No saco prácticamente nada bueno de la lectura de La elegancia del erizo, novela de la francesa Muriel Barbery. He llegado a ella después de ver la película El erizo, en la que la joven directora Mona Achache convenció a Josiane Balasko para protagonizarla, y que me pareció un producto amable, algo ñoño, pero más auténtico que el libro en que se basa.
El erizo en acción (vía)
Tal vez esta sea la única discusión interesante. Estoy seguro de que la directora y guionista adaptó la novela al cine por considerarla bien lograda y por gustarle el tema: en una comunidad de pisos de lujo de París, la portera, de nombre René, cincuentona, mal parecida y tosca, resulta ser una autodidacta culta y apasionada de la literatura y el cine de arte y ensayo, que mantiene sus púas hacia el exterior como autodefensa ante el pijerío insufrible de sus empleadores. Entre ellos, sólo una muchacha de doce años que escribe un diario sobre sus experiencias, y que planea suicidarse en su próximo cumpleaños, parece darse cuenta de que el erizo de la portería tiene algo de interés bajo ese aspecto intratable. De repente, llega un nuevo vecino, un rico japonés culto y maduro que… bueno, no sigo, imagínense… La novela estructura esta historia con la alternancia de los diarios-monólogos de la muchacha y de la portera. El catálogo de lugares comunes del esnobismo cultural no tiene fin, sólo es comparable con el de los momentos de complacencia social y supuesta visión superior emocional del mundo.
La película, sin embargo, se ve obligada a cambiar el modo de expresión artístico de la muchacha (sus diarios especialmente insufribles) por pinturas y grabaciones de video, que resultan adecuadas para contar su experiencia en pantalla y pierden pedantería (para bien) como medio de expresión. Los capítulos escritos en primera persona por la portera se cambian por una narración convencional con una mirada obviamente amable e identificadora por parte de la directora, pero de nuevo perdiendo afectación.
Tal vez el audiovisual resulte más ligero, o en él estemos siempre dispuestos a ser menos exigentes, y perdonen el ejemplo bobo: un gazapo en una peli hace sonreír a muchos y hay quienes ven con encanto producciones de realización deliberadamente descuidada aunque sea por falta de capacidad. Un libro lleno de errores sintácticos o de traducción pegajosa ya molan menos. Este asunto es más profundo y tiene más matices, pero para lo que nos ocupa, El erizo (película) consigue no ser tan ridículamente obvia como La elegancia del erizo, la novela, que no merece, en mi opinión, el éxito que alcanzó.
Muriel Barbery (vía)