Pensó también en los
pechos de Elisheva, que eran, quizá, los más hermosos que había visto en su
vida, y en que las pocas ocasiones en que se los había visto se le había
llegado a cortar la respiración, e incluso recordó que en una ocasión le había
dicho a un confuso Mija que aquellos pechos serían la salvación de Shaul,
porque si mamaba de ellos quizá se diluyeran los venenos que llevaba dentro.
Delirio, de
Daniel Grossman, está lleno de momentos de esta fuerza orgánica, biológica. El
tópico sobre Israel me hace atribuirlo a la obsesión por las raíces, la raza y
la tierra que se les supone a los israelíes, algo que tan bien dibujaba Steven
Spielberg en Múnich. Pero no puedo afirmarlo del todo. Esta novela obsesiva que
cuenta el relato probablemente imaginario de un marido celoso sobre la
prolongada aventura amorosa de su mujer con otro hombre es el primer libro que
leo de David Grossman, novelista israelí, activo pacifista cuyo hijo murió en
acción en el ejército y no por ello cambió sus convicciones. No recuerdo ahora
mismo lecturas de otros autores de Israel.
En la narración de Delirio
una mujer conduce hacia un destino desconocido a su cuñado Shaul, que va en el
asiento de atrás con una pierna escayolada y que le va contando como su mujer
lleva años viéndose una hora al día con otro hombre; le describe su vida, sus
motivaciones y el dolor que todo ello le causa. Sin embargo, nunca ha hablado con
su mujer del tema, nunca le ha seguido y apenas ha visto al otro hombre, un
cliente de su mujer, una única vez. ¿Cómo sabe, entonces, todo eso? Parece que
nos enteraremos, puesto que se dirigen al lugar donde su mujer se ha ido cuatro
días de vacaciones, a descansar, en teoría completamente sola.
Más allá de las imágenes simples (el hombre escayolado que
es en realidad un paralítico emocional) o las políticas que en cierto modo perseguirían a todo autor israelí (la necesidad de Shaul de tener un enemigo para seguir existiendo, el veneno interior por los horrores vividos y cometidos), Delirio es un ejercicio de creación e imaginación
cedidos al poder destructivo pero fascinante y fabulador de los celos. Los celos
delirantes de Shaul construyen un relato de doscientas páginas, son capaces de
imaginar una vida, unas emociones e incluso un destino, en un turbulento
martirio de amor que también arrastra a la cuñada chófer. En Delirio una novela consciente, la
novela con que en realidad cada uno construye su propia verdad, se manifiesta
dentro de la novela en sí. El ejercicio de comparación es inquietante, pues
parece indicar que la invención que nos destruye interiormente es la más sólida
creación que conseguimos hacer.
En Delirio sólo
me chirrían un poco los momentos oníricos en que Shaul, adormecido, parece
complementar su relato despierto con
un componente subconsciente cuyo sentido entiendo, pero que creo irrelevante y que aporta poco al especial valor que tiene esta novela intensa, creativa y turbadora.
David Grossman (vía)