la red:

Todos los ciudadanos de una ciudad deben afeitarse cada día
Pueden pertenecer a dos grupos, los que se afeitan a sí mismos y los que son afeitados por el barbero.
Pero, entonces, ¿a qué grupo pertenece el barbero?


Logicomix es un cómic estupendo con más de una idea brillante. Narra una conferencia de Bertrand Russell en 1939 en EE.UU. en la que el ya mayor (aunque viviría 30 años más) pacifista, filósofo y lógico matemático inglés relataba su vida siguiendo el hilo de su mayor pasión, la lógica racional que parecía explicar el mundo de manera concreta, y que le aportó un edificio en el que sostener también su moral. La biografía de Russell permite, al ser ilustrado su contenido, observar la evolución de la matemática como ciencia durante la primera mitad del siglo XX, un periodo sin duda fascinante en la historia de la ciencia en general.

Como autorreferencial y metalingüístico que es el libro, y en cumplimiento humorístico de la paradoja de Russell, el cómic empieza representando al ‘barbero’ de la paradoja. Esto es, a los autores del libro. Son presencia recurrente en las viñetas y sus discusiones y evolución suponen una línea argumental importante. Tienen la ventaja de ser mayoritariamente griegos: Apostolos Doxiadis (concepto, historia y guión), Christos H. Papadimitriou (concepto e historia), Alecos Papadatos (dibujo y diseño de caracteres), y Annie Di Donna (color), y que crean el cómic en Atenas, y pueden salir a discutir el desarrollo del libro por la Acrópolis o mientras van a ver una representación de la Orestiada; todo ello es sin duda un aliciente importante para cualquier libro que hable de pensamiento. Ellos crean al Russell que da la conferencia, que a su vez recrea su vida y la de varios de sus maestros (Cantor, Frege), colegas (Whitehead) y alumnos (Wittgenstein), que junto a otros matemáticos (Poincaré, Hilbert, Gödel, Turing o Von Neumann) formaron un grupo de hombres con una pasión apabullante por la búsqueda de la verdad lógica, cuyos fundamentos estudiaron sin fin.



El subrayado que los autores hacen al comparar esta búsqueda con el que un conjunto de superhéroes de cómic harían por la ‘justicia’ en una historieta ‘convencional’ es posiblemente excesivo, porque hubiera bastado una única explicación. Mucho más interesante es el hecho de que las biografías de casi todos estos hombres muestren fronteras débiles con la locura, como si acercarse con lógica racional total a la verdad que puede definir al universo causara un desequilibrio que la mente humana no soportara. Esta dualidad plantea dudas razonable sobre el origen de la lucidez y de la locura. ¿Lleva la lógica a la locura, lleva la locura a la lógica? Dualidad que por otro lado es una cualidad superheroica como ninguna.

Me pregunto cómo será aceptado este cómic entre lectores habituales de historieta. A fin de cuentas, yo estudié algo de matemática, la notación lógica no me es extraña del todo, había leído algo de Bertrand Russell, e incluso a Wittgenstein –una presencia muy importante en el libro, como se ve en la ilustración superior-, además de el magnífico El atizador de Wittgenstein, que además cruzaba a ambos con Karl Popper. Ahora bien, ¿un absoluto profano? Yo espero que lo lleve bien; la historia tiene ritmo, ironía, se centra en un héroe que fue un gran hombre, y no me parece difícil. Creo además que este tipo de cómic es necesario para asentar un arte que se dice maduro y capaz de contarlo todo. ¿También filosofía y lógica? También. Este es el caso.

Mientras tanto, recuperar a Bertrand Russell no es mal idea para nadie. Probablemente él no sabía que con sus libros didácticos se convertía en uno de los pioneros de los llamados libros de autoayuda, aunque en su caso la vertiente divulgativa de su obra le permitió muy probablemente no despeñarse por la esquizofrenia y/o melancolía de varios de sus colegas y familiares. Pero sus lecciones de vida y moral son sencillas, lógicas, expuestas con un raciocinio limpio e inigualable, por una mente con conocimientos enciclopédicos, que sabe extraer lo mejor de ellos para intentar mejorar el mundo. Encima, escribe estupendamente. Apúntense Elogio de la ociosidad, y Ensayos impopulares.