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23 de mayo de 2015

En el lado de Satán


Con razón aseguran las reseñas que hay ecos importantes de A sangre fría en El adversario, el libro que llevó a la fama a Emmanuel Carrère, ejemplo de volumen de no ficción que durante todo el siglo XXI ha mezclado la autoliteratura con la investigación histórica o periodística, y del que tal vez Javier Cercas sea el mejor representante en la literatura española. En El adversario Carrère cuenta la historia de Jean-Claude Romand, el hombre que durante veinte años engañó a su familia y amigos afirmando que trabajaba en la OMS cuando no era así, y que consiguió vivir de los fondos de sus conocidos que supuestamente invertía en condiciones ventajosísimas gracias a sus contactos suizos, y de la venta de medicamentos falsos. Hasta que el dinero se acabó y Romand sospechó que iba a ser desenmascarado, y, no pudiendo soportar la vergüenza asesinó a su familia y sobrevivió a su tibio intento de suicidio. La fascinación por los hechos inspiró a Carrère a escribir la historia desde dentro, es decir, contando con los testimonios y razones contadas por el propio Romand. Ha habido al menos tres películas basadas en el personaje.


Frente a Capote, Carrère se hace mucho más presente en su libro, aunque no tanto como en Limónov, donde la comparación personal con su protagonista es una constante. Carrère aquí se avergüenza de contar la historia de un asesino y servir de excusa a la estilización trágica del mismo, pero con cierta impudicia –tal vez signo de los tiempos- muestra las cartas intercambiadas con el asesino y pone encima de la mesa  sus propios sentimientos; Capote obviamente nunca se arrepintió de lo suyo ni hizo evidente ninguno de estos pensamientos en su libro –podemos decir que Carrère expía su acto interesado a través de la sinceridad. Capote se beneficia en lo literario del trágico final de sus protagonistas, el ahorcamiento, cuyos constantes aplazamientos retrasaron la publicación del libro convirtiendo en leyenda la angustia del escritor por poder publicar; se toma además mucho más tiempo en la descripción de la vida de los protagonistas y del pueblo, y crea un fresco político y poético de clase, tiempo y país, consiguiendo que los asesinatos de Holcomb funcionen como paralelismo de un país enfermo que además lo desconoce y se pasma ante ello. Carrère es más preciso aunque su caso sea sin duda más peculiar, y la lectura no alcanza esos niveles, el análisis de clase está presente y es excelente pero  trasciende menos una lectura sobre la alienación del trabajo; también los tiempos son más cínicos. Ambos trazan perfiles psicológicos brillantes y ambiguos de sus asesinos, ambos sin duda se horrorizan de la tragedia sin comprender íntimamente los motivos últimos de sus contrincantes. Carrère termina su libro describiendo la aparición de sorprendentes visitadores a lo Helen Prejean, que le permiten un final piadoso y cristiano, aunque sin obviar la sorpresa ante el personaje imposible que seguirá siendo Jean-Claude Romand, al que no puede darle final, al menos en 1999, fecha de publicación.


El adversario es un libro que destila rigor, aparentemente, describiendo los hechos en cada una de sus líneas. Es una crónica de un proceso personal y judicial ante unos hechos obsesionantes, y un perfil de un personaje aterrador que se obligó a una vida autodesplazada y negada que funciona como un espejo del vacío vital postmoderno. Resulta imposible dejar de leerlo, y no es de extrañar que Carrère adquiriera la fama que le supuso. A pesar de aliarse con el mayor de los adversarios.

Emmanuel Carrère (vía)



27 de julio de 2014

De entre los rusos


Eduard Limónov, joven aspirante a poeta alternativo en los setenta soviéticos, escritor promesa, chapero ocasional y mayordomo de lujo en Nueva York, novelista de éxito underground en París, soldado proserbio en Yugoslavia, y político encarcelado y opositor a Putin en Rusia, es un personaje REAL.

Y aunque Limónov merezca, sólo con echar un ojo a esa vida, un libro, este volumen escrito por Emmanuel Carrère tiene otro clarísimo protagonista: el autor. Limónov es tan biografía como libro de autoficción, en el que el autor que lo escribe comparar su trayectoria con la del autor retratado, y ese contraste es uno de los ejes que articula la narración. Carrère admira al hombre de acción que ha vivido y que ha escrito habiendo vivido, admira al hombre arriesgado y en ocasiones asceta, casi siempre pobre, y cuyo código de honor se aleja de convencionalismos o burguesías, y lamenta su incapacidad vital para emularlo.

El joven Limónov (vía)

Otro importante eje del libro es el diálogo subterráneo entre Occidente y Oriente (bueno, entre Occidente y Rusia, aunque Limónov pasara casi toda su infancia y adolescencia en Ucrania). Carrère es probablemente uno de esos occidentales, francés en este caso, que por tener antecedentes rusos puede comprender más un país de alma excesiva que tan difícil de entender (nos) resulta. Limónov viaja de la Unión Soviética a los Estados Unidos cuando sólo los disidentes lo hacían, encuentra el éxito literario reducido en el París de los ochenta, y regresa a Rusia en el caos del final soviético.

Un eje final, tal vez menos obvio, es el que describe los diferentes encierros vitales en que Limónov nunca acaba de encontrar acomodo real: su ghetto cultural de Járkov y de Moscú se perpetúa entre el círculo de norteamericanos snobs que considera estupendo conocer a un ruso, siempre escritor o artista, en Nueva York, y prosigue entre los guardaespaldas jóvenes militantes de su partido en Rusia, quienes le protegen de las palizas y amenazas anónimas.  Estos encierros llegan a su cumbre cuando se convierte en prisionero político bajo Putin. Un hombre aparentemente libre como Limónov alcanza su verdad profunda en la prisión de Engels tras ser detenido por terrorismo en Asia Central, donde visitaba una especie de comuna del partido en que por primera vez conseguía alcanzar cierta comunión con la naturaleza. En la cárcel Limónov toma consciencia de que puede ser el único hombre del planeta capaz de darse cuenta de que los baños son iguales a los de un hotel de Nueva York, ambos diseñados por Philippe Starck. Carrère afirma que el poder relacional de esta imagen, metafórica en varios frentes, sin olvidar que el diseñador en cuestión es francés, enciende el anhelo de escribir este libro, y obviamente lo inspira.

La obra propia del Limónov escritor es casi por entero autobiográfica, aunque no académica ni por supuesto convencional. Sus libros son la primera fuente de información de Carrère, que además conoció fugazmente a Limónov en París y volvió a verle en Rusia, nada menos que en un homenaje a Anna Politkóvskaya, antes de intentar entrevistarle con miras a aumentar su información, sin que sus encuentros fueran fructíferos para ello.

Carrère encuentra un afortunado tono narrativo, que nunca abandona su escritura inspirada, siempre interesante y lúcida, y que brilla en su mezcla de ensayo, biografía y confesión, alrededor del proceso creativo y su relación con la vida. Sus páginas sumergen al lector en una odisea personal envuelta en la historia de los últimos cuarenta años, especialmente la rusa, que le permite además dibujar escenarios de la ética moderna –sobre el éxito o sobre la violencia- a través de un personaje controvertido e impredecible, cuya genialidad biográfica es asombrosa y atractiva como pocas.


Emmanuel Carrère (vía)