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26 de marzo de 2012

Un cineasta ético

En 2003, la Seminci vallisoletana homenajeó a Costa Gavras. El grupo de amigos que solíamos reunirnos allí durante el primer fin de semana del festival llegamos el viernes, cenamos unas estupendas tablas en el antiguo Mesón de San Pedro Regalado, y nos metimos a los cines Casablanca a ver la mítica Z, una película sobre la investigación del asesinato de un diputado griego antes del golpe de los coroneles. No sé si Z se encuentra fácilmente en la web, pero nunca fue film fácil de ver: censurado en muchos países, estrenado tardíamente y poco programado en televisión, tiene aura mítica y de culto, y dio fama mundial (¡y 2 premios Oscar!) a Costa Gavras. Y para mi sorpresa, el cine político que esperaba ver en Z venía acompañado de un excelente sentido de la acción (lo cual supongo explica en parte su éxito en EE.UU.) y un sentido del humor paródico y caricaturesco que al parecer era lo que más molestaba a sus futuros censores, y que, por grotesco que pareciera, Costa Gavras afirma haber siempre documentado su cercanía a la realidad.

Costa Gavras (vía)

De traidores y héroes. El cine de Costa Gavras es el libro editado con ocasión de la retrospectiva de Costa Gavras en la 48ª edición de la Seminci, y ha estado más de ocho años en mis estanterías. Cubre casi toda su obra (sólo faltan Arcadia y Eden à l’Ouest, estrenadas después de 2003). Introduce las constantes del cine de Costa Gavras y las reacciones históricas que supuso, repasa sus películas y el proceso de cada una –que, dados sus temas, es en ocasiones algo apasionante-, e incluye una larga y completa entrevista con el director.


Costa Gavras parece un cineasta de una coherencia inaudita. Interesado por casi todos los conflictos políticos de la segunda mitad del siglo XX, ha usado personajes reales y ficticios para la denuncia del ejercicio del poder frente a la libertad del individuo. De su Grecia natal (Z) a la connivencia de Pío XII con los nazis (Amen.) pasando por los crímenes del estalinismo (La confesión), el fascismo de los supremacistas norteamericanos (El sendero de la traición), el conflicto palestino-israelí (Hanna K.), los desaparecidos del régimen de Pinochet (Missing), el colaboracionismo francés en la IIGM (Sección Especial), la presencia de nazis en EE.UU. (La caja de música), etc…


Su cine es asumidamente político, muy documentado –nunca le han ganado una querella de las varias que ha tenido-, pero muy entretenido, con un sentido del thriller muy criticado en los 70, tan exigentes ellos con las ideologías y sus purezas. Obviamente criticado por todas partes, resulta sorprendente que haya continuado su carrera en estas premisas (necesarias), aunque el público esté probablemente en otra onda. Pero si uno piensa en su sentido de la oportunidad, ese preproducir, rodar y estrenar cuando el conflicto aún está caliente, en que sin embargo parece anticiparse su resolución (la caída del muro, el fin de las dictaduras del cono sur, el atentado de Oklahoma), con sentido de la construcción del personaje (el individuo es esencial para Costa Gavras y sin él no hay film por interesante que sea el conflicto), puede entenderse que el señor no pase de moda, aunque obviamente tenga mejores resultados cinematográficos según los casos.

Todo ello se recoge en el libro comentado con más fortuna que mi resumen. Mi recomendación, en cualquier caso, es no perderse las películas de un director cuyo ejemplo, de momento, no tiene continuidad.

Esteve Riambau (vía)

21 de septiembre de 2010

Los (falsos) bailes de Marte


En los 25 años que llevamos sin Orson Welles, y más específicamente en los 10 ó 15 aún creativos que le podrían haber quedado de no morir a unos prematuros 70 años (para cualquiera que hubiese llevado una vida menos agitada que la suya), ¿cuántos proyectos megalómanos no podrían haberse concebido por el genio incontenible y desatado de Welles? ¿Cuántas películas inacabadas más habría añadido a su leyenda de proscrito de Hollywood, cuántos países más habría tenido que pisar buscando financiación, qué más anuncios radiofónicos o qué papeles ya de iracundo abuelo le habrían ofrecido (en la tele, supongo) y hubiera aceptado en busca de dinero para terminar, por ejemplo, The Other Side of the Wind?
Especular es posible dado el carácter de mito y leyenda de Orson Welles. De él se escriben biografías al uso y estrictamente cinematográficas (recomiendo la de Esteve Riambau, El espectáculo sin límites, imagino que no fácilmente accesible), se le representa en teatro (lo hace Josep María Pou en una obra crepuscular que presenta un Welles mastodóntico y espectacularmente expansivo, acorde con la visión de artista descomunal, pero fallida en encontrar la tragedia interior ahogada entre datos cinéfilos y espejos nostálgicos, y cuyo autor es precisamente Esteve Riambau), y las revistas especializadas no le olvidan y periódicamente recuperan estudios sobre él y su obra.


Frente a toda esta memorabilia, yo quiero recomendar este librito sobre la obra que le dio impulso casi definitivo en su camino hacia la gloria artística a Orson Welles: su adaptación para la radio y representación de La guerra de los mundos, el clásico de la ciencia ficción escrito por H.G. Wells. Atención al título del libro: El guión radiofónico de ‘La invasión desde Marte’ sobre la novela ‘La guerra de los mundos’ de H. G. Wells por Orson Welles y el Mercury Theatre con un estudio de H. Cantril sobre la psicología del pánico y una introducción de Julián Jiménez Heffernan. Es largo porque en efecto tiene las tres partes de las que habla. El ensayo Los papeles del marciano está escrito por el editor del volumen, y es bastante prescindible, y es de agradecer que se note en las 4 ó 5 primeras páginas: se trata de una colección de ‘momentos’ de Marte –el dios, el planeta- y los marcianos –los alienígenas, los extraños- en la cultura occidental, pero su ingenio es escaso.


La segunda parte es el guión del programa de radio que asustó a tanto norteamericano aquella noche del 30 de octubre de 1938. Hoy la red permite conocer el talento de los actores del Mercury Theatre que lo interpretaron –Welles entre ellos-, pero independientemente de su talento, el guión es inteligente y puede entenderse bien el terror que generó. Utilizando hábilmente las interrupciones periodísticas de un programa musical con noticias urgentes, y con un ritmo que consigue en apenas 1 hora condensar la llegada de los marcianos, la destrucción inicial que causan en el campo, su llegada a Nueva York, y su derrota final, además de añadir una introducción y un intermedio que anunciaban el carácter ficticio del programa.

Hoy estamos muy curtidos frente a la posibilidad de engaño por parte de los medios, con el objetivo que sea y en todo tipo de soportes o formatos. Casi puede decirse que el fake mediático es un género en sí mismo, y el correo electrónico e Internet lo han llevado tan lejos que incluso puede considerarse agotado (a mí al menos ya no me parece ni divertido ni metafórico, y confieso que, en efecto, también lo he practicado). Pero... ¿y en 1938?. El falso documental en que este programa podría encuadrarse era algo desconocido en 1938. Por seriales que hubiera en la radio y por avezados oyentes que fueran los norteamericanos de la época (y a Dianne Wiest esto le costó un novio), la audacia wellesiana es pionera e inimaginable.


La tercera parte del libro es un interesante ensayo psicológico que recoge los resultados de encuestas que se hicieron a varias personas que en algún momento de la transmisión creyeron que podría tratarse de un noticiero verdadero y sobre su reacción posterior (comprobarlo, asustarse, darse cuenta o no de la ficción, expandir el pánico, buscar a los seres queridos…), y sobre las causas de ese comportamiento crédulo. El número de entrevistas es escaso, y las conclusiones parecen un tanto obvias. Desconozco cuándo fue escrito, el volumen no lo dice y el autor murió en 1968, pero se aleja conscientemente de teorías conductistas y presenta algunos datos explicativos sobre qué contribuyó a la reacción de pánico: un escaso espírito crítico debido en gran parte pero no sólo a la formación escasa, la inseguridad vital debida en gran parte pero no sólo a las dificultades económicas, las creencias religiosas debidas en parte a una mala aplicación de las mismas en busca de la llegada del Armageddon, o el momento de sintonización del programa y el entorno en que se produjo (las barreras críticas se debilitan si no se ha oído el programa desde el principio y se empieza a hacer empujado por otro oyente aterrorizado). La lectura del estudio se sigue bien y es académicamente enriquecedora. Pasa también por el análisis del momento histórico (el clima prebñelico, el desastre económico aun arrastrado desde la Gran Depresión), y tal vez pueda reprocharse el número de entrevistas y la obviedad de las conclusiones; pero, por otro lado, su rigor científico con los datos disponibles sobre un fenómeno singular, y su objetividad analítica son encomiables.

A H.G. Wells (vía gutenberg.org) no le dio tiempo a conocer las versiones cinematográficas de su novela, pero dio su 'visto bueno' a la radiofónica de Welles