28 de enero de 2013

Lector que lees con amor




Stephen Daldry es un reputado adaptador de novelas al cine. Empezó con un guión original (Billy Elliot), pero consiguió su prestigio con Las horas (de Michael Cunningham, a su vez una variación de La señora Dalloway, de Virginia Woolf), le fue bien con El lector (de Bernhard Schlink), y de momento completa su carrera con la floja Tan fuerte, tan cerca, una novela de Jonathan Safran Foer de la que no tardaremos en hablar aquí. Pero así como la novela Las horas (leída tras haber visto la película) me pareció un libro muy conseguido, creo que con El lector, Daldry se enfrentó a un texto de idea interesante pero ejecución floja y discursiva.

Michael es un chico alemán de 15 años que en 1958 empieza a acostarse con Hannah, una mujer de 36 años con la que entra en contacto por azar. La relación tiene un componente de formación sexual y de pasión adolescente incontrolada, pero en ella se produce un hecho peculiar: a Hannah le encanta que su amante Michael le lea en voz alta y se convierta así en su lector particular. La relación termina pero siete años después Michael estudia Derecho y asiste por ello a un juicio contra siete mujeres acusadas de crímenes cometidos mientras fueron guardianas de prisioneras de campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Hannah está entre ellas.

En otros tiempos, ser un chico leído podía tener su recompensa.

Organizada en tres obvios tiempos dramáticos (adolescencia, juventud estudiosa, madurez), el principal problema de Bernhard Schlink en El lector es agotar al espectador mediante la descripción académica y simplona de los hechos y el entorno en que se enmarcan, sin ninguna aportación dramática, que retrasa la narración, y que debería haber sustituido por una mayor profundidad de la historia de los personajes. La primera parte, la historia del amor adolescente de Michael, es todavía una narración media y llevadera, donde incluso alguna reflexión alcanza algo de valor. Pero durante el juicio, Schlink es incluso vulgar en su tratamiento del texto y hacia sus lectores, a quienes no parece reconocer ningún conocimiento previo no ya del nazismo, sino de los mecanismos del horror.

Una pena, porque aunque sean obvias y poco novedosas cuestiones como la literatura como expiación, o la falta de literatura como barbarie (aunque si esto es discutible en algún contexto es precisamente en la Alemania nazi, hija de una de las élites culturales y científicas más sorprendentes de la historia de la humanidad), no dejan de ser metatemas que siempre me resultan atractivos en literatura. La película ganaba gracias a la voz, y a un planteamiento de erotismo suave tras el intuido horror histórico, que conseguía cierta densidad. Pero a Schlink, posiblemente arrastrado por una necesidad de ventas, le falta arrojo en su texto.

Foto de Bernhard Schlink en Wikipedia







18 de enero de 2013

Sobre el cliente




Pagando por ello. Memorias de un putero en cómic es el título de impacto moral que Chester Brown no escogió para su libro, pero que aceptó llamar así por sugerencia de unos editores que se enfrentaban a una publicación algo complicada. Se trata de unas memorias reales, en las que el autor explica cómo empezó a ir de putas, por qué lo hizo y por qué lo dejó, y da abundantes notas con su opinión sobre la prostitución en un texto al final del libro.

Este cómic biográfico cuenta 15 años de la vida de Brown, quien al inicio del libro vive con su novia, con la que rompe aunque siguen viviendo en la misma casa. Brown reflexiona sobre las desventajas del amor en pareja, los sinsabores que le ha dado, y sus problemas propios para tener relaciones sexuales casuales por sus pocas habilidades sociales, y decide probar con la prostitución. Supera sus  miedos y tabús al respecto y se encuentra con una experiencia que le resulta muy positiva, en la que además no observa ninguno de los problemas esperables aunque en su interior los tema: drogas, enfermedades, trampas de la policía, etc… El ejercicio de exposición de la intimidad es total, no sólo corporal sino emocional, porque Brown va contando a sus amigos y amigas cómo va su experiencia, y discutiendo con ellos sobre las maldades del amor romántico y las bondades de la prostitución.

Intimidad bajo los focos

El cómic está dibujado en blanco y negro, en un modelo casi cuadriculado e invariable de 8 pequeñas viñetas por página, en páginas de grandes márgenes. El blanco y negro es marcado y tiene sentido dramático: viñetas negras para las fechas de cada acto (lo cual acerca el libro a un diario gráfico), y efecto de iluminación para el sexo o la entrega de dinero. El tono general, acorde con el propio autor, es el de un análisis algo frío, que además se acompaña de la opción estética de no mostrar las caras de las chicas, a las que obviamente ha cambiado el nombre.

Reconozco que me interesan mucho más Chester Brown  como autor y su reflexión, que el cómic en sí, que se me ha hecho algo repetitivo en su ritual de contratación + sexo + conversación con la prostituta y/o con los amigos. Pero en el argumentario de Brown para convertirse en putero, seguir durante años y finalmente dejarlo, encuentro razones reveladoras porque me resultan coincidentes con parte de mi pensamiento al respecto, aunque mis conclusiones serían muy diferentes. Yo también creo que el amor romántico está sobrevalorado y que para mucha gente es más una mentira social que la mejor solución natural para su vida… pero no por ello creo que los matrimonios convenidos del pasado fueran mejores que los actuales, aunque sólo sea porque en su día eran matrimonios tan forzados como convenidos. También me parece que la prostitución debe descriminalizarse, que las prohibiciones y regulaciones son injustas para las mujeres, y que no se trata de un sexo que transmita más enfermedades que el sexo casual de una noche, pero no por ello me parece que el futuro de las relaciones sexuales en un mundo ideal sea el intercambio por dinero (que de momento es abrumador en la dirección de hombre a mujer) porque hayamos aprendido tolerancia hacia la prostitución quitándonos tabús. Más bien veo que sin tabús alguien como Brown tendría habilidades sociales para acceder a sexo casual, y su necesidad de acceder a una oferta de prostitución desaparecería.

Discusión al aire libre

Brown es muy racional y excelente argumentando con sus amigos. Se ha despojado de tabús y tiene las ideas claras. Además, es un putero educado y consideradísimo con las chicas. Niega de continuo que su actividad como putero le afecte, o que se haya encontrado con chicas explotadas, aunque el cómic sea casi gélido, nada emocional. Creo que a veces cae en demagogias clásicas (como su versión propia del clásico todas son putas, depende del precio) o en cierta ingenuidad al creer que las mujeres le cuentan la verdad de sus vidas. A veces, curiosamente, las prostitutas le afean que no crea en el amor.

Pero el libro es excelente en su desmitificación del putero medio, y de la prostitución digamos cotidiana, y junta un raciocinio claro y profundo con una experiencia propia que mucha gente que habla del tema no tiene. Hay un valor de campo a reconocer y considerar.

Chester Brown por Aaron Lynett (vía)





8 de enero de 2013

Aún sin Tesla




La lectura de Relámpagos me empujó finalmente a leer la biografía de Nikola Tesla que tenía hacía tiempo en la estantería. Aunque yo creía que se trataba de un libro reciente, resultó que lo es sólo su publicación traducida en España en 2009, ya que se trata de una obra publicada originalmente por Margaret Cheney en 1981. El dato es importante, dado que una buena parte del mito de Tesla se debe a que dejó predicciones sobre el uso de inventos que con el tiempo y el desarrollo tecnológico se van revelando como posibles.

Nikola Tesla. El genio al que robaron la luz es un libro bien documentado y en general bien narrado. La autora participa activamente del entusiasmo por la figura de Tesla, y recoge su posición individual en el mundo industrial en continuos desarrollo y crisis que le tocó vivir, además de simpatizar con un inventos visionario pero vilipendiado, y probadamente robado tanto económica como intelectualmente, y que resulta fascinante también por un legado de inventos que la historia era aún joven para entender, apoyar, no digamos financiar.

Nikola Tesla y la bombilla sin hilos (vía)

Pero, por otro lado, creo que este es un libro frustrado, incompleto (además de mal traducido), o bien con un reto excesivo, además de falto de una cronología clara. Tesla es una figura intermedia entre ciencia y tecnología, adelantado en parte al impresionante grupo de físicos y químicos dela primera mitad del siglo XX –al que proporcionó elementos básicos para su investigación- pero falto por otro lado de su método y su profundidad teórica. Su necesidad de inventar y patentar en un entorno industrial, y su teatral gusto por las presentaciones mediáticas espectaculares le acercan a una figura mágica, un druida de la electricidad, el último alquimista. Esta contradicción, sólo apuntada, requería un mayor trabajo. Sólo se entendería mordiendo sin miedo la parte de la biografía que Cheney deja en descripciones básicas: la de su maquinaria, la de los fundamentos de su ciencia. No existen esquemas, diseños, una visión histórica de sus cambios con el tiempo, una pasión real por el invento y la tecnología que lo respalda. Es decir, a pesar de la existencia de parte de esta ciencia dentro del texto escrito, en realidad la autora no entra a explicar por qué pensar en esa tecnología llenaba a diario la vida de Tesla. No entender esta pasión aleja al libro de logros debidos.

Interiorizar en la ciencia de Tesla parece que es un punto clave que nadie acaba de abordar para hacer el salto entre el genio de la corriente alterna y el loco que cuida palomas enfermas en la habitación de su hotel. Echenoz lo suplía, en una novela, con un acercamiento psicológico a un personaje. Una biografía de Tesla exigía más. También un post mortem, que incluyera desde su influencia en la ciencia hasta su peso en la subcultura pop, pasando por las lecciones dejadas a los modelos de negocio. ¿Cómo resistirse a no ver por ejemplo en la relación con características industriales de producción, negocio e innovación pionera de Edison y Tesla en el comienzo de la electricidad un espejo de los avatares entre Bill Gates y Steve Jobs de hace treinta años, cuando la informática empezaba su industrialización?

Margaret Cheney (vía)