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13 de marzo de 2020

ABC de arte



En 2018, el Museo de Bellas Artes de Bilbao celebró su 110 Aniversario. Para celebrarlo organizó una exposición que comisionó el escritor Kirmen Uribe, organizándolo mediante un abecedario de diferentes conceptos. ABC. El alfabeto del museo de Bilbao es el libro publicado con motivo de aquella exposición, que compré porque la misma me había entusiasmado.

Aurelio Arteta - Regatas de traineras en San Sebastián

Como la exposición, el libro es también un trabajo excelente. No goza, claro está, del alto impacto estético de una visita al museo, pero además de ser un objeto bello, útil como recordatorio de la exposición, pero también como repositorio de obras imprescindibles de este museo, Kirmen Uribe ha escrito unos textos para cada entrada de su abecedario particular que son breves, poéticos y altamente evocadores por connotativos. Uribe no pretende competir en la liga de los expertos en arte ni de los comisarios de exposiciones. Es más bien un aficionado asiduo de gran cultura y artista de otra disciplina, que aplica a una selección de obras fundamentalmente pictóricas (también hay escultura o fotografía), con varias de las cuales tiene además una relación emocional por haber visitado desde niño el museo con frecuencia.

Rogelio de Egusquiza - Tristán e Isolda

El resultado es inesperadamente inspirador. Cada entrada correspondiente a una letra del alfabeto (incluyendo dígrafos vascos como ts, tx y tz) se relaciona con un concepto determinado; el autor no describe necesariamente cada obra de las que configuraba la sala de esa letra en la exposición (aunque están todas recogidas en el correspondiente capítulo del libro), sino que se detiene en algunas, trabaja el concepto a veces en términos estéticos, otras en históricos y otras en filosóficos, aportando también especificidades vascas y bilbaínas, pero sin aparataje identitario al respecto, y con uso también habitual de un foco literario. Así, Uribe muestra una sensibilidad receptiva holística, que transmite con sencillez y eficacia un profundo amor por el museo y sus obras, y un respeto consciente por el valor del arte y su capacidad de otorgar significado al hombre y a la historia.

Joaquín Sorolla - Retrato de Unamuno

Aunque el recurso al alfabeto no es nuevo, y es probable que se haya usado antes en museística, lo cierto es que para quienes conocemos el museo y sus obras por haber pasado tantas veces por sus salas, el impacto es grande: el descubrimiento de otras lecturas no académicas, y el espejo de la mirada evocadora a otras artes, otras realidades y otras posibilidades que alcanzan tanto la exposición como el libro me parecen de un valor difícil de calcular, y, en cierto modo, me reafirman –recordando también a Jorge Wagensberg y el método artístico para alcanzar el conocimiento que proponía- en que el arte, por inútil que sea, es parte ineludible de la vida incluso para quien no lo mira.

Kirmen Uribe en foto de Santos Cirilo (vía)

17 de enero de 2011

La casa (grande) de mi padre


Una lectura superficial de Bilbao-New York-Bilbao, el libro con que Kirmen Uribe ganó el Premio Nacional de Narrativa en 2009, rendiría un texto sentimental, incluso algo blandito si se quiere. Algo que curiosamente también sucedía con el aún más sorprendente mismo premio que recibió la anterior novela escrita en euskera que lo ganó: Un tranvía en SP, de Unai Elorriaga (2002). Uribe y Elorriaga pertenecen a la misma generación (a saber qué nombre les dará la historia), ambos escriben en euskera, y son escritores que representan una renovación frente a los anteriores narradores vascos más reconocidos (Saizarbitoria, Atxaga, Lertxundi).

Para salir de Bilbao por barco (vía lalitaporfavor)
Sin embargo, yo creo que en el caso de Bilbao-New York-Bilbao, no estamos ante un libro sentimentaloide o que busque la emoción fácil. Creo que para bien o para mal, la visión y capacidad poéticas de un autor con atención delicada al detalle, anterior poeta, y procedente de una tradición literaria oral, inundan el libro. Kirmen Uribe explica desde el principio que intenta hacer literatura sencilla y clara; quiere contar la historia de tres generaciones de su familia, pero no lo hace al modo de las sagas literarias sino de forma fragmentaria, explicando al lector a la vez que (aparentemente) a sí mismo cómo ha conseguido los materiales, con qué familiares y amigos tuvo que hablar, y cuáles son los documentos históricos de interés. La fragmentación y la búsqueda de sencillez llevan posiblemente a resumir y centrar con buena economía una historia ya mil veces contada. Uribe integra también con maestría en el relato vida familiar y circunstancias políticas y sociales, sin atisbos de denuncia ni interés demagógico en ello, reflejando en su mesura mayor calado descriptivo. Estos son los logros, a los que cabe añadir por mi parte el reconocimiento sentimental pero bien llevado de lugares que obviamente puede compartir cualquier lector vizcaíno con Uribe (y no es tanta tontería como parece: el propio Uribe diserta sobre la necesidad de tradición literaria en euskera, y, trasponiéndolo, es obvio que a un lector barcelonés o madrileño le es mucho más sencillo –y por ello tiene más superado- encontrar literatura tanto moderna como tradicional en que encajar geográfica e históricamente con precisión sus propias vida y familia).

El cielo sobre Bilbao (vía :Beebop:)
¿Acaso hay cosas que no son logros? Algunas, sí, que creo que proceden del origen poético del autor. Cierta tendencia a explicar imágenes de gran expresividad, que posiblemente aclaran la fuerza de las metáforas que plantea a la vez que subraya innecesariamente. Algo de sumisión mecánica al paralelismo de su viaje en avión a NYC con las travesías pesqueras de sus antepasados. Y poca fuerza en varios personajes secundarios, tal vez demasiados para un libro de apenas 200 páginas.

En cualquier caso, el resultado es un libro bonito donde sentir y aprender un pedazo de historia y cultura vascas de modo emotivo, pero también resulta un texto esperanzador como voz personal que pretende experimentar en la autoficción tan de moda, sumarse a las corrientes literarias internacionales, no sólo sin perder unas raíces que dan sentido a su literatura, sino descubriendo la conexión vital entre esa tradición y la supuesta (post)modernidad. El poema final, sencillo como los de la poeta polaca Wislawa Szymborska, a quien Uribe tanto admira, es un final lúcido, estupendo, y pleno de conocimiento.

Kirmen, que conferencias mucho en los EE.UU. (vía sientemag)