No soy, y este blog lo demuestra, lector de género, y como
tal pueden faltarme referentes al comentar Fin,
de David Monteagudo, primera novela de este autor español, publicada en una
editorial, Acantilado, no dedicada en principio al terror, ciencia ficción o
fantasías distópicas en las que podría inscribirse la apocalíptica historia de Fin. Me tienta escribir que las
historias sobre el fin del mundo no son frecuentes en la narración española,
sea literaria o cinematográfica, pero respecto a la primera no puedo hablar
mucho, y mi duda es saber por qué Fin
se publica en una colección dedicada a la narrativa general. Lo triste por mi
parte habría sido que en caso contrario no la habría leído, aunque es cierto
que llegué a ella por la recomendación entusiasta del excelente lector que esIsmael Alonso.
Fin cuenta la
historia de una cuadrilla de amigos de juventud que se reúnen 25 años después
en un refugio en que solían hacer fiestas durante el verano. Eran ocho
amigos, pero el grupo se dispersó porque siete de ellos gastaron una broma de
cierto peso al octavo amigo, que era el rarito del grupo y el único que no
llega a tiempo al reencuentro. Dos de ellos vienen con su pareja, por lo que
son nueve personas las que finalmente están reunidas cuando de madrugada se
produce un apagón extraño que afecta incluso a aparatos eléctricos no
conectados a la red: móviles, linternas, coches… A la mañana se impone salir
del refugio y saber qué ha pasado, y por ello buscan casas y pueblos, pero no
encuentran a nadie, sólo animales. Y, en momentos de distracción, sucede que…
El lema publicitario de la película basada en el libro, que dirigida por Jorge Torregrossa e interpretada por Maribel Verdú y Andrés Velenco se estrena enseguida, es demasiado explícito.
Sin necesidad de contar más, sí encuentro referentes en
otros autores extranjeros: en Cormac McCarthy, en el cine de terror de los
ochenta, incluso en el Diez Negritos
de Agatha Christie. Monteagudo aporta un ambiente muy reconocible, el de los
cuarentones españoles de 2006 ó 2007, que repasan y comparan su éxito vital,
económico y emocional, pero se descubren en un vacío material (el que
proporciona inflexiblemente la falta de energía) reflejo del de sus vidas y en
el que la posibilidad de lo social se desmorona, y, con ello, la civilización. La novela se divide en
capítulos titulados con el nombre del protagonista inicial de los mismos, proponiendo
un curioso esquema teatral para un tema que la mayoría de los lectores conoce
por el cine. Además, es una novela muy dialogada, en la que las conversaciones
crean en gran parte los clímax y la inquietud reinante, pero en la que
encuentro mucha precisión muy disfrutable en las descripciones que Monteagudo
realiza del paisaje y situaciones que los personajes encuentran, porque observo
una voz más bien urbana, clara y segura, en un ambiente rural y desconocido,
que contribuye bien al desamparo (que se antoja merecido) de los personajes y al tono desazonador y metafórico de la novela.
Reconozco no obstante que, por momentos, me ha agotado el
ritmo implacable de la novela. Su excelente capacidad de evocar visualmente los
hechos descritos induce a un exceso de cumbres dramáticas a las que como lector
no estoy acostumbrado, o que puedo no disfrutar al ser un lector que no me
pliego demasiado a los rigores de la intriga excesiva. Una sensación similar
tengo con algunos de los diálogos, que en algunas escenas en que los
protagonistas recuerdan sus trapos sucios me resultan un poco forzados.
Pero, por supuesto, no se la pierdan…
David Monteagudo (vía)