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20 de diciembre de 2010

El gran salto



Construir una novela de obsesiones literarias a partir de la repetición de tres o cuatro lugares comunes es un ejercicio de desfachatez que sólo puede resolverse con gran maestría. Enrique Vila-Matas en Dublinesca la alcanza por momentos, gracias a esa capacidad metaliteraria para la asociación de imágenes y palabras. Pero, también es cierto, que debe controlar el tamaño de sus ‘juguetes’, para que el juego no aburra. De todo hay en Dublinesca, la historia de Riba, un editor jubilado que cree ser el último editor puro de la que denomina ‘galaxia Gutenberg’, a la que quiere simbólicamente enterrar en un Bloomsday a celebrar con varios amigos editores en Dublín. La galaxia Gutenberg es un feliz término acuñado por Marshall McLuhan que hoy en día da nombre a una editorial barcelonesa vinculada al Círculo de Lectores.



Siempre te encuentras con gente a la que no te esperas para nada

Al anochecer siempre queremos tener a alguien cerca
¡Nada importante se hizo sin entusiasmo!

Estas tres frases son los principales lugares comunes que VM repite y reparte en la historia de Riba (tan aplicables a la psicología personal como a la gestión de recursos humanos de una empresa). El escritor despliega su consabido juego de referencias, pero el resultado, con usar mimbres parecidos, es mucho menos fresco que en París no se acaba nunca. Curiosamente, Riba (que admite en un momento de la novela que no quiere ser protagonista de episodios novelescos), repite de continuo la necesidad de dar un ‘salto inglés’, pasar de la literatura francesa a la anglosajona, de Rimbaud y Proust a Joyce y Beckett, del París de Duras y Hemingway al Dublín de Wilde y Stoker. El mismo salto que obviamente da VM de París no se acaba nunca a Dublinesca tal vez sufra por varios motivos. Las peripecias nostálgicas del joven de París no son tan sostenibles en comedia como el crepúsculo de un editor símbolo de tiempos a punto de olvidarse. También parece que VM ‘respeta’ o, incluso, le produce más extrañamiento la severidad religiosa y existencial de los grandes autores irlandeses frente a la cercanía paródica que le suponen los autores franceses y su deliciosa impostura. Tampoco las épocas de cada novela son las mismas, de los esperanzados sesenta a esta década desencantada… Finalmente, el propio VM busca un tono sombrío, pues la lluvia constante y el perseguido ambiente apocalíptico no cesan en la historia, con su parábola obvia permanente a lo largo del texto. Así, un libro que empieza fascinante en sus previsiones y pretensiones, consigue ponerse algo pesado al llegar a su clímax en Dublín, con su largo Bloomsday y su epílogo vacacional; la lectura, no obstante, puede seguirse como si el lector estuviera en un baile de fantasmas que habitan en la mente de Riba, y dejarse fluir los sentidos en un curioso duermevela. El registro de VM es el habitual: literario, autorreferencial, y homenajeador de héroes literarios a través de la ironía. VM ha hecho un arte de sus lecturas y su ‘aprendizaje’ literario, pero no siempre le sale perfecto.

Enrique Vila-Matas, en foto de su propia website



21 de noviembre de 2010

El peor París de nuestras vidas


Con entusiasmo he leído París no se acaba nunca, de Enrique Vila-Matas, y con sorpresa he recibido ese entusiasmo después de que hace años me disgustara Bartleby y compañía (el cual, a pesar de su original idea y su anecdotario fructuoso, me pareció flojo en la construcción de situaciones y en el diseño del personaje central). Pero no tengo ánimo de comprobar mediante relectura si la interacción con aquel libro fue fallida por culpa mía, del libro, o del momento en que lo leí. Ambos libros comparten un elemento común principal: giran alrededor del mundo intelectual/literario. Pero, frente a la relación de escritores algo ingenua de Bartleby y compañía, París no se acaba nunca adopta más claramente una construcción de novela (aunque se cuestione a sí misma y a veces se diga conferencia (que supuestamente da el autor)) y tiene algo cercano a una historia: la de los dos años de su juventud que vivió Vila-Matas en París escribiendo su primera novela. ¡Qué curioso volver a tener una conferencia autobiográfica en un libro justo después de la entrada anterior!

El joven Vila-Matas, vía diariodedillinger
El autor se retrata a sí mismo ingenuo e intelectualmente patoso, si bien la subrayada ironía de la que hace gala revela una pensada construcción a favor de un hilo narrativo profundamente humorístico, con una visión sardónica de la nostalgia y, más aún, de la literatura, sus máximas y reglas, y de la vida literaria en la capital de las letras del siglo pasado.
Dios los junta y ellos se autorreferencian (vía El País)
Dos subtramas principales utiliza Vila-Matas para desarrollar las cuitas de su alter-ego en el París de mediados de los 70: su admiración por Ernest Hemingway –que le lleva a participar en el concurso anual de dobles de Hemingway a pesar de que su físico es patéticamente distinto al del Nobel-, y el hecho de alojarse en una buhardilla propiedad de Marguerite Duras, casera sin duda peculiar que además de no preocuparse por la renta no cobrada, le da consejos literarios y le introduce en círculos selectos de la cultura parisina. La cuidada dosificación de los episodios Hemingway y Duras junto con los episodios ‘situacionistas’ que Vila-Matas crea para su protagonista en un París con Paloma Picasso estrella, Sonia Orwell asistenta, o Borges clandestino, es estupenda, y supera la impostura evidente del relato usando también una mirada irónica de madurez.

Los dobles de Hemingway (vía utopicaequinoxio) o la ficción concursando por ser realidad

Vila-Matas tiene un talento a veces desbocado para el humor referencial, metalingüístico y cultureta, y su mirada es lúcida si se considera que aunque su protagonista es el que más palos recibe, la idea del libro es la profunda (e hilarante por patética) inseguridad del creador en general. Ahora debo recuperar más libros de Vila-Matas. Seguiremos informando.

Varios Enrique Vila-Matas de una sola vez, vía susanborobio