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18 de noviembre de 2012

Apocalipsis en Somontano



No soy, y este blog lo demuestra, lector de género, y como tal pueden faltarme referentes al comentar Fin, de David Monteagudo, primera novela de este autor español, publicada en una editorial, Acantilado, no dedicada en principio al terror, ciencia ficción o fantasías distópicas en las que podría inscribirse la apocalíptica historia de Fin. Me tienta escribir que las historias sobre el fin del mundo no son frecuentes en la narración española, sea literaria o cinematográfica, pero respecto a la primera no puedo hablar mucho, y mi duda es saber por qué Fin se publica en una colección dedicada a la narrativa general. Lo triste por mi parte habría sido que en caso contrario no la habría leído, aunque es cierto que llegué a ella por la recomendación entusiasta del excelente lector que esIsmael Alonso.

Fin cuenta la historia de una cuadrilla de amigos de juventud que se reúnen 25 años después en un refugio en que solían hacer fiestas durante el verano. Eran ocho amigos, pero el grupo se dispersó porque siete de ellos gastaron una broma de cierto peso al octavo amigo, que era el rarito del grupo y el único que no llega a tiempo al reencuentro. Dos de ellos vienen con su pareja, por lo que son nueve personas las que finalmente están reunidas cuando de madrugada se produce un apagón extraño que afecta incluso a aparatos eléctricos no conectados a la red: móviles, linternas, coches… A la mañana se impone salir del refugio y saber qué ha pasado, y por ello buscan casas y pueblos, pero no encuentran a nadie, sólo animales. Y, en momentos de distracción, sucede que…

El lema publicitario de la película basada en el libro, que dirigida por Jorge Torregrossa e interpretada por Maribel Verdú y Andrés Velenco se estrena enseguida, es demasiado explícito.

Sin necesidad de contar más, sí encuentro referentes en otros autores extranjeros: en Cormac McCarthy, en el cine de terror de los ochenta, incluso en el Diez Negritos de Agatha Christie. Monteagudo aporta un ambiente muy reconocible, el de los cuarentones españoles de 2006 ó 2007, que repasan y comparan su éxito vital, económico y emocional, pero se descubren en un vacío material (el que proporciona inflexiblemente la falta de energía) reflejo del de sus vidas y en el que la posibilidad de lo social se desmorona, y, con ello, la civilización. La novela se divide en capítulos titulados con el nombre del protagonista inicial de los mismos, proponiendo un curioso esquema teatral para un tema que la mayoría de los lectores conoce por el cine. Además, es una novela muy dialogada, en la que las conversaciones crean en gran parte los clímax y la inquietud reinante, pero en la que encuentro mucha precisión muy disfrutable en las descripciones que Monteagudo realiza del paisaje y situaciones que los personajes encuentran, porque observo una voz más bien urbana, clara y segura, en un ambiente rural y desconocido, que contribuye bien al desamparo (que se antoja merecido) de los personajes y al tono desazonador y metafórico de la novela.

Reconozco no obstante que, por momentos, me ha agotado el ritmo implacable de la novela. Su excelente capacidad de evocar visualmente los hechos descritos induce a un exceso de cumbres dramáticas a las que como lector no estoy acostumbrado, o que puedo no disfrutar al ser un lector que no me pliego demasiado a los rigores de la intriga excesiva. Una sensación similar tengo con algunos de los diálogos, que en algunas escenas en que los protagonistas recuerdan sus trapos sucios me resultan un poco forzados.

Pero, por supuesto, no se la pierdan…

David Monteagudo (vía)