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8 de septiembre de 2012

Recuerda, cuerpo...



El último libro de Paul Auster hasta la fecha no es una novela. Su título, Diario de invierno, indica que se trata de un diario, pero éste no tiene las entradas convencionales, con su fecha. Se acerca a la autobiografía pero menos al libro de memorias, pues aquí no existen crónicas de logros profesionales, de famosos conocidos, ni revelaciones espectaculares. ¿Qué es Diario de invierno? Yo lo llamaría un relato del cuerpo.

A los 64 años, el pesimista Paul Auster se levanta cada día en el invierno de su vida, y lo hace con consciencia de ser un cuerpo presente que se revela en dolores y dolencias, manifestando su dictadura sobre la vida desde un título que ya tiene un rasgo bélico, el de las campañas en la peor estación del año. Auster, cual esclavo, cuenta los avatares, los muchos sucedidos, que lastimaron, alegraron o hicieron responder a su cuerpo. El libro contiene una crónica/recuento de golpes, enfermedades, amantes, encuentros, las ciudades en que el cuerpo vivió, las camas en que el cuerpo durmió…

Paul Auster tal vez sea el último gran escritor norteamericano que vivió como joven amante de la literatura en París. (El mercado de libros viejos del Sena, según Ernest Descals, vía) 

Sorprendentemente, este contarnos su vida de Auster resulta fascinante. Su opción es posiblemente tan impúdica como la de un reality, un desnudo frontal que deja su intimidad al descubierto (y comercializada en forma de libro a la venta), pero el tono resulta de una honestidad y cercanía devastadoras. Su humildad humanista no se me antoja automisericorde, sino dolorosa por participar de una condición limitada. Y el arte de Auster consigue que el interés no decaiga a pesar del catálogo de sucesos cotidianos y anárquicos que supone una vida.

¿Cómo lo hace? Simplificando la frase (técnica marca de la casa), con una carga emocional continua en los sentidos, lo que permite trasladar al lector las experiencias de Auster con nitidez corporal, y con algo más literario de lo que parece: una sibilina estructura aparentemente lineal, que se revuelve de continuo y recupera el pasado y avanza el futuro, recreando su propia vida como si hubiera un camino y se pudiera sospechar, subconscientemente y sin éxito, que la vida tiene sentido. Y, por supuesto, Diario de invierno es para los amantes de la obra de Auster un conjunto de claves que explican obsesiones e intereses literarios, y las trazas de los episodios de su vida que reconocemos en sus novelas resultan estimulantes para un estudio completo del autor. A mí me gusta que además esto no parece buscado, que llego a creerme que es un producto que se origina en las tripas más que en la cabeza o el bolsillo.

Entendería que hubiera quien rechazara el libro, cuya trama novelesca es obviamente poco interesante. Pero su tesis, de existir, la de que somos materia que relatar, que en el relato de esta materia está la vida, está expresada de manera muy bella.

Les dejo con un hermoso poema que he recordado al leer este libro y escribir esta reseña


Recuerda, cuerpo, no sólo cuánto fuiste amado,
no solamente en qué lechos estuviste,
sino también aquellos deseos de ti
que en otros ojos viste brillar
y temblaron en otras voces – y que humilló
la suerte.
Ahora que todos ellos son cosa del pasado
casi parece como si hubieras satisfecho
aquellos deseos – cómo ardían
recuerda, en los ojos que te contemplaban;
cómo temblaban por ti, en las voces, recuerda, cuerpo
(Recuerda, cuerpo… , de Konstantinos Kavafis, traducción de José María Álvarez)

Paul Auster (vía)



8 de julio de 2012

Auster(idad) para una crisis



Ustedes perdonen el juego de palabras, pero la tentación al comentar Sunset Park era grande. El penúltimo libro de Paul Auster está ambientado en los EE.UU. de 2008/2009 y, específicamente, en las crisis financiera e inmobiliaria, que mostraban ya la voracidad que ahora nos está engullendo. Ya he hablado aquí de Auster y no creo que deje de hacerlo mientras publique libros nuevos. Aunque conozco casi toda su obra de ficción y aunque sus últimas novelas me parecen invariablemente menos brillantes que las que me enamoraron de él, siempre disfruto con él, leo sus libros en un santiamén, y soy capaz de obviar sus errores.

Sunset Park es una zona de Brooklyn en la que se ambienta la novela (foto de Hiroko Masuike para The New York Times)

Sunset Park relata la vida de Miles Heller, neoyorkino huido de Nueva York y que debe volver a la ciudad después de recibir amenazas por parte de la familia de su novia, una menor de origen hispano. Miles es un chico brillante de 28 años, con un incidente familiar desgraciado en su pasado, que siete años atrás abandonó a sus padres sin dar señales de vida y que ahora, tras muchos avatares y convencido de su amor por una muchacha inteligente y segura, siente el vacío del tiempo perdido. Vacío subrayado por su trabajo en Florida, evaluar las casas abandonadas tras los desahucios obligados por la crisis de las subprime, y por la respuesta que un amigo de Nueva York le propone, ocupar una casa en Sunset Park con dos amigas más hasta que la policía les desahucie. Y hacerlo por ahorro, por convicción, y por lucha.

Mientras Miles okupa una casa en Brooklyn, su padre es un editor de prestigio en Manhattan. Por ello esta foto encerrando el sueño de Manhattan en una valla desde Brooklyn parece tan adecuada. Procede de mi fotógrafo de referencia en NYC, soyignatius.

Una de las cosas que Auster ha perdido con el tiempo es frescura y potencia en sus metáforas artísticas. En Sunset Park recupera algo en varios de sus mejores momentos, a través del personaje del padre de Miles, Morris Heller, editor de libros, y de las menciones cinéfilas (obvias, pero con un momento de lucidez que niega que Auster se haya vuelto tontamente tontosentimental con el cine clásico) a Los mejores años de nuestras vidas,  la película de William Wyler sobre los problemas de los veteranos de la II Guerra Mundial al regresar a casa. Pero Miles también hace fotos de los objetos que debe evaluar en las liquidaciones en que trabaja, una expresión estupenda, proustiana casi, de un tiempo de opulencia ya olvidado y ahora doloroso. Antes, Auster ambientaba su pesimismo en la Gran Depresión o en la postguerra, o en la desolación de una vida contemporánea azarosa de destino incontrolable. Ahora, su madurez que parece hacerle respirar su cercana muerte y la crisis en el paraíso del primer mundo le permiten muy bien ser por fin novelista de su tiempo, siguiendo los pasos a una novelística, la norteamericana, a la que la prevalencia de la crisis pudiera incluso hacerle borrar el 11S del impulso literario y narrativo que estaba alcanzando.

Sunset Park es una novela que no aporta demasiadas novedades al universo austeriano. Se puede ver una agradable mayor ironía metafórica en los acontecimientos, y la continuación de la mezcla de universos jóvenes y adultos, en el que pareciera que el concepto de herencia moral preocupara al autor. No olvidar antiguas maneras de resistir (o de editar libros) como forma de labrarse un mundo mejor. Tal vez hace años esto habría sonado más sentimental, más idealista, tal vez algo tontaina. Pero ahora…

Paul Auster fotografiado por David Shankbone para Wikipedia.


27 de marzo de 2010

Experiencia Austeriana

Brooklyn, por SoyIgnatius

Puedo calificar de experiencia austeriana el haber leído a la vez los dos últimos libros de Paul Auster. El experimento no fue premeditado. Estaba a apenas treinta páginas de acabar Man in the Dark (Un hombre en la oscuridad), y tenía que hacer un viaje de un día con unas 4 horas de tiempo libre para leer entre aviones y salas de espera de aeropuertos, con sitio para un libro en mi equipaje de mano. Y me llevé Invisible. De modo que tenía muy avanzadas las aventuras de Adam Walker cuando, a la vuelta, fui a terminar las de August Brill.

Auster es un conocido pesimista temeroso del azar. Si en sus novelas iniciales la orfandad angustiaba a varios de sus protagonistas, y si luego pasó por novelas en que los personajes son padres que viven en el miedo de ver perder a sus hijos, ahora parece vislumbrar el final de su vida a través de personajes terminales que recuerdan su vida con oscuridad: desesperanza, soledad, remordimiento. Si además consideramos que en Auster el momento histórico que viven sus personajes es siempre un telón con influencias significativas, puede decirse que el escritor ha encontrado un filón para su pesimismo en los progresistas norteamericanos destrozados por la ruptura del 11S y la respuesta neocon que su país dio, y está dando aún, a los atentados.

Desde El libro de las ilusiones, Paul Auster parece desbordado por la necesidad de narrar. Casi todas sus novelas desde entonces acumulan alambicadas historias personales surgidas de las obsesiones típicas del autor (la metaficción, las artes como símbolo y representación de la vida, el azar como motor de la acción, el cine, el miedo a la soledad por perder los seres queridos) en una espiral de narraciones hija de una inventiva desmedida y en ocasiones francamente brillante. Todas sus novelas se estructuran como muñecas rusas, con digresiones aparentes que complican necesariamente la trama, pero sus obras más conseguidas (Leviathan, El palacio de la luna, Trilogía de Nueva York) mantenían la intriga alrededor de una historia central delineada. A partir de El libro de las ilusiones, y hasta Invisible, la construcción menos trabajada dificulta al autor salir airoso de la concatenación de parábolas metaficcionales en que se encierra (La noche del oráculo es el mejor ejemplo si además hablamos de encierro, a pesar de lo sublime de su inicio), y eso le obliga a dar carpetazo a subtramas paralelas, en un ejercicio que se puede mirar positivamente como la liberetad suprema de un autor-que-manda-sobre-sus-personajes, o negativamente como un origen de desconcierto o falta de habilidad novelesca.

Esta es la circunstancia de Un hombre en la oscuridad, que es August Brill, un anciano que imagina y escribe historias en sus noches de insomnio mientras se recupera de un accidente y de su viudez reciente en casa de su hija divorciada y en compañía de su nieta, que acaba de perder a su novio en Irak. Brill imagina uns historia en que una América paralela que no ha sufrido el 11S está en guerra civil surgida del fruade electoral Bsuh/Gore de 2000. En la historia que escribe Brill, un soldado debe buscar al escritor que imagina esta demente guerra civil, para matarlo y acabar así con el drama.

Aunque esta historia de nuevo metaliteraria sobre el poder autodestructivo de la escritura contra su autor no es novedosa, su interacción con la vivencia socioemocional de los EE.UU. respecto a los hechos más dramáticos de su último cuarto de siglo de historia es una idea demoledora, apabullante, de gran valor metafórico (¿quién escribe la historia con minúscula, quién escribe la Historia con mayúscula?), brillantísima. Pero Auster, de todos modos, da uno de sus giros argumentales y termina el libro reflexionando sobre los azares d ela vida de Brill, en un nihilismo emocional que si encuentra alguna esperanza es escasa y centrada en una familia muy cercana. Afortunadamente, evita el tono hipercalóricamente sentimental de The Brooklyn Follies.

August Brill es un hombre que ya está mirando a la parce, como lo eran los personajes de The Brooklyn Follies y, en cierto modo, el encerrado personaje cíclico de Viajes en el Sriptorium. Por eso, para los austerianos de pro, es casi un soplo de aire fresco que Invisible empiece con la voz ligera, bañada de esperanza de vida, de un protagonista de 20 años, el aspirante a poeta y estudiante de Columbia de metafórico nombre Adam Walker, aunque narre sus vivencias del año 1967 muchos años después, tras haber sido ‘invisible’ durante décadas.


Walker, un personaje que obviamente comparte rasgos autobiográficos con Auster (y cuyas filias culturales por ejemplo cinéfilas son las del autor), cae rendido a los encantos de una pareja francesa que vive en Nueva York. El hombre es un personaje mefistofélico que le ofrece trabajo y mujer entre accesos temperamentales y opiniones fascistoides, y acaba viviendo con él un giro argumental austeriano (que no voy a contar), con el que la novela cambia repentinamente de género, despoja a la historia de las expectativas y referencias que ha construido con aparente buenos mimbres, y, al empezar el segundo capítulo de la novela, cambia de narrador y de tiempo, soltando tal bofetada narrativa al lector canónico que si no fuera porque vivimos en los tiempos de Lost, quedaría patidifuso.

Empieza así la algo habitual construcción metaliteraria, menos circular y menos intelectual que las de las muy oscuras Viajes en el Scriptorium y Un hombre en la oscuridad, y en comparación, se antoja menos metaficcional. Y al no narrar decenas de historias y centrarse en una sola, resulta un texto más intrigante en el sentido convencional, y aparentemente más equilibrada que Un hombre en la oscuridad, pero de premisa menos brillante y en cierto modo de menor interés. Invisible es una desnaturalización de las tramas del Auster juvenil mediante la introducción de sus necesidades actuales. Vuelve el narrador joven lleno de sueños, culturas y hormonas, pero introduce sus ancianos enfermos de vidas llenas de pérdidas y renuncias. La densidad de las acciones y los personajes es menor, su poder casi hipnótico más superficial. Por así decir, la aventura literaria de Walker es editar una revista literaria, algo de escaso fuste cuando uno lo compara con la realidad captada cada día a las ocho de la mañana mediante una fotografía a la puerta de un estanco de Brooklyn.

Auster puede acabar como Roth o Updike y llenar novelas consigo mismo y sus fantasmas hasta que llegue a los noventa (Dios le guarde). Tal vez éste sea el destino del ‘gran novelista norteamericano’ de éxito y reconocimiento mundiales. No parece, eso sí, que vaya a aburrirnos con rijosas historias de amor de ancianos vigoréxicos con jovencitas, pero tal vez le queden mil maneras de narrar cómo ver morir trágicamente a un familiar, deprimirse y encerrarse, y recuperarse gracias a una película, real o inventada. Sí parece que los años no le vuelven amable. Más allá de su desprecio por las nuevas tecnologías, qué decir de este final de entrevista que veo en ‘Qué leer’:

- Quizás la idea de vivir una ‘experiencia austeriana’ continuará circulando en el futuro con tanta frecuencia como ahora nos referimos a una ‘experiencia kafkiana’ ¿Qué le parecería?
- Como no sé qué tipo de experiencia es esa, no puedo responderle

Paul, cariño, tampoco hace falta ponerse borde...

Paul Auster, por Lotte Henson, vía Village Voice