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28 de mayo de 2016

Goodbye, Jane


Con Northanger Abbey termino la lectura de las seis novelas de Jane Austen, un proyecto que ha durado más de lo debido, completado nada menos que en 13 años, leyendo todas las novelas en el fácil inglés clásico de la autora, y disfrutando de cada una de sus seis más diferentes de lo esperado heroínas, como Emma Woodhouse o Fanny Price, en un mundo de obligaciones y limitaciones. Estas heroínas inauguran su literatura desde la primera frase de su primera novela, precisamente ésta:

No one who had ever seen Catherine Morland in her infancy would have supposed her born to be an heroine
Otra frase histórica del libro hace mención a la ciudad por excelencia de las novelas de Jane Austen, Bath. Es una frase además que en la propia ciudad de Bath se lee de continuo en paredes, folletos, lugares turísticos, etc… Es casi obligado, porque dice nada menos que

Oh! Who could ever be tired of Bath?
Es la propia Catherine Morland la que lo dice, con cierto entusiasmo, pero el sentido de las primeras 160 páginas de esta novela revelan precisamente lo contrario. Austen, dicen, no soportaba demasiado la opulenta y frívola sociedad georgiana que disfrutaba de las aguas, los bailes y el teatro en Bath. Catherine es seguramente la más joven e inocente de las protagonistas austenianas, vive fascinada por el nuevo mundo que descubre cuando se traslada desde el campo a pasar seis semanas en casa de unos amigos de sus padres, pero tampoco se le escapa la superficialidad de personas obsesionadas sólo por la apariencia y la figuración.

Cuando hace un año leí Emma, tuve un pequeño arrebato y decidí conocer por fin Bath el verano pasado. Estuve allí tres días, que son más que suficientes para ver la ciudad varias veces e incluso cansarse de Bath. Compré el ejemplar de Northanger Abbey en la propia casa de Jane Austen en Gay Street (sí, justo ese nombre), donde te aclaraban que en realidad es una casa museo separada unos pocos números de la auténtica en que vivió. Ella vivió en cuatro casas distintas y dejó así para el futuro turístico la posibilidad de hacer rondas austenianas por la ciudad. Ha sido por eso más disfrutable la ambientación que en los anteriores casos, porque los lugares que Austen menciona en la novela se reconocen fácil

Pulteney Bridge y Pulteney Street

El Royal Crescent

Los salones de baile

Los baños y termas romanas no se mencionan, curiosamente. No estaban aún excavados, si mal no recuerdo. La Pump Room, que no dejaba de ser un salón de baile donde sí se bebían las aguas de las fuentes termales, es un lugar habitual de la novela

Northanger Abbey es una historia de amor juvenil y fresca pero probablemente la menos trascendente de las suyas. Es en cierto modo un borrador sencillo y disfrutable de historias de más complejidad, que aquí se observan en algunos personajes secundarios, con los temas que luego Austen desarrollará más (la necesidad del matrimonio para medrar, las parejas cruzadas de hermanos, las cuestiones de rentas y dotes, y todo ese feminismo primigenio que anuncia una novela de heroínas). Austen resuelve de manera bastante directa el conflicto de la pareja principal (una Morland y un Tilney) y olvida a varios de los secundarios de las páginas de Bath (otro Morland, y los hermanos Thorpe), cuando llega a la abadía de Northanger, donde Catherine ha sido invitada por los hermanos Tilney.

Pero existe un punto muy interesante en esta primera novela: la propia mirada presente de la autora dando juicio sobre su heroína y sobre el arte de novelar. Ya la primera frase nos introduce sutilmente en ese camino reflexivo, que se subraya varias veces y adquiriendo importancia en la trama. Primero porque la controversia sobre los efectos de la lectura de novelas en las mujeres está presente en los juegos de acercamiento de Catherine, quien por inexperiencia habla de sus gustos novelescos; que dichos efectos son perjudiciales es una acusación que se generaliza entre todos los hombres de la trama (excepto, por supuesto, uno de ellos). Y segundo porque la estimulación de la fantasía que genera la novela gótica que lee de continuo Catherine está cerca de destrozar su inocente seducción. El doble juego hacia el poder de la creación literaria es un contraste excelente y sutil sobre un arte que empezaba a afianzarse, y del que Jane Austen dejaría para la posteridad La abadía de Northanger, Persuasión, Sentido y sensibilidad, Orgullo y prejuicio, Emma, y Mansfield Park. ¡Gracias, Miss Austen!

Will we ever meet again? (Imagen de Jane Austen vía)




18 de julio de 2015

La casa de madera


Ya en una entrada anterior sobre mi previa lectura de Jane Austen (sólo me falta La abadía de Northanger) intenté entender la eterna cuestión del análisis de su literatura desde perspectivas feministas. Me pregunto ahora si es posible deshacerse de este asunto al hablar de Emma, en la que su protagonista, una joven de altos rango y renta, actúa como una alcahueta interesada que intenta crear matrimonios según criterios personales, manipulando sentimientos de los amigos que le rodean, hiriendo a otros –bien que sin proponérselo aunque obviamente juegue con fuego-, influyendo con conocimiento de causa en aspectos esenciales de la vida de los demás, y –perdón por el spoiler, pero lo voy a hacer porque es banal descubrir que el libro termina así- sucumbiendo ella misma a la fuerza del casamiento a pesar de haber proclamado su soltería vocacional. Parece bastante difícil no hablar del tema, claro.

Gwyneth Paltrow fue Emma en la versión cinematográfica más conocida de la novela. Austen no me parece una autora que haya tenido fortuna con las numerosas adaptaciones de sus novelas

Emma es un personaje de evolución extraordinariamente interesante envuelto en una trama un tanto larga y algo excesiva, aunque cerrada como el estupendo mecano de sentimientos aparentemente banales de un grupo encerrado en una comunidad rural, pero repleto de ágiles y didácticas lecturas sociales que siempre conllevan, con humor e ironía, las novelas de Austen. Emma apenas tiene veintiún años, y su concepto elevado de sí misma y su aparente seguridad en el conocimiento de las relaciones son impostados; la trama se dedica a desmontarlos de continuo, haciendo que sus intentonas casamenteras resulten en terribles fracasos, por su falta de observación objetiva y de conocimiento social real. Su desprecio de clase es también frecuente, especialmente cuando el argumento le permite criticar las uniones matrimoniales que le disgustan; pero si es al revés, se convierte en firme defensora del derecho de la mujer preparada a mejorar su vida. Preparada según los criterios de Emma Woodhouse, por supuesto. No obstante, tampoco es una persona vocacionalmente malvada o estúpida, está dispuesta a replantearse su comportamiento cuando los acontecimientos se imponen, o cuando se lo reprochan razonadamente, y acaba entendiendo que no domina los resortes completos del juego social.

Pero es probablemente la protagonista menos agradable que recuerdo entre las heroínas austenianas: su corazón es menos puro, o, tal vez, menos amable, y se percibe un cierto egoísmo que trasciende la posición social, y que no es superado por el tono de comedia romántica austeniano. Me pregunto hasta qué punto existe un dibujo más marcado de la propia Austen en el personaje de Emma que en otros mejor parados de todas sus novelas. Jane Austen comparte con Emma Woodhouse su deseo de no casarse nunca (algo que no es caso único en sus novelas), pero sobre todo su afán en construir parejas e historias y en definir personajes a su antojo a su alrededor. Si realmente Emma Woodhouse es un espejo de la autora más importante que el de otros libros, definido por este carácter literario y creador, tal vez Austen comprendió escribiendo Emma que vivía en un mundo cuyo conocimiento verdadero se le escapaba a pesar de conocer bien sus detalles factuales, lo que le otorgaría un grado de sincera lucidez a esta obra dentro del conjunto de escritos de esta autora admirable.

Jane Austen (vía)

Con esta entrada se han ofrecido 200 banquetes a la tropa. Gracias por estar ahí!


16 de enero de 2010

Jane Ambigüity

Al leer a Jane Austen hemos partido todos de una autora victoriana, más bien meapilas, beatona y tradicional, una aburrida rollera y romántica que asume el papel de la mujer a la sombra de un marido, que razonaba con justificación el sistema de dotes y rentas propio del antiguo régimen; que, en una palabra, perpetuaba el falocentrismo a mayor gloria de un hombre (el inglés) que ostentaba un imperio económico, político y sexual.

Al terminar con ella sin embargo hemos llegado a una precursora del feminismo en sus heroínas protagonistas, que con su formación humanitaria comprenden mejor que los hombre la condición humana y buscan con mayor ética y ternura una pasión verdadera en que vivir una vida con la que sentirse plenas. Son mujeres que asumiendo el mundo en que viven lo subvierten internamente y sin revoluciones, impidiendo la injusticia social y pautando un rechazo sutil del modelo masculino del poder absoluto ¿O tal vez, a la larga, fomentándolo a base de ‘sutilezas’?

¿Cómo ha sucedido esto, en cualquier caso?

No lo sé. Asumiendo que este cambio de punto de vista trasciende el interés puramente literario o artístico, entiendo que el feminismo, considerado también como fenómeno psicológico subconsciente que todos hemos interiorizado en nuestra época, ha cambiado de interpretación, o ha ampliado el punto de vista, comprendiendo más a mujeres de otra época (también a determinadas lecturas de la época actual), sin categorizarlas desde una perspectiva histórica actual y por ello injusta.
Mansfield Park es la cuarta novela que leo de Jane Austen, de las seis que escribió. Cada novela de Jane Austen leída, la última novela de Jane Austen que leo en cualquier caso, se convierte para mí siempre en su mejor libro. Quedan borrados los anteriores, incluso los personajes. Tras Mansfield Park ya no recuerdo a Mr. Darcy, o a Anne Elliot. Ahora todo es Fanny Price ingeniandóselas para rechazar las atenciones (y los dineros) del solícito Mr. Crawford, y obtener en cambio las de su querido primo y futuro clérigo Edmund Bertram mientras se esfuerza por adaptarse a la alta sociedad de la familia de sus primos una vez que estos la escogen para eludir el arroyo de su propia familia, debido a un ‘mal casamiento’ de su madre. Todo ello sin mencionar los consabido escarceos e intereses matrimoniales, inmobiliarios y económicos de la situación. Por lo que recuerdo, Fanny Price viene a ser el personaje austeniano más ‘puro’, el que pobre, sin educación y sin aspiraciones sigue siempre el dictado de un corazón limpio y una cabeza lúcida; temerosa siempre de personajes aparentemente más poderosos (en inteligencia, en posición, en dinero, en aptitudes sociales) que ella, las convicciones de Fanny rompen los muros que los tres personajes masculinos principales construyen a su alrededor. Todo ello sucede con la gloriosa sintaxis austeniana, llena de intenciones y aparentes dobles sentidos, y dentro de una estructura férrea, legible como folletín decimonónico en un santiamén.

¿Pero hay o no hay un feminismo austeniano? Esas convicciones de Fanny Price… ¿no son tal vez pensamientos reaccionarios por moralistas? ¿O son justas consideraciones al aplicar una categoría moral sin fisuras? Las relaciones en la época de Jane Austen eran sin duda retorcidas e injustas hacia la mujer, pero, mira por donde, este pensamiento aparente es especialmente contestado en Lady Susan, el relato epistolar que conseguí en colección un tanto infame de un diario de amplia tirada, y que abre esta entrada.

Lady Susan muestra que Jane Austen ha leído Las amistades peligrosas de Choderlos de Laclos. Es una novela epistolar con un personaje femenino central sorprendentemente (en Austen) casquivano y libertario. Susan Vernon es una viuda alegre que después de seducir al novio de su hija para impedir el matrimonio inminente –e inadecuado- de ésta, se ve obligada tras el múltiple escándalo a refugiarse en casa de su hermano. Susan no duda en usar sus encantos con los hombres, en describirlo y explicitarlo así en sus cartas a su amiga íntima, y Austen la entiende y la ve positivamente. Susan Vernon debe sobrevivir en un mundo de hombres, y en su situación, para asegurar su bienestar y el de su hija, Austen la bendice dándole una palabra sin censurar que además no es sojuzgada. La lástima de este relato es su sensación de haber pretendido ser una novela inacabada, en la que después de 70 páginas de cartas cruzadas aparece un último capítulo narrativo a modo de epílogo explicativo y frustrante. Austen suele introducir cartas en sus novelas, como es lógico dado que se trataba de un modo esencial de comunicación en su época, pero demuestra que el formato se le adapta bien a su maestría habitual. No sé, eso sí, si será un texto fácil de encontrar.

Una no muy alegre Jane Austen, via Abebooks