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4 de agosto de 2020

La polis literaria



La polis literaria es un libro de magnífico título, que se acompaña de un subtítulo explicativo: El boom, la Revolución y otras polémicas de la Guerra Fría, que centra mucho más el tema. La polis literaria, con su metafórica alusión a la polis como lugar de encuentro y diálogo, es fundamentalmente la historia de un desencanto: el de la gran mayoría de los escritores del boom latinoamericano con la deriva autoritaria de la Revolución Cubana, a la que mayoritariamente apoyaron en un principio, y de la que fueron desligándose paulatinamente, sobre todo tras el apoyo de Cuba a la invasión de Checoslovaquia en 1968, y, especialmente, tras la detención del poeta Heberto Padilla, el ostracismo al que fue sometido José Lezama Lima, y los exilios de Guillermo Cabrera Infante y Severo Sarduy. Este proceso fue diferente y matizado para cada una de las grandes figuras del boom. El libro, en cualquier caso, es una muestra del relevante peso que la política latinoamericana en general, y el proceso revolucionario cubano de manera específica y central, tuvo en la posición literaria y en la postura pública de hombres como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, o Julio Cortázar.

Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes, 2008 (vía)

Rafael Rojas estructura el libro basándose en cada una de estas personalidades fascinantes, en lugar de hacerlo siguiendo una cronología de hechos. Ello hace que algunos hechos concretos se repitan en varios capítulos pero que la visión sea la de cada autor, y cada uno ofrece el suficiente interés significativo y distintivo. El viraje al liberalismo de Octavio Paz y Mario Vargas Llosa, uno desde la idealización del concepto de Revolución como exorcismo y catarsis nacido en el papel de la Revolución Mexicana, y otro desde su juvenil ideología marxista, o los lábiles desligamientos justificados por Cortázar o García Márquez, abrumado uno por las críticas recibidas por su vida en París o su barroquismo poco revolucionario, y refugiado otro en su idea de la estirpe autoritaria encarnada casi genéticamente en las dictaduras latinoamericanas de manera determinista e inevitable (además de en su amistad con Fidel Castro), para no romper con el régimen a pesar de su horror por las purgas culturales… Los cinco primeros capítulos se dedican a estos cinco autores mencionados, muestran sus derivaciones intelectuales alrededor de la Revolución, pero también el acoso del poder que ésta acumuló y que sufrieron en el boom. Son cinco brillantes muestras de crítica literaria mezclada con evolución de pensamiento político y apuntes biográficos que recuerdan de continuo, para quien haya sido lector de estos autores, el caudal enorme de talento que fluye por sus libros. La tesis de La polis literaria es, por tanto, esta centralidad que desde Cuba se pretendía tener del boom y que el autor asume en su consecuencia final: por un lado fue Cuba, fue la Revolución, la que dio entidad al boom, y fue también Cuba, con su deriva dictatorial (o burocrática, como el eufemismo que empleaban con frecuencia), la que lo rompió. Sin olvidar el impacto, poco reconocido en la élite cultural revolucionaria cubana, de la victoria de Salvador Allende en Chile, primero, y de Mitterrand y González en Francia y España después, como muestra de que un socialismo reformista podía llegar al poder y mantenerse durante años en su labor con victorias democráticas, sin armas y sin represión.

Octavio Paz y Mario Vargas Llosa (vía)

Rojas dedica un capítulo necesario al subgénero de la novela de dictadores (es clarividente cómo recoge el paso del estilo barroco justificativo como defensa laxa del dictador letrado, culto, o, al menos, plenamente identificado con el cuerpo de la nación, al realismo dramático con que Vargas Llosa prácticamente finiquita estas veleidades en La fiesta del Chivo), hace un viaje a Chile –que se aparenta algo menor- con Donoso y Edwards, y finalmente dedica tres capítulos a los tres represaliados cubanos de la Revolución arriba mencionados (Lezama Lima, Cabrera Infante y Sarduy) con los que completa un espectro amplio de diferentes actitudes vitales de los escritores cubanos. Rojas admira sin disimulo a Lezama Lima y su Paradiso despreciado por la Revolución, cuyo ídolo literario nacional era el (excelente, por otro lado) Alejo Carpentier.

Julio Cortázar y José Lezama Lima, 1968 (vía)

La polis literaria encierra muchas claves de interés sobre cada autor y sus reflexiones sobre la Revolución en un sentido general, sobre su sentido, origen, conclusiones y derivas, con el caso latinoamericano como foco, que en los años sesenta y setenta fue amenazado de facto por la Guerra Fría alentada por dos países cuyos estados habían nacido precisamente de sendas revoluciones que ahora habían pervertido sus ideales de partida. Encierra también un ensayo literario, una lectura política de la acción cultural de autores comprometidos a un nivel supranacional de gran intensidad con su propio continente como unidad de reflexión política. Está además excelentemente escrito, con un lenguaje rico y con una exposición sencilla de las implicaciones políticas en lo literario y viceversa. Hay elementos especialmente llamativos que probablemente ahora el tiempo permite encajar: el interés político por apropiarse del favor del genio intelectual (ahora parece impensable, el genio intelectual en general es despreciado por los gestores políticos), la importancia de los padrinazgos de las revistas literarias principales del continente y lo que suponían políticamente como modo de diálogo a distancia o al negarse interesadamente a la publicación en las mismas de las contribuciones de determinados autores, y la capacidad continuada y mantenida en autores de varios países para la metáfora política en su obra artística. Finalmente, por supuesto, está el placer del recuerdo de tantas obras del boom leídas. No todas, obviamente, y por ello el libro es también una fuente de ideas de lectura a aprovechar adecuadamente. ¿Algo más placentero que un libro bueno que llame a la lectura de otros libros buenos?

Rafael Rojas (vía)



8 de septiembre de 2014

Macondo v.0


Recuerdo que en su día supuso cierta conmoción el Premio Nobel concedido a Gabriel García Márquez en 1982: fue un premio saludado y celebrado, posiblemente por las características del premiado, algo joven para este premio, y el espaldarazo oficial al boom de la literatura latinoamericana de la segunda mitad del siglo pasado. García Márquez acudió vestido de blanco a la gala en Estocolmo, y aunque ese color tuviese una esperable lógica caribeña, en cierto modo le convirtió en una figura seráfica entre la literatura hispana y la progresía mundial. Ascendió a los cielos y posiblemente llegó a un mito excesivo, que también le supuso varios ataques hijos también de una fama desmedida.

El premiado del traje blanco

En aquel momento, casi un único libro era el responsable de todo, y hoy, tras la muerte del autor, parece que será imposible separar a García Márquez de Cien años de soledad como lo es separar Ulises, En busca del tiempo perdido, o El Quijote de sus respectivos autores. Cien años de soledad no tiene aún 50 años, pero la enorme repercusión que supuso y su influencia en la narrativa posterior son más que notables. Tal vez no sea fundar la novela, o fundar la novela moderna, pero tal vez no haya pasado el tiempo suficiente.

La calle Macondo de Donostia-San Sebastián (vía)

Cien años de soledad cuenta la historia de la estirpe de los Buendía desde su llegada a Macondo hasta su extinción. Con una estructura que ahora (23 años después de leerla por primera vez) me parece bíblica, pero con el paganismo de lo prehistórico mezclado con el de la literatura moderna, el libro canónico del realismo mágico recupera la poética de la fábula inagotable. No son resumibles, ni adaptables, todos los hechos posibles e imposibles que suceden en la novela, que está habitada por una pasión indómita por la acumulación de historias y personajes, ya que a fin de cuentas narra la historia del mundo bajo el pesimismo determinista de Gabriel García Márquez, según el cual los hombres están condenados a repetir los mismos actos cíclicamente y a seguir los mandamientos de un destino sofocante.

Escrita con una precisión imposible en un relato tan enmarañado, Cien años de soledad tiene una increíble poder hipnótico. Sus frases y descripciones se acercan al barroco sin caer en él, pero es imposible salir de su pesadilla fascinante. Da igual que Macondo sea asolado por una peste de insomnio o un diluvio de cuatro años, que el liberal coronel Aureliano Buendía emprenda 32 guerras civiles y las pierda todas, o que una vieja tía borde su mortaja en la esperanza de terminarla el día de su propia muerte: cada capítulo está dotado de un intenso ritmo interno, generalmente basado en uno o dos personajes o situaciones, alternando el estímulo de la memoria frágil del lector con retrocesos y avances constantes (desde la primera frase, donde se recoge el futuro ‘Muchos años después…’ con el pasado ‘…habría de recordar aquella tarde remota…’) y la musicalidad del lenguaje y las imágenes surreales, cerrándose cada uno en su propio círculo de soledad. El genio no sólo poético sino también social, político e incluso psicológico de Gabriel García Márquez está también en añadir capas metafóricas a sus propios recuerdos alterados de infancia, llena al parecer de personas de nombres repetidos y costumbres peculiares, para rendir un cosmos propio de valor universal, que en el encierro de la jungla cruza lo lisérgico con lo social, lo mítico con lo religioso, y lo político con lo sexual y lo humorístico, por más que la soledad y sus hijas la tristeza y la melancolía, sea el sentimiento superior a todos.


Gabriel García Márquez bajo el peso de la soledad.