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3 de marzo de 2024

Sufragistas de Boston

 


Las bostonianas es un intensísimo relato personal y psicológico del sufragismo en la Nueva Inglaterra de finales del siglo XIX (o mejor, de la postguerra de Secesión norteamericana), con una inteligente lectura de la lucha de género reflejada en la división del país, y un inmenso subtexto que hace de la novela un texto más actual que otras centradas directamente en la lucha política directa (por ejemplo, el libro de Carmen de Burgos que comentaba hace poco). Sucede cuando se crean buenos personajes: la vinculación simbólica y el reconocimiento emocional funcionan.

Las Bostonianas, dirigida por James Ivory en 1984

Verena es hija de un médium gracias al cual da una charla en casa de una sufragista de Boston a la que acuden Olive, adinerada dama soltera de la ciudad, y su primo lejano Basil, hombre sureño del Mississipi que, tras perder la guerra, se fue a trabajar a Nueva York y que está de visita en Boston. Verena fascina a ambos. La novela relata fundamentalmente la lucha continua que Olive (sufragista, de vocación soltera militante, acaudalada) y Basil (guapo, caballeroso, pobre) mantienen por ganarse a Verena. Olive lo tiene más fácil: vive en la misma ciudad que Verena, su oferta incluye educación y formación para convertirse en una oradora brillante que permita que los derechos de las mujeres se activen de una vez, y dispone de una chequera con la que convencer a sus padres de que permitan a Verena vivir con ella. Otras mujeres completan el cuadro principal de personajes, como la militante pionera Mrs. Birdseye, la médica doctora Prance, Mrs. Luna (la hermana de Olive) o la famosa sufragista Mrs. Farrinder. Todas ellas completan el grupo de bostonianas del título. En la trama hay también un peso relevante de la ciudad de Nueva York, porque allí vive Basil, pero también Mrs. Luna (que le pretende), además de los Burrage, cuyo hijo estudiante en Harvard corteja a Verena; se trata de un paralelismo entre una ciudad de provincias- así mencionada por los neoyorquinos - y una capital de artes y culturas cuyo significado en la batalla no he acabado de colegir.



La relación entre Verena y Olive es perfectamente legible como subtexto lésbico. Aunque Olive forma y educa a Verena como una Pigmalión que sirva a sus intereses políticos, sus celos ante los hombres que la persiguen son los de una sufriente enamorada. Los pequeños alejamientos, las mentiras y ocultamientos sin relevancia acaban siendo grandes grietas en la pareja, siempre perdonadas por la promesa de nunca concederse al matrimonio. La honestidad amorosa de Olive es a pesar de todo dudosa, pues su interés en liderar el movimiento pesa sobre la relación, pero, sobre todo, los cheques pagados al padre de Verena revelan un aire de posesión e inversión.



En un principio, Basil parece llamado a romper este encierro de Verena con su encanto, galantería y derecho masculino sobre la mujer. Su pobreza, su orgullo, y la otra parte de su carácter sureño (con frecuencia reflexionando por sí mismo como derrotado) corren en su contra. Poco a poco, según Verena le va conociendo, es claro que Henry James abandona cierta ironía inicial que hoy denominaríamos de comedia romántica, y le hace aparecer como un abofeteable macho dominante y retrógrado (recordemos que estamos en 1880). Pero su simbolismo fálico (el que penetra en el gineceo, digamos) tiene el sentido de recuperación del orden sexual que Olive subvierte. Lógicamente, es esperable que Basil venza. Otra cosa es a qué precio, y qué opine el autor de ello.

El caso es que el cuadro de sororidad que retrata James en varios momentos es hermoso, aunque no idealizado. Su trabajo es minucioso y detallado tomándose un tiempo que por ejemplo no usaba igual en la más acelerada Washington Square, y en la que las formas sociales son milimétricamente detalladas: organización de reuniones sociales, concertación de citas y visitas, el ritual de los paseos en voz en Boston, una larga escena veraniega que hace pensar en su contemporáneo Chejov... La visión novelada sobre el feminismo debió resultar impactante en su día (bueno, en realidad, más que impactante fue rechazada: la novela fracasó) y es aún vigente, pues no es imposible reconocer en la actualidad diálogos y situaciones que crea James alrededor de los derechos de las mujeres. Sabiendo por otro lado del interés de James en las presiones sexuales diversas, y su más que probable homosexualidad, la lectura en clave de Las bostonianas se antoja factible.

Las bostonianas tiene una adaptación cinematográficarodada por James Ivory en 1984, prácticamente literal, con el academicismo de su director en su época más triunfante, si bien fuera de la recreación victoriana que más visitó. No es una película muy lograda, pues al guión le resulta difícil recortar escenas y personajes cuya fugacidad no hace honor a su papel en el libro, y con ello pierde emoción. Además, salvo Vanessa Redgrave, que maneja todos los matices de la sufriente Olive, y Jessica Tandy, el casting no es acertado.



 

 

 

12 de febrero de 2020

La heredera



La heredera es una película de 1948, un clásico de Hollywood dirigido por Wiliam Wyler, muy conocida por ser el segundo Óscar de Olivia de Havilland, que formó pareja con un jovencísimo Montgomery Clift en uno de sus primeros papeles. La vi hace muchos años, recordaba como tópico conseguido el de Olivia de Havilland como personaje poco agraciado, pero especialmente la escena final y el aire continuo de sexualidad no consumada que suponía la relación, que luego llamaríamos tensión sexual no resuelta.

Cartel de La heredera, de William Wyler

La heredera se basa en un libro, Washington Square, escrito por Henry James, que ya no recuerdo cómo llegó, en una impresión en su inglés original, a casa. Es en realidad una novela corta e intensa, de magnífica estructura y ritmo endiablado, de la que Wyler (o mejor, sus guionistas Augustus y Ruth Goetz, que previamente habían adaptado la novela también al teatro) hicieron un buen resumen, engarzando con habilidad prácticamente todos los momentos recogidos en el libro, aunque modificando los hechos del final (no su sentido) para un mayor subrayado dramático. El cambio más importante, no obstante, es el carácter de Catherine, la protagonista, que en la película tiene una oportunidad para la venganza que en el libro es menos obvia, y que probablemente encajaría menos en ese final dramático.

Washington Square (vía)

Catherine Sloper, hija del adinerado Dr. Sloper, vive a mediados del siglo XIX en la plaza Washington Square de Nueva York. Es una muchacha sana y robusta, pero ingenua, un tanto aburrida e incluso asocial, y poco agraciada, heredera ya de una fortuna por su madre ya fallecida y de una fortuna aún mayor cuando su padre fallezca. Padre e hija viven en una casa magnífica en compañía de la tía Penniman, hermana del padre y dicharachera viuda de un clérigo. La casa sólida en esa plaza central del Bajo Manhattan es el lugar que el doctor Sloper ha escogido para establecerse, sin escuchar los modernos cantos inmobiliarios de la próspera ciudad en crecimiento, algunos de cuyos habitantes recomiendan cambiar de casa cada cuatro años. No es de extrañar que en casa del Dr. Sloper las décadas vayan pasando y todo parezca envejecer con rapidez. En ese ambiente irrumpe el joven, dinámico, guapo, educado y encantador Morris Townsend, al que Catherine conoce en una fiesta familiar común (el compromiso de una prima de ella con el hermano de él) y que desde un principio la corteja con cierto descaro y la connivencia de la tía (que proyecta en la pareja tanto un ideal romántico como sus propias pasiones), y el escepticismo del padre, que, desconfiado con las intenciones de Morris (que no es sólo pobre y sin trabajo ni renta, sino que ya gastó una herencia familiar en viajes por el mundo), se huele estar ante un arribista en busca de dinero fácil.

Olivia de Havilland y Montgomery Clift, a punto de huir.

Morris no sólo representa una pasión juvenil en lucha contra un hombre protector y de una vieja moral, sino también un tiempo nuevo que quiere derribar las viejas estructuras, vivir de otra manera, y sacudirse la caspa de la sociedad antigua, la propiedad antigua, y el antiguo régimen, claro. La novela es sutil, prácticamente el retrato de una lucha generacional, en el que la mujer es a la vez objeto de protección y transacción; su voluntad no respetada y su escasa capacidad personal le sitúan en peor lugar que, por ejemplo, las heroínas de Jane Austen, con las que la obra de Henry James, en este caso, emparenta en varias situaciones a pesar del cambio de continente y las varias décadas de distancia. Sí es especialmente atractiva en James cierta atmósfera alrededor de la casa-fortaleza, además del contexto histórico que cuida mucho de reflejar subrayando que el narrador habla tres décadas después de los hechos, y un hálito sexual en los envites de Morris, donde se refleja un intento de penetración múltiple del chico y su tiempo y su clase en la chica y su tiempo y su clase y casa. Es una inspiración pre freudiana, alimentada por la adoración de Catherine hacia su padre, tal vez esperable conocida la obra posterior de James, pero no por ella exenta de sorpresa.

William Wyler hizo una adaptación menos apegada al tiempo histórico pero que reflejaba bien esta pulsión sexual. A menudo retrata a Montgomery Clift a oscuras y pocas veces de frente. Los encuadres con Clift y De Havilland muestran a ésta en general a la defensiva física, incluso cuando su educada resistencia es vencida por las palabras y la belleza de Clift, que siempre es dominante en el plano. A la película le falta la profundidad psicológica de los personajes especialmente mayores, pero lo compensa con una gestualidad muy conseguida y emotiva de los personajes femeninos, todos ellos deslumbrantes.

Henry James, joven, fotografiado por Alice Boughton (vía)