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27 de junio de 2012

La belleza analizada



Una buscada conjunción de forma y fondo da el principal aliento a la Historia de la belleza a cargo de Umberto Eco: este libro es proporcionado y visualmente edificante, es un producto bello, y su selección de textos y obras, sobre todo pintura, es hermosa. A veces incluso me parece más hermosa al haber sido seleccionada y puesta en el punto de mira del esteta estudioso que es Eco, que por el recuerdo que pueda tener de aquellas obras cuyos originales he tenido la posibilidad de ver en un museo.

Miniatura del códice Manessiano, siglo XIV, Heidelberg Univertsitätsbibliothek

Eco resume en su libro las teorías estéticas que sobre la belleza se han realizado en la cultura occidental, y junto a su análisis histórico nos propone textos de los autores que en su día escribieron su concepción de lo bello (que oscila a lo largo de los siglos entre lo verdadero, lo proporcionado, lo útil, lo que es claro, etc…), en una opción honesta y clarificadora, pero que también rompe un tanto el tono de la lectura del texto principal del propio autor.

Il Correggio, Io, 1530, Viena, Kunsthistoriches Museum

La expresión de las teorías de lo bello en obras artísticas hace que aunque en principio no lo busque, el libro resuma la historia del arte occidental así como las cuestiones sociales, religiosas y políticas, cuando son necesarias, que lo influyeron. Esta excusa es excelente para el desfile de maravillosas obras de arte que hacen del libro el festín visual que espero que los cuadros que estoy poniendo en esta entrada muestren en una dimensión lógicamente muy reducida.

Jean-Baptiste Chardin, Muchacho con una peonza, 1738, París, Museo del Louvre

No obstante, el libro se me ha hecho algo pesado. Hay algo que no encaja entre los textos analíticos de Eco, en ocasiones incluso obtusos, y la presentación de su análisis en múltiples capítulos y subcapítulos que a veces recuerdan un texto escolar. Se puede disfrutar mucho el aprendizaje que el sabio Eco presenta por ejemplo de la claridad y el color en el arte medieval como expresión del ideal de Tomás de Aquino, o del nacimiento del manierismo a caballo entre Renacimiento y Barroco, o, por ejemplo, del excelso momento que en el siglo XIX rompe con la pretendida objetividad absoluta de la belleza y acaba combinando la fascinación romántica por el horror, la visión impresionista según la cual es el individuo el que mira y descubre, el decadentismo que busca hacer de la vida una obra de arte bella, o el flujo de conciencia que aparece en Joyce y Proust. Pero, a veces, el lenguaje de Eco me ha resultado impenetrable.

Jean-François Millet, El Ángelus, 1858-1859, París, Museo de Orsay

Obviamente, el objetivo final no se cumple; el siglo XX está demasiado cerca y la comercialización masiva del arte junto a la aparición del cine, la publicidad y la televisión requieren su propio libro y no el despacho breve de un capítulo. Y, por supuesto, digamos que gran parte del libro es heterocentrista, no diría que de mirada falocéntrica, pero sí con escaso análisis, donde aparece, del elemento masculino, que queda bastante relegado a pesar de Praxíteles, Durero, o Wilde, o que ni siquiera se aprecia en Caravaggio. Si a ustedes les parece, les dejo para comprobar que existió otra mirada dos (estupendos) blogs que dedican muchas entradas, también de arte clásico, a esto:


Umberto Eco (vía)