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23 de noviembre de 2011

Some Blues...



Fun Home. Una familia tragicómica, de Alison Bechdel, se publicó 10 años después de Stuck Rubber Baby, aunque en España ambos libros se publicaron casi a la vez. En los agradecimientos de la edición en castellano aparece la figura de Howard Cruse como inspiradora, y es cierto que es muy difícil no pensar en Stuck Rubber Baby al leer Fun Home. Hasta es posible pensar en trayectorias paralelas de los dos autores.


De hecho, Alison Bechdel también escribió una tira cómica anterior a su cómic serio, protagonizado por lesbianas desenfadadas que hablan de todo lo que les concierne. Aquí se conoce como Unas bollos de cuidadoPareciera que, al menos en cómic, antes de llegar al tratamiento serio de la propia condición sexual (en novela gráfica), es necesario pasar por una representación más humorística de la asunción de la homosexualidad, en un formato más ligero. Curiosamente, ambos autores reproducirían la propia historia del cómic como arte hasta su actual buena consideración en las artes. 


Ya la primera página de Fun Home anticipa uno de sus temas principales (la conexión entre padre e hija), y el color, que en este caso añade un verde azulado apagado al B/N. Fun Home es una historia más intimista que Stuck Rubber Baby, y su contexto social, aunque importante, no es tan decisivo o espectacular. Cuenta la historia de la familia Bechdel, cinco almas creativas separadas ya desde la portada de la primera imagen. La autora narra en primera persona, y en la historia sale del armario para enterarse de que su padre era un homosexual reprimido que aparentemente se suicidó tras una acusación de acoso a un joven. Esto desencadena un torrente psicológico en la hija, que, basándose en sus diarios, construye un libro estupendo y multipremiado con justicia.


El afán de autobiografía se expande desde los diarios hasta la novela gráfica entre manos. Y la liberación sexual es más intelectual que social: padre e hija se reconocen en los libros que leen. Fun Home se convierte así en una de las obras más metaliterarias e intertextuales que conozco.



Esta brillante página compagina por ejemplo:

-confesiones personales (en bocadillos blancos) con pensamientos intelectuales de la hija (en fondo negro)
-toma de conciencia mutua a partir de una referencia literaria de alto nivel cultural sobre la paternidad (el Ulises de Joyce y su flujo de conciencia)
-una composición repetida también heredera del pop y signo del duro inmovilismo paterno, pero que también iguala a los personajes (lo están en orientación sexual, en interiorización, en disposición creativa...)


El color es otro elemento de los que emplea Bechdel en su narración, aunque quizás menos destacable que en la obra de Cruse, más obvia al respecto. Pero además de la estética decadente del triste azulón del color, el padre de Alison llega a negar el color que su hija propone para un dibujo, y ella lo abandona en sus diarios . Las connotaciones respecto a la salida del armario son obvias.



La relación entre este padre lector y su hija alcanza momentos de una intensidad autorreconocida difícilmente superable, y el color, o mejor dicho, la ausencia de matices en el mismo, es un apoyo estético frente a la potencia emocional del guión.

Pero, para el lector especialmente literario, la imbricación de alta cultura, educación, y sentimiento resulta de gran riqueza. Así, Proust, su evasiva armarización pública, y su manierismo que explica a la vez que oculta el alma, define bien al padre:


Mientras que Alison vive la liberación por la literatura desde otro punto de vista: el de la interpretación lúdica del subtexto posible, aunque se trate de un libro supuestamente infantil de un autor supuestamente de cuentos, Roald Dahl.


Un contraste que nos lleva a una imagen que fuera objeto de las iras de algún grupo ultraderechista norteamericano. No hay casi azul en esta imagen que celebra los cuerpos -en un blanco inmaculado- y las palabras, como forma de construir la identidad de una persona


(Segunda y última parte de la conferencia anunciada en la entrada anterior; quiero dar las gracias a Roberto Bartual y Esther Claudio por la oportunidad de participar en este congreso del cómic)

16 de noviembre de 2011

La vida sin colores



Stuck Rubber Baby es un cómic de título intraducible (Mundos diferentes fue el subtítulo en España), publicado en EE.UU. en 1995 (diez años más tarde en España), tras 4 años de preparación. El contexto de su publicación es importante para el autor: tres años después de Maus y su Pulitzer, Howard Cruse es consciente de la sombra que esa obra ejerce sobre la suya, y ambiciona hacer algo similar: conseguir interesar a un público general sobre una historia de influencia universal. Pero Cruse tampoco era un recién llegado.




Durante los 80 alcanzó fama con la publicación de las tiras de Wendel en The Advocate, y ya había trabajado en la ‘tradición’ del underground, y fundado incluso una revista titulada Gay Comix
Wendel es personaje urbano, desenfadado, abiertamente gay, pero la tira trataba también los problemas de la comunidad en los ochenta, como el SIDA y la homofobia. Predominaba el humor.




El tono ha cambiado en Stuck Rubber Baby. Que, aunque por partes sí muestra celebración de la vida gay, es sobre todo un melodrama de aceptación personal en el contexto de la lucha por los derechos civiles.

La historia narra las dudas para aceptarse como homosexual de Toland Polk, un muchacho de un pueblo del sur de los Estados Unidos durante el mandato de Kennedy, en plena eclosión de los movmientos de derechos civiles de los negros.




Pero, ciertamente, puede rastrearse el peso de Maus en páginas como esta: Toland Polk narra su juventud desde un futuro, y en su recuerdo aparecen de continuo personajes (él mismo sobre todo) que también recuerdan. Aparece la existencia del recuerdo junto a su representación, dentando el marco de las viñetas.

Esta página sirve también para mostrar lo importante del blanco y negro (B/N) en el libro, en el aislamiento de las figuras. El protagonista  es ridiculizado en el ejército por marcar la casilla de homosexual. Y a partir de ahí dedicará su juventud a que no se vuelvan a reir de él e intentar ser heterosexual con todas sus fuerzas.




Sammy Noone es un personaje abiertamente gay que en su primera aparición piropea a Toland; la página juega con el contraste irónico del color. Sammy viste de oscuro, de marinero, frente a la recia camisa blanca del sur de Toland. Pero, ¿es el negro el color que indica maldad en este cómic?




Rotundamente no, y menos en un cómic en que sale el KKK. Uno de los análisis es que el uso del B/N en Stuck Rubber Baby sirve para aunar los diferentes derechos civiles alrededor de cuya lucha por ser reconocido se estructura el libro, en el que la toma de conciencia de Toland por los problemas raciales no se diferencia tanto de su propia lucha interna por su sexualidad.




La diferenciación estética y narrativa por el color se produce en varios momentos del comic, y se aprovecha en varios contextos. Un ejemplo especial es la conversación de varias páginas de Toland con el reverendo pacifista de la ciudad, que actúa como resumen de la actitud de los religiosos negros en el movimiento de derechos civiles, y al que además Cruse hace padre de un hijo negro gay




Alcanza también al travestismo, por medio del personaje de Esmeraldus, que se empeña en salir al escenario caracterizado como Doris Day. Es además la mariquita escandalizadora, que hace que la actitud armarizada de Toland sea más evidente.



Cuando llega su transformación, Esmeraldus también traviste el color blanco de la piel de Doris Day.



Y por supuesto, llega a las relaciones sexuales interraciales, que en este caso (sur de los EE.UU, en los años 50 del siglo pasado) son algo así como llevar al máximo la provocación para la sociedad en que se produce.





Las dos direcciones de la posible reivindicación se mezclan a la puerta de un servicio: si usted me lo pide, doctor Martin Luther King, dejaré de ser gay tan pronto como usted deje de ser negro.





Y llegando a la esperada cumbre con las relaciones sexuales. 






El uso del B/N no es, por ello, sólo un elemento estético, o un apoyo melodramático a una historia, sino una opción ética (el muchacho blanco tiene mucho que aprender de la sociedad negra, que merece mucho más llenar el cuadro de la viñeta) que forma parte de la narración




No es obviamente el único valor narrativo visual del libro, porque otros también tienen una interpretación válida a la luz de lo que supone salir del armario. Por ejemplo, el uso de viñetas muy cerradas con algunas grandes apariciones de escenas tumultuosas o paisajes urbanos .


O el uso del espacio y el ritmo en las varias fiestas que aparecen en el texto .

(Primera parte de la conferencia que con el título Salir del armario en B/N: una lectura de Stuck Rubber Baby  (Howard Cruse) y Fun Home (Alison Bechdel) impartí el 12 de noviembre de 2011 en el Instituto Franklin de la Universidad de Alcalá de Henares dentro del 1er Congreso Internacional sobre Cómic y Novela Gráfica)

23 de septiembre de 2009

¿Metacómic?

A mí la cosa ésta del cómic actualmente me desborda. Me resulta imposible escoger qué leer. Hay un exceso de oferta, mucha en géneros que a priori no me gustan: el manga o los superhéroes serían los mejores ejemplos. O que empiezo a considerar pesados: la ya cansina autobiografía catárquica, que sin pensar mucho incluye títulos como ¿Por qué he matado a Pierre? –Alfred & Olivier Ka-, Mis circunstancias –Lewis Trondheim-, Fun Home –Alison Bechdel-, Stuck Rubber Baby –Howard Cruse-, Shenzhen –Guy Delisle-, etc… Muchos de los cuales me encantan, pero ya empieza a abrumarme…

Siempre me parece que en cine o literatura me defiendo mejor. Pero, en fin, hay miles de informantes de cómics en la red, si bien el cómic es un medio dado a los fans de adhesiones sin fin, y hay que saber mirar. O pedir a quien sabe qué te gusta. Este es mi caso, en el que cuento con tres gurús que me hacen, cuando llega el caso, recomendaciones personales (gracias todas a Absence, Malarrama, y Malapeor). Ya no recuerdo quién fue de los tres el que me llevó hasta El bulevar de los sueños rotos, obra de Kim Deitch (con la colaboración de su hermano Simon y publicada gracias a las artes de Art Spiegelman, si bien desconozco la participación real de cada cual en que el libro tal y como es llegue a nuestras manos). No crean, algunas de estas recomendaciones no las sigo, simplemente las ojeo y me doy cuenta de que no me encajan. Y comprar cómics tontamente –ya que verlos en la web me parece un sinsentido- es un ejercicio caro: son buenas ediciones y volúmenes bellos, pero de lectura demasiado rápida. Y el libro de Deitch… Digamos que la estética underground y la presencia de un gato parlante me llevaban rápido a la obra de Robert Crumb, que me suele desagradar –perdón por la generalización sin más explicaciones- por su excesivo feísmo. Y, no obstante…

El bulevar de los sueños rotos cuenta la historia de un estudio de animación en el que trabaja el brillante animador Ted Mishkin, hermano de uno de los directivos de la casa, a su vez amante de la ilustradora a quien Ted ama platónicamente. Ted tiene visiones que canaliza en su obra. ¿Y qué ve? Un gato, de nombre Waldo, que le hace funciones de conciencia y de diablo. Waldo es en realidad el verdadero protagonista de la historia, una ensoñación paranoica encarnación de los deseos y de la locura creativa, en un delirio mental a medias entre la lucidez y la neurosis, que acaba siendo protagonista mediante un psicodrama creativo de los mejores cartoons de la productora.

Waldo y el protagonista
La historia de la animación como arte incluye un homenaje a sus inicios que para Deitch y hermanos debe ser emocionante por ser hijos de un pionero, Gene Deitch, pero da una vuelta de tuerca al mito de la misma. La animalización de caracteres es pesadillesca y resulta desagradable, la ‘disneyización’ del cartoon no es precisamente un hecho de criterios estéticos, y los personajes sufren también la caza de brujas. Y todo ello sobre el paralelismo continuo entre creación y locura, en que los mejores momentos suceden y las mejores obras se crean en un manicomio, y en que se incide en la incapacidad de un artista verdadero para tener una vida digamos saludable.

En efecto, la estética es la del comic feísta y abigarrado del underground; cada viñeta está llena de elementos, de la obra narrada en sí, de la obra que crean Mishkin y sus colegas, de los elementos del circo y la atracción de feria que rodean a Waldo como ensoñación surreal y a los inicios de la animación. El blanco y negro es una opción moral, que huye del color blandurrio sólo sospechable en el personaje que desea introducir los modos Disney en la productora.

Ante todo este carrusel, debo reconocer que me he acordado de Charlie Kaufman… ¿Se reflexiona el cómic a sí mismo? ¿Se retrata como arte como hacen o intentan hacer desde hace años los autores literarios o cinematográficos? ¿No está más acusado de falta de madurez por haber sido despreciado como medio/arte más (falsamente) infantil durante décadas? Ya sé que esto es cómic y lo que retrata es animación, no exactamente lo mismo, y que el cine como experiencia de masas da para otros discursos, y que... Bueno, que los artistas se retratan es claro, todas esas autobiografías lo demuestran. Uno puede ver rastros de dibujantes o animadores formando parte de la trama en ese Guy Delisle que va a Pyongyang a trabajar en lo suyo, o en Art Spiegelman dibujando sobre la montaña de cadáveres de Auschwitz que le dan éxito, dinero y un Pulitzer. Hasta en Harvey Pekar curándose un cáncer dibujándolo a diario. Pero la implicación emocional con el acto creativo no es tan compleja como aquí. Y por supuesto el cómic puede ser de profundidad superior a los otros artes, y no hay mejor ejemplo que Alan Moore para ello (que, a fin de cuentas, hizo algo con el final de Watchmen que tiene que ver con esto). Pero el de Kim Deitch es un retrato Kaufmaniano sobre la creación, que no veo tan frecuentemente trasladado al comic, o bien me faltan lecturas y formación para ello. Como si todavía no hubieran llegado el Fellini o el Joyce de este arte. En fin, interpelaré a mis gurús. Con un poco de suerte, puede que descubra más joyitas.
Waldo y el autor (vía The Daily Cross Hatch)