17 de diciembre de 2024

La Sibila

Las novelas de Agustina Bessa-Luís se han reeditado en castellano, con lo que tenemos la oportunidad de descubrirla. Bessa-Luís, con el tiempo, fue guionista de Manuel De Oliveira y de Rita Acevedo Gomes, pero su prestigio se inició con esta novela fascinante, sinuosa y rural llamada La Sibila.

Es la historia sobre todo de Quina, pero también de su madre María, y algo menos de su hermana Estina y su sobrina Germa. Quina no tiene poderes, simplemente es una mujer cabal y decidida, que no se casa nunca y es capaz de arreglar la penosa situación financiera en que su padre dejó la finca familiar (la Vessada) al morir, y, a base de trabajo, austeridad, conocimiento del medio y visión, de alcanzar cierto capital y prestigio. Superviviente nata en su terruño del norte de Portugal, en un mundo de hombres incapaces de hacerle sombra, Quina ayuda en pleitos, da consejos de salud, mantiene una lengua vivaz pero concisa, y subvierte el estatus mediante la buscada perpetuación de su arraigo femenino.

La Sibila es fascinante por esto (escrita como está en 1954, sin incluir una palabra en contra de la dictadura salazarista o sus formas) pero, sobre todo, por su estilo. Dotada de una especial capacidad para el detalle, cada frase de la novela es una aventura que se desliza desde lo principal a lo secundario con habilidosos desvíos impregnados de metáforas iluminadas y aforismos contundentes donde se recoge especialmente el sentir de la época, el lugar y los personajes tal y como Quina los ve. Que parece indudablemente la visión de la propia Bessa-Luís, si bien el prólogo aclara que el personaje está basado en su tía.

¿Y cuál es este sentir? En mi opinión no hay una certeza evidente, la autora no fija necesariamente una realidad, sino que más bien hace fluir la vida de los personajes entre acontecimientos cotidianos (fiestas populares, bodas, adulterios, cambios de propiedades, vidas de algunos vecinos) poco interesantes en sí como línea dramática. La introspección del personaje de Quina revela las contradicciones a las que la someten la vida y el trabajo y la casa, en una aproximación vitalista a la condición humana en un entorno no urbano, pero tampoco arcaico o subdesarrollado. Alejada del miserabilismo aunque exista pobreza, el naturalismo y costumbrismo que podrían esperarse chocan con un estilo proustiano, a veces incluso trascendente, y que a pesar del título, no cruza nunca la línea de lo mágico o lo mítico. No conozco bien la novela portuguesa y su tradición literaria, pero reconozco una especie de puente entre cierto ruralismo tremendista (a lo Pardo Bazán o incluso Cela) y el realismo mágico latinoamericano, sin nunca llegar a casarse con ninguno, totalmente original en su apuesta estética clarividente del retrato final conseguido.


Agustina Bessa-Luís (según foto publicada en Clarín)


7 de diciembre de 2024

Terapia

 


Como me sucedió hace unos meses con Nice Work, es fácil ver la correlación entre título y contenido y realización en este volumen de David Lodge, Therapy, donde no sólo el protagonista se somete a diferentes terapias, sino que el propio libro se exhibe como una terapia determinada. Y, como Nice Work, Therapy es un libro inteligente y divertidísimo, tal vez no tan completo pues, a pesar de su componente metaliterario, tiene un final algo errático y algún que otro argumento se cierra algo en falso. Pero esto no elimina la construcción brillante, el uso de elementos secundarios (del tenis al catolicismo, de las sitcoms televisivas a los vagabundos de marca de Londres) engarzados con precisión, y la creación y explicación de situaciones hilarantes.

Lawrence Passmore es un guionista exitoso de la televisión británica que sufre de inexplicables pinchazos en la rodilla que le atormentan. La vida objetivamente le sonríe, pero su melancolía va en aumento, sufre presión en el trabajo, no puede practicar bien su deporte favorito, y, aunque se somete a todo tipo de terapias (yoga, aromaterapia, acupuntura, psicología), todo se desmorona definitivamente cuando su mujer le pide inesperadamente el divorcio.

La historia de hombre maduro un tanto desastre y desquiciado por un divorcio no es precisamente nueva. La narración en forma de elementos de terapia (tanto su diario como la escritura que hace de los pensamientos que Passmore cree que los demás personajes tienen) son sin embargo muy efectivas. Los episodios de la comedia de situación que Passmore escribe para la televisión permiten un reflejo imaginado de su rota cotidianidad de 'primer mundo' y su obsesión por el existencialista danés Søren Kierkegaard, además del riesgo narrativo asumido que significa dedicarle páginas a un filósofo de corte deprimente en una novela cómica -solventadas con una capacidad asombrosa para el humor- presenta un anverso más oscuro que permite a Lodge indagar en las motivaciones de lo que hoy llamaríamos, salvando las distancias y las formas, un incel. Estas dos manifestaciones psicológicas enfrentadas recorren el nudo central del libro con un brillo estupendo.

Los libros inteligentes que levantan carcajadas no abundan, y, con el tiempo suficiente entre libros del mismo autor, seguramente no agoten. La prosa en inglés de David Lodge es diáfana y seguible, pero he agotado sus tres novelas más conocidas y reconocidas. La tentación es leer alguno de sus varios ensayos literarios. ¿Será capaz de introducir en ellos esta enorme capa de humor inteligente y estructural?


David Lodge (vía Babelia)


 

28 de noviembre de 2024

Pasolini dramas

 



Era apetecible hacerse con esta edición de las obras de Teatro escritas por Pier Paolo Pasolini, que incluye sus seis piezas (Calderón, Fabulación, Pílades, Pocilga, Orgía, Bestia de estilo), el Manifiesto para un nuevo teatro, y un prólogo analítico de Mario Colleoni. Ni son obras fáciles de ver en representación, ni realmente recuerdo haberlas visto anteriormente editadas en texto.

Pasolini es una figura contradictoria (‘oxímoron viviente’, le llama Colleoni), diría que se acerca a lo ciclotímico, y que, por encontrar otro calificativo adecuado en el prólogo, 'tiende al derramamiento'. Colleoni explica lúcidamente cómo Pasolini se acercó a la dramaturgia, y al cine, sin conocimientos técnicos previos, con desparpajo y valentía, digamos. En lo que discrepo con el prologuista es en los resultados de esta aproximación. A él le parecen portentosos, porque trajo un 'diálogo real' a sus creaciones en esas artes, una conversación con las personas y unas ganas de vivir que son características que han alentado las obras más grandes de la historia de la cultura. Pero esto es más cuestionable en Pasolini de lo que parece, diría.

El cine de Pasolini -que he visto casi entero- suele tener severos problemas de continuidad en la narración, que no se solucionan en su montaje. Se le nota falta de práctica (o conocimiento) en cinematografía, que se traduce en cierto desaliño interno de sus films. Estos se salvan por lo profundamente original y lo impactante de sus propuestas estéticas y conceptuales, y diría que tiene películas muy felices e inspiradas (mis preferidas serían dos películas tan extremadamente diferentes como El Evangelio según Mateo y Saló o los 120 días de Sodoma), pero no son raros los momentos suspendidos o deslavazados, con la cámara/mirada puesta de cualquier modo. Mi impresión es que esto procede de lo que comenta Colleoni.

Puede que con el teatro le suceda lo mismo. Su necesidad de separarse de las tradiciones (sea la más culta, la más burguesa, o la más crítica) lleva a escenas de diálogos crípticos, acumuladas más que en continuidad o al menos yuxtaposición, sumadas a extrañas unidades temporales... Como no es sorprendente en él, por momentos la plasmación de ideas es de una viveza extrema, pero, probablemente, su cultura inabarcable y su visión crítica radical y sin fisuras resultan a menudo oscuras en significados finales. Siempre está presente la subversión de la burguesía, y siempre asoma la degradación o la violencia, una escisión inmensa de su visión de la representación con una vida posible. Representarlo es problemático porque se acerca a la exposición de una violencia psicológica inusitada y poco habitual.

En realidad, creo que este 'derramamiento' de Pier Paolo Pasolini es una pena, pues ciertamente siento que tal vez los esfuerzos concentrados le habrían permitido un crecimiento sublime en alguna de estas artes. Probablemente le era inevitable. Todas estas obras son cortas pero exigentes. Instaladas en la parábola, con nulos apuntes de representación, su puesta en escena será determinante. Yo salí muy a disgusto de una Orgía en el Teatro Arriaga, de una violencia casi insoportable, incluso contraria a la dignidad personal. Supongo que tanto Pasolini como el director de la obra, Calixto Bieito, lo buscaban así. Mi consuelo es recordar que alentaba un humanismo que recuerdo bien en algunas de sus películas, y que algunos personajes estaban atravesados por una ternura (o un ideal) que, en su teatro, siempre trágico, no he llegado a ver.


Pier Paolo Pasolini (vía)


19 de noviembre de 2024

Un decálogo helénico

 


La antigua Grecia no necesita realmente excusas para seguir siendo objeto de libros de divulgación generales, que es el caso de Los griegos antiguos, de la profesora británica Edith Hall, frente al muy específico de Tonio Hölscher sobre la tumba del nadador de Paestum que comentaba hace poco. Tumba cuyos frescos, por cierto, también son prontamente mencionados por Hall para ilustrar algunas de las características que constituyen el alma de los griegos.

Templo de Afaya en la isla de Egina

Algo de esto avanza algo el subtítulo de Los griegos antiguos: Las diez maneras en que modelaron el mundo moderno. La originalidad del libro de Hall está en su estructura: Dedica cada capítulo a un momento, más o menos esperable, de la historia de la antigua Grecia, desde los micénicos hasta el cierre del oráculo de Delfos, y lo relaciona con una de las diez características particulares que la mayoría de griegos compartieron la mayoría del tiempo. A saber:

-el carácter marino de los griegos: sirve para explicar la primera civilización griega de los micénicos, dados sus asentamientos en tan diferentes lugares de la griega continental y la isleña, y los indicios relevantes de comunicación entre esas zonas

-la desconfianza hacia la autoridad: centrado en la griega arcaica, el momento en que Homero y Hesíodo hablan del perdido/oscuro/olvidado momento anterior, creando un mito primigenio con héroes de lo cotidiano (de la navegación, de la agricultura, de la guerra, pero también del amor y la alegría) alejados del poder monárquico existente, del que Ulises sería el mayor ejemplo, sin olvidar las descripciones agrícolas y laborales de Hesíodo, pero en el que podemos extraer que la 'experiencia humana' adquiere notoria relevancia.

-el individualismo de los griegos: resultado de la desconfianza hacia la autoridad y de las habilidades marinas surgen la colonización del Mar Negro y de la Magna Grecia a partir de griegos que huían de monarcas absolutos y de los tiranos que por un tiempo les sustituyeron. Un espíritu de frontera que también encontraba acogida en el diseño de Ulises como héroe, pero no separable de las guerras entre ciudades, que requerían del concurso de hombres que empezaban a sentir su condición de sujetos de derecho. Qué duda cabe, esta lectura parece contraria a la del “hombre político” de Aristóteles que definía las prioridades en la vida ética como vida política (o en común, en polis)


Estadio Olímpico de los juegos de 1896

-los griegos fueron inmensamente curiosos: el nacimiento del pensamiento y filosofía sistemáticos es resultado de esta característica, conjunta a las anteriores. Hall pone el germen de la ciencia y filosofía griegas en el lugar y persona habituales: en Mileto, ciudad jonia, donde surgió Tales, a partir de la curiosidad por los cambios geográficos que la ciudad sufría. Tales, sus discípulos, y otros pensadores primigenios de la época (Heráclito especialmente), estudiaron las estructuras y cambios no visibles del mundo físico, pero también de la experiencia y actividades humanas. El conocimiento de las estrellas facilitó la navegación, y el contacto con otras culturas desarrolló la medicina basada en pruebas empíricas. De este conjunto de habilidades a la filosofía solo se necesitaba un paso. Hall apela a figuras pioneras (Heráclito de nuevo, Jenófanes, Parménides, Demócrito, Protagoras...), pero también a cambios cotidianos que fomentan la abstracción -como la aparición del dinero y del concepto de valor-. Todo está listo para Atenas.

-el carácter abierto de los griegos se ejemplifica en la gloria de Atenas y su prodigioso siglo de progreso, en el inicio de la democracia y en la aparición de las grandes escuelas filosóficas. En el capítulo lógicamente más esperable de un libro sobre los griegos antiguos, Hall da más importancia a cómo se generó este momento de progreso único y no a los avatares militares tan convulsos que acompañan la historia de la ciudad, sin desdeñar su relevancia. A la integración en la vida civil que se le da a la defensa militar de la ciudad, Hall se extiende en explicar el valor simbólico y unificador de los frecuentes festivales, que ayudaron mucho a construir una identidad de ciudad con coincidencia de todas las generaciones. Estos festivales terminaban con concursos teatrales en los que brilló la tragedia griega que ha llegado a nosotros. Tucídides, Aristófanes, Sócrates, Platón, sus detalles, aportaciones y contradicciones dentro del sistema en su tiempo también son analizados.

-el gusto de los griegos por el sentido del humor tiene como encarnación una polis inesperada: Esparta. Era otro capítulo esperado, dadas las guerras del Peloponeso, y su subrayada dicotomía histórica con Atenas, con su leyenda militar, sus autoritarias y durísimas políticas de clases y educativas, etc. Pero que se pudiera tomar el humor lacónico y cortante de los espartanos como ejemplo relevante de esta característica griega es significativo de lo que importa a Hall en su texto, que, por supuesto, explica su cultura y da las razones de la peculiaridad espartana (que no navegaba y que disponía además espacio para agricultura que otras polis).

-la competitividad de los griegos es una característica fundamental: en lo individual, en las características de sus polis, en lo cultural (esos diálogos socráticos empeñados en 'vencer' la sinrazón del oponente), en lo militar... Hall pasa de Esparta a Macedonia basándose en como Filipo y Alejandro conquistaron el mundo oriental que conocían gracias a la exacerbación de esta competitividad, que llegó a tener un matiz inexplicablemente ambicioso y en la que nunca se pudo definir un objetivo o un destino, dada la figura y vida de Alejandro. El capítulo obviamente añade este matiz a los griegos sin olvidar la importancia de los anteriores, desgranando a Aristóteles, sin cuyo magisterio buscado por Filipo es posible que Alejandro no hubiera llegado a Magno.


Alejandro

-los griegos admiraban la excelencia de las personas con talento, y el periodo helenístico es una representación magnífica de esto. Los herederos de los diferentes reinos en que se dividió el imperio de Alejandro pelearon por concentrar sabios, científicos, dramaturgos y filósofos que aumentaran el esplendor de sus reinos. Si alguien triunfó en este periodo entre Alejandro y Roma fueron los ptolomeicos, a raíz de Ptolomeo, general de Alejandro que se asentó en Egipto, y cuya dinastía constituye el final de la gloria faraónica egipcia. Además de la Biblioteca de Alejandría, logro incontestable que algunos autores ya criticaron porque hacía que determinados estudiosos prefirieran quedarse en ella para sus investigaciones en vez de hacer trabajo de campo, la nómina es asombrosa: Demetrio, Euclides, Teócrito, Timón, Eratóstenos, Arquímedes, Aristarco, Claudio Ptolomeo... No es que Atenas perdiera empuje intelectual, o que otros reinos helénicos no dejaran grandes obras en este período (el altar de Pérgamo, por ejemplo), pero el esplendor alejandrino, en parte importado, fue enorme.

-que los griegos sabían expresarse con detalle es algo que fue especialmente apreciado por los romanos y sus años de dominación del Mediterráneo. Grecia, sus polis, perdieron poder político de manera continuada, pero siguió rindiendo autores y pensamientos que dominaron parte de la intelectualidad imperial, más allá de que culturalmente Roma era una hija adoratriz de su madre griega. Los griegos eran conscientes de ello y su orgullo seguía intacto, y, a través de Roma, conquistaron en realidad el pensamiento occidental. Diodoro: "es sólo mediante el discurso que un hombre puede ejercer ascendente sobre muchos.”

- el último capítulo se dedica a una característica que los griegos nunca perdieron: su adicción al placer, a la alegría, al disfrute del sexo y el vino y la conversación, y la compañía. La ironía de Hall es subrayarlo cuando el cristianismo y su austeridad moral empezaron a ser la religión oficial y el pensamiento reinante en el Imperio, produciéndose un choque de éticas irresoluble. El texto final del oráculo de Delfos, cerrando su fuente de conocimiento, ejemplifica al final de una época.

Esta reseña puede parecer llevada por el entusiasmo que la propia autora tiene por los logros y formas de los griegos, y así es. Pero es reseñable que Hall no obvia los elementos oscuros del mundo griego, desde la misoginia al esclavismo, desde la militarización a la pederastia. Sucede que todo esto se desarrolla desde una crítica social y cultural posteriores, aunque no estaba exento de autores de pensamiento crítico al respecto en su momento. En cualquier caso, creo que el libro da una visión más completa de la excepcionalidad helena que la de Isaac Asimov, si bien se ve obligada al plus de originalidad de organizar el devenir histórico mediante la argucia conceptual de las "diez características" del subtítulo de la obra, que en realidad no son fácilmente separables en su totalidad de ninguno de los momentos históricos. El impresionante resumen de autores no los reduce en importancia, pues les dedica el espacio necesario, pero es cierto que en 350 páginas el conjunto de nombres, tendencias y explicaciones es intensísimo. En cualquier caso, creo que la estructura permite un hábil recordatorio del mundo antiguo griego, y la bibliografía del índice onomástico convierte en el libro en una útil puerta de entrada.



 

 

 

 

 

 

9 de noviembre de 2024

La presencia pura

 


En este ya de por sí breve volumen, el texto al que corresponde el título es apenas un opúsculo de veinte páginas escrito por Christian Bobin alrededor de la dependencia de su padre, ingresado en una residencia a causa de un Alzheimer.

Bobin, dicen las solapas de este volumen, está especializado en libros breves que mezclan poesía y ensayo, y que parece que se relacionan unos con otros, conformando una especie de obra general. Es mi primer libro de Bobin y esto último no lo sé, pero lo primero es cierto. Tampoco llamaría exactamente ensayo a estas páginas, más bien son un conjunto de reflexiones en breves párrafos que describen sensaciones y pensamientos que asaltan al autor en las visitas a la residencia, al observar a su padre y a las otras personas internas en la misma, y al mirar/juzgar la organización de estos lugares. Un aliento poético siempre está presente en el tomo, si bien el uso metafórico y recurrente de un árbol, que se encuentra en el jardín y se observa por la ventana de las estancias de la residencia, permite que las metáforas de la vida, el entendimiento, y lo que Bobin llama presencia pura, se muestren.

Leyendo este texto, pensando en mi propia experiencia como cuidador y como familiar de padres en estancias largas en residencia, reflexionaba sobre esta visión de “pureza” en el momento probablemente menos deseado de la vida, el que llega cuando habiéndolo podido todo (o al menos todo lo cotidiano al alcance de una persona aceptada como sana), no somos ya más que un recuerdo de nosotros mismos que ni siquiera reconocemos. Nuestro vacío no quita nuestra dignidad, cierto, pero la pureza, que hace pensar en simplicidad, o sencillez, me parece una idea difícil. ¿Puro como presencia cuando ya no puedes actuar o pensar? ¿Porque has perdido cualquier albedrío y el mal no es posible? No lo sé.

También he tenido otra reflexión: de toda la autoficción, de toda la literatura del yo, la única ontológicamente imposible es la de la propia dependencia (cognitiva, lógicamente).¿Hasta qué punto eso eleva ese periodo de la vida -si llega- a una mayor abstracción? Igual es esto el indicio de pureza de Bobin, o tal vez, para otros, sea en realidad una vuelta a la naturaleza más animal de nuestra esencia. Es fácil, con los muchos años de observar mayores encerrados, volver a lo más corpóreo o biologicista: todo esto sucede porque determinadas reacciones en el córtex ya no se producen, o no lo hacen bien para el propio sujeto, incapaz ya de definirse y cuidarse. No lo hacen porque, como los demás órganos, también el cerebro ha encogido. Como tal, ya no es capaz de expresarse como antes, y el 'deseo de expresión' que alienta la vida se minimiza. Y esto no se puede escribir desde la experiencia íntima y personal. Nadie imagina verazmente la deficiencia cognitiva. Mi impresión es que las obras al respecto son un señuelo moral, una interpelación a qué, cómo y cuánto nos comportamos quienes aún podemos escribir frente a los que no. Por eterno que sea el problema, como subgénero de la literatura de pérdida del padre o de la madre, me parece irresoluble.

Este libro, que presenta más sinceridad que otros sobre el tema, tampoco lo consigue, pero es cierto que su emotividad está conseguida más que impostada. Se acompaña de una entrevista algo entregada al autor para completar el volumen.


Christian Bobin, según foto recogida en Wikipedia


30 de octubre de 2024

Aforismos para la poesía

 


Incluir una variación de la palabra "iluminaciones" en el título de un libro sobre poesía es apuntar alto. Beñat Arginzoniz lo hace en esta La herida iluminada, un conjunto de sentidos aforismos sobre la poesía, su sentido, necesidad, manera de ser afrontada, y sobre sus autores, los poetas, su pulsión, instinto e intelecto. Setenta páginas de aforismos entre una y diez líneas dan para muchas sentencias, que en general son muy emotivas, deudoras de una encarnación del verso y el poema de carácter en mi opinión más vitalista que conceptual, primando cierta desmitificación no obstante acompañada de pasión por la belleza y el lenguaje.

El conjunto de aforismos encierra versos alternados de un poema fragmentado sobre una flor y sus pétalos que resulta hermoso captar a saltos entre otros pensamientos, indicando que al autor le es imposible no poetizar, y que el libro surge de un mundo atrapado entre versos.

Sin poder añadir más, prefiero dejar este comentario con uno de los aforismos que más me ha interpelado: "en el poema, como en la vida, se comienza sumando y se termina restando"


Beñat Arginzoniz (según foto de naiz)

 

22 de octubre de 2024

Las abuelas



Estamos todas bien es un cómic de Ana Penyas que obtuvo en su momento de publicación una buena cantidad de galardones. Cuenta la historia de dos mujeres, Maruja y Herminia, las dos abuelas de la autora, quien las visita para preguntarles por su pasado y así escribir este cómic como homenaje a ambas. Se trata de dos mujeres que se hicieron adultas durante el primer franquismo, y que ahora, a pesar de haber tenido familia, viven y se sientan solas. El retrato de Penyas muestra estos dos momentos, el franquismo y la actualidad, mediante frecuentes saltos temporales, incluso entre viñetas contiguas, sin que lógicamente puedan evitarse los paralelismos: Maruja y Herminia, de vidas sacrificadas por la familia bajo la ideología única del régimen de' ángel del hogar', afrontan viudas su etapa final de la vida, como si leyes injustas en un momento, y costumbres sociales duras para las personas mayores, en otro, se abrazaran en una pinza de desgracia.


La narración es vocacionalmente fragmentaria, con un sentido brillante de la composición y de la metáfora visual. Aunque la autora necesita algún momento más explícito para mostrar las diferencias entre las dos mujeres, que crecieron en entornos familiares diferentes, en general el avance, que no deja de ser la descripción de un estado de ánimo vital, se produce visualmente. El uso de escasos colores, con preferencia por tonos grises y marrones apagados, y las casas y entornos sociales plenos de situaciones y diálogos anodinos transmiten una melancolía profunda.


Sin un resquicio a la alegría, la autora no explicita una lucha feminista que se intuye en la concepción de la historia. Por otro lado, la contextualización del fenómeno histórico y social que ambas mujeres han vivido, si bien existe, se resiente de la fragmentación narrativa para un mayor impacto, que probablemente la autora no quería explicitar visualmente. Así, Estamos todas bien parece un ejercicio de resignación con una visión de la vejez y la dependencia y su soledad que raya, en la culpabilización (propia y familiar), y que creo devuelve una imagen de cierta incomprensión de la vejez como exclusivo drama cotidiano sin concesiones. Esto no obvia para que su construcción y dominio narrativo ejerzan su fascinación, si bien esta se debe a una estética tan posmoderna que este lector se sorprendió en algún momento pensando, con cierta demagogia, que sus propias protagonistas nunca entenderían este libro por perseguido homenaje a dos mujeres que están de acuerdo en colaborar con su nieta que sea.


 

13 de octubre de 2024

Max y Emil

 


Después de haber leído hace un año Peter Camenzind, y haber recuperado el ambicioso e irresistible estilo de Hermann Hesse, era obligado seguir con alguna más de sus novelas cortas previas a El lobo estepario. El paso natural es Demian. Historia de las mocedades de Emil Sinclair, de nuevo una novela de formación, pero ahora publicada en 1919, quince años después de Peter Camenzind. Dos cosas relevantes han pasado en ese tiempo: Hesse ha recibido sus primeros tratamientos psicoanalíticos, y ha habido una guerra mundial.

El título de esta novela contiene a sus dos protagonistas; tanto el principal, Emil Sinclair, cuya voz y punto de vista no abandona nunca el autor (está escrita en primera persona), como a Max Demian, el amigo unos años mayor que él, que llega con su madre a la misma ciudad en que vive Sinclair, y a su misma escuela. Demian ayuda a Sinclair a salir de un atolladero, hoy diríamos un caso de bullying, con otro compañero del colegio. Sinclair comienza a idealizar a Demian, entre la admiración y un incipiente afecto.

Porque Demian es un prototipo de belleza, y además un buen conversador que analiza las situaciones que rodean a Sinclair con bonhomía y precisión. Sinclair desde un principio teoriza sobre la existencia de un mundo dual, con un escenario de luz, armonía y raciocinio (en el que coloca su vida familiar, y cabe pensar que el orden establecido), y otro sórdido y oscuro donde se plasman las negruras del alma, y donde están la mentira, las pasiones de los hombres, y donde el abuso del alcohol, que ya aparecía de manera determinante en Peter Camenzind, es protagonista. Demian refuerza a Sinclair en estas ideas, si bien no es el único amigo que lo hace. Esta dualidad (reflejada en una mítica águila bicéfala llamada Abraxas, relacionada con culturas que empezaban a interesar con fuerza a Hesse) atormenta de continuo a Sinclair, lector de Nietzsche, del que no sólo se adopta esta dicotomía no lejana a su lucha entre lo apolíneo y lo dionisiaco, sino un estilo de gran vitalismo, una necesidad imperiosa de vivir, sentir y avanzar, el puro impulso de voluntad del filósofo puro llevado a una ficción de cierto tinte biográfico.

De nuevo este vitalismo no se encarna en sexualidad. Como sucedía en Peter Camenzind, la mujer amada vuelve a ser una ilusión, casi una teoría, y es el rostro andrógino de Demian el que se aparece en sueños a Sinclair. Imposibilitado de resolver este conflicto en el que él mismo se ha metido, Hesse recurre a la bella madre de Demian, al parecido entre ambos, como encarnación del deseo sublimado pero nunca consumado de Sinclair. El ejemplo máximo es el sueño que tiene Sinclair sobre un cuadro, que cree el retrato ideal de una supuesta enamorada; la imagen del cuadro luego resulta parecerse a un Demian femenino, y finalmente, el encuentro de Sinclair con la madre de Demian le revela que era ella la retratada soñada. Hesse sin duda almacenaba algún tormento al respecto, pues el conflicto es el mismo de Camenzind.

Las conversaciones y paseos que los personajes mantienen sobre la forma de conocer, el carácter del alma, y la pureza (o no) de actos y sentimientos terminan bruscamente por el inicio de la Gran Guerra. Ambos, Demian y Sinclair, deben pelear en la misma, con finales dispares, en una contienda representada de forma sangrienta y contundente en apenas cuatro páginas, con una ruptura definitiva de la narración, que acaba abruptamente y pasa a finalizar sin descanso. No acabo de ver si Hesse no sabía cómo terminar, o si para él era imprescindible denunciar los efectos de la guerra en general en la juventud. Esto no es descartable, pues Hesse fue un pacifista convencido (como Nietzsche desde que estuvo en el frente de la guerra franco-prusiana) desde esta Primera Guerra Mundial, al contrario que Thomas Mann, escritor amigo y autor con el que Demian comparte el tipo de final de La montaña mágica. El pacifismo de Mann comenzó con la llegada del nazismo.

La entusiasta escritura de Hesse sigue siendo envolvente y causante de adicción lectora.  Sus penetraciones en el alma y mente humana revelan la psicología de un momento histórico (como lectores sabemos lo que venía después, revelándose así la intuición del autor), y sirven para seguir entendiendo las aspiraciones de ese yo romántico e imbuido de su genuina individualidad a desarrollar, hija del siglo precedente. Se hace ciertamente irresistible seguir con el autor, pero ver si al menos cambia el registro de protagonista será un punto relevante.


Hermann Hesse, según foto en La Verdad.


 

 

4 de octubre de 2024

El nadador de Paestum

 


En Paestum (Posidonia) se encontró una tumba griega en 1970. Sus paredes estaban pintadas con diferentes motivos relacionados con escenas de banquetes/simposios griegos, con sus parejas de hombres mayores/jóvenes, su vino, su música y ofrendas. Sin embargo, la tapa de la tumba estaba decorada con una escena en la que un joven y estilizado efebo se lanza, con una franca elegancia, al mar desde un trampolín sobre una torre. Esta figura, conocida como ‘el nadador de Paestum’, y la propia tumba, conocida como ‘la tumba del nadador’, ha sido desde entonces motivo de infinitas interpretaciones, a la que ahora se suma este libro, El nadador de Paestum, del profesor de Arqueología Clásica Tonio Hölschler, quien aprovecha también para hablar de los temas que avanza el subtítulo del libro, Juventud, Eros y mar en la Antigua Grecia.



La principal batalla del libro de Hölschler se centra en rebatir el carácter funerario/simbólico del nadador, como correspondería al paso vida/muerte esperable a ser representado en una tumba, frente a una visión más bien realista y festiva del salto, como una representación de la vida gozosa del fallecido. Se apunta a esta teoría, denostando el exceso hermenéutico de las interpretaciones simbólicas, que según el autor se asientan además en tópicos frecuentes. Por ejemplo, los partidarios de la interpretación funeraria afirman que el mar no tenía demasiada cotidianeidad lúdica en la cultura diaria griega. Pero Hölschler rescata cráteras y ánforas decoradas con escenas marinas variadas en que adolescentes, chicos o chicas, disfrutan de los placeres del mar en escenas claramente de ocio. También combate el hecho de que la del nadador sea una figura solitaria, o que el autor de la obra simbolice trascendencia por otorgarle un protagonismo excesivo.


Hölschler recupera las leyendas de héroes griegos relacionados con el mar y los viajes marinos, que son abundantes (Ulises, Jasón, Teseo, Falanto, etc...). Recupera también lugares costeros públicos donde hay vestigios de que los jóvenes practicaban el salto al agua para ser vistos por otros bañistas (seguramente mayores) en un cruising primigenio, y estudia el culto al cuerpo idealizado por parte de los griegos como idea fundamental de la educación, aderezado por la relación homoerótica con un hombre mayor, en la que analiza el papel del desnudo -que considera en general una representación del ideal y no una imagen realista del día a día- y del ejercicio. Hölschler estudia también los lugares en que las chicas también participaban del disfrute del mar, lugares públicos para el baño en la costa (que eran más recogidos), además de sus particularidades con su educación y papel y sus expectativas, sin caer en la tentación de la perspectiva exclusivamente masculina habitual en los estudios de la Grecia antigua.

Para Hölschler la muerte del ocupante de la tumba fue repentina, porque los estucos tienen la huella de las cuerdas empleadas para la colocación en la tumba, y porque la muerte de un joven justifica la jovialidad de las escenas que le acompañarán durante la eternidad y que deben corresponder a la vida que llevó. No debe ser común que existan tumbas griegas decoradas, pero Paestum está en el sur de Italia y Hölschler cree que existe una influencia local de culturas etruscas presentes anteriormente en la península. Las diferencias con las tumbas etruscas, pero también con las escenas de baño griegas permiten al autor visionar un mestizaje cultural que anuncia que las asimilaciones son la norma en las representaciones artísticas y sociales ya en la Antigüedad.


El libro es manejable como una novela corta, y tiene múltiples reproducciones de muchas obras artísticas para defender los argumentos, buscando la realidad histórica a través de la representación artística recogida. Es un volumen muy bello, con un texto imbuido de entusiasmo y aprecio por el objeto de estudio. La cubierta se beneficia del sencillo diseño clásico que enmarcaba el salto en la tumba, y se diría que el libro muestra tal vez una esperable fascinación por el tema (del que recoge una amplísima bibliografía de aspectos paralelos además de los estudios directos sobre el nadador), cuando no una hipnosis conseguida por la estilización de la representación del efebo. En cierto modo, se pone en el punto de vista del muerto, y mira desde ahí, durante siglos y siglos, ese cuerpo tan decidido en su salto, esas nalgas respingonas, esos miembros perfectamente estirados y alineados, y, obviamente, no parpadea.

Tonio Hölscher, en su foto de la Akademia Europaea

24 de septiembre de 2024

Adéu al Bon Pastor (Etnografía)


El Bon Pastor es un barrio de Barcelona construido en los años veinte del siglo XX dentro de las promociones que acabaron siendo conocidas como las "casas baratas" de Barcelona, junto a otras barriadas de la ciudad. Estas casas baratas se otorgaron mediante un Patronato a inmigrantes que llegaban en masa a la ciudad atraídos por la industrialización, pero también a personas sin ingresos ni viviendas a los que apartaron del centro de una ciudad a punto de celebrar una Exposición Universal. El Bon Pastor (conocido inicialmente como "Miláns del Bosch", en honor del que fuera gobernador civil de Barcelona durante la dictadura de Primo de Rivera y abuelo del general golpista del 23F) es un barrio junto al Besós, inicialmente perteneciente a Santa Coloma de Gramenet, constituido por casas de una única altura y muy pocas dotaciones iniciales, en una disposición tipo cuadrícula.

Casi todos los objetivos que el poder político y económico fueron poniéndose alrededor de estas casas baratas salieron mal. Por ejemplo, se convirtieron en un foco de izquierdismo y un refugio de revolucionarios y anarquistas en la República, la Guerra Civil y el primer franquismo. Un tanto apaciguado el barrio durante el franquismo central gracias a la figura de un párroco entregado y devoto del mismo, el mosén Joan Cortina, los intentos de demoler las pequeñas casas durante décadas se encontraron con severas barreras, incluido un asociacionismo fuerte y resistente, hasta que el proceso se culminó en la segunda década del siglo XXI, no sin una fuerte división entre los vecinos, episodios graves de represión policial, y un enorme cambio de vida personal y de estructuras y relaciones de barrio.

Barrio del Bon Pastor en 1930, foto del Arxiu Fotogràfic de Barcelona

Aunque Stefano Portelli figura como autor de La ciudad horizontal. Urbanismo y resistencia en un barrio de casa baratas de Barcelona, el trabajo es el resultado de un estudio etnográfico realizado con un equipo de investigación amplio. Este equipo ejecutó su labor durante los años finales de existencia del barrio, cuando los vecinos se dividieron en general según dos ejes (edad del inquilino o inquilina, y momento en que llegaron al barrio), y, aunque no existe un capítulo específico de descripción de metodología, la observación participante y las entrevistas personales a informantes son las técnicas principales utilizadas. Los autores realizan un estudio histórico relevante de las condiciones del contexto de la construcción, desarrollo y finalmente demolición de las casas. Portelli reconoce en los capítulos finales las peculiaridades de la interacción con las personas protagonistas del estudio, sometidas como estaban a una presión insoportable por el desalojo obligado al que gradualmente se vieron forzados, y por las artimañas vecinales y políticas en que se envolvieron los traslados. El libro encaja bien con las ideas de James Peacock, que defendía como más auténticamente antropológico el trabajo de la especialidad hecho y completado entre las personas investigadoras y las investigadas a la par, aunque Peacock llegaba más allá proponiendo que como resultado del trabajo el investigador también cambiara a ser una persona distinta. En La ciudad horizontal no se explicita esto: más bien el texto reafirma las posturas previas tal vez previsibles en su apuesta por la resistencia por parte del grupo investigador. Por otro lado, el equipo se posiciona en el conflicto, de manera inevitable, y Portelli argumenta bien la necesidad moral de ese posicionamiento por encima de la supuesta -pero siempre imposible- objetividad del estudio antropológico. Cabe pensar en que ese posicionamiento debió alejar al equipo de una buena cantidad de informantes (los de la principal asociación de vecinos, sobre todo), aunque esto sucede en un momento ya avanzado de la investigación.

Barrio del Bon Pastor en 2004, foto de Carola Pagani en Viquipèdia

La historia del Bon Pastor es apasionante, y la plasmación del trabajo antropológico que desarrolla Portelli lo aprovecha bien. Además de las vicisitudes de los cambios del país y la ciudad durante casi cien años, la antropología sirve aquí para entender bien el apego a una forma de vida por parte de vecinos que arraigaron en aquel barrio de nueva creación y lo hicieron propio, desarrollando técnicas de relación social, negociación de situaciones y resolución de conflictos propias y significativamente diferentes de las de un bloque de pisos, debidas especialmente a la disposición horizontal de las casas, el acceso fácil a la vida del vecino y a la calle como inevitable centro social, al chafarderío/chismorreo como técnica social, y a la sencillez para la participación en los ritos comunes (la sanjuanada). El trabajo no cae en idealizaciones: el chafarderío podría ser una forma de limar aristas por la inevitabilidad de los encuentros informales, pero también impedía la privacidad. Y las casas nunca se reformaron desde el Patronato ni hubo una acción colectiva para ello, sino que dependió de cada vecino, de modo que todos atesoraban un capital invertido en inmuebles que no eran de su propiedad, aunque mitos incomprensibles por un lado y la persistencia de alquileres bajos por otro parecieran que lo negaban, a los ojos crédulos de los vecinos. El enfrentamiento entre vecinos (mayores que ya no querían una mudanza, o que habían nacido - incluso sus padres - en el inmueble, frente a familias jóvenes que buscaban mayor calidad residencial) es el final de un romántico y nostálgico imaginario sobre la vida ideal de un barrio cuya resistencia dio lugar a un ajuste de tuercas, también ideológico, donde estallan lugares comunes de diferentes ejes sociales y políticos del país: catalanes/inmigrantes, izquierda/derecha, gitanos/payos, mayores/jóvenes, etc...

Portelli rinde un libro adictivo, desde la creación del barrio a su demolición, en lo narrativo y los sociopolítico. El estudio se amplía con los testimonios recogidos de los informantes, el recuerdo de cómo ellos o sus padres y abuelos se instalaron allí, y son también muy vívidos respecto a las circunstancias a las que se adaptó el barrio durante su historia (la entrada de la droga es una de las principales). Las reflexiones conceptuales añadidas son además pertinentes y continuas. Dos como ejemplo: el fenómeno de la esquimogénesis para explicar las esperables actitudes de los gitanos y gitanas en sus relaciones con la Administración o con sus vecinos, o la mención al estudio de los diferentes juegos infantiles -juguetes individuales para hijos en familia de pisos, o juegos socializadores en la calle-, como parte de estrategias de control educativo de las generaciones. El Bon Pastor, probablemente también las otras barriadas de Barcelona de este tipo, asemeja algunas de sus estructuras sociales de carácter igualitario a las de sociedades antiguas de casas homogéneas dispuestas alrededor de un centro (la calle aquí) sin apenas infraestructuras comunes -solo la Iglesia -, sin liderazgos ni estratificaciones claramente definidas, hasta que llega la intervención. Más allá de la operación inmobiliaria (motivación última), y de las necesidades de mejora de viviendas y calidad de vida (causa aparente) en el caso concreto del Bon Pastor, la tesis de Portelli y su equipo es que estas estructuras son más incontrolables por el poder, que, de una manera más o menos sistemática, acumula casos de demolición de este tipo de estructuras en todas las grandes ciudades europeas.




15 de septiembre de 2024

Para la libertad, versión Berlin


Este librito, Sobre la libertad y la igualdad, contiene tres breves textos de Isaiah Berlin, uno de ellos una transcripción de una conferencia pronunciada en 1958. Berlin es especialmente conocido por haber propuesto los conceptos de “libertad positiva” y “libertad negativa”, una aparente contradicción de calificativos para un concepto escurridizo e inasible en su totalidad. Obsérvese lo que dice Berlin (nacido en la actual Letonia cuando ésta aún era Imperio Ruso y emigrante al Reino Unido tras la Revolución Soviética) en dicho año:

"... nuestro concepto de libertad depende directamente de nuestra visión del hombre, la cual, como cabría esperar, es el concepto fundamental de la ética y la política. Si se manipulan lo suficiente las definiciones del hombre, se puede hacer que la libertad signifique lo que el manipulador quiera. La historia reciente muestra que este asunto dista de ser meramente académico."

La presentación de "libertades" de Berlin sucede esperablemente en el primero de los textos (Dos conceptos de libertad. Una versión concisa: Lo que Isaiah Berlin dijo el 31 de octubre de 1958), el principal del volumen. Básicamente, la libertad adquiere sentido “positivo” por el deseo por parte del individuo de ser su propio amo; su carácter “negativo” viene dado por definirla en relación a los límites impuestos a dicho individuo. Jon Stuart Mill es el principal adalid de la libertad negativa, que es el credo liberal y neoliberal actual (en esta entrada sobre la libertad de expresión yla sensibilidad moderna se recogía su propuesta de libertad de expresión conclaro énfasis en los problemas de las imposiciones a la misma). Aunque entre ‘ser amo de uno mismo' y que 'los demás no me impidan hacer lo que hago', entre 'participar en el proceso mediante el que mi vida es controlada' y el 'deseo de un área libre de acción', los lazos pueden ser varios, la frontera entre ambas definiciones define la praxis de la libertad en el mundo, pero también el concepto de lo colectivo frente a lo individual, y constituye un valor último histórico y moral.

¿Por qué? Veamos.

Berlin en principio plantea críticas plausibles a John Stuart Mill, aunque por un ángulo inesperado, casi provocador: que la coacción sea siempre mala en cuanto tal, que la libertad es un medio y las personalidades libres las más adecuadas para descubrir la verdad y tener una personalidad creativa e independiente, que la libertad individual no existe salvo en el mundo moderno, y que la libertad no es incompatible con determinadas formas de autocracia.

Posteriormente, desgrana varias actitudes sobre el carácter de ambas libertades, empezando por la positiva: (1) el yo empírico (individual) vs. el yo real (social), y la "libertad superior" (o no) de este último; (2) el ascetismo estoico como forma de retraer (dominar) los deseos y así mantenerse (o no) libre, en épocas de gran opresión política; (3) el conocimiento (razón crítica) como eje de la liberación, tal y como hacen los artistas cuando dominan una materia y son capaces de crear obras libres de sus reglas... Siguiendo el devenir histórico, Berlin sugiere que esta liberación por la razón y sus formas socializadas es la base de credos nacionalistas, marxistas y totalitarios, dado que el discurso científico permite conocer cuál es el fin racional de todo individuo según esos discursos. Así, la libertad positiva impone al individuo dicho fin racional, y dice que así le libera, en lugar de en realidad  esclavizarle, que es lo que Berlin piensa, sin conceder otras salidas a esta argumentación.

A la libertad negativa tampoco le va, en principio, especialmente bien. Berlin la cree elitista y contraria a la historia, pues en general las revoluciones liberadoras han buscado otros objetivos y no dicho tipo de libertad individual (como ejemplos: un nuevo gobierno, luchar contra una invasión, justicia y mejoras económicas, etc...). Así, estos liberales pueden ser honestos, pero ciegos. No obstante, Berlin cree que su aproximación es más razonable por empírica y asociada a intereses reales del hombre, al que no pretende despojar de nada que considere indispensable para desarrollarse.

Es decir, el autor finalmente abraza esta libertad negativa, se apoya en el individualismo más radical (recogiendo esta cita un tanto tremenda -que hoy sería casi negacionista- de Jeremy Bentham: "los intereses individuales son los únicos intereses reales. ¿Es concebible que existan hombres tan insensatos como para preferir al hombre que no existe antes que al que existe, atormentar a los vivos con el pretexto de promover la felicidad de unos hombres que no han nacido y que quizás nunca nazcan?"), y supongo, le da una alegría a la tradición empirista británica que le acogió.

A Berlin no puede achacársele no conocer lo sucedido desde que John Stuart Mill escribe Sobre la libertad hasta el día de 1958 en que da su conferencia. Su escrito conoce el totalitarismo soviético y el fascista, y los asocia, al modo de Adorno y Horkheimer (que a su vez escribieron entre 1944 y 1947), al racionalismo exaltado por las ciencias descontroladas del siglo XIX y primera mitad del siglo XX, al determinismo histórico, y, en última instancia, a la libertad positiva. Si el debate es "poner freno a la autoridad" frente a "quiero la autoridad en mis manos" parece lógico el resultado de la investigación. Pero esto es injusto, creo: en 1958 no todo era Unión Soviética frente a Estados Unidos, sino que Europa ya constituía un incipiente modelo intermedio, donde un reformismo político manejaba la libertad del hombre entre ambas latitudes positiva y negativa, entre el liberalismo individualista último y el socialismo real totalitario, en un sistema democrático de sufragio universal. Por ello, el resultado de Berlin me sorprende, cuando es obvio que se trata de un hombre de percepción y argumentación, dado que parece incapaz de ver que la libertad negativa directamente no está implantada en lugar alguno: si la existencia de un Estado procede de la libertad positiva, existen estados supuestamente reconocibles de países más comprometidos con el liberalismo económico y la libertad negativa (Reino Unido y Estados Unidos), que llevan doscientos años ejerciendo un imperio mundial, comercial y/o político, basado en fortísimos ejércitos estatales que tal vez hayan proporcionado mucha libertad a los individuos de su metrópolis -y mucha riqueza a varios de ellos-, pero que, si consideramos que los individuos merecedores de libertad negativa somos todos los humanos, nos lleva a ciertas dudas sobre la validez del argumento. Por otro lado, forma parte de un idealismo no racional que los hombres cooperen sin una mínima organización, que se vuelve inevitablemente compleja cuando son muchos, como es el caso del mundo moderno.

El libro incluye un ensayo sobre La igualdad en que se vuelve a echar en falta la fraternidad como tercer eje del discurso político, pero sí creo que la reflexión de Berlin es más sutil, especialmente al analizar la reivindicación de la igualdad frente a las reglas con excepciones, las reglas malas, o la simple existencia de reglas. Berlin reivindica la igualdad como uno de los elementos más antiguos y profundos del pensamiento liberal, pero pone el foco de su conclusión en que el igualitarismo extremo choca con otros ideales con los que no puede reconciliarse por completo: principios que en su forma extrema no pueden coexistir (felicidad, virtud, justicia, progreso en artes y ciencias). Por fino que sea este argumento, que creo veraz en cierto grado, no existe en este ensayo ni en el anterior un juicio explícito sobre los libertarios puros. Berlin refleja bien el conflicto: "El precio a pagar por garantizar la libertad política y legal es cierta desigualdad económica, porque de lo contrario es necesario reducir el grado de libertad política y de igualdad legal". Le encuentro acertado, por otro lado, al introducir el concepto de equidad al momento de describir la quiebra de la igualdad cuando alguien incumple la ley. No se trata de ser iguales, sino de partir de condiciones equivalentes o que lleven a resultados equivalentes. Pero al buen escritor y argumentador que es Isaiah Berlin se le ven un tanto las costuras. No entra en profundidad en el debate de la meritocracia, aunque lo apunta someramente justificándolo a las "aberrantes" inequidades de nacimiento, como si estas no influyeran decisivamente en el desempeño eficaz en la vida: siempre es sorprendente que muchos liberales no entiendan esto, incluso con la libertad de expresión. Puedo comprender probablemente que no le interese la deconstrucción que ya crecía en la filosofía continental, y que le hubiera obligado a otras reflexiones sobre el poder y las élites. Tampoco me agrada verle justificar la defensa de sistemas definidamente desiguales ya que es lo desigual lo que conceptualmente necesita explicación o razonamiento, y no los demás principios en conflicto que puedan llevar a ello. Supone una aceptación de partida que suena algo deshonesta con el mismo concepto bajo estudio.

Berlin pareciera un continuador brillante de John Stuart Mill, pero que no avanza novedades en exceso, si bien su presentación es aguda. Escribiendo casi cien años después no parece que los devenires históricos influyan demasiado en su pensamiento o conclusiones, dejando de existir como excusa la falta de catástrofes económicas y bélicas que sucedieron una vez fallecido John Stuart Mill, y sus causas profundas. ¿Por qué? ¿Por haber visto de cerca la Revolución Soviética? ¿Por la tradición de su país de acogida? ¿Por la guerra fría y el miedo a la Unión Soviética? No lo sé, igual son argumentos simples ante una simple diferencia ideológica. En cualquier caso, es un volumen de fácil seguimiento, que apunta matices aunque se interese más por descalificar un extremo determinado, y poco por la justicia social y sus mecanismos, olvido probablemente nada inocente y que creo que es grave en un autor posterior a la Segunda Guerra Mundial.


 

6 de septiembre de 2024

La libertad de expresión, en peligro bajo la dictadura LGTBI

 


La filósofa alemana Svenja Flasspöhler ha publicado hace poco un libro titulado Sensible. Sobre la sensibilidad moderna y los límites de lo tolerable. Por este motivo concedió una entrevista en el nº 6 de la Revista Filosofía & Co, publicado en septiembre de 2023, y realizada por Irene Gómez-Olano. La filósofa focaliza su pensamiento en un tema que atañe a toda la sociedad, que está constantemente presente en los medios de comunicación y en declaraciones de muchas personas, y que se relaciona directamente con la libertad de expresión. Lo formula así: no hay ninguna duda de que la sensibilidad ajena se debe tener en cuenta hoy más que nunca en la relación entre seres humanos.

¿Por qué ha sucedido esto? ¿Es bueno o malo, o, al menos mejor o peor que cuando la sensibilidad ajena no era tan relevante en los discursos público o privado?

Parece existir cierto consenso en que la causa inmediata de este hecho es la defensa de la diversidad de identidades que han sido y se han sentido históricamente maltratadas. Las personas representadas por esas identidades se han hecho fuertes en la reivindicación de sus derechos civiles, incluidos el honor y el respeto, y, al apelar a la mejora moral de la sociedad también en el lenguaje -como creación de discurso y de ejercicio de poder-, ponen a la sociedad frente a un espejo contradictorio: el de la dignidad igualitaria de todos los ciudadanos frente al uso del lenguaje en libertad completa.

Hablaré ahora de experiencias personales: en dos episodios públicos recientes me he sentido molesto e incluso ofendido por un uso deshumanizador del lenguaje en entornos digamos protegidos como son las presentaciones de libros. Las expongo para entender cómo vive este tema un hombre de mis circunstancias, y cómo puede cambiar según su crecimiento personal y el contexto de su educación. Se trata, como decía, de la presentación de dos libros de análisis político y social.

El primero versaba sobre la historia del populismo desde los años treinta del siglo pasado, estableciendo una línea de estudio de paralelismos y diferencias entre estas tendencias en la política europea de hace cien años, y la situación política mundial actual en la que el populismo vuelve a estar presente. Durante el coloquio un asistente preguntó al autor por las razones específicas del populismo hoy. El autor respondió mencionando el neoliberalismo, la cultura individualista potenciada por las nuevas tecnologías, y una categoría a la que llamó el “encierro identitario”. Fue específico, hizo una pausa grave, miró con seriedad, y deletreó, separando las letras: L G T B I, como si mencionara un horror definitivo. Informó que al adscribirse a este tipo de identidades los individuos se aislaban en sí mismos, eran incapaces de entender otras realidades, eran claramente carne de cañón del nuevo populismo.

En mi cabeza surgieron entonces varias contradicciones que tal vez debiera haber respondido en público. Que por ejemplo hay más votantes de los populismos que población LGTBI, que ésta es políticamente muy heterogénea, o que fenómenos como los hombres incel se acercaban más al  perfil que dibujaba que los de la comunidad LGTBI. Esto dice Wikipedia de estos hombres:

 incel​ (acrónimo de la expresión inglesa involuntary celibate, 'celibato involuntario') es una subcultura que se manifiesta como comunidades virtuales de hombres que dicen ser incapaces de tener relaciones románticas y relaciones sexuales con mujeres, como sería su deseo.​ Las discusiones que se producen en los foros inceles se caracterizan por el resentimiento, la misantropía, la misoginia y la apología de la violencia contra las mujeres y contra los hombres que se suponen sexualmente activos.​ El Southern Poverty Law Center describió la subcultura como "parte del ecosistema de la supremacía masculina presente en internet" que se incluye en su lista de grupos de odio.”

Curiosamente, este primer libro hablaba del nazismo, cuya violencia se inició con la deshumanización del otro mediante el lenguaje, según describió Klemperer. A mucha gente le disgusta el acrónimo LGTBI, también dentro del propio colectivo. Les parece frío, excesivamente político, y, en efecto, compartimentalizador, incluso algo en lo que no se reconocen, que no apela a su historia, a sus sentimientos, a su posición en su entorno. Pero su sencillez y accesibilidad son fehacientes instrumentos políticos. Las personas representadas por las letras T e I lo dicen: su visibilización política antidiscriminatoria en todo el mundo empieza con su mención continuada dentro del acrónimo y la mayor dificultad para dirigirse a elles por términos o palabras que consideraban despreciativos. Que cuando un político se enfrenta al acrónimo se ve obligado a mirarles (por cierto: este “mirarles” no es leísmo, aunque al corrector insiste en corregirlo). Lógicamente, a este autor, por debajo de un análisis sociopolítico fácil, le asoma un orgullo: no está seguramente en contra de los derechos de nadie, pero cree que no tienen por qué usar estrategias de visibilización que le molestan, ni denominarse de un modo que a él le disgusta.

El segundo libro a cuya presentación acudí en apenas una semana versaba sobre Euskadi como realidad sociopolítica “decente” en la actualidad. El tema se centraba en la batalla del relato del fin del terrorismo y sus afecciones en la sociedad actual, pero también buscaba analizar lo social y sus problemáticas. El entorno era muy político, y el autor hizo dos veces, muy preocupado, una observación sobre lo que le parecía un tema olvidado del debate público; estaba alarmado porque, inexplicablemente, la gente no habla de ello en los cafés ni en la calle: “lo trans”. Le resultaba inexplicable que no se estuvieran discutiendo de continuo las consecuencias de la aprobación de estas leyes. Visto que en el turno de preguntas nadie parecía coger el guante, subió la apuesta y añadió: “lo trans” forma parte de un interés legislativo de carácter leninista con indisimulado anhelo de control de la población. Debo decir que este autor es un antiguo pope de la política vasca muy conocido hace treinta años, y se dedica ahora al análisis político.

Así, para este politólogo, al que no se le conoce activismo ni obra anterior centrada en los estudios de género o los asuntos de los derechos de las minorías sexuales, y que presenta un libro sobre el relato del fin del terrorismo, las personas LGTBI, de repente, se han convertido en un factor clave en ese marco porque están adquiriendo derechos bajo las formas de una dictadura comunista. La falta de contexto histórico es enorme: en cincuenta años de presencia política en las calles y los parlamentos no es que todo haya sido precisamente colaboración de los gobiernos en los momentos más difíciles, como fue por ejemplo el estigma que supuso el VIH.

Así que, en una semana, y simplemente por intentar escuchar algo de teoría y análisis político, me encontré con que los derechos LGTBI se relacionaban a la par con el anarcocapitalismo libertario y el totalitarismo soviético.

No está mal.

Sé que estas demonizaciones no son nuevas: se trata por ejemplo del mismo mantra antifeminista de principios del siglo XX, según el cual las mujeres quitaban el trabajo a los obreros, practicado ahora por escritores varones blancos supuestamente progresistas, de cierta edad, generacionalmente desnortados y que, bajo un perfil analista, resultan profundamente iliberales.

Pero también me miré a mí mismo, porque todas estas palabras me incomodaron profundamente. No me atreví a responder en vivo, en parte por sorpresa, en parte por la facilidad del señalamiento como un ofendido “woke”. Lo hice semanas más tarde en un artículo de opinión que me publicaron en prensa (puede leerse aquí). Parecía un modo adecuado, responder a escritores con un texto que probablemente no hayan leído, porque no di oportunidad de mencionar sus nombres ni sus títulos.

Hasta ahora he explicado mi estado, pero en realidad yo nunca he tenido la piel fina a la hora de aguantar excesos verbales que inevitablemente he vivido como hombre gay, y que no ha sido raro que respondiera, alguna vez incluso con posible peligro hacia mí. Y en realidad disfruto entre cisheteros (por supuesto, no delante de cualquiera) de formas y chistes de mariquitas, que con frecuencia soy yo el que narra (de nuevo, por supuesto, no delante de cualquiera), y no considero precisamente que traicione a nadie por ello. Pero, ¿acaso tengo ahora menos paciencia?

¿Por viejo? ¿Porque estoy más sensible? ¿Porque los tiempos han cambiado y tras las reivindicaciones tipo #MeToo y #MeQueer no me da la gana mirar todo por alto si es que acaso veo una intención claramente agresiva? Igual no tenía la piel más dura antes, igual antes simplemente asumía un rol social no sometido pero individualista.

Ahora bien, ¿tan fuerte es el poder de la palabra, de la expresión, de la denominación? ¿Cuál es el límite entre la libertad de expresión, la incorrección política, la mala educación, y la ofensa? Las propias leyes de nuestro país demuestran que no es un debate cerrado. Me propuse buscar las fuentes originarias, y acudí a John Stuart Mill, autor de Sobre la libertad. Y, ¿qué dice el filósofo liberal, hace 175 años? Pues estoy tentado de decir que casi lo resuelve todo…



 “Imponer silencio a la expresión de una opinión constituye un robo a la especie humana, a la posteridad tanto como a la generación existente, a los que se apartan de esa opinión aún más que a los que la sostienen.”

“La libertad completa de contradecir y desaprobar nuestra opinión es la condición necesaria para que podamos afirmar su certeza en la práctica de la vida; el hombre no puede por ningún otro procedimiento tener la seguridad racional de que posee la verdad”.

Es decir, sin una opinión contraria o al menos discordante no encontrarás modo de confrontar tus ideas. A pesar de aparentar una clasificación dicotómica que pudiera llevar a una gramática de identidad por oposición, no deja de ser cierto que en un mundo ideal en que todo el mundo piense lo mismo probablemente no habrá libertad de expresión.

“El hombre es capaz de rectificar sus equivocaciones por la discusión y la experiencia. No por la experiencia solamente: Es necesaria la discusión para mostrar cómo debe interpretarse la experiencia”.

O, dicho de otro modo, no aprenderás sin un sentido crítico aplicado a lo que son tus postulados.

“Que la verdad triunfa siempre de la persecución es una de esas mentiras que se alegan y que los hombres se repiten los unos a los otros hasta llegar a convertirse en lugares comunes que rechaza toda experiencia. La historia nos muestra a la verdad constantemente reducida al silencio por la persecución, y si no desaparece del todo puede retrasarse cuando menos algunos siglos”.

Es decir, desengáñate, la verdad no prevalece por sí misma. Si no la defiendes, tienes una responsabilidad. Esto contiene un prurito moral, pero al modo del imperativo kantiano, exige sin considerar el conocimiento de las condiciones del entorno.

“En cuanto a lo que se entiende comúnmente por discusión sin límite alguno, a saber, las invectivas, los sarcasmos, los ataques personales, etc... La denuncia de estos procedimientos sería mejor acogida si se propusiese prohibirlos para siempre y por igual para ambas partes. La injusta ventaja que puede obtener una opinión discutiendo de esta manera perjudica casi únicamente a ella más que a sus contrarias. El medio más reprobado que puede emplearse en una polémica es estigmatizar como hombres peligrosos e inmorales a los que profesan la opinión contraria.”

Yo estoy de acuerdo, pero describe un ideal. Mi objeción se refiere a la igualdad de quienes vierten opiniones y aquellos que son el objeto de las mismas: no todo el mundo tiene altavoz o micrófono o habilidad para responder a los ataques. No es lo mismo la invectiva entre políticos en una (posible) situación de igualdad entre pares, que si una de las partes no es capaz de dar respuesta. Porque se siente dolido injustamente, porque responder supone un sacrificio que para el contrario no existe, porque se encuentra en situación de debilidad. El mundo real es difícil para quien tiene estos recursos. Para el que no los tiene, esta discusión sin límte es un sueño, un imposible.

John Stuart Mill, uno de los padres del liberalismo moderno

 “Por esto el interés de la verdad y la justicia reclama con urgencia prohibir el uso de un lenguaje insultante; y, aun si fuese preciso escoger, sería mucho más útil reprobar los ataques ofensivos contra las creencias libres que contra la religión del Estado. Es evidente, sin embargo, que ni la ley ni la autoridad tienen que intervenir en estas prohibiciones, y que el juicio de la opinión debería determinarse, en cada caso, por las circunstancias de cada momento. Debe condenarse a un hombre, cualquiera que sea el punto, siempre que en su alegato se trasluzca la falta de buena fe, la malignidad, la hipocresía o la intolerancia del sentimiento.”

Aquí la confianza de Mill en la opinión pública es excesiva, y se ha demostrado sólo parcialmente efectiva. No es que él mismo no viviera la sátira o que la situación política bajo la aparente estabilidad victoriana no tuviera sus polarizaciones. Pero también escribe antes del uso indiscriminado y polarizador, cuando no deshumanizante, de la propaganda del siglo XX y de la postverdad del siglo XXI: hay entornos en que la buena fe es algo inentendible, inocuo, una fruslería inútil... ¿Qué más le da a los objetivos espurios de un mentiroso, un populista o un totalitarista la buena fe de nadie?

Mill ahora se baja del anterior imperativo sobre la verdad: la respuesta global es imposible y la ética del acto debe considerar las circunstancias en que el acto se ejecuta. Probablemente y dado lo general de su discurso, Mill tiene en mente la consideración a la afección de la libertad individual, pero, por otro lado, tiene un matiz relativista y lógico, dado que el relativismo permite seguir adelante ante las condiciones cambiantes del mundo.

Termino con dos puntos:

Hace poco escribí un texto sobre un libro que trataba de la discapacidad (aquí). Lo compartí en mis redes y grupos y en este caso lo hice con personas que sé que trabajan en este tema con cierto grado de involucración. A pesar de que cómo llamar a las personas con discapacidad es un tema de actualidad debido a la modificación que se ha realizado en la Constitución Española para eliminar el término ‘disminuidos’, en el texto se coló un ‘mujeres discapacitadas’. Bueno, éste es el mensaje que recibí por parte de una lectora del texto:

 “Por fa GoioBorge cambia mujer discapacitada por mujer CON discapacidad!!!! Como mujer con discapacidad me flagela y me hace estremecer”

Cuando se recibe un mensaje de este dolor, pienso que la única actitud posible es la disculpa, el admitir el desconocimiento o el error, y la modificación. Y que eso no atenta contra la libertad de expresión, sino que ayuda a una mejor integración de quienes, por sus características o por sus recursos, tienen menos acceso a poder expresarse. Creo que el ejemplo vivido en mis propias palabras es útil para entender que esto es una cadena que involucra a toda la sociedad, y que ante la presencia y la queja de la persona discriminada que alza la voz debe prevalecer el reconocimiento de la dignidad, y la admisión de que el lenguaje, sí, es modificable en favor de un mejor reparto de su poder.

Mi punto final quiere volver a la autora que mencionaba al principio de este texto. Flasspöhler habla del dolor de las heridas que tenemos y que nos conmocionan, como aquellas que hacen que el lenguaje nos haga daño. Transmito aquí las palabras de la autora en la entrevista:

 “En mi libro se desarrolla un diálogo ficticio entre Nietzsche y Emmanuel Lévinas. Lo importante para mí era, entre otras cosas, dar la importancia de la ubicación desde la que se habla. Nietzsche, que no pertenecía a ningún grupo marginado y no sufrió persecuciones ni amenazas, abogaba por tolerar las experiencias dolorosas y crecer con las crisis. Pero el pensamiento de Lévinas tiene otro punto de partida. Lévinas era judío. Su familia fue asesinada en el Holocausto. Con un trauma así no podía desarrollar una filosofía como la de Nietzsche, de modo que también la herida tenía para él un sentido totalmente distinto: hay que dejarla abierta en aras del recuerdo, que tal crimen contra la humanidad no vuelva a repetirse jamás. ¿Qué se desprende de ello para nuestra época actual? Evidentemente, nosotros, como sociedad y como comunidad internacional, debemos procurar que un crimen como el Holocausto nunca vuelva a producirse. Y, por supuesto, también hemos de intentar que las personas no sufran discriminaciones racistas o sexistas. Lévinas nos puede servir aquí como referencia. Pero, por otro lado, y aquí es donde entra Nietzsche, no podemos preservar a las personas de todos los sentimientos desagradables. Tal y como expongo en mi libro, la noción de trauma se ha vuelto muy amplia y también se ha subjetivado. Se considera traumático lo que daña la integridad personal. Pueden ser palabras, una mirada malintencionada, un indeseado roce en la rodilla en el bar de un hotel... ¿Cómo va a proteger la sociedad a las personas de todas las experiencias desagradables sin privarlas de su libertad? Por tanto, la cuestión central es: ¿cuándo debemos cambiar las estructuras sociales, según Lévinas, y cuándo debemos trabajar en nosotros mismos, según Nietzsche?”

Hay métodos para ello, hay que saber buscarlos.


Svenja Flasspöhler en la revista Filosofía&Co, no. 6