El Pinocchio de Winshluss es una historia caótica, sucia, sórdida y desesperada sobre la vida que toma a varios personajes del famoso cuento de Carlo Collodi y de otros cuentos adaptados por Walt Disney al cine como núcleo.
¿La verdadera perversión de Pinocho?
¿Y quién es Winshluss, con semejante nombre? Pues un señor de nombre francés más reconocible, Vincent Paronnaud, que bajo su nombre real adquirió cierta fama cinematográfica al adaptar junto a Marjane Satrapi el cómic de esta última titulado Persépolis. Paronnaud no parece muy amigo de revelar el origen de su pseudónimo, tal y como le confesó al señor Ausente en una estupenda entrevista. El señor Ausente menciona también el caos en su titular. Caos ordenado, eso sí, por una mente creadora estructuradora hasta el infinito. En este Pinocchio, el inventor Gepetto construye a Pinocho, e intenta vender los planos al ejército, como auténtica arma de destrucción masiva que podría ser. Pero Pinocho se escapa tras incendiar la casa del viejo sabio, y con Pepito Cucaracha instalado en su cerebro deambula por campos y calles sin objetivo aparente, cruzándose con drogadictos, con un circo de asesinos, Blancanieves, etc… mientras Gepetto le busca. Varios de los episodios que viven ambos ya existen en el relato original, que, como buena narración verdaderamente educativa, explicaba los peligros de la vida a los niños con palabras y personajes que pudieran apreciar. Eso que se llamaba fábula, a fin de cuentas.
Pinocho y el dominio del mundo
Lo más aparentemente destacable de esta adaptación es el aspecto sórdido de la subversión temática del referente clásico, normalmente dirigido al público infantil, y ejemplo cultural de la metáfora de la mentira. Pero, en mi opinión, eso es sólo una fórmula sencilla para impresionar al lector, y, en realidad, no serviría para que este se apasione con un cómic de gran formato y 200 densas páginas. Lo sobresaliente, pero ya no tan aparente, es su narración casi exclusivamente visual-secuencial, sin uso de diálogos ni bocadillos explicativos, con un gran talento para economizar imágenes innecesarias al hacer avanzar la acción, haciendo uso del referente objetual y gestual. Los distintos personajes se presentan haciendo uso de un estilo visual diferente, con los diálogos reservados sólo a Pepito Cucaracha (al que también le queda reservado el blanco y negro y una estética más underground), y construyendo un alucinado ejemplo de composición visual inter e intrapáginas que simulan fascículos dedicados a la peripecia de cada personaje –y que, en realidad, siempre retoman apuntes del pasado y avanzan acciones futuras mediante la asociación visual-. Todo ello crea, además, una importante tensión emocional según los mimbres de la construcción se van adivinando: los cruces de los personajes son muchos y superficialmente simplemente yuxtapuestos, pero la trama abandona ese caos y se va cerrando completamente según la supraestructura diseñada por el autor. ¿Hay mensaje? No con ese sentido, yo creo que el autor no es un moralista, sino quizás un existencialista. Es decir, más bien hay una visión: el mundo es un sitio muy negro, muy inseguro, muy mentiroso. Tal vez una forma de volver, tras retorcerlas, a las intenciones originales de la historia, ¿no?