Después de haber leído hace un año Peter Camenzind, y haber recuperado el ambicioso e irresistible estilo de Hermann Hesse, era obligado seguir con alguna más de sus novelas cortas previas a El lobo estepario. El paso natural es Demian. Historia de las mocedades de Emil Sinclair, de nuevo una novela de formación, pero ahora publicada en 1919, quince años después de Peter Camenzind. Dos cosas relevantes han pasado en ese tiempo: Hesse ha recibido sus primeros tratamientos psicoanalíticos, y ha habido una guerra mundial.
El título de esta novela contiene a sus dos protagonistas;
tanto el principal, Emil Sinclair, cuya voz y punto de vista no abandona nunca
el autor (está escrita en primera persona), como a Max Demian, el amigo unos
años mayor que él, que llega con su madre a la misma ciudad en que vive Sinclair,
y a su misma escuela. Demian ayuda a Sinclair a salir de un atolladero, hoy
diríamos un caso de bullying, con otro compañero del colegio. Sinclair comienza
a idealizar a Demian, entre la admiración y un incipiente afecto.
Porque Demian es un prototipo de belleza, y además un buen
conversador que analiza las situaciones que rodean a Sinclair con bonhomía y
precisión. Sinclair desde un principio teoriza sobre la existencia de un mundo
dual, con un escenario de luz, armonía y raciocinio (en el que coloca su vida
familiar, y cabe pensar que el orden establecido), y otro sórdido y oscuro
donde se plasman las negruras del alma, y donde están la mentira, las pasiones
de los hombres, y donde el abuso del alcohol, que ya aparecía de manera
determinante en Peter Camenzind, es protagonista. Demian refuerza a
Sinclair en estas ideas, si bien no es el único amigo que lo hace. Esta
dualidad (reflejada en una mítica águila bicéfala llamada Abraxas, relacionada
con culturas que empezaban a interesar con fuerza a Hesse) atormenta de
continuo a Sinclair, lector de Nietzsche, del que no sólo se adopta esta
dicotomía no lejana a su lucha entre lo apolíneo y lo dionisiaco, sino un
estilo de gran vitalismo, una necesidad imperiosa de vivir, sentir y avanzar,
el puro impulso de voluntad del filósofo puro llevado a una ficción de cierto
tinte biográfico.
De nuevo este vitalismo no se encarna en sexualidad. Como
sucedía en Peter Camenzind, la mujer amada vuelve a ser una ilusión,
casi una teoría, y es el rostro andrógino de Demian el que se aparece en sueños
a Sinclair. Imposibilitado de resolver este conflicto en el que él mismo se ha
metido, Hesse recurre a la bella madre de Demian, al parecido entre ambos, como
encarnación del deseo sublimado pero nunca consumado de Sinclair. El ejemplo
máximo es el sueño que tiene Sinclair sobre un cuadro, que cree el retrato
ideal de una supuesta enamorada; la imagen del cuadro luego resulta parecerse a
un Demian femenino, y finalmente, el encuentro de Sinclair con la madre de Demian
le revela que era ella la retratada soñada. Hesse sin duda almacenaba algún
tormento al respecto, pues el conflicto es el mismo de Camenzind.
Las conversaciones y paseos que los personajes mantienen sobre
la forma de conocer, el carácter del alma, y la pureza (o no) de actos y
sentimientos terminan bruscamente por el inicio de la Gran Guerra. Ambos, Demian
y Sinclair, deben pelear en la misma, con finales dispares, en una contienda
representada de forma sangrienta y contundente en apenas cuatro páginas, con
una ruptura definitiva de la narración, que acaba abruptamente y pasa a
finalizar sin descanso. No acabo de ver si Hesse no sabía cómo terminar, o si
para él era imprescindible denunciar los efectos de la guerra en general en la
juventud. Esto no es descartable, pues Hesse fue un pacifista convencido (como
Nietzsche desde que estuvo en el frente de la guerra franco-prusiana) desde
esta Primera Guerra Mundial, al contrario que Thomas Mann, escritor amigo y autor
con el que Demian comparte el tipo de final de La montaña mágica.
El pacifismo de Mann comenzó con la llegada del nazismo.
La entusiasta escritura de Hesse sigue siendo envolvente y causante de adicción lectora. Sus penetraciones en el alma y mente humana revelan la psicología de un momento histórico (como lectores sabemos lo que venía después, revelándose así la intuición del autor), y sirven para seguir entendiendo las aspiraciones de ese yo romántico e imbuido de su genuina individualidad a desarrollar, hija del siglo precedente. Se hace ciertamente irresistible seguir con el autor, pero ver si al menos cambia el registro de protagonista será un punto relevante.
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