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28 de agosto de 2015

El fantasma y la señora Hartke


Mi segunda experiencia con Don De Lillo no me ha resultado tan satisfactoria como fue Cosmópolis, pero ahora me pregunto si tal vez me fue más fácil entrar en un libro en el que un director de potencia cinematográfica muy desarrollada como David Cronenberg ya había hecho el esfuerzo de poner en imágenes con brillantez una trama onírica y surreal de un autor literario de personalidad muy marcada (algo que por otro lado no es la primera vez que Cronenberg conseguía). Me resisto a caer en un juicio así porque sí creo que Cosmópolis tiene una ambición más definida y un interés social y político obvios más desarrollados que The Body Artist, que presenta una historia íntima y pequeña a la que las lecturas generales que la crítica realizó en su día le van en mi opinión un poco grandes.

En la historia, una artista que realiza performances y cuyo marido ha muerto empieza a escuchar ruidos en la casa que compartía la pareja, hasta encontrar perdido en el desván a un niño –o tal vez un hombre pequeño- ausente capaz de reproducir diálogos completos que marido y mujer sostuvieron en el pasado. Este niño, cuya presencia la mujer acepta y con el que intenta establecer relación, es tal vez un fantasma del alma del marido, es tal vez una proyección de la mujer, o tal vez un fenómeno cercano a la reencarnación. El niño a veces responde o a veces no, y causa una gran desazón en el alma de la mujer, que no sabe cómo actuar ni qué pensar.

De Lillo es concreto en la trama, pero algo seco en la definición de los personajes, criaturas que creo que requerían un cariño mayor por parte de su autor. Probablemente sea buscado, tal vez porque la pareja protagonista parece pertenecer a círculos culturales impostados –algo en cierto modo deducible en el metafórico título- cuya relación entre sí e incluso con su casa resulta fingida. Pero a pesar de que el relato apenas supera las cien páginas, el flujo de los acontecimientos y el estilo no acaban de emocionar e incluso parece buscar hacerse moroso, tal vez deseando ausentarse de los géneros a que apela o buscando un enigma parabólico que dé trascendencia a lo que el propio texto no alcanza. Hay estupendos apuntes, claro, entre los que destaca la ruptura formal escogida para la muerte del marido, y su paralelismo periodístico con el penúltimo capítulo del libro. Pero son constructos que aunque inspirados no por influyen vida en el conjunto de esta historia, en la que hay algunos ecos clásicos (¿Henry James?) y modernos (¿Jonathan Glazer?).


Don De Lillo (vía)

31 de julio de 2012

El dinero ha perdido sus cualidades narrativas



¡Don DeLillo! ¡Mi primer Don DeLillo! Sinceramente, he leído la novela porque David Cronenberg ha basado su última película en ella. La película se ha estrenado en el Festival de Cannes y tiene reseñas enfrentadas (lo cual es estupendo, por supuesto). DeLillo tiene fama de autor primordial y en la cumbre de las letras norteamericanas. También de retratista acerado de la postmodernidad, y, por lo que veo en Cosmópolis, de forma merecida.


Cosmópolis es la odisea absurda de Eric Packer, joven millonario inversor que decide un buen día ir a cortarse el pelo al otro extremo de Nueva York en su limusina proustificada. En su coche va siguiendo la cotización del yen, en el que está invirtiendo fuertemente a pesar de su descenso continuado en el mercado de divisas, mientras diferentes episodios entre lo lisérgico y lo onírico se suceden: de una visita inesperada a su amante a sus conversaciones con su directora de estrategia, pasando por una manifestación antiglobalización en la ciudad.

En la tradición judeocristiana el corte de pelo acaba simbólicamente con la fuerza del macho (vía)

DeLillo dibuja el caos obvio de la modernidad en un tono libre y despegado de la crónica realista; en su experiencia en este libro no aparecen las drogas o el alcohol como motor de acción o conocimiento (aunque pensar en Burroughs o Thompson como influencias es posible). Estos motores son el puro desmán (y avaricia) socioeconómico en un entorno incomprensible para los personajes que lo habitan, y el sexo, siempre de satisfacción exclusivamente inmediata y paradigma de la falta de placer en el mundo, aunque esto no sea presentado como drama ya que tampoco hay tiempo para ello.

Frente a un narrador más desatado como Palahniuk (no sé si mirarme el ver al bueno de Chuck por todas partes), de cuya influencia sobre Cosmópolis (2003) es lícito dudar ya que para cuando apareció Fight Club (1996) DeLillo ya llevaba mucho tiempo en la literatura, Cosmópolis se centra en la peripecia aparentemente única de un personaje central que vive con intensidad un desorden físico y mental asociado a estructuras que fueron creadas por individuos que ahora no las entienden. Para Packer no hay salida, sino un destino claro ya desde el primer tercio del libro, que avanza extrañando al protagonista tanto como al lector, retorciendo el hilo argumental y rompiendo la continuidad. No es por ello una lectura sencilla, pues apela con facilidad al subconsciente con que también podemos interpretar el mundo, y propone al lector una dimensión en la lectura distinta a una narración convencional.

Quiero hoy destacar dos textos, dado el sentido que adquieren en el contexto en que estamos. En el primero, Packer habla con su ideóloga, que es crítica con el sistema. En el segundo, la juzga. Lo hace lanzando un dardo a los movimientos antiglobalización, cuyo paralelismo en esta década serían los indignados. Al leerlo, dan ganas de repensar mucho.

-Queremos pensar en el arte de hacer dinero –dijo ella. Estaba sentada en el asiento de atrás, el suyo, el sillón del fondo. Él la miró y siguió a la espera
-Los griegos tienen un término para designarlo.
Siguió esperando
-Crematística –dijo ella-. Pero es un término al que debemos dar cierto margen, adaptarlo a la situación actual. Porque el dinero ha dado un vuelco. Toda la riqueza ha pasado a ser riqueza por y para sí. No existe otra clase de riqueza si de veras es inmensa. El dinero ha perdido sus cualidades narrativas, tal como le sucediera a la pintura hace ya tiempo. El dinero habla sólo para sí mismo.

-La cultura del mercado es total. Genera a esos hombres y mujeres. Son necesarios para el sistema que desprecian. Lo dotan de energía y concreción. El impulso que los mueve pertenece al mercado. Son producto de cambio en los distintos mercados del mundo. Por eso mismo existen, para refortalecer y perpetuar el sistema.

Don DeLillo, fotografiado por Shoona Valeska (vía)