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17 de agosto de 2023

Del canon a la doxa

 


Recuerdo el impacto de la lectura de Miradas insumisas hace quince años: un voluminoso ensayo sobre cómo a lo largo de la historia del cine los homosexuales habían mirado el séptimo arte, se habían reconocido en él, lo habían creado con la intención (o no, a veces) de que espectadores pares se reconocieran en él, dejando pistas implícitas pero suficientes o siendo claramente explícitos... El libro tenía vocación de compendio casi enciclopédico y es un lugar necesario de consulta del cine que hoy llamamos LGTBI previo a 2005.


En
Miradas insumisas, el autor, Alberto Mira, manejaba con frecuencia el concepto del canon para explicar aquellas reglas que salvo excepciones se imponían en el cine de o con personajes homosexuales o lésbicos, fundamentalmente: el final no podía ser feliz y la potencial pareja -de existir- acababa debido a la muerte de, al menos, uno de sus miembros. Las lecturas políticas de los formatos culturales así creados son obvias, tienen su anclaje histórico en las diferentes épocas en que se rodaban las películas, y el libro lo diseccionaba bien.


Un lector atento de Miradas insumisas que caiga en las páginas de Entre la cámara y la carne indudablemente entiende bien la relevante evolución del autor como analista cultural, pero también como escritor, y, no es baladí dado el tema, como nadador avezado en las aguas de la batalla cultural performativo-identitaria. El concepto que señala esta evolución es la doxa, que

implica un sistema de convenciones impuestas y aceptadas generalmente, una hegemonía cultural que va más allá del contenido ideológico para incluir aspectos de forma o de preferencias por ciertos motivos narrativos. La doxa actúa en silencio, sin tener que imponer a la fuerza el sistema de convenciones, fijadas y pensadas a través de la censura, que estaba por encima de cualquier película y que dominaba su sentido, pero también su estética y su puesta en escena.

A aquel cine que transgredeo al menos interpela a la doxa (que casi parece el poder definido por Michel Foucalt) se dedica Entre la cámara y la carne, analizando los tres elementos que para el autor dan cuerpo a la mirada (homo)erótica en el cine: espectador, cámara, y actor/personaje. Cámara aquí hace mención a todo lo necesario, excepto el actor, para la puesta en escena: director, guion, vestuario, música, producción, etc.


El libro se subtitula
El cine homoerótico en 25 películas, acotando ya desde la cubierta el ámbito específico de estudio. Tan relevante como homoerótico es 25, dado que frente al casi inabarcable ensayo que es Miradas insumisas, Entre la cámara y la carne decide centrarse en solo 25 filmes, que, aunque abarcan 91 años de cine y por tanto inevitablemente acompañan el devenir de la historia de este arte, lógicamente permiten al autor respirar con más libertad y profundidad que en una historia cronológica de carácter casi completista.


Por supuesto, la adopción de una lista supone una cierta arbitrariedad. Es además un mecanismo
clickbait: ¿qué películas ha escogido? ¿por qué estas y no otras? ¿cómo se atreve a no estudiar tal filme que tan importante fue para mí? Lógicamente cualquier lector (antes espectador) tendrá sus discrepancias iniciales; en mi caso alguna película me parece algo repetitiva con otras ya estudiadas más o menos similares, e, inevitablemente, las últimas películas constituyen un riesgo necesario pues su conocimiento general es menor y el lector encontrará menor identificación experiencial. Pero, francamente, la reflexión final es que el libro es más que una selección cinéfila, y que encierra una historia de la mirada específicamente homoerótica, de la evolución de la manifestación de este deseo en pantalla, y de los cuerpos masculinos no ya en el cine sino en la cultura e incluso la sociedad del siglo XX. De qué película se trata en cada caso es relevante para esa historia y en ese sentido probablemente no tendría sentido, una vez completado el libro, eliminar nada de la lista, porque está bien engarzada.


Cada una de las 25 películas, desde
Alas de William A. Wellman a Beach Rats, de Eliza Hittman, se estudia en un breve ensayo de diez páginas, y además hay una introducción, un epílogo, e incluso dos intermedios menores. No tiene sentido aquí, no es posible además, entrar en cada uno de esos veinticinco opúsculos, pero todos ellos están trabajados con excelencia, son agudos y penetrantes, contextualizan con precisión el momento histórico y cultural si es necesario, no rehúyen las polémicas que generaron en su tiempo ni cómo serían las interpretaciones más presentistas desde nuestro punto de vista actual, y, para un cinéfilo, son una fuente incansable de criterios con frecuencia novedosos que permiten ampliar la mirada propia hacia películas que casi obligadamente forman parte de nuestra educación emocional. Sin afán de verdaderamente destacar algún ensayo por lo que puede suponer en dejar atrás otros, me parecen muy estimulantes los dedicados a películas heterosexuales (Alas, Picnic, Ricas y famosas, Point Break) con mirada o clausura homoerótica, los dedicados a películas dirigidas por mujeres (de nuevo Point Break, Beau Travail, Beach Rats) y puedo sentir debilidad personal por alguna en las que coincido tanto con sus impresiones (Muerte en Venecia, Querelle, El mar, La mala educación) que casi me asusto.


Por eso tal vez parece más interesante fijarse en algunas de las reflexiones culturales que marcan la historia de la mirada y del cuerpo, e incluso en la validez de esta opción de análisis cultural que se reivindica a sí misma como indisoluble del sociopolítico (para Mira, con frecuencia como enfrentamiento o contradicción). Así... ¿El deseo nos libera o nos esclaviza? ¿La historia de las relaciones de deseo homoerótico es la de opresiones continuas de edad y clase o puede ser entre iguales? ¿Deseo y política se matan, como reflejo de que lo performativo y lo identitario/LGTBI se enfrentan? La postura de Alberto Mira en general en este último dualismo, resumible a la manera de Nietzsche entre lo dionisiaco y lo apolíneo, se inclina por

lo estético, con su afirmación de la perspectiva, la precariedad, la experiencia, es lo que nos hace diferentes y, por lo tanto, lo que proporciona fuerzas y miradas de resistencia frente a la ideología, que se repite insistentemente para actuar sobre nosotros.

Aquí en “ideología” Mira no se refiere necesariamente al patriarcado (al que también le aplica, pero que en cierto modo no merece ya el esfuerzo) sino a los formatos identitarios LGTBI en su vertiente más politizada en que no se admite visión menor alguna de una persona, actuación o condición LGTBI bajo pena de cancelación. En general, creo que resulta necesario añadir el factor de la represión para considerar tanto el deseo como la identidad como factores más liberadores que lo contrario.



Mira ha visto recientemente sus 25 películas (y muchas más, probablemente) y eso le permite observar la evolución del cuerpo masculino en pantalla, y los factores biológicos y culturales que apoyan un tipo de mirada u otra. La mirada homoerótica tradicional queda dividida entre el efebo y el atleta, prácticamente desde Grecia, y es un canon al que se ciñen durante décadas varias películas, si bien Mira también estudia la construcción de los cuerpos masculinos pensados para la mirada de la mujer (el panorama suele ser poco erótico, de hecho) y la espectacularización del
péplum y el neoculturismo de fin del siglo XX. Pero es precisamente el final del siglo XX cuando la aparición de la metrosexualidad en primer lugar, y la capitalización del cuerpo como activo personal resultado de intervenciones personales y tecnológicas, junto a la eclosión de Internet como escaparate individual, que el cuerpo se pornifica, se multiplica en unidades (perdiendo por ello cada cuerpo significancia individual), y la mirada homoerótica también se democratiza (incluso en el sentido de que su existencia es aceptada por el demos), y llegamos así hasta Only Fans. Mira insiste en los textos entre películas en estas evoluciones, directamente relacionadas con lo que era aceptable ser mostrado en cada momento, y con la transgresión y su pérdida por la actual omnipresencia de imágenes homoeróticas. 300 es posiblemente el análisis más distintivo en este tema, con su fascismo corporal reivindicado a la vez como discurso homófobo y homoerótico, según para quienes, claro.



He mencionado la mirada de la mujer. Es un tema de cierta relevancia para Mira, que ha leído mucho sobre análisis cultural feminista, en cierto modo por su premisa de necesidad de lo cultural (del relato, de lo estético, de lo dionisiaco) para no ya explicar sino predecir lo sociopolítico. La aportación de la mirada feminista hacia lo homoerótico es inevitable porque abre múltiples aristas problemáticas relacionadas: el ejercicio de la mirada femenina hacia el cuerpo masculino en el cine siempre fue castigado por la doxa; porque el feminismo, aunque sin ser su objetivo, ha provocado que las mujeres puedan tener y proyectar una mirada erótica consolidada;  porque hay directoras entre las 25 películas que han rodado filmes "desde dinámicas homoeróticas"  como forma de "articular una fascinación sin exponerse a los riesgos" del hombre como objeto de deseo heterosexual; porque el análisis de Eve Kosofsky Sedgwick sobre el carácter falocrático de lo homosocial ayuda a argumentar la osadía de películas como Alas y su impensable beso final; o porque el libro y las películas que lo componen se han de enfrentar a la diferencia entre mirar el cuerpo de un hombre o una mujer. El abismo entre ambas miradas niega el tópico de que ambos desnudos sean los mismos, recordando que la cosificación del cuerpo masculino ha tenido tintes de liberación que el femenino no tiene, lo que Mira atribuye a la fuerza e inercia del patriarcado. Cuya afección llega al porno y sus representaciones del dominio, sensiblemente diferentes en el porno gay.


 

Y, casi finalmente, otra línea de interés que aparece en el libro y que Mira ya observó en Crónica de un devenir, y que de una manera relevante se relaciona con el cine como negocio, tiene que ver con el capitalismo como fuerza de visibilidad del deseo, o como mecanismo coadyuvador a la posibilidad de lo erótico. Hay un reflejo de este pensamiento al hablar de Navajeros, de Eloy de la Iglesia, y confirmar que tanto el director guipuzcoano como su teórico mentor, Pier Paolo Pasolini, eran homosexuales con conciencia social (el ensayo de Navajeros hace referencia al cuerpo proletario como objeto de deseo), pero representaban lo peor del comportamiento burgués al explotar chaperos para satisfacer su deseo. Pues bien, esta presencia de las mecánicas capitalistas de las que no se libran ni "los comunistas", ni la desigualdad de la que suelen partir las narrativas o homoeróticas, ni la inversión en los cuerpos pornificados de hoy en día, tiene interpretaciones liberadoras recuperadas en autores como Dennis Altman ("una de las ironías del capitalismo estadounidense es que ha sido una enorme fuerza a la hora de crear y mantener un sentido de la identidad entre homosexuales") al hablar de los años cuarenta, o David K. Jonhson, argumentando que en los Estados Unidos el mercado es más importante que la moralidad, lo que deriva en productos que contravenían al puritanismo, y que explican la eclosión de la cultura homosexual en los Estados Unidos de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, tras la Segunda Guerra Mundial.


En fin, como colofón, estas apasionantes líneas de análisis cultural lo son porque el autor escribe apasionadamente de su objeto de estudio. Pudiera parecer por esta reseña que tal vez el cine no sea lo más importante del libro. Pues sí y no... El cine, las 25 películas, soportan excelentemente el edificio de revisión histórica de la representación del cuerpo masculino y sus formas de búsqueda del deseo del espectador, y son desde luego el alma del libro. Pero, tras tres volúmenes leídos de Alberto Mira, es indudable que tiene un interés significativo en el análisis histórico de los procesos culturales y políticos en relación al
nosotros que describía en Crónica de un devenir como término de consenso histórico entre homosexual, gay, queer y LGTBI. Es casi imposible añadir más a la particular sabiduría cinéfilo-cultural de Alberto Mira con el nosotros. ¿Tal vez, en este caso, el análisis del deseo y la atracción desde la sexología moderna? ¿Y en relación a estos periodos históricos y al fenómeno de representación? ¿Lo que anteriormente mencionaba de la represión y las formas de superarla? No lo sé; Mira menciona alguna vez que estos mecanismos no son relevantes frente a lo incontestable de la materialización del deseo de forma en ocasiones ineludible en el inestable triángulo que forman cámara, personaje/actor y espectador.

Alberto Mira ha vuelto a rendir un libro estupendo, dinámico pero profundo, rompedor y amplio a la vez, muy consciente del estado de la discusión cultural, y trabajado también con su método de escucha en redes sociales a quienes participan de la discusión abierta con él, una escucha que aporta pareceres también relevantes. La edición del libro, a manos de Editorial Egales, es también excelente. Un lujo a vuestro alcance…

Alberto Mira (foto de la web de la Oxford Brookes University)


2 de julio de 2022

Orgullo poll4viej4



En la lectura de Crónica de un devenir, de Alberto Mira, he usado mucho el lápiz, y en su reseña usaré mucho la primera persona; esto es obligado, pues se trata de un libro experiencial (no autobiográfico, aunque varias experiencias de vida del autor están presentes) escrito por un homosexual español nacido en 1965, es decir, tres años antes que yo. Esperablemente, me veo retratado de continuo, hasta el punto de que ese lápiz delator ha escrito seis veces ‘¡SÍ!’ en los márgenes del libro:

Primer ¡SÍ!

Muchos homosexuales, al menos en España, hemos tenido, por ejemplo, una relación distante o incluso hostil hacia el fútbol. El fútbol no es sólo “un deporte”: es también, quizá sobre todo, una manera de socializar a los niños a través de mitologías. La mística del fútbol es una mística de la masculinidad, de rasgos que nos desafían a ser más hombres, y la socialización del gusto por el fútbol refuerza relaciones homosociales

Reconozco que recoger estos ‘¡SÍ!’ es como poner ‘likes’, pero espero que me lo perdone… En su introducción, Mira delimita de manera clara el objeto y método de su estudio. Crónica de un devenir parte de lo experiencial, trabaja lo histórico, y lo enmarca en el estudio o poder del lenguaje y sus términos. Se centra en hombres homosexuales, con un enfoque culturalista y no político, y evitando debates sobre las realidades trans. El objeto del libro es la evolución de la experiencia homosexual en las últimas seis décadas desde tres coordenadas: la sexualidad, la identidad, y la comunidad.

Segundo ¡SÍ!

Obsesionado por las listas, mantuve el radar activo en busca de otros como yo, hábito que todavía perdura pasada toda su funcionalidad real. Y fui acumulando nombres. Platón. Miguel Ángel. Miguel de Molina. Cole Porter. Tyrone Power. Truman Capote. Luchino Visconti. Farley Granger. Rock Hudson. Federico García Lorca. Luis Cernuda. Noël Coward. John Gielgud. Luis Mariano. Antonio Gala. Jaime Gil de Biedma. Brad Davis. Y Stephen Sondheim. […] Desde los inicios de una subjetividad homosexual, desde que los homosexuales se han visto como un grupo de individuos separados del resto de la cultura, ha habido una verdadera pasión, en los círculos homosexuales, por hacer listas de “otros como nosotros”, justificar nuestra presencia como portadores de cualidades: inteligencia, talento, heroísmo, belleza.

Desde esta descripción, la Crónica viaja por las cuatro denominaciones centrales que los ‘nosotros’ (como dice con frecuencia para no tener que usar un término concreto) nos hemos dado o hemos recibido en las últimas décadas: HOMOSEXUAL (asociado a la experiencia pre-Stonewall, término de aires médicos, aplicado a una generación oculta y en general represaliada y oprimida, salvo círculos elitistas obligados a la discreción o excepcionalidades del espectáculo), GAY (término post Stonewall, que empodera y visibiliza positivamente durante los 70 y 80, que además sufre la pandemia del VIH y que crece junto a otros términos fundamentales para el ‘nosotros’, como son ‘orgullo’, ‘homofobia’, y ‘armario’), QUEER (contrarreacción a la positivación GAY, a la que considera normativizadora, capitalista y prosistema, con apoyo a una reivindicación de clase junto a la de sexo/género desde la combatividad), y LGTBI (acrónimo identitario sociopolítico actual caracterizado por una ultraidentificación particularizada y protagonizada por una juventud interconectada en unas redes que desdibujan la orientación, pero también el tiempo y la geografía, en la que la angustia por el sexo parece desaparecer en la adolescencia -cambiando así tal vez los mecanismos del deseo como vector único de la sexualidad-, pero en la que los cuerpos se pornifican en el gimnasio y luego se muestran en Instagram).



Jean Genet: ejemplo irrecuperable para la positividad GAY

Tercer ¡Sí!
Además del ritual de salida del armario, el nuevo gay tendrá que aceptar un nuevo ethos de positividad. Debíamos creer que había algo intrínsecamente ‘bueno’ en ser gay

.

En este resumen, Mira va intercalando su propia experiencia de anécdotas personales concretas, y cómo la imposición de estos términos afectó a su vida; pero este devenir personal se acompaña del estudio histórico de hechos y de trabajos y ensayos culturales sobre los ‘nosotros’ que hacen que el anecdotario trascienda al engarzar experiencia y teoría en un viaje cuyas maletas ponen el lenguaje en primer lugar y la cultura después. La obsesión por el lenguaje y su capacidad de definición y de poder es muy relevante en el libro, centrando en este ‘nosotros’ el debate filosófico universal del siglo XX sobre cómo el lenguaje puede dominar como estructura ya predeterminada, o cuando menos colectiva, la vida y el pensamiento individuales, y sobre si éste cambia porque cambia el lenguaje, o al revés.

Cuarto ¡SÍ!

Me impresionó la facilidad para encontrar espacios, folletos, obras artísticas con la etiqueta GAY. Y locales diferentes. En aquellos años habían abierto un café… […]. El brebaje que servían era repugnante, todo sea dicho, ya que en aquel momento nadie en Londres sabía hacer espresso, pero uno no iba por el café: durante años frecuenté el lugar con el solo objetivo de sentirme gay.

Aporta Alberto Mira tan inquietas reflexiones en detalles concretos que es imposible describirlas todas… Dejo aquí constancia de varias, pero por querer recordarlas personalmente más que por desmerecer las demás. Es enormemente interesante el análisis intergeneracional que supone el paso de cada denominación a la siguiente: la dificultad (incapacitación a veces) de cada generación anterior por admitir las bondades y potencialidades de cada novedad lingüístico-generacional puesta a su disposición cuando ya no es joven, junto con la comprensión que da la madurez a la resistencia al cambio (en el caso de Mira, abraza GAY, le interesa QUEER aunque no acaba de convencerle, y LGTBI le hace sentirse fuera de su tiempo: obviamente sabe que un día el acrónimo también pasará pero es dominante en unos tiempos con los que ya no empatiza). Su análisis de las reacciones de Terenci Moix, Luis Antonio de Villena, Bosé o Almodóvar al respecto son clarividentes: Mira criticaba pero ahora entiende al HOMOSEXUAL que no quería salir del armario pues su resistencia le resulta paralela a la que como GAY ejerce ante postulados QUEER que apelan a una diferente definición de la presencia del ‘nosotros’ en la sociedad. No obstante, reconoce cierto privilegio de estas figuras en poder permitirse no realizar ese acto político frente al conjunto de la sociedad dado su reconocimiento particular. La incomprensión intergeneracional es precisamente uno de los motores del libro desde su inicio, en el que Mira recuerda su cancelación como pollavieja por parte de un joven tuitero con el que intentaba entablar conversación, y cómo su estrategia GAY es invertir de manera positiva la ofensa en arma a través del orgullo y la apelación al poder en el uso del lenguaje.

Quinto ¡SÍ!

Especialmente quienes teníamos inclinaciones culturales echamos en falta referentes propios y buscamos sustitutos en Estados Unidos, en Gran Bretaña, en Francia o Alemania, que tenían tradiciones homosexuales más visibles que la nuestra. Como hombre gay, fui totalmente colonizado.

El análisis del acento normalizador del momento GAY y su caída en la homogeneización o normativización también es revelador, porque es una deriva más apreciable en términos históricos que mientras se producía. La acusación de gaypitalismo y de los privilegios de la letra G surgen de aquí y son también origen del carácter crítico del momento QUEER. Mira indica que el hecho era inevitable: que un capitalismo globalizador es el entorno en que se desenvuelve ahora el mundo, y que a pesar de este peligro las puertas abiertas por ese mismo capitalismo son enormes y no despreciables. Creo que de aquí nace también el escaso apego del autor por las militancias que pierden la perspectiva, y de fondo existe una admisión de que la salida del armario que trajo Stonewall con el término GAY fue en realidad una entrada en un mundo real competitivo (¿adulto tal vez?), de los riesgos de la propia libertad asumida con esa falta de negatividad que en realidad supone enfrentarse al mundo, y que eso tiene consecuencias y trae responsabilidades de actuación ante las nuevas libertades conseguidas por el empoderamiento. La réplica al movimiento QUEER tiene su reducción al absurdo: nadie en realidad me obliga a consumir lo banal, y, en realidad, la lucha por, por ejemplo, el acceso a la vivienda, no cambia necesariamente su valor profundo a causa de tu orientación o identidad, sino que es ésta la que añade circunstancias políticas distintivas propias a esa lucha.


Wilhelm Von Gloeden: ejemplo de que la normativización de cuerpos en el deseo homosexual no es cosa del capitalismo neoliberal

 

Sexto ¡SÍ!

El sida en nuestra imaginación se mezclaba con un miedo al sexo construido a partir de años de represión, cierta homofobia interiorizada y el terror a que, al descubrirnos como homosexuales, también nos estábamos descubriendo como potencialmente enfermos.

Lógicamente, por edad, comparto muchas de las vivencias y puntos de vista de Alberto Mira en este libro. Y muchas de las experiencias y sentimientos, desde luego (la identificación casi jungiana de arquetipos culturales, la búsqueda de referentes culturales lejos del mundo más cercano, y, por supuesto, el cine, lo que ya esperaba tras Miradas insumisas); creo que también hay un punto distinto en el origen: en Euskadi es inevitable asociar este análisis de la reivindicación QUEER a movimientos antisistema que en Euskadi siempre han sido una presencia relevante en el mantenimiento de una disidencia a toda costa, y, en ese sentido, su aparición no fue sorpresa, desaprovechando probablemente lo performativo frente a lo planamente revindicativo. No comparto -por gusto, aunque lógicamente la entiendo- su vena camp y musical (pues fui más existencialista y me atraía más lo gótico/punk probablemente también con influencia de mi origen), y yo caí (a partir también de movimientos culturales) en lo activista y político, casi como vocación. Pero los matices no invalidan (siempre hay de todo) una tormenta de identificaciones en este libro analítico, que cumple un esfuerzo semiótico muy considerable y relevante, y que sublima nuestras paradojas en un estilo claro e interpelador, a partir de lo experiencial que supone su punto de partida y mediante la erudición cultural del caudal verdaderamente notable de lecturas de ensayística sobre el ‘nosotros’.

Este libro se puede completar con la escucha del programa dedicado al libro en el podcast Resaca, con Weldon Penderton, Álvaro Llamas y el propio Alberto Mira, en el que es muy divertido y peculiar constatar que lo experiencial tampoco es unívoco, y cómo esto también conforma vidas, tribus y generaciones, y se adapta, o no, al lenguaje y su poder.


 

 

10 de septiembre de 2009

Miradas insumisas

Si algún éxito puede tener esta entrada es que consiga convencer a los cinéfilos heterosexuales de que le echen un ojo a este libro: Vale, ya han cerrado esta entrada más de la mitad de las visitas... ¿Por qué sería un éxito? Porque este libro, sobre todo, habla de cómo vemos el cine. De cómo lo entendemos, de cómo nos apropiamos de sus imágenes, de cómo el público mira una pantalla y da el sentido final a las películas que un director y su equipo hacen, y de cómo sucede esto según sus condicionantes biográficos y culturales. Eso, para un cinéfilo, un aficionado a la narración visual y al sentido de las imágenes, debiera ser de interés.
Pero, claro, el tema que interesa a Alberto Mira (un apellido que ni pintado) es el del subtítulo del libro ‘Gays y lesbianas en el cine’, y el libro incluye una muy documentada, prolija, y francamente interesante historia de la homosexualidad en el cine; entendida esta homosexualidad como explícita, implícita, oculta, armarizada, objeto de voyeurismo o de placer, inserta en la mirada del espectador, basada en una autoría gay de directores, guionistas, atrezzistas o coreógrafos, que fuera obvia o llena de simbolismos subculturales…
El caso es que esta historia que ocupa la segunda parte del libro es obviamente indisociable de la propia historia del cine, y de la representación de los tabúes sociales en el mismo. Es inseparable del carácter industrial del cine estadounidense, y del arte y ensayo europeos, como lo es del asociacinismo por la acción política tradicional de los EE.UU. frente a la privacidad intelectual como actitud de Europa. Me pregunto si Alberto Mira consideraba al escribir lo normalizador del enfoque en sí, aquel que toma hitos cinematográficos e históricos y ve su influencia en el cine de cada época: el código Hays, el fin del sistema de grandes estudios, la nouvelle vague y el movimiento de Derechos Civiles, Stonewall y la muerte de Judy Garland, o el conservadurismo reaccionario de los ochenta y la aparición del SIDA.
No obstante, a pesar de la contundencia de esta historia en la que no falta nada relevante de los cines norteamericano y europeo, creo que lo más disfrutable y adecuado del libro sucede en la primera parte, que Mira dedica a describir la mirada insumisa, la que permite ver, reconocer y apropiarse de códigos, la que luego permite ‘entender’ por qué el musical, o Disney, o los melodramas de Sara Montiel, o Top Gun, pueden mirarse como algo más de lo que parecen.
Reivindicar la libertad de mirar e interpretar no es cosa tonta. Mira ha escrito su ensayo-río escuchando en un blog a todos los que querían dejarle su opinión, y ha constatado las diferencias en la mirada de los homosxuales que han participado. Ha estudiado la evolución (escasa) de la crítica oficial, y la del activismo gay (poco cinéfila) hacia lo que llama la ‘mirada queer’, menos militante y más reivindicativa de opciones más abiertas y positivas. Ha mirado todo y ha intentado comprender con moderación que no hay mirada que no deba escucharse o intentar explicar, huyendo de la confrontación dialéctica tan del gusto de todocinéfilo.
En resumen, todo un gusto (y un apetito) en el que está casi todo lo que es (hasta 2005), que gana frente a los abundantes estudios americanos por el completo análisis del cine español, y que se convierte en fuente bibliográfica fundamental (por lo comentada con criterio) en la búsqueda de cine desconocido que, horror, me queda por ver en grandes cantidades.
Pero, por supuesto, la mirada insumisa que ejerce el autor es en este caso homosexual, homosocial, homoerótica. Por tradición e historia, es una mirada no permitida, que se activaba según la posibilidad y los códigos que había en cada momento. El reto se cifre en que habiendo estado obligado el homo a mirar como hetero, ¿puede suceder al revés? Yo conozco casos gloriosos, aunque no sean frecuentes. De ahí el reto planteado al principio: ¿algún hetero cinéfilo en la sala? Digánmelo, ¡hagan feliz al autor!