Mostrando entradas con la etiqueta Jeffrey Eugenides. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Jeffrey Eugenides. Mostrar todas las entradas

2 de mayo de 2018

En el medio



Middlesex es la segunda novela de Jeffrey Eugenides, que fue un éxito enorme tras la primera, Las vírgenes suicidas, que ya comenté hace un tiempo, y que goza también de amplísima fama apoyada en su caso por la película de Sofia Coppola. Middlesex es una novela cercana al gran relato tipo Americana en su concepción de saga familiar, de aventura pionera, y de retrato de comunidad. La cercanía está presente en estructura y ambiciones, pero no es tanta cuando miramos los dos detalles centrales: la emigración griega a los EE.UU. y la intersexualidad. Dado que la novela tiene ya dieciséis años, y lo que en este tiempo ha cambiado la sociedad, es interesante intentar analizarla.

El protagonista de la novela, Cal, que al nacer fue llamado Calliope (musa de la poesía y de la elocuencia), se define desde la primera página y explica que su condición hermafrodita (un vocablo ahora desaconsejado) se debe a motivos genéticos por relaciones de consanguinidad entre sus antepasados. Cal, como narrador, debe entonces narrar la historia de su familia, a la que se desplaza completamente el relato. Desdemona y Elephterios, los abuelos de Cal, fueron griegos de Turquía que tras el incendio y evacuación de Esmirna en 1922 (como consecuencia de la guerra entre Grecia y Turquía) se instalaron en EE.UU. en casa de una prima de ambos. La historia muestra cómo, los abuelos de Cal, eran hermanos; la consanguinidad no acaba ahí, pues sus padres, criados endogámicamente en la comunidad griega asentada en Detroit, eran primos.

Incendio de Esmirna en 1922

Eugenides es un narrador estupendo: muy divertido en la narración de situaciones cotidianas, aprovecha de manera excelente las tradiciones en el marco de la historia (como esa abuela que adivina el sexo del feto según la forma de la barriga de la mujer embarazada), por no hablar de los acontecimientos históricos y sus ironías (desde la guerra greco turca a los disturbios de Detroit en 1967), y es hábilmente desmitificador sin estar exento de reflexión honda disfrazada en un ritmo ligero y atractivo. La reflexión de Cal respecto a su situación es siempre liviana, fresca y positiva. Cal es un personaje lógico, rebelde acorde con la edad, y fuerte. Eugenides, obviamente, le quiere y describe con ternura.

Mi problema con esta novela de más de 500 páginas es la comparación obvia, apenas explicitada una vez, entre la doble identidad (nacional, cultural, social) del inmigrante y la doble identidad del protagonista (de asignación de género, de órganos sexuales físicos). No son escenarios conceptualmente iguales, y en cierto modo eso afecta, en mi opinión, al resultado desigual de los conflictos. La fortaleza mental de Cal es formidable, pero no se puede basar en los mismos constructos sociales y familiares en que su abuela –un personaje extraordinario, todo sea dicho- sobrevivió al exilio, a la pobreza, y a la ley seca, y donde la ocultación del incesto sería el fenómeno más cercano a la armarización y ofuscación del adolescente intersexual. El paso del conflicto colectivo al individual parte de la opción para mí política que toma Eugenides respecto a que Cal sea un personaje positivo, que entronca bien con la capacidad demostrada del autor en su primera novela para retratar universos adolescentes, pero confunde la naturaleza y consecuencias del secreto, en favor de un tratamiento racionalista algo ventajoso que permita explicar que el carácter, algo tan subjetivo, lo es todo. También existe una cierta pérdida de anclaje del espectador cuando Eugenides decide apartar a Desdemona del primer plano de la historia para centrarse en Cal, dejando un hueco difícil de llenar ante un personaje tan formidable.

 
Jeffrey Eugenides (vía)




18 de octubre de 2014

Las vírgenes suicidas


Este título de impacto es uno de esos casos de primera novela que encumbra directamente a su autor. Ya su primera frase, de referencias garcíamarquesianas, encierra una construcción que resume estilo, tema y alcance con una precisión que luego la novela confirma y desarrolla:

On the morning the last Lisbon daughter took her turn at suiciede –it was Mary this time, and sleeping pills, like Therese- the two paramedics arrived at the house knowing exactly where the knife drawer was, and the gas oven, and the beam in the basement from which it was possible to tie a rope.
Jeffrey Eugenides tenía 33 años cuando publicó en 1993 Las vírgenes suicidas. Seis años más tarde la película fue llevada al cine por Sofia Coppola, su, por supuesto, primera película también.

Las cuatro hermanas Lisbon, según Sofia Coppola

Las vírgenes suicidas narra el suicidio de las cinco hermanas Lisbon, hijas del profesor de matemáticas del instituto local y de un ama de casa religiosa y conservadora, que asfixian con estrictas reglas a las hijas, entre trece y diecisiete años. Eugenides decide narrar los hechos desde el punto de vista de los chicos adolescentes vecinos de la casa de las hermanas Lisbon, en primera persona del plural, y sin una gran concreción en estos personajes masculinos en formación, en ocasiones más un coro narrativo que protagonistas de la ficción. El tono de la narración tiene trazos de investigación entre lo policial y lo médico: los chicos, ya adultos, han recopilado ‘pruebas’ de todo lo sucedido durante su adolescencia alrededor del caso Lisbon (fotos, objetos, canciones, etc…) e intentan entender qué sucedió y cómo afectó a sus vidas. Este grupo innominado de chicos, que habla desde el presente y el futuro, es, como punto de vista, todo un logro. Las hormonas adolescentes permiten a Eugenides mantener durante 250 páginas una parábola sobre el deseo sexual materializado en la penetración de la casa acosada de las Lisbon en ocasiones especiales, y disfrazarla en la por supuesto más evidente radiografía del paisaje uniformizador y enfermizo del suburbio norteamericano. La novela oscila sin definirse entre la mancha del deseo sexual y el drama de un destino conocido, jugando evasivamente a una mirada masculina mitad machista, incluso misógina, mitad paralizada. En cierto modo, el interés principal no está en el drama directo más obvio (el suicidio, los padres castradores y la religión, el desastre de los pocos momentos de alegría que las chicas disfrutan en su particular gineceo), sino en esos proyectos de hombre incapaces de entender, no digamos ya de actuar.

Una proyección televisiva durante la lectura del libro me recordó al instante los paralelismos dramáticos entre esta novela y La casa de Bernarda Alba. Cinco mujeres jóvenes encerradas por una madre ultrarreligiosa, y con hombre que rondan la fortaleza inexpugnable en busca de una recompensa sexual. La frustración consecuente tiene un final parecido. La obra de Lorca no obstante está narrada desde dentro de la casa, y la ausencia es lo masculino, visto con deseo pero también con terror hacia el fálico atacante penetrador. Lorca no aspiraba de todos modos a ‘entender al hombre’: daba por sentada su simplicidad y se centraba en el enfrentamiento de las chicas al absurdo en que su madre, por religión y por soberbia vengativa hacia su marido recién muerto, les hace vivir. Eugenides sí pretende que sus chicos, desde fuera, intenten entender las motivaciones de las chicas (frase que podríamos trasladar a lo carnal casi directamente). Constata que no lo consigue, ni él ni su ejército semianónimo de muchachos perdidos ante la complejidad femenina. Sin duda hay una pizca de condescendencia falocrática al racionalizar su fracaso masculino en estos términos. El tono particularmente evasivo y semihipnótico de una investigación enterrada en la memoria, no obstante, lo acaba superando.

Jeffrey Eugenides (vía)