Hace unos meses, esta novela gráfica tuvo cierta repercusión
en el mundo del cómic por ser la primera vez que se representaba visualmente el
universo de los campos de concentración de personas LGTBI durante el
franquismo, amparados por la legislación sobre vagos y maleantes. La acción de El Violeta transcurre sobre todo en
Valencia, donde un chico trabajador de una fábrica de turrones es víctima de
una trampa por parte de un policía en el cine Rufaza, lugar de citas de
homosexuales de la ciudad. La tortura para confesar nombres de otros violetas, la deriva a cárceles o al campo
de Tefía en Fuerteventura, son resultado de la confianza del muchacho,
Bruno, en su tía Julia, quien de buena fe usa contactos que cree buenos para
reconvertirle, con resultados obviamente nefastos. Un giro de guion a no
revelar impide que Bruno no acabe en Tefía y le obliga a caminar por la vía correcta de la vida, hasta que su pasado
le alcanza cuando llega la transición a España.
La turronería (vía)
En El Violeta el
aire autobiográfico parece relevante. Es un tono que se adivina porque el medio
es desde hace años refugio de la autoficción, y porque el cómic de temática
LGTBI dispone de enormes clásicos al respecto, como Stuck
Rubber Baby ó Fun Home.
Sin embargo, uno de los autores del guion (el escritor y editor Juan Sepúlveda)
menciona al final del texto que todos los personajes son ficticios excepto la
bondadosa tía Julia, a la que rinde homenaje obvio a pesar de su tremendo
error; la fábrica de turrones es también un lugar real, del que el volumen
recoge antiguas fotografías. La expectativa de identificación del lector LGTBI
se diluye relativamente, pero la existencia de la misma es ineludible en una
crítica o reseña emocional (la emoción es también una buena razón para
reseñar).
La cárcel, en Valencia (vía)
A pesar de transcurrir en lugares donde la luz no falta, El Violeta opta por un tono sombrío, en
gran parte derivado de una acción en interiores: el cine, la comisaría, las
diferentes casas de Bruno, etc… acorde también con el carácter moralmente inaceptable
de la homosexualidad en aquellos tiempos: es por ello algo que ocurre a oscuras.
Los pasajes que suceden en Tefía, a pesar de ser exteriores, transmiten también
tenebrismo. El libro no llega al miserabilismo imperante en parte de la literatura
que se practicaba en España en los mismos años en que se sitúa la acción, pero
las situaciones reflejadas bordean un justificado dramatismo. Si no llega al
tremendismo es obviamente porque el punto de vista tiene sesenta años más, y
porque no necesita refugiarse en el analfabetismo y el retraso de la sociedad
para construir una crítica al régimen, que ya no necesita ser velada. Pero, tal
vez resultado de esta tendencia, no existe prácticamente posibilidad de
sensualidad en la armarización social y familiar a la que obliga el contexto, y
Bruno es alejado decididamente de cualquier atisbo no ya de felicidad, sino de
alegría, por momentánea que esta pudiera ser, y, en ese sentido, El Violeta es canónico en una de las representaciones
culturales mayoritarias del mundo LGTBI: todo es dureza, no hay pareja feliz
posible, no hay una construcción antitética de la realidad ficcional
mayoritaria, con una imposición del realismo oficial, y cierta negación de la
intimidad sexual, convertida siempre en tema público: objeto de análisis social, laboral, etc…
El campo de concentración de Tefía (vía)
Sin duda España representa uno de los mayores saltos en legislación
igualitaria del mundo. De la situación realista y creíble (y probablemente
suavizada) de El Violeta a la legislación
del matrimonio igualitario y las leyes (de momento autonómicas) de igualdad
LGTBI apenas ha pasado medio siglo: de una situación verdaderamente lamentable
a una de las mejores del mundo para el colectivo LGTBI, sin que esto no suponga
que existan aún severos problemas de acoso y discriminación. El Violeta nos recuerda, casi nos
abofetea con ello, la ausencia de una memoria histórica LGTBI. O, si se
prefiere así, el ninguneo de la realidad LGTBI y su inserción en la Historia no
ya de las libertades civiles, sino de la propia especie humana. Es, en ese
sentido, un libro ilustrador y pionero a considerare con seriedad.
Juan Sepúlveda Sanchís (en la foto), Marina Cochet, y Antonio Santos Mercero, son los autores de El Violeta.