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3 de diciembre de 2011

Cuidado con Paloma



Cuando muchos años después de la emisión de la serie de televisión que protagonizara Silvia Munt pisé por primera vez, en el barrio de Gràcia, la Plaça del Diamant, me sorprendió su discreción, que no respondía a mi mito infantil de teleserie que no podía ver. A Silvia Munt el personaje de Colometa le marcó durante tiempo, cosa lógica en época de canal único, y en un momento (1981) en que la producción audiovisual española no trataba aún la guerra civil y la postguerra con la profusión posterior. Siempre tuve esta novela de Mercè Rodoreda entre las lecturas pendientes, y por fin le encontré un hueco.

Una discreta plaza barcelonesa, vía mundofotos

La Plaza del Diamante merece el prestigio crítico que la precede, pues es un estupendo compendio de personajes, lugares y situaciones que permite mil análisis apasionantes, que, sin embargo, se ocultan bajo una narrativa fluida, el monólogo interior de un personaje frágil y resignado a lo largo del siglo XX en Barcelona. Y, sin embargo, yo creo que algunos de los lugares comunes sobre esta novela no son tales: por ejemplo, la ambientación en Barcelona no me parece tan fundamental (dicho sea con el atrevimiento de haberla leído en un idioma que no es su catalán original). La plaza del título apenas aparece en el baile inicial en que Colometa conoce a Quimet, y en el capítulo final. Y aunque la historia rara vez se aleja del barrio, yo creo que Gràcia no es esencial para entender el libro. Tal vez la traducción haga perder algo este sentido, pero en Colometa y su Gràcia no me resulta extraño ver a mujeres de la generación de mi abuela y el barrio de Rekalde en Bilbao, por poner un ejemplo.

Silvia Munt como la protagonista en la serie/película de Françesc Betriú, vía el festival de cine español de Nantes

Más allá de eso, incluso diría que la ambientación histórica tampoco es tan fundamental. Supongo que esto resulta más discutible, pues la Guerra Civil y las divisiones social y familiar que supusieron son barreras que la vida pone a Colometa para que su combinación mágica de resignación e ingenuidad las supere. Aparentes resignación e ingenuidad, claro, pues el diseño del personaje y sobre todo de su lenguaje es un trabajo excepcional que hace parecer a Colometa a veces una sabia estoica, a veces una sinsorga muy limitada. La guerra es un contexto necesario que Rodoreda usa para perfilar un entorno enloquecido que afecte profundamente la capacidad de supervivencia de su personaje. Ahora bien, ¿son esenciales los acontecimientos de esa guerra? Más allá de lo que supone que se trata de una guerra civil que la protagonista no entiende –o no quiere entender- y que su marido milita en el bando perdedor –dato que sí es importante-, pienso que no. En la visión que no me atrevo a llamar del todo naturalista (o costumbrista, o realista) de Colometa puede haber aromas de lo español de esa guerra, que dan verosimilitud a libro y protagonista, pero el mundo del personaje se sobrepone a ellos claramente de manera intencionada y universaliza la propuesta.

Un animal que representa la paz. Un animal que lo ensucia todo.

Colometa en realidad se llama Natalia, y tras el baile en la plaza fatídica se hace amiga de Quimet, un ebanista egoísta y aficionado (malo) a la colombofilia. Quimet encerrará a su mujer como hará con las palomas que decide malcriar en su terraza. Y Natalia, que se deja cambiar el nombre, encerrarse, engañarse, preñarse, etc… y sólo se queja interiormente de no haber tenido madre que le aconseje. Cuando llega la guerra y Quimet marcha al frente, ella tiene que quedarse en la ciudad y afrontar el hambre con dos niños a su cargo.

Aunque existe intención metafórica en muchos pasajes (esa Colometa puede ser el zarandeado pueblo español, huérfano, aplastado y dispuesto a matar a sus hijos por desesperación) y el retrato social está presente, en realidad es el lenguaje que revela la psicología de Colometa el logro extraordinario del libro. No sé si estamos ante una recuperación lingüística como las de Delibes, pero el manejo sutil del doble sentido, la ironía soterrada, y el fluir natural de los hechos vitales que Rodoreda entreteje magistralmente con los pensamientos de alguien que aparentemente no piensa demuestran que además de conocer muy bien las condiciones de su narración, la autora es capaz de superarlas y simplificarlas (y esto no es fácil), para dejar que sean la sombra que explique la vida de una mujer concreta.


Mercè Rodoreda, vía biografías y vidas