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2 de enero de 2011

La sabiduría del loco


Hace 17 años, cuando aún estudiaba ciencia y me fascinaba cómo describir el mundo mediante ecuaciones, bien exclusivamente empíricas, bien ajustadas a modelos teóricos, un compañero de doctorado me pasó una edición del Tractatus logico-philosophicus de Ludwig Wittgenstein. Aunque tenía en mi maleta muchos menos libros que a estas alturas del viaje (o tal vez por eso), fui capaz de entender bastante bien el libro, e incluso recuerdo haber escrito varios folios sobre las ideas en él recogidas. Se produjo en cierto modo uno de esos momentos mágicos respecto a la comprensión del mundo que a veces depara la ciencia, o, en este caso, la lógica.

Ahora, al recuperar el libro al adquirir una nueva edición, he vuelto a leer el Tractatus, en parte por la lectura reciente de Logicomix), donde Wittgenstein es personaje importante y el Tractatus una obra esencial, y en parte por comprobar el engranaje de mi cerebro ante un reto intelectual que en el pasado creí superar con éxito. Desgraciadamente, no he encontrado aquellas páginas en las que podía haber comparado cómo ha pasado el tiempo por mis neuronas. O si mi lectura e interpretación del texto fueron resultado más del entusiasmo juvenil que de la reflexión serena. A fin de cuentas, el loco Wittgenstein también era febrilmente joven al escribirlo, y tal vez sin fiebre juvenil el libro es otro. Él mismo acabó rechazándolo por dogmático e incompleto en su madurez.


¿Cuál ha sido el resultado del experimento? Una lectura menos febril, aunque más rápida. Menos febril porque decidí no pararme en cada afirmación del autor, que organiza el texto siguiendo un desarrollo de sentencias que va relacionando mediante indexación, pero más rápida por la misma razón. Menos atenta al detalle de la noción lógica en la descripción del mundo, por tenerla más olvidada, pero menos militante en sentencias y artes más gratuitas, como toda la referida al misterioso mundo místicorreligioso del que no podemos hablar.

Pero, por raro que parezca, lo peculiarmente atractivo que he encontrado en las dos lecturas de este libro es un inesperado aliento poético. Inesperado porque esto es lenguaje de la ciencia, descripción de la matemática con que explicar el mundo. Pero explicable en cuanto Wittgenstein proclama que es el lenguaje y su obligada imperfección el origen de los males de las discusiones filosóficas, conjunto de tautologías que enredan a los sabios por no disponer de un modelo de comunicación mejor estructurado. Ese modelo debiera ser la lógica, pero al no poder aplicarlo a lo que está fuera del mundo, a lo no describible, deja sin soporte a las disciplinas no enmarcables en la lógica. Las creativas, por ejemplo.

Que las imperfecciones lingüísticas nos lleven a la confusión de pensamientos es, perdonen la boutade, una idea que comparte perfectamente el aliento poético del hombre, o, por extensión, el hecho de que la vida sea, como decía Oscar Wilde, deseo de expresión. Wittgenstein sufriría al saber que su idea porporciona felicidad por la belleza que supone, la de la connotación, la de la metáfora. Dudo por ello que el Tractatus proponga realmente el mejor modelo para comprender al hombre y al mundo, pero sin embargo, en toda su lógica, lo intuye mejor que nadie.




Un pingüino de Randy Glasbergen en pleno problema lógico filosófico


9 de noviembre de 2010

Paradojas


Detenerse hoy en día en la paradoja de (Bertrand) Russell, formulada hace más de 100 años, parece de una ‘lógica’ total. Russell la formuló mientras trabajaba en sus Principia Mathematica, y venía a desmontar parte de la Teoría de Conjuntos, entonces boyante, y, de una manera obvia, introducía la autorreferencia en la lógica. Pongo un ejemplo, aunque pueden buscarla mejor y más completa por la red:

Todos los ciudadanos de una ciudad deben afeitarse cada día
Pueden pertenecer a dos grupos, los que se afeitan a sí mismos y los que son afeitados por el barbero.
Pero, entonces, ¿a qué grupo pertenece el barbero?


Logicomix es un cómic estupendo con más de una idea brillante. Narra una conferencia de Bertrand Russell en 1939 en EE.UU. en la que el ya mayor (aunque viviría 30 años más) pacifista, filósofo y lógico matemático inglés relataba su vida siguiendo el hilo de su mayor pasión, la lógica racional que parecía explicar el mundo de manera concreta, y que le aportó un edificio en el que sostener también su moral. La biografía de Russell permite, al ser ilustrado su contenido, observar la evolución de la matemática como ciencia durante la primera mitad del siglo XX, un periodo sin duda fascinante en la historia de la ciencia en general.

Como autorreferencial y metalingüístico que es el libro, y en cumplimiento humorístico de la paradoja de Russell, el cómic empieza representando al ‘barbero’ de la paradoja. Esto es, a los autores del libro. Son presencia recurrente en las viñetas y sus discusiones y evolución suponen una línea argumental importante. Tienen la ventaja de ser mayoritariamente griegos: Apostolos Doxiadis (concepto, historia y guión), Christos H. Papadimitriou (concepto e historia), Alecos Papadatos (dibujo y diseño de caracteres), y Annie Di Donna (color), y que crean el cómic en Atenas, y pueden salir a discutir el desarrollo del libro por la Acrópolis o mientras van a ver una representación de la Orestiada; todo ello es sin duda un aliciente importante para cualquier libro que hable de pensamiento. Ellos crean al Russell que da la conferencia, que a su vez recrea su vida y la de varios de sus maestros (Cantor, Frege), colegas (Whitehead) y alumnos (Wittgenstein), que junto a otros matemáticos (Poincaré, Hilbert, Gödel, Turing o Von Neumann) formaron un grupo de hombres con una pasión apabullante por la búsqueda de la verdad lógica, cuyos fundamentos estudiaron sin fin.



El subrayado que los autores hacen al comparar esta búsqueda con el que un conjunto de superhéroes de cómic harían por la ‘justicia’ en una historieta ‘convencional’ es posiblemente excesivo, porque hubiera bastado una única explicación. Mucho más interesante es el hecho de que las biografías de casi todos estos hombres muestren fronteras débiles con la locura, como si acercarse con lógica racional total a la verdad que puede definir al universo causara un desequilibrio que la mente humana no soportara. Esta dualidad plantea dudas razonable sobre el origen de la lucidez y de la locura. ¿Lleva la lógica a la locura, lleva la locura a la lógica? Dualidad que por otro lado es una cualidad superheroica como ninguna.

Me pregunto cómo será aceptado este cómic entre lectores habituales de historieta. A fin de cuentas, yo estudié algo de matemática, la notación lógica no me es extraña del todo, había leído algo de Bertrand Russell, e incluso a Wittgenstein –una presencia muy importante en el libro, como se ve en la ilustración superior-, además de el magnífico El atizador de Wittgenstein, que además cruzaba a ambos con Karl Popper. Ahora bien, ¿un absoluto profano? Yo espero que lo lleve bien; la historia tiene ritmo, ironía, se centra en un héroe que fue un gran hombre, y no me parece difícil. Creo además que este tipo de cómic es necesario para asentar un arte que se dice maduro y capaz de contarlo todo. ¿También filosofía y lógica? También. Este es el caso.

Mientras tanto, recuperar a Bertrand Russell no es mal idea para nadie. Probablemente él no sabía que con sus libros didácticos se convertía en uno de los pioneros de los llamados libros de autoayuda, aunque en su caso la vertiente divulgativa de su obra le permitió muy probablemente no despeñarse por la esquizofrenia y/o melancolía de varios de sus colegas y familiares. Pero sus lecciones de vida y moral son sencillas, lógicas, expuestas con un raciocinio limpio e inigualable, por una mente con conocimientos enciclopédicos, que sabe extraer lo mejor de ellos para intentar mejorar el mundo. Encima, escribe estupendamente. Apúntense Elogio de la ociosidad, y Ensayos impopulares.