Al iniciar esta reseña, en este día largo, ahora en la calma de la noche, mientras una lluvia ligera de verano enfría el asfalto y mece como único sonido este calor de estío, pienso en Bernardo, en Bernardo Soares, midiendo sus serenos pasos al bajar a la oficina en la Baixa, con su pitillo eterno nunca apagado, ese aire taciturno al mirar a los transeúntes, y el tedio dibujado en la cara. Bernardo no escudriña, le basta la fugacidad de una mirada discreta que casi preferiría no echar. Pero tiene ojos, es inevitable.
El Libro del desasosiego es la cumbre de la prosa
pessoana; es una obra que se ajusta mucho al autor. Por fragmentaria,
solipsista y esquiva. Es también un libro muy válido para entender al poeta,
pues en su intimidad describe de manera diáfana su pensamiento, intereses y
visiones de la vida. Son estas casi siempre a contracorriente y paradójicas,
aunque con frecuencia resulta lícito dudar si se trata de autojustificaciones o
de glorificaciones de sus costumbres: no viajar, no preocuparse por la salud de
los demás y no pedir a nadie que lo haga por la propia, no publicar escritos,
sentirse solo a gusto en el sueño o en la ficción, no amar...
Al menos llega la hora del sueño, de dejar la pluma con
que relleno estas páginas inútiles. Aunque al menos aquí converso con Álvaro o
Ricardo, y recuerdo así que al alzar la mirada de los libros de la teneduría se
colaba el rayo de luz, que traía al mar consigo, e iluminaba el rostro del mozo
que trastabillaba entre paquetes. Luego la tarde termina, la oficina se vacía,
y bajo a cenar en la entreplanta donde desde hace veinte años me sirve los
platos un camarero cuyo nombre no conozco.
En Pessoa se adivina un hombre de ideas originales y
lúcidas, pero también una desesperanza, un angst apenas atenuado por
algún atisbo de ironía (tan demoledora en sus Cuentos de raciocinio,
especialmente en los magníficos relatos El banquero anarquista y Una
cena muy original), pero siempre descrito con una prosa bellísima. El Libro
del desasosiego, escrito durante años, dejado incompleto y desordenado en
sus fragmentos y aforismos, y publicado por primera vez en 1982 en una edición
necesariamente ordenada de modo arbitrario, es una Biblia existencialista,
instalada en un ennui adulto y nihilista, sin fisuras emotivas, y dibuja
ese Pessoa proyectado hacia la imaginación de personajes exteriores que le
sustituyen o suplantan, en facetas que él no cumplía personalmente. Los
heterónimos son a la vez el Pessoa imaginado, deseado, proyectado, y, por ello
mismo y según su pensamiento, el Pessoa verdadero. En sus fragmentos, Pessoa
filosofa con frecuencia sobre la esencia de la realidad y sobre el papel del
hombre en lo social y lo natural. También sobre el arte. Lo alterna con episodios
descriptivos de su aburrida oficina, en la que suele colarse la naturaleza con
sus tormentas o su calor por las ventanas. Sus ideas sobre las mujeres
responden aparentemente a su época, pero se adivinan rasgos de un homosexual
reprimido que actúa con misoginia. Difícil saber si su carácter es resultado de
su retraimiento social y cultural, o al revés. No es posible fijarle. Pero es
fascinante su captación peculiar del mundo, apegado indisolublemente a la saudade
portuguesa, pero que en su mirada del absurdo burocrático del trabajo de
administración del siglo XX le acerca a su contemporáneo Kafka. Sus caracteres
son distintos, pero ambos tuvieron dificultades para acabar las obras que
emprendían, en una circularidad espesa compleja para el sentido tradicional de
la narrativa dramática.
Apunta el día de nuevo a calor. Veo los viajeros
adinerados que carro arriba carro abajo saldrán en breve de la ciudad a creer
que en su destino no estarán ellos mismos y su ausencia. Me pregunto si son los
mismos que el año pasado, pero no consigo ver sus rostros. En la oficina no hay
ruido. ¿Por qué? ¿He llegado demasiado pronto? ¿Acaso es domingo?
Este lector tiene una microhistoria con este libro, que ha
estado 20 años en la estantería esperando. Tan pequeña que parece de Pessoa, y
que me llevó a Lisboa, que es buen paisaje para la melancolía, y al revés.
Había claro está un bilbaíno bellísimo que marchó a Lisboa en busca de un
bailarín bahiano después de darme mil mareos, si bien yo no era ducho en estos
menesteres en aquella juventud inhábil. Este muchacho amaba a Pessoa, pero no
recuerdo su nombre. Sí el del bailarín, porque lo repetía mucho, aunque me
parece justicia poética que sea así considerando que discutíamos sobre Caeiro y
Reis, preguntándonos si los heterónimos son una forma de armario.
Aquí un conjunto de perlas del desasosiego, para disfrute
general:
Comprar libros para no leerlos, ir a conciertos para no oír la música ni ver a los otros asistentes, dar largos paseos por estar harto de andar e ir a pasar unos días al campo sólo porque detestamos el campo. (Fragmento 23)
Hay en los ojos humanos, incluso en los litográficos, una
cosa terrible: el aviso inevitable de la conciencia, el grito clandestino de
que hay alma. (Fragmento 25)
La civilización consiste en dar a una cosa un nombre que no le corresponde, y después soñar sobre el resultado. Y realmente el nombre falso y el sueño verdadero crean una nueva realidad. (Fragmento 66)
Entre yo y la vida hay un vidrio tenue. Por más
nítidamente que yo vea y comprenda la vida, no puedo tocarla. (Fragmento
80)
Por más que meditemos una cosa, y, meditando sobre ella, la transformemos, nunca la transformaremos en nada que no sea sustancia de meditación. (Fragmento 90)
Soñar es mucho más práctico que vivir. El soñador extrae
de la vida un placer mucho mayor y más variado que el hombre de acción. En
mejores y más directos términos, el soñador es el verdadero hombre de acción.
(Fragmento 91)
¡Ah, no hay saudades más dolorosas que las de las cosas que nunca existieron! (Fragmento 92)
Las tragedias son cosas interesantes de observar pero
incómodas de sufrir. (Fragmento 113)
Siempre rechacé que me comprendieran. Ser comprendido es prostituirse. Nada podría indignarme tanto como que en la oficina me extrañaran. Quiero disfrutar conmigo la ironía de que no me extrañen. Quiero el cilicio de que me juzguen como ellos. (Fragmento 128)
Coeficientes de corrección. Creo que es esta la frase,
cuyo sentido exacto evidentemente ignoro, con la que los ingenieros designan el
tratamiento que se le hace a la matemática para que pueda caminar hasta la vida.
(Fragmento 130)
La verdadera experiencia consiste en restringir el contacto con la realidad y aumentar el análisis de ese contacto. Así la sensibilidad se amplía y se hace más profunda porque en nosotros está todo; basta con que lo busquemos y con que lo sepamos buscar. (Fragmento 138)
Me levanto de la silla con un esfuerzo monstruoso, pero
tengo la impresión de que arrastro la silla conmigo, y que es más pesada,
porque es la silla del subjetivismo. (Fragmento 153)
Las cosas logradas, sean frases o imperios, tienen, por haberse logrado, aquella peor parte de las cosas reales que es el saber que son perecederas. (Fragmento 169)
Sabio es aquel que monotoniza su existencia, pues así
cada pequeño incidente tiene para él el privilegio de la maravilla.
(Fragmento 171)
LA HOSPEDERÍA DE LA RAZÓN. A medio camino entre la fe y la crítica está la hospedería de la razón. La razón es la fe en lo que se puede comprender sin fe; pero es todavía una fe, porque comprender implica presuponer que hay alguna cosa comprensible. (Fragmento 176)
Pensar es destruir. El propio proceder del pensamiento lo
propone al mismo pensamiento, porque pensar es descomponer. (Fragmento 188)
Me considero feliz por no tener parientes. Así no me veo en la obligación, que me fastidiaría, de tener que amar a alguien. No tengo saudade si no es literariamente. Recuerdo mi infancia con lágrimas, pero son lágrimas rítmicas donde ya se prepara la prosa (Fragmento 208)
Dios mío, Dios mío, ¿a quién asisto? ¿Cuántos soy? ¿Quién
es yo? ¿Qué es esa pausa que hay entre mí y mí? (Fragmento 213)
El poeta, como el iniciado de una orden secreta, es esclavo, aunque voluntario, de un grado y de un ritual (Fragmento 227)
Hacer una obra y reconocer que es mala después de hecha
es una de las tragedias del alma. Y es sobre todo grande esa tragedia cuando se
reconoce que esa obra es la mejor que se podía hacer. (Fragmento 231)
Aquel que, tras largos ejercicios de atención y voluntad, consigue, según él, tener visiones astrales, ¿por qué no puede, con menor dispendio de una y otra cosa, tener una visión de la sintaxis? (Fragmento 256)
Mi patria es la lengua portuguesa. (Fragmento 259)
Nos servimos de la mentira y la ficción para entendernos los unos con los otros, lo que con la verdad propia e intransmisible nunca podría llegar a realizarse. El arte miente porque es social. (Fragmento 260)
La libertad es la posibilidad de mantenerse aislado. Eres
libre si puedes apartarte de los hombres, sin que te obligue a recurrir a ellos
la falta de dinero, o la necesidad gregaria, o el amor, o la gloria, o la
curiosidad, cosas que ni del silencio ni de la soledad pueden alimentarse. Si
te resulta imposible vivir solo, es que naciste esclavo. Puedes poseer todas
las grandezas del espíritu, todas las del alma: serás un esclavo noble, o un
siervo inteligente, pero no serás libre. (Fragmento 283)
Los compradores de cosas inútiles son siempre más sabios de lo que se imaginan: compran pequeños sueños. Son niños en el adquirir (Fragmento 295)
Perder tiempo conlleva una estética. (Fragmento 315)
"Sentir es un fastidio". Estas palabras casuales, de no sé qué invitado a unos minutos de conversación, se me quedaron para siempre brillando en la superficie de la memoria. La misma forma plebeya de la frase le da sal y pimienta (Fragmento 335)
Cuando escribo, me visito solemnemente. Tengo salas
especiales, recordadas por otro en intersticios de la figuración, donde me
deleito analizando lo que no siento, y me examino como a un cuadro en la sombra.
(Fragmento 341).
Me asaltan entonces pensamientos absurdos, que no consigo sin embargo repeler como completamente absurdos. Pienso si un hombre que medita tranquilamente dentro de un coche que corre deprisa está yendo deprisa o despacio. Pienso si serán iguales las velocidades idénticas con las que caen al mar el suicida y el que perdió el equilibrio en la terraza. (Fragmento 350)
El mundo exterior existe como un actor sobre un
escenario: está allí, pero es otra cosa. (Fragmento 383).
Maté la voluntad analizándola. ¡Quién me devolviera la infancia antes del análisis, aunque antes también de la voluntad! (Fragmento 462)
La gran dificultad del orgullo que a mí me ofrece la
contemplación de los paisajes es la dolorosa circunstancia de que con toda
seguridad ya antes alguien los haya contemplado con la misma mirada. (Gran
fragmento 'La divina envidia')
La única razón de que un ocultista funcione en lo astral es bajo la condición de hacerlo por estética superior, y no por el siniestro fin de hacer bien a alguien. (Gran fragmento 'Declaración de diferencia')
No os penséis que yo escribo para publicar, o para
escribir, ni siquiera para hacer arte. Escribo porque ese es el fin, la
perfección suprema, la perfección temperamentalmente ilógica, de mi cultivo de
estados de alma. (Gran fragmento 'Educación sentimental').
Para quien haya llegado aquí: un bonus. Hace unas pocas semanas
Grandes infelices, podcast sobre escritores desgraciados, dedicó un capítulo a
Pessoa, utilizando para ello varios de los heterónimos y los fragmentos
adecuados del Libro del desasosiego. Quedó muy bien, y se puede escuchar aquí.