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14 de mayo de 2011

La función pública



Lo confieso, nunca he leído a Tolstoi. Sé la asignatura pendiente que es esto, y por supuesto conozco su peso (y el de sus obras) en la literatura mundial. Pero entre los grandes rusos, siempre caí en las garras del ‘pobre Fedia’, el existencialista, desgarrado, y oscuro Dostoievsky, y no en las del moral, concienciado y naturalista Lev Tolstoi. Pero… entre un amigo que gusta de la literatura rusa (casi tanto como de su ajedrez), el estreno el año pasado de una película sobre los últimos días de Tolstoi, el año ruso-español que vivimos, y el mismo recién superado centenario de su muerte, decidí empezar por un volumen pequeñito, antes de afrontar, con meses o tal vez años, la lectura de uno de sus textos mayores.

Lev 'Christopher Plummer' Tolstoi y su mujer 'Helen Mirren' Sofya, holgando
Desafortunadamente, La muerte de Ivan Ilich no me ha gustado. Poniendo el libro en su contexto, un pequeño relato publicado diez años más tarde que Ana Karenina, veo el libro como una obra moral y ejemplarizante, en forma de confesión de un funcionario moribundo, que viéndose joven e injustamente maltratado por la enfermedad, reniega de su vida futil e hipócrita, de sus banales relaciones personales y familiares, y de su vida profesional malgastada en un medrar continuado. Supongo que Tolstoi avanzaba ya a pasos forzados hacia sus ideas pacifistas, y en el libro le interesa denunciar un sistema judicial y funcionarial corrupto, que desprecia al ciudadano (como el médico al paciente, dice Ivan Ilich), y advertir que los que viven y alimentan el sistema se pudren desde su interior, orgánicamente. Con Ivan Ilich y el tumor que le acecha vemos el gran estado ruso y lo que le habría de acontecer.
La obra no ofrece más. Como escritor del XIX que habla de funcionarios, uno siente la tentación de la comparación con Galdós y sus muchos trabajadores de los ministerios que pueblan su Madrid de la misma época. Pero Tolstoi presenta en este libro un formato más retórico, un tanto superado, y construcción y desarrollo son esquemáticos y limitados, no aguantaría una comparación con el (también escaso) Don Benito que conozco. No mereciendo Tolstoi que tenga este recuerdo de él, debo prometer seguir intentando sus obras más reconocidas. De momento, prefiero recomendarles La última estación, la película que mencionaba más arriba, no porque sea excelente sino porque lo que cuenta es interesantísimo; entre otras cosas descubrirán si no lo conocen el apasionante mundo de los escritores que se ven obligados a ceder sus derechos de autor al mundo. ¿Un tema pasado de moda? Pues…
Tolstoi, vía Vidasfamosas. Lo que impresionan estos rusos barbudos de mirada intensa.