16 de marzo de 2009

Sexo y plagio

El cuerpo de Jonah Boyd, la última novela publicada en castellano de David Leavitt, es su particular La ley del silencio. David Leavitt viene a justificar el plagio como Kazan podría hacerlo con la delación en su película, a través de un personaje vapuleado y cuya actuación Kazan presenta comprensible como el de Terry Malloy y su convincente ingenuidad. Supongo que el ‘plagio’ viene a parecer un crimen menor frente a la ‘delación’, aunque se nos presenten justificados, o, por decirlo de manera más oficial, legalizados a la luz de los acontecimientos que rodean a sus ejecutores en las dos obras. Eso sí, Kazan era un cineasta hablando de delatar a compañeros por sus ideas, mientras que Leavitt es un escritor hablando de copiar a compañeros, de escribir a fin de cuentas. Es decir, como escritor, debe tener convenientemente sacralizada su actividad y el plagio debiera suponer un crimen gordo.

Yo he tenido algo con David Leavitt. Lo que muchos de mi generación a los que les gustara reconocerse en la literatura: una revelación de identidad sexual normalizadora. El Lenguaje perdido de las grúas o Baile en familia fueron libros publicados también en la época en que se estrenó Maurice, y todos ellos eran… ¡referentes serios! ¡¡bien ejecutados!! ¡¡¡sensibles!!! Incluían un sexo no demasiado explícito pero sí realista (que, por supuesto, suponían onanismo obligado en un lector postadolescente), pero yo las veía como obras pioneras, únicas, me separaban de visiones socialmente aterradoras, o de los griteríos de locazas que yo pensaba que existían sólo para ridiculizar al homosexual.

Cierto es que yo no conocía la obra de Edmund White, la de Jean Genet, o la incipiente de nuestro patrio Luis Antonio de Villena. Pero a todos ellos Leavitt añadía una pátina de cotidianeidad sin ñoñería, hija de la incipiente visibilidad en Nueva York o San Francisco, y menos refugiada en los personajes singulares, o en el atractivo del sexo descarnado y morboso de los muelles de Brest. A Fassbinder le había visto poco, pero eso de la visibilidad social como tal no le importaba al germano. Tampoco entendía la petardez que me parecía que envolvía la moral hedonista de Almodóvar. Y lo pienso todo y me digo: ¡claro que Leavitt era fundacional! Su presentación era normalizadora, cuando esto en literatura era todavía escaso o francamente incomprensible. O, lo que suele ser peor en arte, aparentemente adocenada o burguesa frente a modelos de libertad absoluta en las formas que no encuentran interés artístico alguno en un vulgar reconocimiento social de sus personajes por pertenecer estos a una minoría.

David Leavitt: ¿literatura para hombres?


Y David Leavitt construyó su carrera en ese espacio, en el que aparecieron muchos más competidores a la búsqueda de un mercado incipientemente consumidor. Yo seguí su carrera, que tuvo su curioso clímax en Mientras Inglaterra duerme, cuando fue acusado de, precisamente, plagiar una autobiografía. Por resumirla, era una especie de mezcla de las novelas de Alan Hollinghurst (sobre todo La biblioteca de la piscina) y de la película de Ken Loach Tierra y libertad, en la que un escritor británico acaba siguiendo a su amante despechado que ha venido a España a luchar en las Brigadas Internacionales. Ese escritor existió realmente y escribió un libro sobre sus peripecias, pero Leavitt no mencionaba nada… La brillante carrera de Leavitt sufrió un vuelco, pero supo aprovechar el revés que le supuso. Perdió inspiración en Junto al pianista, con tópicos en esta ocasión poco inspirados como el ambiente mediterráneo, las relaciones entre madres e hijos (y eso que las madres de Leavitt siempre fueron espléndidas en sus relatos iniciales, como cuando las presentaba como la única fuerza de la naturaleza capaz de salir a la calle para intentar concienciar a la sociedad ultraconservadora del reaganismo de la necesidad de prevenir el SIDA, una tarea tan ardua e imposible que sólo las madres serían capaz de emprender), y las relaciones entre artistas de distintas edades. Ventura Pons hizo una película igual de insípida que la novela. Sin embargo, ya en los relatos de Arkansas, en los que un profesor defenestrado de literatura escribe los trabajos de los alumnos de la facultad a cambio de sexo, se veía claro que el universo del plagio iba a ser un motivo creativo del que sacar mucha literatura.

Y ahí llegamos hasta Jonah Boyd. Por primera vez, la homosexualidad no es central en la historia ni en la definición de los personajes, aunque se atisbe un momento de lesbianismo entre dos de ellos. Tal y como en aquella estupenda película de Elia Kazan (On the waterfront se titulaba en inglés, un título menos explícito pero en cierto modo más inquietante), David Leavitt construye una peripecia alrededor de la secretaria de un psiquiatra a la que las cicunstancias ofrecen primero amantes, luego marido, y, finalmente, un manuscrito inesperado de un escritor despistado y desaparecido. El cuerpo de Jonah Boyd es una novela muy bien construida y cerrada, con manejo estupendo del tiempo y del clímax, y en la que la ausencia de homosexuales permite probablemente una menor implicación personal del autor en la psicología de los personajes a favor de un thriller literario compensado. Su imposible final irónico (tal vez lo más discutible de la función, aunque sin duda hace reír mucho) lanza incluso una sombra cálida sobre su anterior literatura de nuevas familias y relaciones en las sociedades occidentales modernas.

Así, David Leavitt parece tras Jonah Boyd un escritor militante modificado por una pasión mayor que la orientación sexual que tuvo toda su obra. ¿Sucede porque ha madurado, o porque la literatura –plagiaria o no- se le ha convertido en mayor patria que la sexualidad? La respuesta puede estar en su último libro, que todavía debe publicarse entre nosotros.

6 comentarios:

  1. Muchas gracias a todos por los comentarios entusiastas de la entrada anterior, que en verdad me animan mucho. He apuntado (Ismael) el libro mencionado, que creo que ya había oído comentar en algún lado por ser un periodista de La Vanguardia (o similar) el autor, y ciertamente (Mac), El libro de Rachel es una obra estupenda que ya metió a Amis entre los autores premiados ya que ganó un premio de literatura para primeras novelas. Ya sabe que los británicos cuidan mucho su literatura (tal vez algo que tenga que ver con su cultura dominante) y dan premios serios...

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  2. 'El lenguaje perdido de las grúas', 'Baile en familia' y, sobre todo, 'Mientras Inglaterra duerme' fueron mis primeras aproximaciones a la literatura de Leavitt y me ayudaron (creo, a unos cuantos años vista) a forjar mi identidad sexual.
    Lo has explicado muy bien, Goio, me ha encantado la exposición. En Leavitt encontré algo que no veía en los otros artistas que has mencionado. Tal vez una apariencia de 'normalidad' o debería decir de 'normalización'.

    Por cierto, no sé muy bien por qué (pero, quien haya leído este libro podrá adivinarlo), me ha venido a la mente 'El corredor de fondo' de Patricia Warren, una novela cuyo estilo y personajes beben, en cierta forma y a mi entender, de las fuentes de Leavitt.

    Muak!

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  3. Estaba pensando que puede que sea al revés, es decir, que Leavitt beba de la fuentes de Warren. Habría que cotejar fechas, ambientes...

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  4. Yo ya te lo dije muchas veces: el que me marcó fue "Martin Bauman". Tanto me ha marcado que he visto muchos paralelismos en mi forma de actuar, aunque claro, yo no soy ni la mitad de puta que Leavitt...

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  5. Pues a mi leyendo esto se me ha hecho la picha un lio...

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  6. Felicidades por el interesante análisis y por el blog en general, no lo conocía y lo he leído por encima (es que algunos post pecan de laaaargos) pero si se tiene tiempo merece la pena leerte hasta el final. Respecto a David Leavitt, he leído casi todo de él y me parece que The Indian Clerk es de lo mejorcito que ha escrito: es perfectamente maduro, diría yo. Un saludo!

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