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1 de agosto de 2025

La casa de la alegría

 


Tras leer la joya absoluta que es La edad de la inocencia, era impensable no abordar también la otra gran novela reconocida como tal de Edith Wharton, The House of Mirth, también base de una película menos conocida que la adaptación de Scorsese de La edad de la inocencia, pero también de prestigio, que fuera dirigida por Terence Davies e interpretada por Gillian Anderson.

Gillian Anderson y Eric Stoltz

La casa de la alegría es quince años anterior (se publicó en 1905) y merece todos los parabienes que recibe. Es inevitable además compararlas: ambas novelas retratan la implacabilidad de la alta sociedad neoyorquina de finales del XIX y principios del XX con la apariencia de inmoralidad de sus miembros, en ambas historias una mujer de actitudes más libres de lo teóricamente aceptado es el objeto injusto de tal dureza ejecutada de manera hipócrita, y la estructura y extensión son muy similares.

Pero, a pesar de que el foco de todas las miradas sea la actitud de una mujer, la principal diferencia entre ambos libros es que el punto de vista de La casa de la alegría es fundamentalmente el de su protagonista femenina, Lily Bart, frente al de Newland Archer en La edad de la inocencia. Creo que esto es primordial: Wharton apenas se separa de Newland en su historia, de modo que la sorpresa social a la que se enfrenta el protagonista cuando es consciente de lo que opina todo el mundo a su alrededor (básicamente, que tiene una aventura romántica consumada que no es tal), el choque es mayúsculo. Sin embargo, en Lily Bart no sucede porque existe más de una ocasión en que Wharton deja hablar a varios de los personajes en su ausencia, de modo que se entrevé perfectamente el juicio social y familiar, y el carrusel de trampas en que Lily va a caer.


Lily Bart en versión de Terence Davies

El pecado de Lily es haber llegado soltera a los 29 años a pesar de una belleza exquisita, un gusto espléndido por la moda y los arreglos, y una disponibilidad social y una capacidad de relación sobradas. Su problema es que no tiene dinero propio debido a malas decisiones de sus padres ya fallecidos, y, obligada a vivir de y con su tía -que le otorga una asignación con la que pagar vestimenta y gastos además de darle comida y alojamiento- se endeuda de continuo por los costes de la vida de alta sociedad que pretende llevar (sobre todo, el juego), y tiene fama de buscar marido con desesperación. Lily no tiene además suerte; a veces su carácter volátil y a veces su moral le impiden cerrar bien sus jugadas sociales, y el azar (apariciones imprevistas, personas que la ven cuando no era lo esperado) le lleva a una maraña de malentendidos. Este mecanismo literario, que no es un deus ex-machina pues Wharton construye cada situación social o personal con un esmero exquisito, sucede de manera más elegante en La edad de la inocencia, en la que cada acontecimiento que se interponía entre el héroe y su felicidad era en realidad una noticia de una ineludible obligación familiar que caía sobre Newland como una sentencia, pero de manera aparentemente casual.

Pero La casa de la alegría es una novela más dura, porque la protagonista, tras ser utilizada por otra dama de la alta sociedad por cuitas con ella imposibles de explicar aquí, es expulsada del grupo. Su proscripción hace que inmediatamente no pueda resolver su necesidad de encontrar un buen matrimonio ni así resolver sus deudas, y además el desprestigio alcanza al hecho de resultar desheredada por parte de su tía. Lily, tras un intervalo en un entorno artístico bohemio (que también había en la edad de la inocencia) se ve obligada a trabajar manualmente. Cosa que le resulta no ya penosa, sino inalcanzable: directamente no está preparada.


En la ópera, de rojo intenso, entre pretendientes

Alrededor del drama que se va cerniendo sobre Lily sucede, por supuesto, un retrato entre lúcido y demoledor de una sociedad adinerada cuyo mundo está cambiando sin que acabe de entenderlo. Lily Bart no es el único personaje femenino independiente y soltero que aparece; las obras sociales en que se ayuda a mujeres en situación precaria son también objeto de la extraña caridad de la propia Lily. Y los personajes masculinos cuya fortuna (y no siempre, con frecuencia es solo el dinero para pagar unos gastos desmesurados) procede del trabajo burgués (las leyes, las finanzas) son varios. Dinero y posición social son los valores claramente destacados en el libro como importantes para esta clase, y los sentimientos están sometidos a ellos de manera inmisericorde. Y los anhelos de la propia protagonista son esos mismos de manera inevitable: no ha conocido otra cosa, aspira a completarse alcanzando su objetivo.

Wharton es una autora muy inteligente: entre otros valores, está el ser consciente de que la espiral descendente en la que va hundiendo a su heroína, y la continua angustia a que esta se encuentra sometida, impiden el uso continuado de la ironía socarrona que en La edad de la inocencia es mucho más común y frecuente para burla del puritanismo social, aunque desde luego algún apunte hay. Otro ejemplo: en una fiesta clave en medio del libro, los personajes deciden realizar para amenizar la velada una representación de ‘tableaux vivants’; Lily es la única que aparece representada sola en su propio tableau, representando a Ceres como alegoría del verano según un cuadro de Watteau, con maquillaje y vestido especialmente espectaculares. El destino de mujer inalcanzable que le espera con semejante metáfora es parejo al impacto que la visión de esta mujer así mostrada por su propia elección causa entre hombres, solteros y casados, que asisten a la fiesta. Finalmente: las alusiones a la supervivencia, a las estrategias de caza, a los fetiches y libros ‘Americana’ de costumbres del país, y las escasísimas ternura y solidaridad de los personajes masculinos que sin embargo compiten ferozmente (con educación exquisita eso sí) por la combinación de acciones, finanzas y mujeres, aunque sean como amantes, revela una tensión subterránea entre darwinismo social y feminismo que es intelectualmente muy estimulante al avanzar en el libro.

Otra joya.

Edith Wharton


2 de junio de 2022

Inocencia la tuya, querido

 


Hace treinta años vi por primera y única vez, de momento, La edad de la inocencia. La película de Martin Scorsese tiene imágenes tan icónicas y reconocibles que desde luego recordaba muy bien a Daniel Day-Lewis, Michelle Pfeiffer, Winona Ryder y Geraldine Chaplin a la hora de leer, ahora, la novela de Edith Wharton que tanto fascinaba al director. Hasta entonces Scorsese no había rodado películas de ambientación histórica, pero el retrato de su ciudad y el interés por los mecanismos de la represión familiar y social permiten entrever algunos intereses personales en la novela.


Ellen Olenska atraviesa un salón sin compañía masculina

La Edad de la Inocencia fue publicada en 1920, y retrata la sociedad neoyorquina de la década de los años 1870. Newland Archer se va a casar con May Welland; ambos pertenecen a la alta burguesía de la ciudad. Pero, antes incluso de prometerse, la condesa Olenska vuelve a Nueva York. Ellen Olenska es prima de May, pero perdió a sus padres, creció con una tía algo excéntrica, y se casó con un conde europeo llamado Olenski. Pero su matrimonio no fue bien, y se separaron. El regreso de Ellen a Nueva York causa un gran revuelo: es elegante, tiene el sofisticado mundo y costumbres de la añeja, divertida y artística Europa, pero, sobre todo, es una mujer separada cuya inserción en la vida social de su familia resulta problemática por ello. Por supuesto, Newland se enamora, y a Ellen la persiguen también otros hombres.


Newland Archer cree que domina la situación

La novela adopta un estilo descriptivo muy detallado para captar el ambiente de los salones y casas en que viven sus protagonistas; es prolijo y con sentido estético intenso el dibujo de vajillas, vestidos, cabellos, salones, bibliotecas y despachos: seguramente esto facilitó mucho la labor de Gabriella Pescucci o Dante Ferretti (directora de vestuario y director de arte de la película), pero además logra un efecto sumamente inmersivo, probablemente por la ligereza casual con la que se presenta, entrelazado claro está con la descripción de costumbres y con los diálogos sociales y familiares, más, por supuesto, el propio pensamiento de Newland, que es el ancla único de la historia, y que tiene un concepto elevado de sí mismo, como no podía ser de otro modo.


May Welland y su rostro de ingenuidad ganadora

El punto de vista en La edad de la inocencia, que es constante y coherente, marca lógicamente los acontecimientos y su presentación al lector. La edad de la inocencia transcurre en el plano de acción de Newland, pero sus aproximaciones a la condesa Olenska, sus viajes, y sus conversaciones con May tienen efectos en las familias y la sociedad, a cuyas reacciones no asistimos, y las consecuencias de esas reacciones llegan siempre a Newland a tiempo de interrumpir sus deseos e iniciativas, que él mismo tampoco es capaz de concretar. El uso de los grandes momentos de la vida en la sociedad crea sus propios clímax en la acción: el anuncio del compromiso de boda, un viaje por la enfermedad de un paciente, el anuncio del primer embarazo… las formalidades de la vida burguesa y aceptada cercenan cualquier posibilidad de que Newland rechace su bien pensado destino.


La señora Welland, con su hija y su sobrina, dominando el espacio social desde su palco de Ópera

La ironía soterrada y continuada es el arma perfecta con que Wharton, socarronamente, desarrolla la historia. La inocencia del título parece hacer mención a la época, que Wharton presenta inicialmente de modo algo aparentemente paternal como un mundo ideal ya olvidado de costumbres sanas, respeto a las costumbres y gustos exquisitos. Como es de esperar, todo esto es negado por los acontecimientos que narra. Inocencia es lo que Newland cree la principal cualidad de May, con su aparente simpleza expositiva de hechos y sentimientos cariñosos hacia su prima o su falta de lecturas y cultura, pero el manejo del tiempo que hace May en la sombra y su continua alerta sobre los movimientos de Newland lo desmienten completamente. En realidad, su personaje acaba mostrándose como pasivo agresivo (castrador diríamos en otros tiempos) y en parte como luchador por sus intereses. En realidad, la inocencia aplica sobre todo a Newland y Ellen, incapaces casi por terror propio de consumar su pasión y de comprender cómo las fuerzas familiares se despliegan a su alrededor para impedir su relación. El momento en que Newland es consciente de que todos creen que sí han consumado, y de que sobre él se ciernen culpas y envidias infundadas, es sobrecogedor. No sólo para él como personaje, sino literariamente, pues actúa casi como negación de todo el relato anterior: nuestro héroe se ha desvanecido, no ha completado deseos ni un final feliz, e, incluso, el lector desearía saber cómo ha sucedido todo aquello que la autora le ha escamoteado con su uso coherente y despiadado del punto de vista, ya que nuestro querido protagonista no se ha enterado de nada.

La edad de la inocencia ganó el premio Pulitzer en 1920, el primero ganado por una mujer (si pensamos que ahora mismo sólo 16 mujeres de 118 personas han ganado el Nobel de literatura, podemos hacernos una idea del impacto que supuso la novela de Wharton para poder recibir ese premio). Para mí es inevitable pensar en su continuidad con Henry James (el de Washington Square, por ejemplo), tanto por la descripción social como por la profundidad psicológica, y en su lejanía con sus coetáneos Proust o Joyce, que andaban justo publicando las obras maestras del modernismo y el flujo de conciencia. Aunque el héroe de Wharton es masculino, es muy evidente que la víctima sufriente principal de la novela es el magnífico personaje de Ellen Olenska, moderna y desplazada, heredera de las heroínas de Jane Austen, capaz de revolucionar una sociedad sólo con cruzar un salón sin compañía masculina, y a la que sociedad y familia ahogan en un océano de rancia (in)moralidad. Ellen y Newland, éste en menor medida, son personajes trágicos a los que Wharton cuida con ternura y cuyas pasiones y obligaciones humanas le suponen aprecio. Es el conjunto social al que dedica su estilo irónico de voltaje elevado, sutileza en la réplica, y validez universal en el tiempo.


Edith Wharton (vía)