Laurent Binet es un profesor francés obsesionado con
Checoslovaquia, donde hizo el servicio militar y donde ha trabajado durante
años. Y en su obsesión figura en un punto principal el asesinato de Reinhard
Heydrich, el hombre del Reich en Checoslovaquia de 1941 a 1942, especialmente
sanguinario, número dos de la SS, figura relevante en la adopción de la
Solución Final: baste con decir que trabajaba para Himmler y era el jefe de
Adolf Eichmann. HHhH es el resultado
de esa obsesión: Binet asegura haberse documentado y leído tanto sobre el tema
que necesitaba honrar mediante el realismo y la veracidad a los héroes que
cometieron uno de los atentados con éxito de mayor escala del nazismo. Josef
Gabcik y Jan Kubis son héroes principales.
El héroe Josef Gabcik (vía)
El héroe Jan Kubis (vía)
Y así, la búsqueda de realismo, veracidad y homenaje se
convierten en un auténtico leit-motiv del libro, donde Binet se hace presente
desde el principio, explicando sus intereses y los mecanismos por los que no
quiere que su obra se convierta en novelesca gracias a los tentadores
mecanismos que tiene la ficción para encontrar la verdad. Se convierte en
crítico acerado al hablar de otras obras que reconstruyeron los hechos (novela,
películas, de las que destaca su invención, su falta de documentación, o su
infidelidad a los hechos; esto incluye a Jonathan Littell, cuyo libro Las benévolas le trastorna al ser publicado durante la redacción de HHhH); es un compulsivo coleccionista de anécdotas alrededor de
Heydrich, y, en definitiva, se presenta más como creador vulnerable: no
consigue cumplir su objetivo y noveliza de continuo, se sitúa él mismo en el
lugar de los hechos, se discute a sí mismo su escritura… y hace así partícipe
al lector del proceso de creación de su novela.
Esta presencia del autor y su interés por revisar la novela
histórica se me antojan algo excesivos y un tanto subrayados. Creo que la idea
es brillante, especialmente cuando hablamos del Holocausto, siempre el mejor
ejemplo sobre la representación de la realidad (y su explotación), pero Binet
tal vez ha sucumbido a algo de ombliguismo de la literatura de hoy en día, la
que recurre a la no ficción personal (intransferible, la única que no está
narrada con anterioridad). Se acerca así a Coetzee, a Amis, a Auster, claro
está. Pero también a los bloggers, que sin duda adoptan mayoritariamente la
primera persona por defecto en su narrativa.
El lugar del atentado en 1942 (vía). A veces miro la foto y me recuerda a Dallas 1963.
Sería de todos modos injusto decir que esto se impone a los
hechos, además de que creo que a Binet le daría un ataque si alguien lo
pensara. No lo hace, en arte porque los hechos cuando menos son apabullantes y
en parte porque Binet adopta una estructura que busca el clímax de manera
magnífica, con una prosa sobria pero emotiva en el reconocimiento del heroísmo
de los protagonistas, incluso aún cuando el lector conoce el final. La acción
avanza en capítulos cortos, salta entre los distintos escenarios básicos de la
acción (Londres y el gobierno checoslovaco que toma la decisión del atentado en
el exilio, Praga y la situación del Protectorado del Reich, Berlín, Viena,
París, Kiev, y otros escenarios de la II Guerra Mundial), dosifica el avance
cronológico, deja apuntes históricos, y crea una red que envuelve personajes y
situaciones hasta una única resolución en las dos escenas cumbre
continuas: el atentado y el refugio en
la cripta de sus autores. Digamos que cumple con creces su objetivo,
manteniendo al lector atrapado en una veracidad hasta el punto que la puede
permitir la literatura de emoción, pero en la que parte de la lección de
literatura podría haberse reducido para ser estratosférica.
El villano Reinhard Heydrich (vía).
Como subraya el libro, su muerte afectó mucho al partido nazi por ser un
dirigente que destacaba también físicamente frente a los demás miembros de la
cúpula.
El título enigmático pero inteligente (no conocerá
traducción) significa en alemán El
cerebro de Himmler se llama Heydrich, es decir, Himmlers Hirns heibt Heydrich, y es una frase que al parecer se
murmuraba al referirse en Alemania a Reinhardt Heydrich y su papel en el
régimen nazi. Supongo que no se diría muy alto, no sería cosa de avergonzar al
dirigente mayor de la seguridad nacionalsocialista. Me gustan tantas haches
juntas. En nuestro idioma invocan silencio, la repetición de letras recuerdan
el gusto de la política de aquellos años por los organismos nombrados con
siglas y acrónimos. Cosas del inicio de la propaganda, supongo.
En resumen, otro libro excelente de la nueva hornada de
escritores franceses que últimamente estoy leyendo. También fue Premio Goncourt,
en este caso a la mejor primera novela, y queda recomendada con el debido
fervor.
Laurent Binet (vía)