28 de noviembre de 2020

Mujeres en la Guerra Civil

Palomas de guerra es el título escogido por Paul Preston para un conjunto de cinco biografías de mujeres cuya vida cambió de manera drástica debido a la Guerra Civil española. No son cinco mujeres anónimas, sino que en su medida su participación en la Guerra, o en sus efectos directos, -de cuatro de ellas- es relevante por varios motivos. La quinta mujer, Carmen Polo, no participó directamente, y es sin duda la más famosa de todas ellas. El título, que juega con la imagen de la paloma de la paz, y que si se habla de la Guerra Civil remite casi necesariamente al Guernica, no me agrada demasiado. Pero casi es lo único, porque se trata de una obra apasionante, escrita con gran pulso, que me ha descubierto avatares impresionantes de la vida en guerra, y que, mediante el talento de historiador metido a biógrafo, permite conocer mucho mejor la realidad española de la época que una historia oficial de la Guerra Civil (que obviamente el propio Paul Preston ya tiene).

Mercedes Sanz Bachiiler (vía)

Además de Carmen Polo, las mujeres que Preston biografía son Mercedes Sanz-Bachiller (viuda de Onésimo Redondo, fundadora del Auxilio Social y rival inesperada de Pilar Primo de Rivera en los inicios de las instituciones del régimen), Nan Green (voluntaria comunista británica que vino a España a luchar con su marido a luchar contra el fascismo y fue enfermera en el frente), Priscilla Scott-Ellis (aristócrata británica que fue una de las dos únicas voluntarias británicas del bando nacional en toda la Guerra, relacionada con los Borbones, que llegó a España por amor y que acabó casi siendo adicta a ser enfermera en el frente), y Margarita Nelken (diputada por el PSOE por Badajoz durante la II República, mujer intelectual e independiente, madre soltera y altamente combativa). La selección no es casual, desde luego: dos españolas y dos británicas, dos de cada bando contendiente; Preston no busca en ello justificaciones o escribir sin sesgo ideológico, sino completar un espectro histórico y social del momento. A sus cuatro protagonistas las trata de manera contextualizada y comprensiva en su momento histórico, cuando no directamente admirada ante los actos y episodios que afrontaron.

Nan Green (vía)

En dos de los casos, las biografías de vidas largas, ricas y fértiles son sorprendentes al menos para mí: Scott-Ellis realizó un trabajo durísimo de enfermería pero viajaba en coche privado pagado por su familia, y escribía un diario de su estancia en España donde comentaba episodios cruentos con una ingenuidad aristocrática impensable en quien atendía moribundos con diligencia. Llegó a España persiguiendo a un príncipe Borbón homosexual del que se había enamorado, y que acudía a fiestas en la retaguardia con gente que a la mañana podía bombardear Durango y a la tarde ir a las carreras en Lasarte. Volvió a Inglaterra a descansar gracias a los lujos de su familia y aún así prefirió volver al frente… Acabó desgraciadamente casada con José Luis de Vilallonga. Nelken, por su lado, también acumula una increíble biografía, desde su origen judío de padres extranjeros asentados en Madrid. Fue madre soltera de dos hijos de padres diferentes y una mujer de gran capacidad intelectual como escritora y crítica de arte, labor con la que sacaba adelante a su familia, y que le permitía conoce a la élite artística e intelectual del país. Pasó innumerables polémicas en la machista política de aquel tiempo (incluido el PSOE), pero cuando se cambió al PCE el autoritarismo jerárquico de éste acabó por expulsarla. Su combatividad en Cortes era legendaria: fue una polemista agresiva que se ganó muchos enemigos en la defensa del explotado campesinado extremeño. Su hijo adolescente combatió en la Guerra Civil y luego en la II Guerra Mundial, muriendo en Ucrania. Arrastró a su familia (hija, nieta, madre) al exilio en México, donde con muchas dificultades, y ninguneada por sus problemas con los partidos políticos, siguió trabajando.

Priscilla Scott-Ellis (vía)

Y ello sin despreciar los peculiares momentos de Sanz-Bachiller y Green. A las cuatro, que conocieron sinsabores enormes en la Guerra (la muerte de maridos e hijos entre ellos) les unen en mi opinión dos cosas consuetudinarias con la Guerra: una abnegación sin límites en su labor, fuera su causa la que fuera, y la decepción personal y política de un mundo mezquino que en cada caso las defraudó, traicionó y despreció incluso desde la propia ideología o sociedad a la que pertenecían. Esta sororidad histórica entre sufrientes de un mundo infernal se une al riquísimo retrato social de Preston para hacer del libro una lectura adicta.

Margarita Nelken (vía)

¿Y Carmen Polo? Bueno, parece que figura como contrapunto. El retrato de Preston aquí ya es menos comprensivo. No llega a lo inmisericorde, pero no puede simpatizar de manera alguna con una mujer altiva y arrogante, que compartió o alentó la crueldad de su marido cuando tuvo oportunidades de hacer lo contrario, y que se quiso entronizar; no pagaba facturas, decoraba gratis propiedades que la familia se agenció, luchó por conseguir que el régimen continuara, y todo ello desde una gran frialdad. Preston completa con ella el relato del país que fuimos durante el siglo XX y aunque su ejemplo es de todo menos vivificante, es posiblemente necesario para recordar que la España que convirtió en su cortijo era una de las realidades insoslayables del país, y que, desgraciadamente, aún hace sombra.

Paul Preston (vía)


15 de noviembre de 2020

Gabinete de maravillas

 


Olga Tokarczuk es la escritora polaca ganadora del Nobel en la extraña edición doble de 2019, junto a Peter Handke. Cumpliendo esa función maravillosa de descubrir escritoras de literaturas menos publicadas, el Nobel ha permitido edición y publicidad. Los errantes se publica originalmente en 2007, y su traducción al inglés gana el International Booker en 2018, pero se publica en castellano tras conocerse el Nobel, en noviembre de 2019, y ya le da tiempo a ser uno de los libros más valorados del año.


Tumba de Chopin en París (vía)

Y con motivos: Los errantes es un libro estupendo, experimental en forma y fondo, con una aguda capacidad de observación del mundo moderno globalizado y sus habitantes, y una habilidad peculiar para relacionar la vida presente con el pasado que, en la visión particular de Tokarczuk, siempre ha venido anunciando lo que nos sucedería.


Estudios anatómicos de Philip Verheyen (vía)

Una idea general aparentemente autobiográfica recorre la novela: Tokarczuk es una errante profesional, alguien que no puede dejar de moverse, que encuentra en el movimiento su razón de ser, y a la que obsesionan los límites del mismo, en el espacio y en  el tiempo. A partir de esta idea, Tokarczuk ofrece apuntes que pudieran ser el diario de una viajera anónima, e intercala pasajes más largos, en parte relatos autónomos, alguno dividido en partes separadas por otros subcapítulos del libro, y que en conjunto podrían ser incluso pequeñas novelas. Todo ello, creo, intenta crear una atmósfera algo descreída de la vida, apegada por un lado a las curiosidades de la Historia, y, por otro, a las contradicciones de la modernidad. La autora hace referencia más de una vez a las Wunderkammer, los gabinetes de piezas maravillosas de coleccionismo populares en las cortes y aristocracia europeas desde el siglo XVI, que son protagonistas de dos relatos y a la par funcionan como parábola general de libro, una obra preparada a partir de piezas individuales para gozo y conocimiento de su audiencia (el lector), pues cada uno encierra su maravilla particular, y al que el dueño del gabinete (Tokarczuk) consigue con su personalidad dar una distinción y seguimiento único y particulares.


Angelo Soliman (vía)

Mi experiencia lectora de Los errantes, no obstante, ha tenido que luchar contra mi escepticismo por este formato aparentemente experimentador, con este encaje forma/fondo aparentemente atractivo aunque no especialmente original, cuya construcción me decepciona un poco, por cuanto veo que le subyace cierto interés en coser un libro a partir de retazos literarios, de entradas previas, de historias cortas de vínculo débil. Un libro que en el pasado partiría de relatos olvidados en un cajón, y que hoy parecería construido a partir de entradas de Facebook (es curioso haber tenido esta misma sensación con Ordesa, que precisamente ha compartido el reconocimiento alto de la crítica junto con Los errantes en 2019). Con Tokarczuk he vencido esta resistencia por la calidad literaria, por el dominio en la observación de la constancia del sentimiento con el tiempo. Sus relatos históricos son reales y bastante fascinantes: cómo llegó el corazón de Chopin a Polonia a pesar de haber sido enterrado en Père Lachaise, los escritos que Philip Verheyen, un anatomista holandés del siglo XVI, dedicó a su pierna (que le amputaron de joven y que viajó con él durante toda su vida conservada en mezclas alcohólicas), o las cartas de la hija de Angelo Soliman, un cortesano negro de los príncipes de Liechtenstein, al emperador de Austria para que le deje enterrarlo en lugar de mantenerlo disecado en su gabinete de maravillas para deleite de los amiguetes de la realeza. La taxidermia es objeto del interés de Tokarczuk, tanto técnica como simbólicamente, aunque creo que la metáfora que le interesa no es tanto la perpetuación tras la muerte, sino la posibilidad de seguir vagando por el mundo. La taxidermia ocupa también algunos de los relatos de ficción de la novela, pero éstos son numerosos y su nexo se produce en un tono alrededor de la extrañeza y la pérdida en los lugares y situaciones fronterizas.

Los errantes, como buen libro de y para nómadas, se acompaña de varios mapas fascinantes, de ilustraciones con matices perturbadores, en blanco y negro, más o menos relacionados con el texto, pero mantenidos a los márgenes del mismo, extraídos de un libro peculiar de mapas, The Agile Rabbit Book of Historial and Curious Maps. Estos mapas contribuyen a conseguir, junto con el tono evasivo general del texto, una sensación sin embargo única para la novela, como texto amante del desarraigo y nómada incluso de sí mismo, probablemente más profunda y trabajada que mi impresión inicial del libro. Me quedo con la duda de hasta qué punto esto es una maestría genial o un hallazgo afortunado, y por ello probablemente lea más de este talento llegado del este. Por cierto, la edición contiene una mención indicando que el libro se ha traducido con la ayuda del Poland Translation Program, que suena a esfuerzo público por conseguir que la literatura polaca llegue a más lenguas, cosa que suena muy bien.


Olga Tokarczuk (vía)


5 de noviembre de 2020

El universo propio del escritor homosexual cubano


Sólo lo difícil es estimulante, dice, en una famosa sentencia, José Lezama Lima. Su libro estrella, Paradiso, publicado en 1966, una de las joyas del boom latinoamericano, y cuyo barroquismo y contenido homosexual le condenaron al ostracismo en Cuba, es, desde luego, difícil. O difícil en muchos tramos. También es estimulante, sí, y divertido, y muy bello e imaginativo.

Paradiso es un libro autobiográfico. Cuenta la vida de José Cemí (trasunto del autor) y sus antepasados, en una saga familiar no estrictamente cronológica que evoluciona más o menos desde la infancia a la juventud de Cemí. Con los nombres modificados, los pasajes son los mismos o muy similares, según afirma la hermana del autor en las notas a pie de página y en el prólogo de esta edición.

Lezama Lima, que como literato fue poeta antes que novelista, escribe con un manierismo desatado, donde toda frase encierra una, dos, o las metáforas que hagan falta, de manera multirreferencial, y con un bagaje cultural enorme, que incorpora un conocimiento profundo de la cultura grecorromana, de la filosofía y literatura occidentales, de las religiones orientales, del Evangelio, y de las tradiciones mágicas y santeras del Caribe. Todo este bullir de elementos explota en unas páginas donde en muchas ocasiones los hechos son lo de menos, y la belleza de las expresiones literarias, su ritmo, la expresividad de las imágenes evocadas, o la enorme creatividad connotativa asombran el lector. Paradiso es bastante inabarcable, y el lector puede abrumarse ante ello. Aunque Lezama Lima afirmaba que para comprender no hacía falta entender, y que Paradiso podía seguirse en su conjunto sin que cada frase tuviera que ser comprendida o interpretada, el lector debe aportar cierta suspensión no ya de la realidad sino de su experiencia lectora habitual para poder continuar, y poder también seguir disfrutando. No es sólo cuestión de cultura o de manierismo estilístico, sino de que Paradiso usa modismos y metáforas propias de la familia Lezama Lima, también locales e incluso ideas personales que envuelven en una capa de escritura nueva al texto y se escapan al exégeta más avezado (que los tuvo, como Julio Cortázar). Así, los primeros capítulos, dedicados sobre todo al Cemí niño, son un rico paraje surreal, donde el lector mira asombrado lo incomprensible de la vida. Con la adolescencia y el entendimiento de las relaciones familiares, el fulgor mágico se apaga, hasta llegar al Capítulo VIII, que, por lo que he visto, es famosísimo por sus descripciones fálicas, que abren la puerta nada menos que a tres capítulos sorprendentes que describen y discuten la condición homosexual. Poco a poco, cada cierto número de capítulos, se va produciendo una muerte en la familia de Cemí: el padre, el tío… y, al final del Capítulo XI, la abuela Doña Augusta. La conmoción de la muerte de la matriarca paraliza tanto la vida como la acción. Quedan tres alucinados capítulos de exacerbación poética y episodios históricos, ya impenetrables, con detención del tiempo y apenas un personaje conductor prácticamente nuevo, Oppiano Licario, a quien Lezama Lima dedicó su novela inconclusa continuación y explicación de los cabos sueltos de Paradiso.

Paradiso es una novela archicomentada. A ello ayudan tanto el ser admirada muchísimo por el conjunto de escritores del boom como la propia personalidad de José Lezama Lima, un hombre aparentemente bonachón y tranquilo, de inquietud y pasión culturales irrefrenables, bon-vivant y resignado, que no quiso a su edad aceptar el exilio y abandonar su hogar y los referentes que abundan en su Paradiso, aceptando así las imposiciones del régimen. Es también uno de los libros más difíciles que me he encontrado, al nivel de Ferdydurke, Ulises, o Las Olas, por poner uno de lectura reciente. Su complejo y riquísimo barroquismo excede a otros del boom (en mi opinión supera por mucho incluso al de Carpentier), sus relaciones entre imágenes paralelas son gozosísimas cuando se conocen los resortes que abren sus puertas; si no, forman parte de un continuo que cuando destella es disfrutable pero supone un reto sin fin. He leído, y el propio Lezama Lima hizo referencia a ello, comparaciones con Marcel Proust. No son pocos los paralelismos: Cemí es un heterosexual trasunto de un autor homosexual armarizado, o discreto, si preferimos. Es la historia de una familia y sus allegados principales, con grandes apuntes del pasado familiar. El protagonista tiene una relación especial con la madre. Se realizan discusiones intelectuales sobre las relaciones homosexuales y su sentido, hoy día superadas y trasladadas a otros conceptos y ámbitos en lo LGTBI. Pero, como dice Lezama Lima, el tema de Proust es el tiempo, y el mío es la imagen. Sí, bien, por supuesto, pero a ambos les resulta imposible esquivar el peso de la represión de su orientación sexual al expresarse. Para ambos caracteres creativos, el retraimiento a lo familiar es también el miedo al exterior, o, cuando menos, a la narración directa de su pulsión, y, así, tanto en Lezama Lima como en Proust, nos encontramos con una obra maestra de la literatura analizada desde mil perspectivas pero incomprensible sin un punto de vista gay social, político y cultural, para una comprensión íntima y completa. Obviamente, los exégetas (y Paradiso es Biblia), no entran en ello, al menos en los principales análisis en la red. No al menos como causa principal del manierismo, de la búsqueda del subterfugio parabólico, de la necesidad de las mil historias imposibles que disfracen, que limpien, que desvíen la atención de la eterna mancha homosexual que el autor no puede compartir de manera directa (aunque quiere) pero que persiste, y perdura, y, en contra de lo esperado, resulta ser lo más definitivo. Lezama Lima podría haber huido de Cuba, pero no de esto.

Entiéndase: no es, ¡faltaría más!, un reproche al autor o autores (puede incluirse a Mann entre estos grandes sufridores, incluso un tanto a Lorca, menos a Wilde, mucho menos a Rimbaud), es más bien un reproche a la crítica cultural mojigata de las élites capaces de lidiar con Paradiso. Que habría sido diferente de ser realmente su autor un hombre no mediatizado por las represiones de su tiempo. Preguntarse cómo habría sido la literatura de estos grandes nombres en tiempos más permisivos no es lícito. ¿Tal vez poder ser explícitos les habría paralizado el genio? Nadie lo sabe, pero sus obras habrían sido diferentes, claro, más allá de la distancia temporal. Un universo de obras distinto, con quién sabe qué resultados, maravilla de lo especulable, realismo no tan mágico.

José Lezama Lima (vía)