Mostrando entradas con la etiqueta Orson Welles. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Orson Welles. Mostrar todas las entradas

29 de agosto de 2020

Orson comiendo

Orson Welles y su amigo de sus últimos años Henry Jaglom estuvieron de acuerdo en grabar las conversaciones que mantenían durante sus almuerzos en el restaurante Ma Maison de Hollywood (que tiene su propia página de Wikipedia: aquí). Jaglom, también director de cine, intentaba ayudar a Welles para sacar adelante sus últimos proyectos, aunque con escaso éxito. Acordaron que llevaría una grabadora en su mochila o chaqueta para que Welles no se sintiera presionado, y pudiera hablar olvidándose de ese registro. Todo terminó en su muerte inesperada en 1985. Con el tiempo, esas cintas acabaron en manos de Peter Biskind, historiador del cine norteamericano conocido por sus crónicas apasioandas del Hollywood de los 70 y de los 90 que son Easy Riders, Raging Bulls y Sexo,Mentiras y Hollywood, que las ha escuchado, editado, y publicado en formato libro: Mis almuerzos con Orson Welles. Conversaciones entre Henry Jaglom y Orson Welles.

Orson Welles y Henry Jaglom (vía)

Un libro así obviamente no puede ser en exceso coherente, aunque en cierto modo parezca un diario testamentario. Welles y su inmenso bagaje son obviamente el centro de todo (la edición habrá probablemente ayudado a eliminar posibles focos sobre Jaglom), que contiene desde cotilleos del Hollywood clásico a reflexiones culturales y sociales del desatado genio de Welles, pasando por el calvario continuado de su estigma como cineasta inconstante, incapaz de terminar sus obras. Contiene un anecdotario inmenso, alrededor de un cine y cultura norteamericanos que Welles vivió en su juventud, pero completado con la riqueza cultural de un hombre que viajó y que se interesó por todos los países del mundo que quiso. El libro complementa la imagen de Welles como creador, y le permite opinar sobre los tópicos de que era acusado y, con mayor interés, de su camino investigador en la narración fílmica, sobre todo a partir de su experiencia en Fraude (F for Fake) y sus proyectos de los setenta. La incapacidad de ambos para conseguir financiación para los últimos proyectos de Welles (sobre todo su versión de El Rey Lear) ocupan muchas páginas, y suponen un desencanto continuo que leído sabiendo de la inminente muerte de Welles sobrecoge un tanto. Welles tenía 70 años, era un hombre obeso y que había castigado su cuerpo, que tenía dolores y pequeñas incapacidades, pero que no sabía que moriría tan pronto.

Fraude es la última película de Orson Welles oficialmente terminada. Es brillante, innovadora –preludio claro del falso documental-, y, lamentablemente, poco conocida

Tal vez sea este el valor literario mayor del libro. Menos interés tienen sus reflexiones sociales y políticas (con frecuencia poco afortunadas, esa escasa fortuna de los señores que se reafirman a sí mismos en su vanidad), y muy poco (para mi gusto) el mundo de estrellas de los años 40 que a veces describe como un universo paralelo insospechado. El valor histórico en el estudio del carácter del genio es relevante, claro está, para el análisis especialista de su obra. Y en ocasiones es divertido, locuaz, penetrante y agudo. Piénsese en él como figura pop sobresaliente, amargamente consciente de su propia explotación, y puede disfrutarse mejor.

Peter Biskind (vía)

18 de septiembre de 2018

Blitzkrieg!

 


Entre las ventajas de conocer personalmente a un autor está el poder leer un libro antes que los lectores, y poder tener el placer de releerlo cuando se publica. Aquella lectura fue en un eReader lento con el que intenté descubrir los placeres de la lectura electrónica sin conseguirlo; ahora puedo disfrutar de esta edición de magnífica tapa dura, con esta vistosísima portada psicodélica de CalaveraDiablo y publicada por la Editorial Cerbero.
Blitzkrieg! puede ser una de las ucronías serias más locas jamás escrita; especula con que la Segunda Guerra Mundial fue librada con armas de destrucción masiva desarrolladas a partir de los inventos de Nikola Tesla pero comercializados por su némesis Thomas Alva Edison a los dos lados de la contienda. La sorpresa es enorme desde las primeras páginas: si bien las armas sónicas capaces de destruir ciudades gracias al acoplamiento de longitudes de onda todavía suena posible en los universos Tesla, que los campos electromagnéticos de sus bobinas pudieran resucitar a los muertos y crear ejércitos de no-vivos a descargar en contenedores contra las potencias del Eje es directamente alucinante.

 
Nikola Tesla (vía)

Esta idea arriesgada no cae en una loca academia de la Historia gracias a una potencia literaria de primer orden. Bartual realiza su crónica desde distintos puntos de vista y usando diferentes géneros literarios (desde narraciones bélicas de Orson Welles como periodista radiofónico en Pearl Harbor deudor de su propia Guerra de los Mundos a los diarios personales de Albert Speer escritos en la prisión de Spandau), con un ritmo endiablado en el avance de la narración inteligentemente dosificada en sus elipsis, y utilizando una ingente cantidad de cultura pop del siglo XX que entreteje una serie de afecciones histórico-culturales en el lector dispuesto a disfrutarlo.

 
Orson Welles en la radio (vía)

Bartual es un exégeta del cómic que durante la escritura de esta novela también completaba su ensayo sobre Jack Kirby y sus conexiones con la psicodelia. La conexión entre estos dos libros es importante, no sólo porque la trama de Blitzkrieg se desplace tras la IIGM a los años 60 y 70, en los que, de acuerdo a Bartual, los trabajos de Timothy Leary consiguieron atemperar los efectos de la bobina Tesla en los ejércitos de no muertos, sino por la propia pasión histórica que supone recrear un grupo de superhéroes obtenidos de la historia del siglo XX (Tesla, Welles, Speer, Leary…), que en Blitzkrieg! desarrollan sus capacidades para poderes inesperados, que luchan contra sus propios supervillanos, que afrontan aventuras en distintas décadas aun manteniéndose físicamente, y que en su fantasía espaciotemporal y literaria el autor consigue reunir en una ficción compartible por todos ellos. Una panhistoria que comparte hechos históricos y ucronía, pero también estados alterados y conscientes, y que en su inversión aparentemente juguetona de la Historia académica encierra tanto documentación histórica como interpretación pop de los acontecimientos de una parte del siglo.

Creo que la enorme ambición de Blitzkrieg! y la sabiduría con que está construido adolecen no obstante de un destino final al que llegar. Puede ser una buscada ausencia de catarsis final, o tal vez una imposibilidad dramática de resolución del concepto desarrollado. Incluso puede que en su caudal inagotable de historia y subcultura sea así, inacabablemente, como se baila el siglo XX.

 
Roberto Bartual (vía)

21 de septiembre de 2010

Los (falsos) bailes de Marte


En los 25 años que llevamos sin Orson Welles, y más específicamente en los 10 ó 15 aún creativos que le podrían haber quedado de no morir a unos prematuros 70 años (para cualquiera que hubiese llevado una vida menos agitada que la suya), ¿cuántos proyectos megalómanos no podrían haberse concebido por el genio incontenible y desatado de Welles? ¿Cuántas películas inacabadas más habría añadido a su leyenda de proscrito de Hollywood, cuántos países más habría tenido que pisar buscando financiación, qué más anuncios radiofónicos o qué papeles ya de iracundo abuelo le habrían ofrecido (en la tele, supongo) y hubiera aceptado en busca de dinero para terminar, por ejemplo, The Other Side of the Wind?
Especular es posible dado el carácter de mito y leyenda de Orson Welles. De él se escriben biografías al uso y estrictamente cinematográficas (recomiendo la de Esteve Riambau, El espectáculo sin límites, imagino que no fácilmente accesible), se le representa en teatro (lo hace Josep María Pou en una obra crepuscular que presenta un Welles mastodóntico y espectacularmente expansivo, acorde con la visión de artista descomunal, pero fallida en encontrar la tragedia interior ahogada entre datos cinéfilos y espejos nostálgicos, y cuyo autor es precisamente Esteve Riambau), y las revistas especializadas no le olvidan y periódicamente recuperan estudios sobre él y su obra.


Frente a toda esta memorabilia, yo quiero recomendar este librito sobre la obra que le dio impulso casi definitivo en su camino hacia la gloria artística a Orson Welles: su adaptación para la radio y representación de La guerra de los mundos, el clásico de la ciencia ficción escrito por H.G. Wells. Atención al título del libro: El guión radiofónico de ‘La invasión desde Marte’ sobre la novela ‘La guerra de los mundos’ de H. G. Wells por Orson Welles y el Mercury Theatre con un estudio de H. Cantril sobre la psicología del pánico y una introducción de Julián Jiménez Heffernan. Es largo porque en efecto tiene las tres partes de las que habla. El ensayo Los papeles del marciano está escrito por el editor del volumen, y es bastante prescindible, y es de agradecer que se note en las 4 ó 5 primeras páginas: se trata de una colección de ‘momentos’ de Marte –el dios, el planeta- y los marcianos –los alienígenas, los extraños- en la cultura occidental, pero su ingenio es escaso.


La segunda parte es el guión del programa de radio que asustó a tanto norteamericano aquella noche del 30 de octubre de 1938. Hoy la red permite conocer el talento de los actores del Mercury Theatre que lo interpretaron –Welles entre ellos-, pero independientemente de su talento, el guión es inteligente y puede entenderse bien el terror que generó. Utilizando hábilmente las interrupciones periodísticas de un programa musical con noticias urgentes, y con un ritmo que consigue en apenas 1 hora condensar la llegada de los marcianos, la destrucción inicial que causan en el campo, su llegada a Nueva York, y su derrota final, además de añadir una introducción y un intermedio que anunciaban el carácter ficticio del programa.

Hoy estamos muy curtidos frente a la posibilidad de engaño por parte de los medios, con el objetivo que sea y en todo tipo de soportes o formatos. Casi puede decirse que el fake mediático es un género en sí mismo, y el correo electrónico e Internet lo han llevado tan lejos que incluso puede considerarse agotado (a mí al menos ya no me parece ni divertido ni metafórico, y confieso que, en efecto, también lo he practicado). Pero... ¿y en 1938?. El falso documental en que este programa podría encuadrarse era algo desconocido en 1938. Por seriales que hubiera en la radio y por avezados oyentes que fueran los norteamericanos de la época (y a Dianne Wiest esto le costó un novio), la audacia wellesiana es pionera e inimaginable.


La tercera parte del libro es un interesante ensayo psicológico que recoge los resultados de encuestas que se hicieron a varias personas que en algún momento de la transmisión creyeron que podría tratarse de un noticiero verdadero y sobre su reacción posterior (comprobarlo, asustarse, darse cuenta o no de la ficción, expandir el pánico, buscar a los seres queridos…), y sobre las causas de ese comportamiento crédulo. El número de entrevistas es escaso, y las conclusiones parecen un tanto obvias. Desconozco cuándo fue escrito, el volumen no lo dice y el autor murió en 1968, pero se aleja conscientemente de teorías conductistas y presenta algunos datos explicativos sobre qué contribuyó a la reacción de pánico: un escaso espírito crítico debido en gran parte pero no sólo a la formación escasa, la inseguridad vital debida en gran parte pero no sólo a las dificultades económicas, las creencias religiosas debidas en parte a una mala aplicación de las mismas en busca de la llegada del Armageddon, o el momento de sintonización del programa y el entorno en que se produjo (las barreras críticas se debilitan si no se ha oído el programa desde el principio y se empieza a hacer empujado por otro oyente aterrorizado). La lectura del estudio se sigue bien y es académicamente enriquecedora. Pasa también por el análisis del momento histórico (el clima prebñelico, el desastre económico aun arrastrado desde la Gran Depresión), y tal vez pueda reprocharse el número de entrevistas y la obviedad de las conclusiones; pero, por otro lado, su rigor científico con los datos disponibles sobre un fenómeno singular, y su objetividad analítica son encomiables.

A H.G. Wells (vía gutenberg.org) no le dio tiempo a conocer las versiones cinematográficas de su novela, pero dio su 'visto bueno' a la radiofónica de Welles