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16 de enero de 2010

Jane Ambigüity

Al leer a Jane Austen hemos partido todos de una autora victoriana, más bien meapilas, beatona y tradicional, una aburrida rollera y romántica que asume el papel de la mujer a la sombra de un marido, que razonaba con justificación el sistema de dotes y rentas propio del antiguo régimen; que, en una palabra, perpetuaba el falocentrismo a mayor gloria de un hombre (el inglés) que ostentaba un imperio económico, político y sexual.

Al terminar con ella sin embargo hemos llegado a una precursora del feminismo en sus heroínas protagonistas, que con su formación humanitaria comprenden mejor que los hombre la condición humana y buscan con mayor ética y ternura una pasión verdadera en que vivir una vida con la que sentirse plenas. Son mujeres que asumiendo el mundo en que viven lo subvierten internamente y sin revoluciones, impidiendo la injusticia social y pautando un rechazo sutil del modelo masculino del poder absoluto ¿O tal vez, a la larga, fomentándolo a base de ‘sutilezas’?

¿Cómo ha sucedido esto, en cualquier caso?

No lo sé. Asumiendo que este cambio de punto de vista trasciende el interés puramente literario o artístico, entiendo que el feminismo, considerado también como fenómeno psicológico subconsciente que todos hemos interiorizado en nuestra época, ha cambiado de interpretación, o ha ampliado el punto de vista, comprendiendo más a mujeres de otra época (también a determinadas lecturas de la época actual), sin categorizarlas desde una perspectiva histórica actual y por ello injusta.
Mansfield Park es la cuarta novela que leo de Jane Austen, de las seis que escribió. Cada novela de Jane Austen leída, la última novela de Jane Austen que leo en cualquier caso, se convierte para mí siempre en su mejor libro. Quedan borrados los anteriores, incluso los personajes. Tras Mansfield Park ya no recuerdo a Mr. Darcy, o a Anne Elliot. Ahora todo es Fanny Price ingeniandóselas para rechazar las atenciones (y los dineros) del solícito Mr. Crawford, y obtener en cambio las de su querido primo y futuro clérigo Edmund Bertram mientras se esfuerza por adaptarse a la alta sociedad de la familia de sus primos una vez que estos la escogen para eludir el arroyo de su propia familia, debido a un ‘mal casamiento’ de su madre. Todo ello sin mencionar los consabido escarceos e intereses matrimoniales, inmobiliarios y económicos de la situación. Por lo que recuerdo, Fanny Price viene a ser el personaje austeniano más ‘puro’, el que pobre, sin educación y sin aspiraciones sigue siempre el dictado de un corazón limpio y una cabeza lúcida; temerosa siempre de personajes aparentemente más poderosos (en inteligencia, en posición, en dinero, en aptitudes sociales) que ella, las convicciones de Fanny rompen los muros que los tres personajes masculinos principales construyen a su alrededor. Todo ello sucede con la gloriosa sintaxis austeniana, llena de intenciones y aparentes dobles sentidos, y dentro de una estructura férrea, legible como folletín decimonónico en un santiamén.

¿Pero hay o no hay un feminismo austeniano? Esas convicciones de Fanny Price… ¿no son tal vez pensamientos reaccionarios por moralistas? ¿O son justas consideraciones al aplicar una categoría moral sin fisuras? Las relaciones en la época de Jane Austen eran sin duda retorcidas e injustas hacia la mujer, pero, mira por donde, este pensamiento aparente es especialmente contestado en Lady Susan, el relato epistolar que conseguí en colección un tanto infame de un diario de amplia tirada, y que abre esta entrada.

Lady Susan muestra que Jane Austen ha leído Las amistades peligrosas de Choderlos de Laclos. Es una novela epistolar con un personaje femenino central sorprendentemente (en Austen) casquivano y libertario. Susan Vernon es una viuda alegre que después de seducir al novio de su hija para impedir el matrimonio inminente –e inadecuado- de ésta, se ve obligada tras el múltiple escándalo a refugiarse en casa de su hermano. Susan no duda en usar sus encantos con los hombres, en describirlo y explicitarlo así en sus cartas a su amiga íntima, y Austen la entiende y la ve positivamente. Susan Vernon debe sobrevivir en un mundo de hombres, y en su situación, para asegurar su bienestar y el de su hija, Austen la bendice dándole una palabra sin censurar que además no es sojuzgada. La lástima de este relato es su sensación de haber pretendido ser una novela inacabada, en la que después de 70 páginas de cartas cruzadas aparece un último capítulo narrativo a modo de epílogo explicativo y frustrante. Austen suele introducir cartas en sus novelas, como es lógico dado que se trataba de un modo esencial de comunicación en su época, pero demuestra que el formato se le adapta bien a su maestría habitual. No sé, eso sí, si será un texto fácil de encontrar.

Una no muy alegre Jane Austen, via Abebooks