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8 de julio de 2025

Los viejos estoicos nunca mueren



De hecho, los viejos estoicos parecen más vivos que nunca. Protagonistas de reediciones de sus textos, de libros monográficos, de conferencias, ejemplos para unos tiempos en que la interpretación de sus teorías parece por momentos interesada, o, cuando menos, un tanto reducida a parte de sus consignas éticas reinterpretadas desde el individualismo postmoderno. No es el caso de este libro, El estoicismo romano, dedicado no a dar recetas directas sobre la vida de hoy sino al estudio de los grandes representantes de esa corriente del pensamiento: Séneca, estudiado por Javier Gomá; Epicteto, por Carlos García Gual; y Marco Aurelio, por David Hernández de la Fuente. Publicado por Arpa Editorial, el libro es el resultado por escrito de tres conferencias previamente ofrecidas por cada autor en la Fundación March. La aproximación es especialmente sensible a avatares biográficos de cada autor en relación con el desarrollo de su pensamiento dentro de su propio devenir personal.

El estoicismo romano es la etapa final de esta escuela en la filosofía antigua, y la penúltima de esta filosofía antigua cuando se estudia como conjunto, aunque se desarrollaría por personajes como el consejero de un emperador e incluso un mismísimo emperador. A estas alturas de esta corriente filosófica, y bajo el poder absoluto de los emperadores romanos, la práctica filosófica había perdido gran parte de su capacidad política, y estos autores tampoco se muestran especialmente interesados por las patas de la Lógica y la Física que tan relevantes fueron para los estoicos primeros a la hora de apuntalar su visión cósmica completa. De Séneca a Marco Aurelio no es que hayan olvidado poner a la naturaleza en el centro de todo principio, norma o decisión, pero el Logos y su discusión no es omnipresente. Los consejos para proceder en las situaciones de la vida, el consuelo ofrecido cuando la fortuna no sonríe, incluso las instrucciones para una vida resignadamente feliz, ocuparon su interés.


De los tres filósofos, Séneca es probablemente el más discutido por la pluma del autor de su estudio. No es que no le colme de buenos elogios, pues empieza su texto con un decálogo de los notabilísimos méritos del filósofo que le convierten ‘en un gigante’. Pero Gomá coincide con otros estudiosos de la obra de Séneca al mostrar la contradicción de su pensamiento moral con su servicio durante años a Nerón, con el que hizo inmensa fortuna, y al que buscó influir positivamente con sus consejos sobre la clemencia a practicar por el emperador, pero al cual no discutió cuando empezó con las crueldades de su etapa final, sino que consintió callando y mirando a otro lado. Él, que era autor de un corpus ético ya relevante cuando le encargan ser el tutor del joven Nerón. Entre esto y el desapego emocional, interpretable desde un rigorismo extremo de resignación estoica, con el que Séneca responde a las necesidades de consuelo de una madre marcando la futilidad de la vida, lo inútil de la misma, o la oportunidad dada por la naturaleza de resignarse sabiamente a su designio, molesta profundamente a Gomá, que se reconcilia, sin embargo, en la época final de Séneca con las Cartas a Lucilio, y al que siempre le reconoce la fuerza emocional y la pulsión dramática que impone a sus escritos.


El menos discutible de los estoicos romanos es sin duda Epicteto, que frente a sus dos ilustres compañeros de escuela no tuvo aspiraciones ni momentos de poder político: era un esclavo liberto que fundó su propia escuela de filosofía y que nunca escribió nada. García Gual hace un retrato amable en que el momento clave en que, sin queja, se dejó fracturar una pierna y quedó cojo de por vida, es especialmente subrayado como aplicación de la libre aceptación estoica de lo que en la naturaleza nos proporciona y por tanto nos conviene. El momento sirve para definir una vida dedicada a la enseñanza, que permite además a García Gual dar pinceladas sobre el estoicismo como enseñanza que nos extraña y fascina a la par. Sólo sobreviven textos escritos por sus alumnos, y se sospecha que existieron clases y disertaciones sobre lógica y física, pero, o no se escribieron o no se conservaron.


Para mí, personalmente, Marco Aurelio es el personaje de perfil más fascinante de los tres. Emperador de dos décadas turbulentas, escribía para su propio consumo unos textos melancólicos que rebosan sentimientos agotados de un mundo trágico y absurdo, abogando por un retiro interior y una aceptación resignada de lo que la naturaleza traiga. Su contradicción es aún mayor, si cabe, que la de Séneca. Y su vida es un debate entre su pulsión filosófica y su formación para alcanzar la cabeza del Imperio, algo que aceptó como inevitable y, estoicamente, dado por la naturaleza. David Hernández de la Fuente también se aferra a un episodio biográfico muy peculiar: el sueño que tuvo siendo adolescente la noche anterior a ser nombrado heredero, en el que sus hombros eran de marfil, frágiles, pero parecía que aguantaban, con la mala salud de hierro de los enfermos que también le caracterizó. Marco Aurelio ordenó campañas bélicas cruentas a la par que fue un hombre de familia - algo a lo que los estoicos suelen recomendar desapego, y de ahí parte del enfado de Gomá con el primer Séneca - y un joven bondadoso e inteligente. Para Hernández de la Fuente, este "emperador de marfil" es un filósofo de sinceridad total, pues era inconcebible que el emperador publicara sus Meditaciones, y ahí reside una fuerza interna que apela en sus humanos consejos a todas las épocas y oficios. Pero, por otro lado, si incluso el emperador de Roma, todavía en el siglo II después de Cristo, muestra este desapego por el mundo y este desánimo para el que receta el retiro interior, pero en el que no es imposible leer también un fracaso de la humanidad en el que vida social y política no tienen sentido, ¿que quedará si no pedir un rescate, una luz, una guía, a nuestra alma por parte de lo más alto?

Los tres textos se benefician a mi entender de la agilidad del lenguaje oral del que proceden, la conferencia previa, y fluyen con ritmo y gran claridad expositiva. Mantienen también una coherencia estructural y completan un libro que no es académico en sí, pero resultaría muy útil como tal.

Bueno. Aquí las consecuencias del libro, que ya están en casa:



11 de junio de 2024

Hay que ordenar la casa

 


Tienes la casa bien dispuesta, a tu gusto. Has decorado, amueblado, ornado y dispuesto los muebles, los objetos queridos, los lugares que necesitan más luz, aquellos dedicados a dormir, cocinar, comer. No estás insatisfecho, y aun así... A veces traes a casa entes nuevos. Encajan bien pero tal vez la armonía no es total. Puede además que algún mueble necesite un retoque; que haya que cambiar cortinas, incluso que... Mira, una disposición distinta de los muebles, un movimiento completo, un desplazamiento aparente para que cada elemento nuevo se asiente mejor y... Ves el resultado, piensas, te preguntas, ¿por qué no lo habré hecho antes?

Desde que leí Imitación y experiencia, el primer volumen de la Tetralogía de la ejemplaridad, tengo la sensación de ‘conocer la casa’ de Javier Gomá. He leído los cuatro libros de la tetralogía (los he comentado aquí, pero también en artículos que fueron publicados en Claves de Razón Práctica y la Revista de Occidente), la trilogía teatral (Un hombre de cincuenta años), infinidad de artículos y hasta he visto muchos vídeos de su canal de YouTube. Así que los elementos de la casa de Universal concreto no podían sorprenderme, sabiendo como anunciaba la información del libro que este era un compendio de su pensamiento, y nada hacía sospechar en escritos o intervenciones recientes del autor que fuera a contradecir su filosofía anterior. Pero la disposición es otra cosa. La casa tiene ahora una armonía nueva, un acoger más preciso, diría incluso que más gozoso.

Universal concreto tiene un subtítulo de relevancia: Método, ontología, pragmática y poética de la ejemplaridad. Aun tratándose de 250 páginas en vez de las 1.500 de la tetralogía, es clara la ambición filosófica del autor, usando un cuarteto de términos que en su listar recuerdan a varios autores clásicos que también describieron el mundo de acuerdo a su pensamiento. Esta es la principal diferencia de disposición de la casa que se observa, al menos en comparación con la tetralogía: la estructura literaria que Gomá. Mientras la tetralogía es un relato de inspiración narrativa que hace uso de la historia del pensamiento occidental para, aplicándolo a la imitación, acabar desarrollando la teoría de la ejemplaridad de los prototipos personales (concretos) de validez general (universales), esta historia es sustituida en Universal concreto por otra estrategia más descriptiva: las conclusiones de la tetralogía son aquí la hipótesis de partida, y el libro analiza minuciosamente todos los elementos que la componen (esa anunciada descripción del mundo), armonizando en ese trabajo todo el pensamiento anterior expresado por Gomá en sus anteriores libros, artículos y conferencias, reduciendo sus páginas a una esencialidad radical e incluyendo equilibradamente lo que parecían elementos colaterales o incluso sueltos de su literatura en el libro. La tarea ha debido ser inmensa.

Pero... ¡cómo ha quedado la casa!

Intentaré describirla con brevedad: para la ejemplaridad, el ser es 'ejemplo', y lo que debe hacer el ser en el mundo es ser ejemplar, o, más precisamente, buscar la ejemplaridad. Además, existe todo un mundo estético donde exponer y extraer representaciones del ‘ejemplo’ (y, por añadidura, entretenerse). Hay un devenir de la filosofía que impidió a la ejemplaridad desarrollar su entramado filosófico debido a la capacidad de abstracción del lenguaje, para el que lo 'concreto' (que es esencial en la ejemplaridad) no revestía importancia. Este criterio se impuso durante dos milenios.  En su réplica, que es su obra, Gomá reivindica viajar de lo abstracto a lo concreto con una filosofía mundana (se escribe desde el mundo, sobre el mundo, y para el mundo) y sistemática; de ahí que deriven de ella una ontología, una pragmática y una poética, que desarrollan cada una de las partes de la filosofía que he intentado resumir en las dos frases simples al inicio de este párrafo.

Ontología

Que el ser sea ejemplo (o no sea) es probablemente una idea difícil de entender. El 'universal concreto del ejemplo', por precisar. Figuraba como conclusión en la tetralogía, denominando prototipo al ejemplo, pero aquí adquiere gran prevalencia. Para Gomá, la imitación de un ideal de ejemplaridad (en el fondo una ética práctica sobre cómo comportarse) es la 'única puerta de acceso a la verdad', y la verdad es aquello que busca la ontología: acceder al conocimiento del ser. Ontología y pragmática son pues inseparables: 'el actuar moral se hace con vistas a un ser, y el ser señala un hacer, en el cual haya un cumplimiento'.  Este 'del logos al ethos’ reformula el habitual 'somos lo que hacemos', y sucede casi milagrosamente en la página 78 del libro, porque en treinta páginas anteriores Gomá ha recogido las ideas desarrolladas en Imitación y experiencia (600 páginas) con una precisión implacable, distinguiendo los momentos 'universal abstracto' (del lenguaje) y 'universal concreto’ (del ejemplo) en el devenir del pensamiento occidental, y proponiendo los giros subjetivo del yo y lingüístico de la cultura de los siglos XVIII y XX como factores explicativos de la deriva de la visión del universo desde un cosmos ideal a la subjetividad romántica y finalmente el yo individual diverso. El reconocimiento explícito de esta diferenciación en la posmodernidad está más marcado que en la tetralogía: Gomá lo atribuye a la implosión que ha supuesto en el individuo el reconocimiento del lenguaje natural como herramienta propia de empoderamiento, y aquí entreveo un reconocimiento de la capacidad de los ‘neolenguajes’ de la diversidad que emplea toda una generación con Paul B. Preciado a la cabeza.

También es novedoso el subrayado de la penetración del estado estético de la vida en el ético, que no era tan profundo en Aquiles en el gineceo, donde más bien se reflejaba como un mal de los tiempos. Recordemos que Gomá utiliza los dos primeros estadios del camino de vital de Kierkegaard para hacer recorrer el tiempo de la vida al ser, esto es: el estadio estético (adolescente, artístico, de ideales inquebrantables), y el estadio ético (maduro, con responsabilidades cotidianas en que llevar adelante una casa y un oficio, que es larguísimo y lleno de negatividades).  En la tetralogía el abandono del estadio estético era en la práctica una necesidad (Aquiles abandonaba el gineceo y asumía sus obligaciones) para poder buscar el ideal de ejemplaridad. Probablemente esta idea implicaba demasiada resignación, y en Universal concreto hay una conclusión para mí más gozosa: la admisión diáfana y sin reproche de lo estético como 'concreto', como unas brasas remanentes que hacen que el individuo 'siga queriéndolo todo a su manera', a pesar de habitar y cumplir con las obligaciones del estadio ético. La conciliación de ambos momentos en el conjunto de la experiencia de la vida hacia el individuo experimentado, le somete a tensión creadora entre el ‘universal’ ético y el ‘concreto’ estético. Permite por ejemplo que las musas arrebaten al escritor, y que el éste cumpla con su oficio. No solo me parece gozoso, sino más ajustado a la realidad de la vida diversa (liberada, se diría en lenguaje natural actual), y, además, desactiva una crítica potencial al hecho de que Gomá obvie en su metodología la analítica de la deconstrucción que la figura problemática de Aquiles (como ejemplo total) supone en su dimensión completa.

Los estadios son el mecanismo por el que Gomá ha 'movido' en el tiempo a su 'ejemplo', el ser personal. Pero en la experiencia humana el tiempo es finito, y esta finitud, ante la que Gomá se revelaba en Necesario pero imposible, y que siempre vio como injusta, da lugar a la idea de esperanza, de ‘ser' después del ente, de transferir a un objeto exterior no corrompible su esencia y así combatir el despojo del cadáver que espera a cada ser. Confieso que siendo para mí (persona de ciencias, a fin de cuentas) la parte menos apuntalada de la tetralogía, también me resultaba la más vívida. En Universal concreto creo que se trata de uno de los capítulos que añaden más argumentación y construcción, incluyendo aquí más resumidamente las ideas de Necesario pero imposible, y añadiendo las de ensayos como La imagen de tu vida y Dignidad (que reconozco no haber leído, pero sí he escuchado en charlas el núcleo de sus conceptos), además del monólogo Inconsolable. Todo ello subraya la importancia del capítulo para el autor. Así, la acientífica mortalidad prorrogada, protagonista casi única de la esperanza en Necesario pero imposible, que se basaba además en los indicios del 'superejemplo ' Jesús de Nazaret, se acompaña esta vez del concepto de ‘dignidad’ como paradigma de vida del ser moderno frente a una felicidad inasumible a causa de su efímera duración. Sucede así una vez que el fin del cosmos helénico y la muerte de Dios abocan a un único destino indigno y corruptor como la muerte. La dignidad ayuda al ser que muere a apuntalar la imagen de una vida completa, haciendo que la muerte del ser sea completamente injusta. La dignidad apuntala la esperanza, por su universalidad, que el autor recoge, pues existe dignidad (e imagen ejemplar de la vida propia) incluso entre quienes afrontan la vida sin recursos, son débiles, están desamparados, o son personas dependientes que anticipan prematuramente los estragos de la muerte. Mientras, entre los argumentos en favor de la mortalidad prorrogada, Gomá subraya que el individualismo de la segunda modernidad sustenta conceptualmente la idea de esperanza. Sigue sin haber, y se asume con cierta ingenuidad, 'prueba', pero si, por un lado, no estamos en literatura científica demostrable, y si, por otro, la secularización individualista implica por deducción ontológica la esperanza individual, el postulado desde la filosofía resulta explicado y cerrado.

 

Pragmática

Para adentrarse en la segunda parte fundamental de casi toda filosofía (¿qué hay que hacer?), Gomá propone que esto sea 'buscar la ejemplaridad', e imitarla. La ejemplaridad es un ideal, personal y relativo, encarnado en una persona (el ejemplo, el antiguo prototipo de la tetralogía) que personifica la excelencia de su tiempo, y que causa en el imitador la necesidad/apetito/calor de imitarlo de manera completa, en un viaje necesariamente imperfecto que traduce lo ideal a la realidad. No todo ejemplo es universalizable, pero sí que todo ejemplo es ejemplo para alguien, ya que cada acción del ejemplo es una invitación a ser imitado, y encierra en sí un inicio de costumbre: el ejemplo, al repetirse, se generaliza. Para Gomá, moralmente, no existe la vida privada (sí legalmente, como es lógico).

Si en la Ontología se encajaban piezas fundamentales de tres libros de la tetralogía, el baile en la pragmática fundamentalmente le corresponde a Ejemplaridad pública. El mal ejemplo, su posibilidad, y la conflictividad de la ejemplaridad (un buen ejemplo puede traducirse en una actitud que el potencial imitador vea rechazable, o que incluso actúe contra él) se integran mejor en el discurso, y para ello parte de una de sus obras teatrales, El peligro de las buenas compañías, donde Gomá representaba un ejemplo tan inalcanzable que causaba una reacción contraria en el protagonista, y donde llegó con el teatro a una materialización de este concepto ahora desarrollado como tal.

Procedente de Ejemplaridad pública es también el concepto de vulgaridad cultural. Pero, consciente de la dificultad del término, y aceptando el reto de apuntalar la precisión del mismo, Gomá refuerza su argumentación más lejos que en la tetralogía: a la explicación de que la vulgaridad es resultado de la consecución de la libertad y la igualdad, Gomá añade la dignidad como característica y renunciable y universal (pues no es una dignidad de aristócratas, sino de los débiles y hasta de los inmorales) de nuestro tiempo. Sostiene que el reconocimiento de esta dignidad de cada individuo es la base del equilibrio de la democracia liberal, ya que asegura que la voluntad mayoritaria no está legitimada a hacer algo que pueda atacar dicha dignidad (que, como principio mayoritario, permite la obediencia de las decisiones democráticas de una mayoría de 'dignidades', mientras que como principio contramayoritario se rebela contra los abusos de la mayoría, de producirse). Sin embargo, a esta fortaleza en lo político, Gomá postula que en lo privado/cultural, la vulgaridad no ha pasado de una fase romántica puramente subjetiva, iniciada en la primera modernidad, estirada posteriormente por las vanguardias -que Gomá entiende que fueron necesarias frente al elitismo cultural tradicional- y que tras la contracultura de la segunda mitad del siglo XX se ha desbordado hasta ser el paradigma cultural dominante. Lo siguiente es pasar de la vulgaridad a la ejemplaridad mediante la imitación del ejemplo/prototipo, (1) definiendo las respuestas a la vulgaridad -reaccionar queriendo volver al elitismo anterior, resignarse al considerar la vulgaridad el precio a pagar por el estado de libertad e igualdad, o abrazarla con el fin de reformarla- y (2) ofreciendo experiencias comunes que ofrezcan a todas las 'dignidades' individuales la posibilidad de identificación ante el ejemplo: ‘el universal vivir y envejecer' es la experiencia que todo humano comparte y reconoce.

Sin duda hay cierta ingenuidad en la propuesta, especialmente porque la vulgaridad es fácilmente asociable al estado estético de la vida, sin duda más común en adolescencia y primera juventud, allí donde envejecer es una visión aún lejana e incomprendida. Tal vez por eso, del mismo modo que el estadio estético se imbrica con el ético en la construcción del ejemplo, creo que es posible postular que vulgaridad y ejemplaridad requieren cierta convivencia incluso fructífera. Primero porque es realista: el ideal de ejemplaridad como ideal que es resulta inalcanzable para la plasmación física del mismo -e incluso un pestiño en la vida real como el propio Gomá indica en El peligro de las buenas compañías. Y segundo porque cierta experiencia histórica de lo social y cultural también muestra que lo hoy reconocible como ejemplar fue para el gusto y las costumbres de su tiempo una vulgaridad. Un ejemplo de la modernidad romántica es la negativa recepción de las últimas obras de Beethoven, un tanto salidas de la norma. Otro de la posmodernidades la liberación sexual de los setenta, que derivó en formas sociales ejemplares a pesar de la vulgaridad de la que fueron acusados.

La vulgaridad es un tema medular en la filosofía de Gomá. Pasar de la vulgaridad a la ejemplaridad se relaciona también con la creación o adopción de costumbres adecuadas con las que construir estado y democracia, que necesitan de 'buenas costumbres' en la sociedad para que las leyes (que deben respetar la dignidad de todos) puedan arraigar. Es labor de la ejemplaridad también el que se origine y asiente una 'visión culta' propia de una 'mayoría selecta' -oxímoron buscado- que sepa entender que las costumbres también varían, aunque sea lentamente y que el relativismo es una realidad necesaria, que además apuntala la democracia liberal. La combinación culta de lo privado (lleno de anhelos absolutos) y lo público (regido por la realidad del relativismo y la imperfección), así como comprender que la voluntad más que el entendimiento condiciona el mundo y las costumbres -y por tanto las leyes-, forman esta visión culta. No está mal considerado que procedemos del intento de desarrollo conceptual de un ideal.

La Pragmática de Universal concreto termina con una visión de la historia que incluye elementos de matices novedosos en la obra previa. Una razonada visión de la sociedad democrática actual como la mejor de la historia (para muchos esto es una declaración también plena de ingenuidad, pero para un contraste con la opinión de Leví-Strauss sobre el etnocentrismo sí que da) centrada de nuevo en la mayor dignidad histórica de los débiles como argumento sin subrayar que sean valores específicamente occidentales los artífices. Una lúcida cadena de razones del descontento actual, con detalles interesantes:  la condición moderna del Yo subjetivo (que asiste a la decadencia de sus capacidades sin agarre alguno a un Cosmos perfecto o a un Dios omnipotente), la conciencia de la dignidad igualitaria (es decir, la sociedad es vigilante y denunciadora en las injusticias, y estas, en cierto modo, están cada vez más acorraladas, pero, a la vez, son más públicas), el concepto moderno de Cultura crítica (donde apela a los filósofos de la sospecha cuya influencia en la cultura actual es aún relevante: Marx -que negó el poder-, Nietzsche -que negó a Dios-, y Freud -que negó el ego-), y, finalmente, la caída del telón de acero como acontecimiento que eliminó al enemigo al que culpar de todos los males. Argumentar con un acontecimiento histórico reciente no es común en Gomá, si bien estamos en un apartado sobre historia y el libro necesita entrar en lo más contemporáneo. A este hecho histórico podría mejor sumarse las crisis económicas continuadas (por diversas razones) desde 2008, porque han retorcido principios de dignidad en las democracias liberales pienso que con más influencia en el conjunto histórico. No es que no pueda relacionarse: la caída del comunismo envalentona a un neoliberalismo que cree que la historia le ha dado la razón sin aceptar el peso del reformismo en la dicotomía entre capitalismo ultraliberal y socialismo real como sistemas económicos extremos. Ciertamente, no existe ya comunismo global al que culpar, ni otros enemigos de esa dimensión (el terrorismo internacional de raíz islamista, por ejemplo) son fácilmente señalables en esta argumentación, pero es relevante que esta causa sea originada en el sistema democrático liberal por haber oscilado en exceso hacia uno de sus extremos.

Aunque Gomá cree que la historia de la humanidad es un viaje de progreso, no es determinista; con buen tino recuerda que ‘la Historia no está sujeta a legislación’, pero afirma que puede observarse una dirección, y esa dirección, en plazos medios o largos de manera casi asegurada, es el lugar donde puede desarrollarse el ideal de la ejemplaridad. Me gustan mucho los nuevos elementos introducidos respecto a Ejemplaridad pública en este punto. Por ejemplo, la mención al cambio de la visión de la victoria militar como fuente de legitimación política frente a los principios democrático y liberal. La introducción en este punto de la lucha contra la desigualdad como exigencia al Estado (lo cual lleva a la redistribución de la riqueza), o la profusión de estrategias de mediación en la vida social (conciliaciones, arbitrajes, etc) para sustituir a la jurisdicción en un plano concreto y no actuar en el abstracto de la ley en que trabajan los jueces. Que el relato virtuoso dominante haya dejado de ser el masculino/bélico es un triunfo, pues es un hecho que la literalidad de la Historia se ha escrito a golpe de conflictos y mucho menos a golpe de acuerdos, negociaciones, y tratos que evitaron confrontaciones.

 

Poética

Mi impresión es que la Poética de Universal concreto responde también a la necesidad que siente el autor de apuntalar mejor la visión del arte que se reflejaba en la tetralogía, donde era un campo menor. Adquiriendo entidad propia, la Poética ahora tiene su propia historia -paralela con lógica a la de la cultura-, se explican sus funciones (como alivio de la negatividad de la vida adulta, como representación del ‘ejemplo’), se contemplan sus variaciones según el contexto. El ejercicio de concreción es de nuevo fabuloso: del (1) clasicismo que aúna inteligibilidad, ética y estética (para glosar el cosmos perfecto mediante imitación épica, lírica o trágica) en un formato de naturaleza oral -que supone responsabilidad directa del autor ante su audiencia, pero también necesidad de mundanidad para captar atención-, al (2) campo moderno de valores de la subjetividad (expresión del yo, uso de la franqueza y la sinceridad incluso hasta representar lo deforme y lo horrendo) que suponen la literaturalización de la cultura, que ha modificado la antigua oralidad pública y colectiva de la cultura pasando ésta a actos individuales como la escritura y la lectura, creando la novela moderna como forma suprema de una cultura ahora alfabetizada. Es, por cierto, muy interesante el breve análisis que Gomá dedica a la nueva oralidad, que él llama 'segunda’ oralidad, como forma cultural que retorna gracias a Internet y sus medios y posibilidades auditivas.

Relacionado de nuevo con la vulgaridad, Gomá opina que el Yo absoluto de la subjetividad aún permea el arte actual, incapaz de asumir en gran parte la 'normalidad' ejemplarizante del 'vivir y envejecer’ universales (Iris Murdoch expresa esta idea de manera muy sugerente en La soberanía del bien: la razón ‘obliga’ a mirar al yo, y este es un elemento muy poderoso y cegador que impide que el buen arte practique la necesaria atención al exterior que le define; pero también podemos escoger el laconismo de Fernando Pessoa en el Libro del desasosiego: ‘la ruina de los ideales clásicos hizo de todos artistas en potencia, y por lo tanto malos artistas’). La contundencia cerrada del capítulo es relevante, aunque me inclino a pensar que aquí de nuevo aplican los 'continuos’ que mencionaba el autor al hablar de las inserciones de lo estético en lo ético y lo vulgar en lo ejemplar. El buen arte al que apela Gomá, aquel que consigue emocionar en la cotidianidad concreta universal, tal vez no pueda componerse sin que la creatividad atrevida, desatada, a veces solo pretendidamente rupturista, y me atrevería a decir que dionisíaca, exista, y se desarrolle desde una potencial vulgaridad. Una conclusión de esto es que la ejemplaridad, el estado ético, el buen arte, y la democracia liberal, sólo son posibles como resultado de haber transitado desde lo que anteriormente fueron sus némesis, de haberlas reformado adquirida la experiencia y obtenido el conocimiento de las negatividades.

Me quedan dos cosas principales por decir del contenido de esta casa inmensa e inabarcable:

-no es casual haber dejado caer de vez en cuando en este texto la palabra 'ingenuidad' y no haber hablado del 'método' del título, que es precisamente la ingenuidad. Gomá, por sistema, es un pensador positivo, constructivo, optimista. Para todo eso, y abrumado como todos ante una realidad convulsa cuya concreción en nuestro tiempo histórico amenaza con infinitos ahogos, atreverse a pensar en positivo es imposible sin apoyarse en una ingenuidad a prueba de todo tipo de corrupciones. Es un atreverse no ya a pensar, sino a pensar en el límite de lo que el canon actual admite: no ser catastrofista, conspiranoico, determinista, y, tal vez, en una palabra: absoluto.

-sospecho que Gomá no es nada wittgensteniano, pero termina su libro tal y como Ludwig Wittgenstein terminó su Tractatus logico-philosophicus: con una especie de paradoja que, en términos absolutos, las 250 páginas anteriores niegan: que la filosofía es insuficiente. Que necesita de otras artes para hacer realidad y dar matiz cercano y ejemplarizante a los conceptos desarrollados. Lógicamente no es una intención de epatar (aunque al lector desprevenido se le escapa una interjección o al menos un levantamiento de ceja), puesto que se apoya en la Poética recién desarrollada y en su propia trayectoria teatral como matizados ejemplos de que es lo concreto lo que materializa y hace cercano el ideal de lo universal. Aunque que bajo el Tractatus se encierra también un texto por momentos más poético y revelador que uno racional matemático…

No es el único final del libro de Gomá: su emotivo' acuérdate de ser' final, un imperativo de inspiración kantiana, es una declaración moral que alcanza toda su potencia con todo el libro recién en mente. Imposible no pensar en que es ya una obra completa, que sería escandalosamente injusto que no existiera. Universal concreto es la descripción firme y decidida de un sistema filosófico coherente y cerrado, consciente probablemente de sus ahora mínimos flecos (la propia existencia del libro revela que el autor piensa su obra y vuelve sobre ella para cerrarla), pero desarrollado con una convicción apabullante, en un lenguaje rico y elegante, de prosa intensa y ágil, y como es su deseo, profundamente literaria. El libro no tiene bibliografía ni notas al pie, aunque contiene citas, que, en consonancia con la idea de Gomá de no hacer filosofía de lectura de libros y exposición de pensamiento de otros, no son excesivas. Como decía más arriba, su opción no es la puramente narrativa o dramática más clara en la tetralogía y cada uno de sus volúmenes. Pero la descripción del sistema contiene varias aproximaciones históricas, con apasionadas definiciones de época (primer y segundo clasicismo, primera y segunda modernidad) y con sus evoluciones en cada caso de la concepción del universal o del yo, o de la organización política, o de la cultura y el arte, que en sí apelan al lector 'genéticamente' preparado para el progreso de un relato. Cabe preguntarse hasta qué punto Universal concreto es más disfrutable por quien ha leído sobre todo la tetralogía. Yo creo que sí, pero no gozo de la experiencia contraria. Y una pregunta aún mayor que sólo el autor puede responder: ¿Universal concreto habría existido sin el proceso de creación, publicación exposición, discusión y crecimiento que ha tenido la tetralogía? Yo diría que no. Que la casa está mejor preparada cuando ya has tenido otra antes.

Porque ahora que la casa está terminada, es momento de enseñarla.

Javier Gomá, en foto de Wikipedia


 

6 de octubre de 2022

El sucio secreto



Un elemento interesante de la Tetralogía de la ejemplaridad de Javier Gomá (reseñada ampliamente en este blog y cuyas entradas se recogen todas juntas en este tweet) es la ausencia completa de experiencias personales del autor en el desarrollo de todo el texto. Tampoco hay ejemplos concretos de experiencias vivenciales de otras personas o colectivos, aunque sí acontecimientos históricos y referencias a personajes pasados. Pero, tras la Tetralogía, Gomá publicó un volumen de obras dramatúrgicas, Un hombre de cincuenta años, compuesto por tres piezas tituladas Inconsolable, Quiero cansarme contigo o el peligro de las buenas compañías, y Las lágrimas de Jerjes. Cada una tiene un formato distinto avanzado en el índice (monólogo dramático, comedia moral y tragedia, respectivamente) y se pueden leer de manera independiente. Pero hay un nexo común: el protagonista de las piezas es un hombre alrededor de los cincuenta años de edad que ha perdido a su padre, asunto que es central en la primera obra, importante en la tercera, y colateral en la segunda. A esta pérdida y su influjo en la vida de un hijo de esa edad Gomá la denomina el sucio secreto, como si la vida estuviera esperando a cumplir una edad para revelar al individuo con la debida crudeza su destino real en el momento en que ya existe suficiente experiencia adulta para saber que no hay más remedio que afrontar dicho destino, pero aún se dispone de aceptables nivel físico e intelectual. Es, por supuesto, una generalización de edades y géneros, pero Gomá habla ahora sí de experiencias individuales, muy concretamente, de su experiencia personal. No obstante, muchas, muchas personas alrededor de los cincuenta lo entiendan (entendamos) bien.


Gomá leyendo el monólogo Inconsolable

Bueno: Inconsolable entra de lleno en esto y es pura y personalmente experiencial: es la catarata de sensaciones tras la muerte de su propio padre, repentina en realidad a pesar de sus 85 años. La muerte del padre, también su ausencia, es un asunto cultural recurrente; en el caso de Gomá la emoción especial que desprende el texto, que toma la forma de monólogo (que se ha representado con Fernando Cayo, pero del que el propio Gomá tiene una lectura grabada, que personalmente encuentro más emotiva), deviene de la comparación de los conceptos abstractos de quien ha teorizado de continuo sobre el final de la vida, la corrupción del cuerpo y la posibilidad de una esperanza, con la plasmación concreta en la propia persona de su padre de toda su teoría, para descubrir que no existe consuelo alguno y que por delante espera un duelo ritual insoportable. Palabras grandes como la dignidad de una vida bella que debe juzgarse tras ser completada quedan truncadas por los sentimientos individuales. La esperanza, a la que dedicó probablemente las páginas más emotivas de toda la Tetralogía en Necesario pero imposible, queda negada: el concepto no sirve para soportar el dolor y el lenguaje quiebra en el intento de acercarse al sufriente.


El peligro de las buenas compañías, con Fernando Cayo y Miriam Montilla

El registro es totalmente distinto en Quiero cansarme contigo o el peligro de las buenas compañías, que aborda de manera directa en formato de comedia el aspecto antipático de la ejemplaridad, hasta el punto de que donde el título dice buenas bien pudiera decir ejemplares. Mediante diversos enredos familiares, laborales y personales con ambientación y personajes contemporáneos, la obra es una contestación al concepto de ejemplaridad desarrollado especialmente en Ejemplaridad pública al llevar dicho concepto a una realidad práctica: un cuñado que sea literalmente un dechado de virtudes en todos los ámbitos, públicos y privados, ante el cual palidece cualquier intento -que acaba en ridículo- de imitación supone, para el protagonista, Tristán, una continuidad de reproches exteriores y una rabia humana interior poco edificante. Gomá maneja los malentendidos con desenvoltura, y los momentos graves con ligereza, en un sainete inteligente donde el drama de Tristán, ahogado en la ejemplaridad asfixiante de su cuñado, consigue salir airoso con naturalidad. En El peligro de las buenas compañías (que es el título escogido para la obra teatral finalmente estrenada), la ejemplaridad queda reflejada como un concepto cuando menos de ejecución ambigua.


Esquilo

Gomá completa esta autonegación de su obra filosófica de manera más sutil en Las lágrimas de Jerjes. La pieza está más alejada de lo experiencial y lo contemporáneo, y especula con la potencial mentira del relato de los héroes atenienses en la batalla de Salamina, cuya victoria se debió, según la obra, no a la audacia griega sino más bien a la melancolía en que estaba sumido Jerjes entre el recuerdo de su padre y la sensación de inutilidad de sus actos. En esta pieza hay una negación del relato histórico de los antiguos en favor del sentimiento personal de quien no debe tenerlos, el más poderoso de los hombres. La incertidumbre se asoma a la imitación de los héroes, fundamento de la épica griega, ya que su ejemplo puede no ser real, y, aun así, haberse imprimido la leyenda. ¿Cómo podemos así estar seguros de ejercer una imitación adecuada? ¿El estable universo premoderno es acaso falso desde su origen? Las lágrimas de Jerjes adopta forma de teatro griego para permitirse contestar (homenajeando) al mismísimo Esquilo, y ejecuta transiciones y diálogos entre escenas muy bien resueltas, terminando de manera espectacularmente sentida. Es una pieza construida con gran precisión en la que sentimiento y concepto se fusionan particularmente bien, y la he disfrutado especialmente. No es ajeno a ello las reflexiones casuales que contiene:

Muchos signos indican que empieza el otoño. Estación suave y próspera como ninguna. Lo que perdemos en flores lo ganamos en frutos. Como ocurre con la vejez.

Gomá teoriza en el prólogo de Un hombre de cincuenta años sobre las diferencias entre los géneros filosófico y teatral, aunque sus obras en ambos géneros hablan de los mismos temas. Lo filosófico es clarificador de conceptos, iluminador, racional, apolíneo. Lo teatral concreta los conceptos en personajes reales (o verosímiles) de emociones complejas e incluso oscuras, es misterioso y dionisíaco. Sin duda este ánimo recorre las tres piezas y es un criterio lúcido sobre la capacidad del teatro para mostrar lo más sutil de la realidad. Pero para entender la evolución del autor desde la Tetralogía filosófica a la Trilogía teatral es conveniente traer a estas líneas finales factores hasta ahora no considerados: el humor y la ironía, capacidades humanas que Gomá practica en su vida pública (pues es notorio en sus conferencias y también en sus artículos periodísticos y sus redes sociales) pero que no existe como capa de escritura en la Tetralogía. ¿Está Gomá parodiándose a sí mismo? No, pues la trilogía teatral no imita realmente el texto anterior, más bien lo pone en práctica. ¿Es tal vez una sátira de las ideas de esperanza, ejemplaridad e imitación? No es claro: dos piezas son escritos de cierta severidad y no tienen intención de ridiculización de las ideas, aunque el tercero sí parece criticar con cierto escarnio al personaje contumaz prototipo de ejemplaridad suprema.

Tal vez Gomá se permite en la trilogía la ironía debido a la severidad de la tradición filosófica, y como forma de aplicar una cierta ligereza práctica o concreta a los conceptos universales. Hablar constantemente de estos últimos parece elevar no sin presuntuosidad a la filosofía como disciplina e incluso como género literario, pues la trascendencia de dichos conceptos, la importancia dada a sus resoluciones, y la relevancia que pueden adquirir al aplicarse al comportamiento de los hombres, dejan escaso lugar a la distensión que la escala individual necesita. Así, raro es el pensador en la historia de la filosofía que aplique humor e ironía en sus escritos. La Tetralogía de la ejemplaridad ha tenido en las obras dramáticas de Un hombre de cincuenta años la posibilidad de ser enmendada -al menos parcialmente- por el propio autor, que ha decidido dejar constancia de que pensar y vivir no coinciden necesariamente.

Javier Gomá (vía El País)


27 de abril de 2022

Hacia una ejemplaridad pública (y IV)

 


Produce una cierta alegría terminar satisfactoriamente experiencias literarias de largo recorrido, como es el caso de la Tetralogía de la Ejemplaridad de Javier Gomá, que acaba con este volumen titulado Necesario pero imposible. Han sido tres años de cierto impacto e incluso tensión, dado que la obra tiene construcción de clímax narrativos, tanto dentro de cada volumen como en su generalidad. Pero, the deed is done, queda completar el comentario de una aventura que empezó con esta firma:

Una dedicatoria

 Al terminar la lectura de Ejemplaridad pública parecía lógico preguntarse por una metodología para pasar del molde de la ejemplaridad individual al de la ejemplaridad colectiva, con los riesgos y las restricciones que han explicado el repaso a la historia del pensamiento (Imitación y experiencia) y el estudio de las relaciones entre vida privada y vida pública en sus diferentes estadios que suponen Aquiles en el gineceo y Ejemplaridad pública. Nada indicaba cómo iba el autor a responder a esta demanda; Necesario pero imposible responde a ello, pero el título advierte (¡imposible!) que la respuesta puede ser frustrante, algo que en realidad el lector atento podía haber supuesto. Pero, ay amá, el viaje es apasionante.

 

Musas de Sicilia, elevemos un poco nuestro canto.
No a todos agradan las arboledas y los humildes tamarindos.
Si cantamos las selvas, sean las selvas dignas de un cónsul 
(Virgilio)

No sólo es el título; en las primeras páginas ya advierte el autor de que es el momento, tras mil páginas ya, de hablar de palabras mayores y hollar terrenos inseguros: la posteridad, a quien ya escribió la dedicatoria de uno de los volúmenes, es el objeto, pero no sólo con el sentido habitual. Se trata de superar la injusticia definitiva de la vida: la corrupción del ser, que sucede al final de la vida adulta, lo que ha venido mencionando como la definitiva victoria de la negatividad del larguísimo estado ético de la vida adulta. Esta negatividad vence incluso en aquellos casos en que el hombre ha tenido una vida bella y digna, que no siempre sucede pues no es raro que la vida sea dolor y sacrificio continuos sin que pueda uno luchar contra ello.

El libro comienza con las páginas más duras de filosofía de Gomá hasta el momento en la tetralogía. Un capítulo de severa ontología que se inicia con una frase que recuerda a Heidegger, y que se esfuerza en distinguir el ser de las cosas (los ejemplos impersonales, objeto de la ontología clásica) y el de las personas (ejemplos personales, objeto de la ética clásica). El análisis es necesario para llegar a la conclusión de que los ejemplos impersonales son categorizables, algo que es esencial para la Ciencia, ya que así las puede cuantificar, uniformizar, abstraer y predecir. Esto permite conquistar el mundo, y disfrutar de tecnología y bienestar físico. Sin embargo, los humanos no son categorizables porque su individualidad es única, y la Ciencia fracasa con frecuencia en su intento de predecirlos. Gomá dedica páginas hermosas al ejemplo de Sócrates como individuo de excepción para demostrarlo.

 

‘Muchos cambios y azares de todo género ocurren a lo largo de toda la vida, y es posible que el más pr óspero sufra grandes calamidades en su vejez, como se cuenta de Príamo en los poemas troyanos, y nadie considera feliz a quien ha sido víctima de tales percances y ha acabado miserablemente’
(Aristóteles)

Pero esta individualidad de cada persona no fue siempre tan evidente como lo es hoy. Es muy bonito (y en este caso nada severo) cómo Gomá describe las diferencias entre el antiguo Cosmos griego, cuando los dioses vivían entre nosotros, y las ideas cristianas que separan Cielo y Tierra (al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios), reflejando cómo el cristianismo encierra desde su inicio la idea de una secularización (y lo afirma Leonardo Boff en la fuente que usa Gomá), que de una manera u otra se va afirmando durante siglos con disputas enormes (la separación de poderes entre Iglesia y Estado es un reflejo, por ejemplo) hasta que llega el siglo XIX, cuando la individualidad romántica lleva a la negación aceptable de la existencia de Dios alguno. La persona se basta, la experiencia de vida es suficiente para que la vida sea completa, no hay cosmos ni cielo ni lugar donde una divinidad nos espere o nos convierta o nos subsuma. Claro que, si alguien piensa en la posteridad, tal y como es el planteamiento del libro, es lícito preguntarse si hay alguna esperanza de superación de la corrupción del final de la vida, y, sobre todo y como gran preocupación de Gomá, sobre cómo debe ser esa esperanza.

Gomá, que a pesar del tema que abraza en este volumen es un firme defensor de la contingencia, niega que nadie quiera que en realidad sea su alma la que se salve y viva eternamente. Postula que los hombres quieren y desean seguir viviendo en un cuerpo (decente a ser posible), y que los defensores de un alma inmortal y una eternidad se engañan, en parte por no saber qué piden, en parte por dejarse llevar. Confronta así con el Unamuno, con el que dialoga una buena cantidad de páginas, que exhibía un conflicto de aire similar entre la fe y la razón en su Del sentimiento trágico de la vida, pero que deseaba una inmortalidad mediante el alma. Gomá sin embargo habla de una mortalidad prorrogada, y, en el marco del estudio de la ejemplaridad, el concepto encuentra su encarnación no tan obvia en Jesús de Nazaret.

¿Pero cómo puede Gomá, un autor que ha sido puro raciocinio en las mil páginas anteriores, llegar hasta esta conclusión, se preguntará el lector, con lo que supone de contrario al pensamiento racional dominante y al materialismo actuales? Pues… A ver, con un enorme bagaje filosófico y teológico. Gomá (de nuevo recordemos el título) es consciente de que defiende un imposible, pero su defensa de la historia del cristianismo y de la figura de Jesús parte de un importante volumen de lecturas teológicas, cuyo destilado es apasionante y chocante para el mundo actual, probablemente porque es minoritario o porque ya no forma parte de las corrientes de pensamiento más implantadas. El pensamiento rompedor de Jesús para su era axial es esperable, también el conflicto del Dios compasivo pero pasivo, pero lo es menos la presentación de la ejemplaridad conflictiva del cristianismo por los teólogos de la liberación, o cómo Jesús es el primer paso para la propia eliminación de Dios (él dio el primer paso enviando a Dios a la esfera celeste y eliminó el animismo del pensamiento occidental) o el recordar la decepción de la parusía prometida que nunca llegó. Tampoco obvia a los pensadores anticristianos como Nietzsche (el cristianismo murió en la cruz) y, es demoledoramente defensor del ámbito privado de la esperanza con su distinción del Dios de la religión y del Dios de la esperanza, que es el encarnado en Jesús, que le interesa definir, que a fin de cuentas también considera un ser (que analiza, claro) y, por tanto, un ejemplo, en su caso un super-ejemplo…

‘Suponiendo , pues, que un hombre, conmovido, en parte, por lo débiles que son los tan ponderados argumentos especulativos [sobre la existencia de Dios], en parte también por alguna irregularidad que percibe en la naturaleza y en el mundo de los sentidos, se convenza de esta proposición: no hay Dios, sería, sin embargo, a sus propios ojos un hombre indigno, si por eso viniera a tener las leyes del deber por meras ilusiones sin valor que no le obligan y decidiera arrollarlas sin temor’ 
(Kant)

 No comparto -igual es más justo decir que no consigo convencerme- varios de los argumentos de Gomá en la definición del super-ejemplo de Jesús de Nazaret, pero es profundamente conmovedor su lenguaje en este punto, y alcanza un mayor sentimiento que el propio Unamuno al definir las características de su necesidad. Es consciente del imposible exigido, y diría que su descripción asume -diría que con algo de gozo- un carácter a veces defensivo, a veces ingenuo. Si todos los indicios marcan que Jesús de Nazaret era una personalidad no ordinaria, que inició un movimiento que resultó imparable para el mundo occidental a pesar de sus recursos ínfimos, y que los testimonios de la época le divinizan a pesar de todos los inconvenientes -y decepciones- que esto suponía, ¿por qué no serían posibles esos días de mortalidad prorrogada, por qué no creer -con la ingenuidad deseable pues no está a nuestro alcance salvo una intervención exterior-, con el objetivo de que sirva de ejemplo para recompensar la negatividad de la vida, aunque ninguna experiencia lo corrobore?

En las páginas más hermosas de Necesario pero imposible, Gomá recuerda a Dietrich Bonhoeffer, sacerdote ajusticiado por el nazismo apenas unos días antes del fin de la guerra, quien defendía el cristianismo arreligioso y la necesidad de seguir a Dios sin que Dios exista. El autor es en describir que una de las causas de que el individualismo romántico se haya desecho de Dios es que la religión, la forma oficial en que apela al individuo, nunca se adaptó a nuestra época (o lo intentó ya muy tarde), como sí hicieron otras disciplinas e instituciones. Comparar este argumento con el ejemplo que pide Bonhoeffer (que en su salto a la nada es auténtica angustia coherente y postromántica) hace pensar en que Dios pudo ser la escala de valores que llevara a, o apadrinara al menos, la Declaración de Derechos Humanos, una vez que el libro sagrado era ya el de la ciencia.


‘Nuestro acceso a la mayoría de edad nos lleva a un veraz reconocimiento de nuestra situación ante Dios. Dios nos hace saber que hemos de vivir como hombres que logran vivir sin Dios. El Dios que nos hace vivir en el mundo sin la hipótesis de trabajo Dios es el Dios ante el cual nos hallamos constantemente. Ante Dios y con Dios vivimos sin Dios. Dios, clavado en la cruz, permite que le echen del mundo. Dios es impotente y débil en el mundo, y precisamente sólo así está con nosotros y nos ayuda. Cristo no nos ayuda por su omnipotencia, sino por su debilidad y por sus sufrimientos’ 
(Dietrich Bonhoeffer)

La aproximación de Gomá al fenómeno inexplicable y super-deseado tiene este eje sentimental pero no olvida ni mucho menos la razón: se desliga de las religiones oficiales, fácilmente utilizables y manipuladoras para el control de los pueblos. No da el salto a interesarse en una espiritualidad laica (sospechablemente Comte no está entre sus filósofos preferidos), pero en ocasiones parece rondarla. El peso que tiene en su obra definir un ser (que es un ente, que es un ejemplo) lo impide, pero no se completa, creo, al dejar sin terminar la descripción del super-ejemplo una vez prorrogada su existencia: ¿cuándo termina su recorrido? ¿la mortalidad prorrogada se sometería a las leyes de la Ciencia, la biología y la fisiología, como sí hace el ser mientras su mortalidad es segura? Son preguntas materialistas, de una especulación ingrata, sí, probablemente innecesarias, que además carnalizan, hacen mundana, la posibilidad de la esperanza. Es obvio que Gomá está desilusionado filosóficamente con la Ciencia, aunque aplauda pragmáticamente sus resultados, pero la actitud escéptica del método científico confronta demasiado con la fuerza de la convicción ingenua o la voluntad de creer de algunos de los autores que menciona (Ernst Troeltsch o William James -sí, el hermano de Henry-) y que ya en el siglo XIX teorizaban contra el absolutismo científico. Esto es un oxímoron, porque un científico no se comporta como tal si actúa con ese tipo de arrogancia: al contrario, la Ciencia y su método son por definición humildes y su duda escéptica tampoco está alejada del interés puro (ingenuo) del conocer. 

‘Toda sociedad humana es en última instancia una congregación de hombres frente a la muerte. El poder de la religión depende, entonces, de la credibilidad de las consignas que ofrece a los hombres cuando están frente a la muerte, o, mejor dicho, cuando caminan, inevitablemente, hacia ella’ 

Así, Gomá estudia formas de inmortalidad que le ofrecen la tradición religiosa y filosófica (menciona expresamente la reviviscencia, la reencarnación o la transmigración de las almas como decepcionantes mortalidades renovadas, pero la discusión sobre la eternidad del alma y la resurrección cristiana están presentes) pero no es el objeto de su estudio especular sobre los avances de la Ciencia actual o reciente en el tema: la clonación, la creación de órganos, el revertimiento del envejecimiento celular, el posthumanismo cyborg, la robótica y la inteligencia artificial… Es comprensible que el método filosófico necesite más tiempo ante estas opciones, cuyo descarte en ocasiones en unos pocos años desconciertan al pensador que invierta en su análisis, pero resultaría apasionante ver a los estadios de vida de Kierkegaard estirar su razonamiento ante estos éxitos de una Ciencia que a veces parece inimaginable. Y no es sólo cómo afectaría esto a la dialéctica descriptiva de la vida que encierra la obra de Gomá, sino también a la definición del ser: pienso por ejemplo en la divulgación sobre microbiología que recoge Ed Yong en su obra, donde afirma que en nuestro ADN tenemos mucho genoma captado a virus y bacterias con los que hemos intercambiado material genético durante miles de años. Hoy que se usa con tanta alegría la metáfora del ADN para remarcar la identidad personal o empresarial, resulta irónico que con ello nos afirmemos en que también somos otras especies que lógicamente no tienen nuestras angustias y razonamientos, pero sin cuya participación no hay vida.

Para este lector Necesario pero imposible ha supuesto una conmoción, pues recupera lenguajes y argumentaciones que desde mi propia crisis personal juvenil no había pisado salvo excepcionalmente, como por ejemplo con Karen Armstrong, o con los poetas místicos, o la conversación entre Habermas y Ratzinger, los artículos aislados de Hans Küng (aquí mencionado entre varios teólogos de argumentación cuando menos interesante) y me ha hecho reflexionar en profundidad, ahora que con cierta edad compruebo a mi alrededor que la vuelta a las creencias religiosas no es extraña entre mis coetáneos -cosa que en el fondo es el tema de este libro-. Con Necesario pero Imposible se cierra además la Tetralogía sobre la Ejemplaridad con un recorrido que tiene todo el sentido: un libro inicial de marco conceptual y definición de la teoría, y tres libros que en realidad trazan una línea temporal por los tres estadios de la vida, el estético de Aquiles adolescente, el ético de la vida de los adultos frente a los problemas de la vida, y la imposible esperanza que no alcanzaremos, pero cuya belleza ilumina el camino para completar una vida digna. Su estupenda pirueta final es, de nuevo, obra de un narrador de primera: todo el tiempo hemos asistido a un viaje desde el animismo a la ciencia, pero al final echamos de menos el imposible, e intentamos que el raciocinio llegue a él. Evoca, en parte exige, que el viaje del mito al logos termine invocando a las musas, esas de Virgilio arriba mencionadas. La Tetralogía es una obra monumental, un libro de pensamiento maravillosamente descriptivo de la vida y que aspira a un mundo positivo y ético, pero además destila un interés narrativo y un profundo hálito poético, no sólo por sus múltiples referencias, sino por la belleza casi épica que encierra su lenguaje preciso, su intensidad razonadora, su convicción asentada en que este viaje desde la juventud a la madurez y a la preparación a la muerte requiere un determinado sentido del deber y la dignidad como sentimientos bellos y útiles para lo privado, y para lo público.

 

‘Si crees saber lo que es Dios, es que no es Dios. Nada de lo finito es infinito, ni divino, ni digno de adoración. Cuando la adoración a las realidades invisibles se proyecta sobre las visibles -personas o cosas- se incurre en idolatría. La secularización nos ha enseñado lo que no es ni puede ser Dios pretendiendo serlo y, previniéndonos así contra los ídolos, confina a Dios a su verdadero lugar, que es el de la conversión del corazón’

 

25 de agosto de 2021

Hacia una ejemplaridad pública (3)

 

El tercer ensayo de la Tetralogía de la Ejemplaridad aparenta una centralidad importante en la serie dado que su título mismo, Ejemplaridad pública, subraya el concepto central de la misma. Esa misma sensación se tiene al cerrar el libro, que es un tratado (como decían los antiguos) completo sobre la posibilidad real de una moral ejemplar en nuestros tiempos. Para llegar a ello, Gomá necesita describir cuáles son los conceptos que influyen en el comportamiento ejemplar de hoy en día, por qué se ha evolucionado a ellos desde anteriores estructuras sociales y políticas, y cómo unas y otras afectan al individuo y su posibilidad de ejemplaridad. Todo ello tiene un enfoque filosófico: no se trata de una guía de la ejemplaridad pública, sino de un edificio conceptual que también quiere definir el ser (una ontología) y su comportamiento (una moral). 

Tocqueville: “La igualdad es quizá menos elevada, pero sí más justa, y su justicia constituye su grandeza y su belleza”

Y este enfoque ‘poco moderno’ es muy atractivo, y si está escrito con la intensidad y precisión de Gomá (plenamente consciente de que hace literatura, con libros como Imitación y experiencia, o Aquiles en el gineceo, que tienen clara estructura de tipo dramático) es muy disfrutable. En primer lugar, porque se sale del canon del ensayo actual: el autor no habla de sí mismo ni se pone de ejemplo, apenas hay hechos sociopolíticos concretos utilizados como ejemplo relevante, y el autor no desea romper (infructuosamente) con la tradición del pensamiento de la que bebe, sino que se enraíza en ella para dar su propia visión, que es en concepto rupturista, pero no desea epatar mediante el formato.


Marcuse: “El campo de la necesidad, del trabajo, es un campo de ausencia de libertad porque en él la existencia humana está determinada por objetivos y funciones que no le son propios y que no permiten el libre juego de las facultades y los deseos humanos”

Para Gomá, la democracia igualitaria en que vivimos actualmente en Occidente es tanto un triunfo como una frustración. Se trata de un sistema que se sabe finito porque ha roto con todas las tradiciones seculares que gustaban de proclamar su eternidad, desde las religiones a las patrias identitarias. En su lugar, está habitada por individuos cuya libertad está consagrada por principios legales, y cuya subjetividad es inamovible. Ello lleva a que, por un lado, se sientan únicos, pero, por otro, altamente vulnerables al descubrir que su acción exclusivamente individual no les permite sobrevivir, con la frustración que eso supone a un ego ahora subrayado de continuo. Pero no es casual que este experimento (de apenas 60 años de duración en la historia de la humanidad) sea un éxito en múltiples campos, resumibles cuando menos en que nunca han existido estos repartos de bienes y riqueza, o estos niveles de salud. No obstante, lo cree frágil, fundamentalmente porque, aunque ha sustituido a Dios y a la Patria por leyes y Estado de derecho, éstos no son de momento suficientes para garantizar que la democracia sobreviva. A ésta le faltan modelos, prototipos de ejemplaridad que antes proporcionaban los poderes establecidos que negaban al individuo. A su vez, la igualdad ha traído una normalización educativa extendida al conjunto de la población, que, peculiarmente, en lugar de ser aprovechada para fines que los antiguos considerarían elevados, han creado una cultura de la vulgaridad, síntoma respetable e incluso defendible, por ineludible, del sistema, pero que dificulta la aparición de prototipos ejemplares. Cómo pasar de la cultura de la vulgaridad a la disposición de prototipos ejemplares es una lucha paralela a la que, en Aquiles en el gineceo, Gomá planteaba al respecto del proceso individual de paso del estado estético/adolescente de pureza mental y política al estado ético/maduro de compromiso y madurez ante la negatividad que devuelven la vida y la sociedad.


Nietzsche: “Vosotros, hombres superiores, ese Dios era vuestro máximo peligro. Sólo desde que él yace en la tumba habéis vuelto vosotros a resucitar’

El prototipo de ejemplaridad es un ideal individual inalcanzable plenamente, y sólo puede apreciarse en una vida completa, pero Gomá advierte que no es el perfil público el que necesariamente conforma lo ejemplar, sino que es el privado el que, con su compromiso con las obligaciones de la madurez (resumibles de manera tradicional en la fundación de un hogar y el cumplimiento de un oficio para su mantenimiento) da los indicios del prototipo, que es una tarea en progreso continuo, que debe ser consciente de la finitud del sistema y, por lo tanto, de la esencialidad del ejemplo continuado de cada uno hacia su entorno, pero que tampoco ha de ser de carácter antipático o absolutista, lo que eliminaría claramente el carácter ejemplar del prototipo.

Max Weber: “El destino de nuestro tiempo, racionalizado e intelectualizado y, sobre todo, desmitificador del mundo, es el de que precisamente los valores últimos y más sublimes han desaparecido de la vida pública”

Con este entramado, Gomá construye un nuevo viaje filosófico (más similar en su estructura al primer libro de la serie –si bien más ligero en ambición histórica- que el segundo, que trabajaba en torno a un mito reconocible) en el que he disfrutado mucho sus refutaciones a varios pensadores anteriores. Discrepa plenamente del Ortega y Gasset que también reconoce la vulgaridad igualadora de las masas pero que se lamenta de ello y sólo ve un futuro en unas élites ejemplares que deban regirlo; Gomá define ese modelo como ejemplaridad aristocrática. También discrepa de la distinción radical entre las esferas pública y privada de la vida que Hannah Arendt predica, reservando los comportamientos y vindicaciones vulgares a un ámbito privado en el que no deban considerarse apreciables ni interesantes. Hay también matices de peso para otros: Tocqueville, Weber, o Nietzsche, manejados con soltura espléndida. Me ha gustado mucho leer su proposición de inserción del nihilismo en la modernidad con el subrayado de su clasicismo en las formas (comparando el eterno retorno con la dialéctica hegeliana/marxista y a la vez con la resurrección cristiana), y, en varios pasajes, por la casualidad de haber leído hace poco Brujería y contracultura gay, he sentido que Gomá rebatía directamente la militancia animista idealizada de Arthur Evans:

La drástica desvitalización y des-animación del mundo desencadenada por la ‘distinción real’, que desmonta la unio mystica de la ontología arcaica y clásica entre el cielo y la tierra, dejaron franco el camino para el racionalismo científico positivo, y para el estudio, transformación y dominio de la naturaleza.


Habermas: “El hecho de que con el Estado social y la democracia de masas el conflicto que caracterizó a las sociedades capitalistas en la fase de su despliegue haya sido institucionalizado y con ello paralizado no significa la inmovilizacióin de toda suerte de potenciales de protesta, que surgen en otras líneas de conflicto (…) Los nuevos conflictos se desencadenan no en torno a problemas de distribución, sino en torno a cuestiones relativas a la gramática de las formas de la vida.”

Tengo de todos modos una sensación particular con el lenguaje empleado en Ejemplaridad Pública. No es un tema menor, creo, primero porque desde el primer libro Gomá habla del lenguaje como problema filosófico del siglo XX, y porque aquí lo enfatiza así en el contexto entre lo individual y lo comunitario (esencial también en definir el alcance de la libertad):

El ‘giro lingüístico’ de la filosofía en el siglo XX, el descubrimiento del carácter constitutivo y previo del lenguaje común o natural no formalizado, es una manifestación de esa vuelta a una realidad lingüística presubjetiva, sobre la que han insistido en particular la hermenéutica y últimamente el comunitarismo.  Cuando el yo autónomo piensa, lo hace usando un lenguaje y, como el lenguaje es un producto social, su pensamiento, aun el más íntimo, se expresa forzosamente con palabras prestadas, nunca propias; a través del lenguaje, pues, la sociedad se cuela hasta en los momentos de mayor autoconsciencia del yo.

Mi circunstancia es el uso por parte del autor de expresiones como vulgaridad, buenas costumbres, virtud, barbarie, buen gusto… que le obligan con frecuencia a explicar que no se trata de insultar o de reconocer costumbres conservadoras o gazmoñas. Pero los términos usados presentan también una carga moral por su propia historia de uso anterior. Cierto que Gomá usa científicamente un arsenal razonado de definiciones, y no es autor al que espere hollar el camino del lenguaje inclusivo o políticamente correcto (es más: es francamente magnífico el dominio de la terminología filosófica clásica, hasta el punto de que considero que, junto a su sentido del ritmo narrativo, le convierten en un literato de primer orden). Por ejemplo:

No ha sabido destacarse hasta ahora hasta qué punto la vulgaridad ambiente es el final de un largo y costoso proceso de refinamiento ético colectivo, de un nuevo humanismo, en suma, que se toma en serio y lleva a sus últimas consecuencias la universalización de los derechos de la subjetividad a todo ser humano.

Pero, será prejuicio de activista o de postmoderno, no dejo de preguntarme si estos términos no ayudan precisamente a una lectura simplificada de sus ideas, por parte de la vulgaridad mayoritaria, bajo el paraguas de lo que el mismo autor llama la ejemplaridad antipática. A esa sensación contribuye una lucha soterrada que aprecio entre los logros de nuestra época escéptica y relativista, finita y cientifista, y cierta nostalgia de la seguridad de un mundo de valores fácilmente diagnosticables, a pesar de las mayores desigualdad e injusticia que suponían (¿podría entenderse como un añorar la adolescencia, siguiendo la analogía de este análisis con el del anterior libro?). Este punto nostálgico se revela con más pasión en un punto determinado: la visión del arte moderno, al que Gomá recibe con una breve invectiva (espléndidamente escrita y divertida, por otro lado) sobre los males que el individualismo centrado en la experiencia y el ego estéticos han impuesto en la expresión artística, que temo necesitaría más desarrollo y análisis profundo, porque, aunque tiene su reflejo no cuestionable en la realidad, me resulta difícil compartirla de manera general ante el infinitamente diverso universo artístico actual.

En fin, el prototipo de ejemplaridad y su actuación están definidos. El ciudadano ejerce ejemplo incluso sin querer, y que sea positivo resulta en su interés y el de su descendencia y especie. De la existencia de prototipos depende el futuro de la experimental democracia actual como sistema, ya que está sometida a la asunción propia de que puede desaparecer ya que no la sustenta ningún valor eterno, y porque es nacida de un nihilismo entre cuyas vertientes las hay que la desacreditan sistemáticamente. Gomá parece confiar en que existirá este grupo de ciudadanos ejemplares (nunca élites, sino recrecidos de su vulgaridad asumida) que construirá los valores del futuro de la democracia, apelando sin entrar en ello a una especie de comunidad de ejemplaridades. Pero, ¿cómo pasar de la ejemplaridad del prototipo al valor social o comunitario respetado o imitable por el grupo? ¿Cuál es la metodología? No es, al menos solo, la educación (pues su normalización lleva a la vulgarización, y además tiene límites ya expuestos en Aquiles en el gineceo), tampoco es una red conexa de prototipos (que inocularía un gen de elitismo), y la existencia de ejemplos concretos y discretos en círculos de influencia reducidos se antoja azarosa. ¿Quizá en Necesario pero imposible, el último volumen de la tetralogía? La aventura sigue; veremos… De momento, Ejemplaridad pública explica de manera impecable la realidad política, enlazándola con el ser moderno y su moral, describiendo sus peligros profundos y las causas últimas de nuestra situación… ¡sin mencionar la actualidad! Eso es no ya inaudito, es grandioso.


 Javier Gomá (vía)