Mostrando entradas con la etiqueta Pier Paolo Pasolini. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Pier Paolo Pasolini. Mostrar todas las entradas

28 de noviembre de 2024

Pasolini dramas

 



Era apetecible hacerse con esta edición de las obras de Teatro escritas por Pier Paolo Pasolini, que incluye sus seis piezas (Calderón, Fabulación, Pílades, Pocilga, Orgía, Bestia de estilo), el Manifiesto para un nuevo teatro, y un prólogo analítico de Mario Colleoni. Ni son obras fáciles de ver en representación, ni realmente recuerdo haberlas visto anteriormente editadas en texto.

Pasolini es una figura contradictoria (‘oxímoron viviente’, le llama Colleoni), diría que se acerca a lo ciclotímico, y que, por encontrar otro calificativo adecuado en el prólogo, 'tiende al derramamiento'. Colleoni explica lúcidamente cómo Pasolini se acercó a la dramaturgia, y al cine, sin conocimientos técnicos previos, con desparpajo y valentía, digamos. En lo que discrepo con el prologuista es en los resultados de esta aproximación. A él le parecen portentosos, porque trajo un 'diálogo real' a sus creaciones en esas artes, una conversación con las personas y unas ganas de vivir que son características que han alentado las obras más grandes de la historia de la cultura. Pero esto es más cuestionable en Pasolini de lo que parece, diría.

El cine de Pasolini -que he visto casi entero- suele tener severos problemas de continuidad en la narración, que no se solucionan en su montaje. Se le nota falta de práctica (o conocimiento) en cinematografía, que se traduce en cierto desaliño interno de sus films. Estos se salvan por lo profundamente original y lo impactante de sus propuestas estéticas y conceptuales, y diría que tiene películas muy felices e inspiradas (mis preferidas serían dos películas tan extremadamente diferentes como El Evangelio según Mateo y Saló o los 120 días de Sodoma), pero no son raros los momentos suspendidos o deslavazados, con la cámara/mirada puesta de cualquier modo. Mi impresión es que esto procede de lo que comenta Colleoni.

Puede que con el teatro le suceda lo mismo. Su necesidad de separarse de las tradiciones (sea la más culta, la más burguesa, o la más crítica) lleva a escenas de diálogos crípticos, acumuladas más que en continuidad o al menos yuxtaposición, sumadas a extrañas unidades temporales... Como no es sorprendente en él, por momentos la plasmación de ideas es de una viveza extrema, pero, probablemente, su cultura inabarcable y su visión crítica radical y sin fisuras resultan a menudo oscuras en significados finales. Siempre está presente la subversión de la burguesía, y siempre asoma la degradación o la violencia, una escisión inmensa de su visión de la representación con una vida posible. Representarlo es problemático porque se acerca a la exposición de una violencia psicológica inusitada y poco habitual.

En realidad, creo que este 'derramamiento' de Pier Paolo Pasolini es una pena, pues ciertamente siento que tal vez los esfuerzos concentrados le habrían permitido un crecimiento sublime en alguna de estas artes. Probablemente le era inevitable. Todas estas obras son cortas pero exigentes. Instaladas en la parábola, con nulos apuntes de representación, su puesta en escena será determinante. Yo salí muy a disgusto de una Orgía en el Teatro Arriaga, de una violencia casi insoportable, incluso contraria a la dignidad personal. Supongo que tanto Pasolini como el director de la obra, Calixto Bieito, lo buscaban así. Mi consuelo es recordar que alentaba un humanismo que recuerdo bien en algunas de sus películas, y que algunos personajes estaban atravesados por una ternura (o un ideal) que, en su teatro, siempre trágico, no he llegado a ver.


Pier Paolo Pasolini (vía)


8 de febrero de 2016

Teorema


Hace un par de años la película de Roberto Castón, Los tontos y los estúpidos, que pasó con poca gloria por las carteleras a pesar de sus muchos valores, me recordó –y el director se encargaba de subrayarlo en los coloquios- el viejo film de Pier Paolo Pasolini, Teorema, donde un joven y subyugante Terence Stamp seducía uno a uno a los miembros de una familia burguesa del norte de Italia, incluida la criada, para sumirlos en la desesperación cuando repentinamente desaparece. Los tontos y los estúpidos seguía esta trama en líneas generales (más para sus estúpidos que para sus tontos), aunque su escenografía se acercaba a la teatral deudora especialmente de Vanja en la calle 42 más que a la representación parabólica que Pasolini empezaba a adoptar tras dejar el neorrealismo.


Lo que no sabía es que Pasolini escribió una novela con la misma trama de su película mientras precisamente la rodaba. No es un diario de rodaje, no es un guión, ni tampoco una introspección alucinada como la de Werner Herzog. Teorema, el libro, es una obra muy curiosa: una novela que reflexiona su propia condición de artefacto narrativo desde el principio, evidenciando que se narra una historia intencionalmente, que la intención de la misma es desenmascarar y ridiculizar la estúpida vida burguesa de la institución familiar, y que el visitante que era Terence Stamp en pantalla no es sino una construcción teórica aunque carnal, más que un personaje real. No es que a cada uno de ellos le falte su propio lenguaje: en la novela Pasolini presenta cada personaje con capítulo propio, con una descripción física, moral y de clase, cercana al discurso pero tan enlazada en intención que resulta fluida; en la película los actores y su estilo denuncian su afectación, pero a la vez Pasolini encuadra con frecuencia la enterpierna de Stamp como motor de la acción.


Novela y película datan de 1968. Recuerdo la película como más provocadora que lo que me ha parecido la novela, en la que el contenido de los episodios homosexuales es eso, contenido (en comparación con las heterosexuales), mientras que en pantalla el impacto resulta mayor. La portada de esta edición del libro, ese expectante David de Miguel Ángel, es de lo más adecuada por su metáfora estética y política. En ambas encuentro sin embargo la misma gran diferencia entre las dos partes de la historia. Mientras en la primera, el joven seductor inocula el virus de la belleza libre en los personajes vulgares y adocenados de la familia del industrial milanés, en la segunda cada personaje es incapaz de recuperarse tras su partida. Las parábolas se disparan, se pierde también la unidad de espacio, y el relato, aunque no se difumina, deja un tanto los caminos del placer para entrar de lleno en los de la intelectualidad. Es curioso, porque en los del placer la reflexión y la ironía están presentes. En los segundos existe sarcasmo, lo que parece un atisbo de venganza, y cierta exasperación que no alcanza sólo a los personajes, sino también al propio ritmo, premioso y alargado.

Más reflexiones sobre Pasolini aquí.


Pier Paolo Pasolini (vía)

14 de agosto de 2010

Ante todo hemos perdido a un poeta...


A veces, la vida de Pier Paolo Pasolini parece sesgada y sólo interpretable por el último hecho de la misma, su asesinato, cuya sombra se extiende dando significado no sólo a su vida, sino también a su obra, ambas de por sí vastas. Pocas veces me ha convencido la obra de esta figura mítica –más allá de Saló y de El evangelio según San Mateo-, y por ello su muerte, que en noviembre de 2010 hará 35 años, siempre me supone preguntas: ¿Son la imagen y el destino de Pasolini más convincentes que su obra? Si hubiera sobrevivido, ¿estaría ahora pasado de moda? ¿Sería, en estos tiempos oscuros que él siempre previó, un viejo comunista a la manera bufa de Fo o a la manera arisca de Saramago?

El caso Pasolini. Crónica de un asesinato es un brillante comic de Gianluca Maconi, que utiliza el reportaje –no a la manera de Joe Sacco- y la poética para intentar comprender los sucesos del 1 de noviembre de 1975. La trama pasa por los sucesos estrictamente narrativos: la entrevista con el periodista, la cena con su joven amigo Ninetto Davoli, y su encuentro con el chapero Giuseppe Pelosi, que termina en un asesinato poco claro que dio lugar a juicios e investigaciones cuestionados. Pasolini era una figura con vocación polémica y controvertida, en una Italia especialmente confusa. Pero el poder de su polémica residía en la lucidez de sus ideas y la base intelectual en que las apoyaba. Que hombre, política y arte no podían disociarse en su visión parece claro. Y en esa última entrevista inacabada recogida en ‘El caso Pasolini’ su luz no dejó de alumbrar. Ideas como que la educación basada en la posesión nos convierte a la vez en víctimas y en verdugos, o que la muerte viene a ser la sala de montaje de la vida, no sólo resultaban premonitorias de su avatar o del devenir social, sino que daban idea de su potencial en los diferentes campos.


Pero su camino no se realizaba sin dudas. Leído tantos años después de escrito, el también inacabado poema Who is me. Poeta de las cenizas, se revela como una autobiografía en poema que relata su vida, explicando las razones de algunos de sus cambios (como que hacerse cineasta fue una manera de huir de Italia, ya que anteriormente sólo se expresaba como poeta y necesitaba la lengua que irremediablemente le unía a Italia, mientras que el lenguaje del cine es universal), pero que en cierto modo se recrea en la persecución continua que sufrió a causa del compromiso público con sus opiniones y modos de vida. Una persecución que como hombre concreto es desde luego, comprensible, y que sometía a persona sensible como él a tensiones profundas que intentaba resolver con una coherencia colosal.

Tal vez los años han cambiado la perspectiva y han cansado incluso a los enemigos, que ahora seguramente no se centrarían en una figura única así. Pero El caso Pasolini es un gran libro, en el que desde la portada Pasolini ya se sacrifica a los tigres que le rodeaban en aras de un pesimismo existencial. Su comunismo es a la vez humanista (y busca la sencillez de la vida) y filosófico/intelectual, impregnando su vida y sus opiniones de trascendencia que hoy, con las ideologías muertas, resultaría inaceptable por pedante/elevada para una opinión pública a la vez más formada y embrutecida. Y el cómic utiliza informes periodísticos, judiciales, las noticias, el discurso de Moravia en el funeral, y hasta los propios proyectos personales de Pier Paolo Pasolini (su película nunca rodada sobre la India) para, si no explicar, sí al menos sentir intensamente el momento.