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18 de septiembre de 2018

Blitzkrieg!

 


Entre las ventajas de conocer personalmente a un autor está el poder leer un libro antes que los lectores, y poder tener el placer de releerlo cuando se publica. Aquella lectura fue en un eReader lento con el que intenté descubrir los placeres de la lectura electrónica sin conseguirlo; ahora puedo disfrutar de esta edición de magnífica tapa dura, con esta vistosísima portada psicodélica de CalaveraDiablo y publicada por la Editorial Cerbero.
Blitzkrieg! puede ser una de las ucronías serias más locas jamás escrita; especula con que la Segunda Guerra Mundial fue librada con armas de destrucción masiva desarrolladas a partir de los inventos de Nikola Tesla pero comercializados por su némesis Thomas Alva Edison a los dos lados de la contienda. La sorpresa es enorme desde las primeras páginas: si bien las armas sónicas capaces de destruir ciudades gracias al acoplamiento de longitudes de onda todavía suena posible en los universos Tesla, que los campos electromagnéticos de sus bobinas pudieran resucitar a los muertos y crear ejércitos de no-vivos a descargar en contenedores contra las potencias del Eje es directamente alucinante.

 
Nikola Tesla (vía)

Esta idea arriesgada no cae en una loca academia de la Historia gracias a una potencia literaria de primer orden. Bartual realiza su crónica desde distintos puntos de vista y usando diferentes géneros literarios (desde narraciones bélicas de Orson Welles como periodista radiofónico en Pearl Harbor deudor de su propia Guerra de los Mundos a los diarios personales de Albert Speer escritos en la prisión de Spandau), con un ritmo endiablado en el avance de la narración inteligentemente dosificada en sus elipsis, y utilizando una ingente cantidad de cultura pop del siglo XX que entreteje una serie de afecciones histórico-culturales en el lector dispuesto a disfrutarlo.

 
Orson Welles en la radio (vía)

Bartual es un exégeta del cómic que durante la escritura de esta novela también completaba su ensayo sobre Jack Kirby y sus conexiones con la psicodelia. La conexión entre estos dos libros es importante, no sólo porque la trama de Blitzkrieg se desplace tras la IIGM a los años 60 y 70, en los que, de acuerdo a Bartual, los trabajos de Timothy Leary consiguieron atemperar los efectos de la bobina Tesla en los ejércitos de no muertos, sino por la propia pasión histórica que supone recrear un grupo de superhéroes obtenidos de la historia del siglo XX (Tesla, Welles, Speer, Leary…), que en Blitzkrieg! desarrollan sus capacidades para poderes inesperados, que luchan contra sus propios supervillanos, que afrontan aventuras en distintas décadas aun manteniéndose físicamente, y que en su fantasía espaciotemporal y literaria el autor consigue reunir en una ficción compartible por todos ellos. Una panhistoria que comparte hechos históricos y ucronía, pero también estados alterados y conscientes, y que en su inversión aparentemente juguetona de la Historia académica encierra tanto documentación histórica como interpretación pop de los acontecimientos de una parte del siglo.

Creo que la enorme ambición de Blitzkrieg! y la sabiduría con que está construido adolecen no obstante de un destino final al que llegar. Puede ser una buscada ausencia de catarsis final, o tal vez una imposibilidad dramática de resolución del concepto desarrollado. Incluso puede que en su caudal inagotable de historia y subcultura sea así, inacabablemente, como se baila el siglo XX.

 
Roberto Bartual (vía)

8 de enero de 2013

Aún sin Tesla




La lectura de Relámpagos me empujó finalmente a leer la biografía de Nikola Tesla que tenía hacía tiempo en la estantería. Aunque yo creía que se trataba de un libro reciente, resultó que lo es sólo su publicación traducida en España en 2009, ya que se trata de una obra publicada originalmente por Margaret Cheney en 1981. El dato es importante, dado que una buena parte del mito de Tesla se debe a que dejó predicciones sobre el uso de inventos que con el tiempo y el desarrollo tecnológico se van revelando como posibles.

Nikola Tesla. El genio al que robaron la luz es un libro bien documentado y en general bien narrado. La autora participa activamente del entusiasmo por la figura de Tesla, y recoge su posición individual en el mundo industrial en continuos desarrollo y crisis que le tocó vivir, además de simpatizar con un inventos visionario pero vilipendiado, y probadamente robado tanto económica como intelectualmente, y que resulta fascinante también por un legado de inventos que la historia era aún joven para entender, apoyar, no digamos financiar.

Nikola Tesla y la bombilla sin hilos (vía)

Pero, por otro lado, creo que este es un libro frustrado, incompleto (además de mal traducido), o bien con un reto excesivo, además de falto de una cronología clara. Tesla es una figura intermedia entre ciencia y tecnología, adelantado en parte al impresionante grupo de físicos y químicos dela primera mitad del siglo XX –al que proporcionó elementos básicos para su investigación- pero falto por otro lado de su método y su profundidad teórica. Su necesidad de inventar y patentar en un entorno industrial, y su teatral gusto por las presentaciones mediáticas espectaculares le acercan a una figura mágica, un druida de la electricidad, el último alquimista. Esta contradicción, sólo apuntada, requería un mayor trabajo. Sólo se entendería mordiendo sin miedo la parte de la biografía que Cheney deja en descripciones básicas: la de su maquinaria, la de los fundamentos de su ciencia. No existen esquemas, diseños, una visión histórica de sus cambios con el tiempo, una pasión real por el invento y la tecnología que lo respalda. Es decir, a pesar de la existencia de parte de esta ciencia dentro del texto escrito, en realidad la autora no entra a explicar por qué pensar en esa tecnología llenaba a diario la vida de Tesla. No entender esta pasión aleja al libro de logros debidos.

Interiorizar en la ciencia de Tesla parece que es un punto clave que nadie acaba de abordar para hacer el salto entre el genio de la corriente alterna y el loco que cuida palomas enfermas en la habitación de su hotel. Echenoz lo suplía, en una novela, con un acercamiento psicológico a un personaje. Una biografía de Tesla exigía más. También un post mortem, que incluyera desde su influencia en la ciencia hasta su peso en la subcultura pop, pasando por las lecciones dejadas a los modelos de negocio. ¿Cómo resistirse a no ver por ejemplo en la relación con características industriales de producción, negocio e innovación pionera de Edison y Tesla en el comienzo de la electricidad un espejo de los avatares entre Bill Gates y Steve Jobs de hace treinta años, cuando la informática empezaba su industrialización?

Margaret Cheney (vía)

28 de noviembre de 2012

Luz que brilla con el doble de intensidad (y un par de apuntes sobre innovación y liderazgo)



Es sabido que todo el mundo piensa, siempre, la misma cosa en el mismo instante. En cualquier caso, siempre hay al menos una persona que tiene la misma idea que uno. Pero siempre hay uno también que, con la misma idea que los demás, se muestra más paciente, más metódico, o es más afortunado, más sagaz, menos disperso que Gregor, para dedicarse exclusivamente a ella y anticiparse a todo el mundo realizándola. Y ése es el primero que da su nombre a su idea. El que la introduce en el mercado, el que comercia con ella y el que cobra. En ocasiones puede que ello tan sólo responda a un nombre. Pongamos el cine, por ejemplo. Lo inventó un montón de gente al mismo tiempo pero entre ese montón de gente estaban dos hermanos llamados Lumière. Todo depende de muy poca cosa, verdad, basta una menudencia: cabe imagina que con semejante nombre no es raro que fueran ellos los que se llevaron el gato al agua.

Tal sucederá con Gregor: los demás se apoderarán discretamente de sus ideas, mientras que él se pasará la vida en ebullición. Pero no se reduce todo a hacer hervir, después es preciso decantar, filtrar, secar, triturar, moler y analizar. Cuenta, pesa, separa. Gregor nunca tiene tiempo para dedicarse a todo eso.

No sé bien por qué Echenoz narra la increíble vida de Nikola Tesla ficcionando su nombre (un tal Gregor es su protagonista) pero manteniendo el realismo de su época, sus inventos, o los personajes conocidos con que se cruzó (Edison, Westinghose, J.P. Morgan). En Relámpagos, Gregor es un inventor visionario y excéntrico, un niño prodigio de las Matemáticas y la Ciencia, que viaja joven a EE.UU. donde empieza a trabajar  con Edison, quien no quiere adoptar la propuesta de Gregor de sustituir la peligrosa corriente continua de su invención por la corriente alterna, que finalmente se impondrá gracias a que Gregor comienza a trabajar con George Westinghouse. Sin embargo, Gregor nunca se preocupó de asegurar su talento, mediante patentes bien protegidas o el cumplimiento de los tratos y contratos con magnates diversos que sacaron mucho beneficio de sus logros a cambio de muy poco. Bueno, a cambio de pelearse con un hombre solitario hasta la misantropía, célibe, asocial, maniático, neurótico, y tan visionario como gastador.

En cuanto pudo, Tesla siempre trabajó para su propia compañía (vía)

Echenoz narra años y décadas con celeridad y precisión pero sin sensación de atropello. Consigue una visión íntima del personaje, comprensiva e interesante a pesar de que los últimos años de la vida de Gregor tienen para el autor poco que raspar (aunque no sea del todo cierto). Aprovecha además un buen anecdotario, desde la invención de la silla eléctrica a causa de una feroz competencia empresarial hasta el paso por pubs del narigudo banquero J.P. Morgan, sin olvidar las polémicas de la invención de la radio o el radar, o los momentos visionarios que ahora, desde nuestra tecnología superior, se nos muestran reconocidamente pop como la comunicación con los marcianos que Gregor tuvo entre sus proyectos. Apuntes breves e imbricados, narrados en frases cortas de lenguaje sencillo, que intiman con la experiencia personal de Gregor y la imagen exterior del personaje.

El Tannenbaum’s Oyster está lleno de gente, de humo, de ruidos, de voces, de música mecánica y de vasos en colisión a la hora punta, mas todo se paraliza cuando aparece el millonario de todos conocido ya que le precede su nariz legendaria, luminosa y voluminosa, así como un vehículo con faro giratorio que anuncia un convoy excepcional. En medio del respetuoso silencio que reina de inmediato, John Pierpont Morgan se acerca pesadamente a la barra pidiendo dos cervezas con voz de ogro, y el barman obedece a toda velocidad temblando ligeramente. Acto seguido, mirando en derredor a la clientela paralizada que hace corro en torno a él, cada cual sosteniendo respetuosamente el sombrero apoyado con las dos manos en el pecho, el financiero decide crear un poco de ambiente. Cuando Morgan bebe –vocifera- todo el mundo bebe.

Ovación: encantados con la perspectiva, todos los parroquianos se apresuran a pedir por lo menos una cerveza y se reanudan las conversaciones con las jarras entrechocadas, la música y todo el resto hasta que John Pierpont Morgan, apurando raudo su jarra, estampa en la barra una moneda de diez centavos cuyo impacto, de súbito, acalla el tumulto. Todo se vuelve de nuevo en silencio hacia él, que proyecta sobre la gente una mirada circular antes de vociferar otra vez. Cuando Morgan paga –se desgañita-, todo el mundo paga. Seguido de Gregor, se encamina hacia la puerta a paso rápido, los aterrados clientes se hurgan los bolsillos, la construcción de la torre puede comenzar.

(ps. Mi amigo Roberto Bartual leyó el libro y lo odió convenientemente. Escribió una crítica en Factor Crítico y mantuvimos una interesante discusión al respecto).

Jean Echenoz (vía)