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5 de junio de 2023

Sin un cielo protector


Mimoun es la primera novela de Rafael Chirbes, y es mi segunda lectura del autor, tras París-Austerlitz, que es su obra póstuma y que podemos considerar última, aunque estuviera escribiéndola desde 1996 hasta 2015, de acuerdo a su nota final en esa novela. Ambos libros tienen un claro parecido, se diría que Chirbes hubiera buscado cerrar un círculo de manera consciente, con obras de otro estilo, tema y tipo de protagonista en el centro de su carrera, aquellas que le dieron fama y premios como Crematorio o En la orilla, sobre todo.

Mimoun se publicó en 1989 y también tiene tintes autobiográficos. Como su protagonista, Chirbes fue un profesor español durante una breve estancia en Marruecos. Manuel, que así se llama el protagonista, se instala en Mimoun, un pueblo junto a Fez, en cuya universidad imparte clases dos días a la semana, y quiere aprovechar el resto del tiempo para escribir. Pero, en realidad, Manuel es un personaje extrañado, definición probablemente aplicable a todos los demás, marroquíes, españoles y algún francés, que pasan por estas páginas. Ese extrañamiento empieza en el párrafo inicial, con la lluvia, inimaginablemente continua y persistente e inesperada en Marruecos, gracias a cuya sensitiva descripción Chirbes nos introduce directamente en un universo sensorial y moral diferente:

El viento se ensañaba con las ramas de los árboles, y las ramas de los árboles, al moverse, torturaban mi imaginación.

Inicialmente, Manuel se aloja con otro español, Francisco, en una casa alejada del pueblo en una colina junto a un morabito, pero que está maldita por la muerte terrible de un inquilino anterior. Francisco y Manuel no congenian. Manuel comienza a frecuentar bares y beber. Conoce algunos marroquíes con los que se emborracha y a veces se acuesta y se va de putas. Se va de la casa. Nunca escribe. Sigue lloviendo. Se ve más o menos secuestrado por uno de sus marroquíes, que se morrea y masturba con él pero que por las noches encierra a Manuel mientras se acuesta con su mujer. Un vecino de Francisco se suicida. Un policía obsesivo e irónico parece comenzar a perseguir a Manuel, que sigue viviendo entre la bebida, el sexo y el extrañamiento.

Mimoun está narrada en castellano en primera persona, pero mantiene en francés todos los diálogos de los personajes que usan este idioma y hablan con Manuel. Es un francés simple que se lee casi siempre sin problema, pero contribuye a mayor desapego del lector. Chirbes parece tener hacia su protagonista (sospechablemente hacia sí mismo) cierto anhelo destructivo. Por supuesto no se cae bien, entiende que no hace bien las cosas, pero el entorno -tal vez como excusa- parece superarle y se confunde con cierto misterio nada exótico: un paisaje destrozado, el alcohol que le obnubila, el sexo que parece practicar desinhibido, pero siempre carente de un mínimo afecto o ternura. La desolación permanente en que Manuel se encuentra es resultado de todo ello, y la fisicidad con que se transmite es inmensa: las frases cortas y lacerantes, los continuados adjetivos de carácter destructivo (embarradas, intransitables, enfermas, etc…) y unas relaciones ásperas, marcadas por la necesidad comprensible en los marroquíes, pues su extrañamiento de origen es hijo de la pobreza y el probable placer en el desconcierto del colono. La incomprensión mutua no acaba nunca. Aquí nadie hace nada lógico, nadie entiende nada, y todos actúan como si una fuerza telúrica superior les dirigiera azarosamente.

Sin duda en estos parámetros el libro está muy bien conseguido y cerrado, en su brevedad y contundencia. Se acerca en ello a París-Austerlitz (parece indudable que el personaje principal es el mismo hombre), aunque su novela de madurez se centra en una relación y su reflexión de dominio, amor y virus. Esto en Mimoun está más compartido, es coral.

Lo que desde luego no se atisba en Mimoun es ninguna visión cultural elitista de las historias de occidentales en Marruecos, sean Paul Bowles, Truman Capote, o los mismos Joe Orton y William S. Burroughs, en general recluidos en Tánger, espacio mítico y multicultural, donde idealizar y exotizar un espacio y población empobrecidos debía ser ‘colonialmente’ sencillo. En Mimoun, en Chirbes, eso no existe, a cambio de un realismo sucio algo tenebrista, impregnado de fluidos y olores y actos concretos, y trufado de tragedia y sueños inexplicables, si bien siempre se puede rascar un inevitable eurocentrismo en la incapacidad de penetrar en las psicologías locales. No es fácil tampoco entender a Manuel en su paso por Mimoun: la transición de su motivación inicial a la autodestrucción a la que se encamina es mínima, arrastrado por la asfixia del entorno, tan bien conseguida.

Rafael Chirbes (foto de Wikipedia)



19 de abril de 2016

La soledad del enamorado


Austerlitz (además del título de un buen libro de W.G. Sebald, y, por supuesto, una batalla napoleónica) es la estación de París de la que salen y a la que llegan los trenes de España. A esa estación llegaría algún día el protagonista de esta novela, a finales de los ochenta o principio de los noventa probablemente, un joven homosexual de buena familia que desea románticamente hacerse pintor, pero también romper con la presión familiar en Madrid. Este protagonista sin nombre, años después, recuerda que su fracaso le llevó a ser acogido en casa de un maduro obrero normando, Michel, que, treinta años mayor y de clase social más baja, le aloja en su estrecha habitación durante unos meses. Recuerda la historia de amor y pasión de esos breves meses, interrumpida porque el joven consigue mínimamente prosperar y prefiere tener una habitación propia, y, sobre todo, Michel contrae el mal (que, como el protagonista, tampoco se menciona con su nombre en la novela).

Estación de Austerlitz en París (vía)

Es difícil alrededor de este libro despojarse de un carácter literario tópico, pero supongo que es necesario mencionarlo: París-Austerlitz es la novela póstuma de Rafael Chirbes, un autor del que leo mi primer libro, aunque curiosamente he regalado algún que otro ejemplar de En la orilla, novela que junto a Crematorio (de la que hubo serie de TV), figuran como crónicas imprescindibles de los años de fiesta de corrupción y burbujas inmobiliarias que ha vivido España, y que le han dado fama al autor. Dicen las reseñas que el estilo es diferente, que Chirbes llevaba veinte años escribiendo París-Austerlitz, y que la novela tiene referencias autobiográficas; su localización coincide con años que Chirbes pasó en París. La novela es corta, 150 páginas, pero está finalizada (su alucinado párrafo final no deja lugar a dudas).

Me gustaría interpretar esta historia en los varios niveles que tiene, varios de los cuales son apuntes bien integrados en su núcleo central, que es el recuerdo de la pasión cercenado por la enfermedad. El tema, publicado y escrito en 2016, resulta algo anticuado en cuanto a la desgraciada vivencia del SIDA en los ochenta, lo cual obviamente no invalida el posible testimonio, pero, en un tiempo en que el encaje del VIH en la sociedad ha cambiado, la percepción parece un salto atrás. No es un libro de denuncia, puesto que Michel tiene su mayor integración en su barrio y en su fábrica por obrero. Pero la relación desmonta todos los tópicos: la diferencia de edad, la diferencia de clases (con la inversión económica en el momento justo del protagonista), el gusto de Michel por los inmigrantes… El canon aún sigue diciendo que esto no puede salir bien, como si nos sumáramos no con alegría pero sí con resignación al fracaso de lo poco normativo.

En Chemsex, el documental sobre la vida actual de comunidades gays en Londres, algunos hombres prefieren estar contagiados del VIH para poder tener relaciones sin prejuicios con parejas desconocidas posiblemente también infectadas

En el retrato de la tormenta de sentimientos del protagonista encuentra especialmente Chirbes sus mejores momentos. El significado de la posesión homosexual –acompañémosle el dominio de clase social-, de la imagen espejo en una pareja de hombres, y la degradación de la carne acompañada de la degradación del amor y de la solidaridad, se describen con excelentes imágenes de amargura mortuoria, espero que más debida a la coherencia del estilo que a la cercanía de la propia muerte del autor (aunque será imposible saberlo), y al menos a mí me han transmitido una profunda visión de la soledad en que se encuentra, sin pensarlo, el enamorado. La continuidad en los tiempos de la novela es ágil, las claves de la historia se conocen desde un principio, y, no dejando de ser un tema trillado, la novela resulta impactante y novedosa. No, no tiene escenas eróticas, y, como único comentario complicado, destacaría que no tiene demasiado sentido el uso del francés en las frases sueltas de Michel en que se emplea, aunque a un joven español le resulte imposible no utilizarlas. Literariamente, claro.

Rafael Chirbes, fotografiado por Mikel Ponce (vía)