19 de mayo de 2024

Los bloques naranjas

 


Los bloques naranjas es un “prosario” de Luis Díaz (1994), dividido en tres partes llamadas Las ciudades, El deseo y El futuro, en el que cada “poema” está constituido por un párrafo en prosa escrito sin ningún signo de puntuación ni ninguna mayúscula. Nunca muy largos, suelen explicar con brevedad una acción juvenil (o adolescente) que transcurre en un verano en un barrio de ciudad, y sus protagonistas (que son un estado de ánimo reunido más que un individuo o personas en concreto) transitan por un afecto incipiente pero atropellado, una diversión inmediata de alcohol y drogas siempre escasos -pues no tienen dinero-, viajes en coche o moto que obligan a la carnalidad retraída, cierto spleen de asfalto, sin llegar al polígono, pero tendiendo.

Este protagonista colectivo siempre masculino y siempre adolescente intenta descubrirse y localizarse, sin demasiado éxito. Está pleno de emociones poéticas con su cuerpo, con su pene no fascinante pero sí céntrico, y aprecia interiormente sin saber expresarse hacia fuera. No acaba de entender el mundo, pero el futuro se le antoja más bien inhóspito. Su lenguaje es con frecuencia simple, de presentación directa, tierno en su conciencia masculina. El erotismo homosocial experimentador sobrevuela su deseo, entre la incomunicación y el anhelo, sin disfrute salvo en la conciencia de amar, que existe aunque no se articule así.

El libro me parece muy inspirado en el retrato de un ánima vital, trabajado en la traslación de una voz que ya debe ser lejana (el autor lo publica a los 29 años y confiesa en la dedicatoria que a sus amigos aún ‘no les he dicho te quiero’), y con un hálito psicológico más que un hilo descriptivo, no digamos ya narrativo. El aburrimiento, casi hastío, incluso el angst adolescente, todos son emociones relevantes, y, aunque existen flores y luces por el camino, la sensación final es cierta desesperanza.



10 de mayo de 2024

Simpatía por el diablo

 


La intensidad de la narración de El maestro y Margarita ha sido inesperada. No tanto su carácter irónico y parabólico, pues la fama precede a esta joya icónica de la literatura rusa. Obra maestra del a veces exitoso, pero casi siempre perseguido Mijaíl Bulgákov, se publicó 27 años después de su muerte, aunque en la Unión Soviética aún tuvo que esperar.

El diablo, bajo el nombre de Voland, aparece en Moscú acompañado de un séquito peculiar que incluye un gato gigante bípedo y parlanchín. Desde la primera escena siembra el caos en la ciudad: ataca a los escritores y críticos, se las ingenia para hipnotizar a todo un teatro ante cuyo público actúa en un espectáculo de magia negra, se instala en casa de un escritor donde hace perrerías a todo aquel que se acerca en general con intereses espurios... Hay decapitaciones, ordenadas y ejecutadas como si fueran las de la Reina de Corazones de la Alicia de Lewis Carroll, y posteriores recapitaciones; dinero verdadero que se convierte en papel mojado y al revés; aparentes bilocaciones… y una buena cantidad de personas derivadas al manicomio del doctor Stravinsky. Pero el tono es juguetón. El diablo hace estas cosas parece que más por entretenimiento que por maldad intrínseca. O, si se atiende a la cita fáustica de Goethe con que Bulgákov en cabeza el libro, 'es aquella fuerza que siempre quiere el mal y que siempre práctica el bien'. Porque, invariablemente, ante Voland se presentan ventajistas, a veces provocados por él, pero trufados de miserias mundanas. No hay mención al régimen político en que está la ciudad, el Moscú de 1930. Pero sí hay presencia de unas milicias que aparentemente lo pueden todo (pero no) y un pensar continuado en lo burocrático.

En la compleja estructura de la obra se cuelan, en su primar parte, dos capítulos dedicados a Poncio Pilatos y su experiencia de juzgar, encarcelar y no indultar a Jesucristo. La excusa es extraña, simplemente aparecen cuando uno de los escritores de la primera aparición de Voland pretende convencerle de que Jesucristo no existe. Pero Voland reclama que él conoció a Pilatos... En la segunda mitad del libro entendemos que esos capítulos están escritos por "el Maestro" del título, cuya novela sobre dicho tema será incomprendida y que, por ese motivo, quema el manuscrito. El maestro está en el manicomio (no sabemos por qué, pero intuimos que es víctima de la burocracia reinante antes de la llegada de Voland), pero su novia, Margarita, es de la pocas personas que en lugar de ser atacadas por el diablo, resultan favorecidas por él, en una inversión de la suerte del maestro, que recupera así manuscrito y felicidad, no sin antes actuar Margarita como reina de un baile satánico organizado por Voland. El manuscrito recuperado permite que completemos la lectura de Pilatos, además de conocer el impacto que deja una visita del diablo, de cuatro días de duración a la ciudad, cuántos hechos fueron encantamientos y cuántos no

Veamos varios de los significados múltiples de la novela:

1- los escritores y críticos de tres al cuarto se dan la gran vida mientras los artistas comprometidos viven en el ostracismo. Reformar esta situación es justo.

2- el juguetón diablo, obvio trasunto primario de Stalin, gusta de confundir a sus víctimas con cambios de humor y opinión impredecibles. Así le pasó a Bulgákov, a quien el mismísimo Stalin llamó en persona para restituirle en el teatro en que ya no podía trabajar.

3- la literatura tiene un poder infinito: "los manuscritos no arden", dice Voland cuando el maestro confiesa que quemó su novela. La literatura perdura con tanto ahínco que, aunque no hubiera publicado un libro que tardó doce años en escribir, esto sucedió casi tres décadas después.

4- el poder no tiene conciencia; pero si, por un instante, tuviera la tentación de tenerla, se encaminaría a la desolación. Así, Pilatos vaga por la eternidad atormentado por su lavado de manos, con una capa manchada de sangre del Crucificado, al que quiso salvar y con el que quiso conversar más, pero no pudo. A Voland no le pasa esto.

5- en realidad no existe alma sin defecto. El diablo entra en todas ellas y lo sabe, pero siempre llega el momento en que cada una de esas almas, cuando reclama aquello que no le corresponde, ya lo sabe por sí mismo. ¿El diablo está dentro? ¿Puede soportarse la idea de un Stalin dentro de cada uno?

Ni qué decir tiene que El maestro y Margarita es de una originalidad muy relevante. No solo por las capas de significado, sino por su indecoroso desparpajo tonal, su ausencia de clichés, su ritmo endiablado, trufado de acontecimientos absurdos que mezclados con la cotidianeidad de las rutinas diarias hace avanzar al libro como una historia llena de los prodigios de una sala de espejos deformantes. La herencia de Goethe ya ha sido mencionada, pero el libérrimo destrozo que ejecuta modifica la realidad burocrática de este Moscú en forma de una libertad literaria precursora del realismo mágico que entronca muy bien con la tradición satírica de la literatura rusa, a la que le estalinismo sin duda dio grandes posibilidades (un ejemplo divertidísimo: Vida e insólitas aventuras del soldado Iván Chonkin, de Vladímir Voinóvich). Con diferentes matices, el personaje diabólico que crea el caos porque en su locura/libertad /poder tiene capacidad para ello, está presente en Camus (Calígula). Lo kafkiano, desprovisto de su dramatismo trágico, también se entrevé, por no hablar de las metáforas del nazismo tipo El tambor de hojalata. No me cabe duda que, en nuestro entorno, inspiró el caótico Burgos del purgatorio de la maravillosa La ciudad del Gran Rey, de Óscar Esquivias. Y sí, inspiró la canción de los Rolling Stones que tantos años estuvieron sin tocar tras la tragedia de Altamont.

Entre influencia -de la que todo lo dicho es probablemente una muestra pequeña- y diagnóstico, diversión pero inmersión, ligereza de humor negro y sátira social y política, no es extraño que esté entre las novelas más reconocidas del siglo XX.

Mijáil Bulgákov, según su foto en Wikipedia



2 de mayo de 2024

La especulación inmobiliaria



Buscando información sobre Italo Calvino, resulta sorprendente comprobar que las obras más conocidas que publicó, las de la llamada trilogía heráldica, se venden en colecciones de literatura juvenil. Lo cual está muy bien, porque recuerdo que las dos que he leído, El vizconde demediado y, sobre todo, El barón rampante, usan la fábula y el anhelo de pureza vital de la adolescente para construir sus historias de reflejo absurdo de las costumbres.

La especulación inmobiliaria, no obstante, no incorpora elementos de parábola fantástica, sino que su realismo es completo. Un antiguo militante de un partido de izquierdas, el PCI italiano, decide vender parte del jardín de la casa de su madre, para lo cual llega a un acuerdo con un constructor local, según el que podrá incluso alquilar algunos de los apartamentos a construir. El protagonista ha variado en sus intereses políticos y, frente a lo que había pensado en sus años de militancia, el empresario al que se asocia le parece un ejemplo de resistencia liberal.

Como era de esperar, la obra se enfanga, con conflictos continuados sobre todo lo imaginable, aunque siempre de una intensidad baja: falta de materiales, problemas laborales con los trabajadores, conflictos entre la madre -que vive junto a la obra- y el constructor, permisos del Ayuntamiento, etc... Las pretensiones de pasar por hombre curtido en negocios y de inteligencia de mundo por parte del protagonista se tornan en impotencia resignada y un estado de frustración algo infantil.

El tono, la brevedad, y su extraño final (resumible en un estado futuro de pesadilla prolongada) están magníficamente conseguidos. Calvino no dramatiza las corruptelas del constructor, que es más bien un arquetipo de tragedia teatral, un pequeño corrupto y negociante sin más futuro. Aunque es obvio que su inmaduro protagonista no le agrada en su ridícula autocomplacencia ignorante, nunca sucede un conflicto severo, una situación definitivamente inaceptable en lo moral, sino que existe una asunción de fluidez de los asuntos mundanos, de conversaciones aparentemente simples, y de orgullos un tanto miserables enfrentados entre sí.

Y así, suavemente, pareciera que Calvino llega a mostrar el fenómeno de la especulación y sus primas la corrupción y la estafa de un modo mucho más creíble, ajustado a la vulgar cotidianeidad que cualquiera puede experimentar, y sin necesidad de la grandilocuencia megalomaníaca que con frecuencia se usa para describir el fenómeno. Esto no significa que esa especulación desatada no exista, por supuesto. Pero la apuesta a pie de calle, en estilo y tono, de Calvino es por ello tal vez más clarividente sobre la inserción psicológica de la corrupción en la sociedad.


Italo Calvino, vía