30 de diciembre de 2023

La verdad industrial

 


Tres años después de publicar El origen de la obra de arte, Martin Heidegger dio una conferencia en Múnich con el título de La pregunta por la técnica, que es el origen de este pequeño volumen. La conferencia y el pensamiento en estas páginas en realidad bastante breves son muy deudores del desarrollado en la obra publicada con anterioridad, y en cierto modo están encerrados (y por desvelar, que vivía al propio filósofo) en su estudio sobre el arte.

En aquel trabajo, Heidegger distinguía entre, por un lado, arte y obra (desveladores de una verdad oculta que el artista conseguía sacar a la luz), y, por otro, oficio o incluso artesanía, que en realidad proporcionan objetos de utilidad, con sus valores, pero no reveladores de verdad alguna. En La pregunta por la técnica, Heidegger reflexiona sobre la industrialización de esos oficios, en como la técnica moderna influye en el hombre con sus modos de producción, de creación de consumo, y en si esto es también revelador de algún tipo de verdad.

Heidegger sigue la misma técnica auto indagatoria que utiliza wn su libro anterior. A la par que se pregunta (o nos hace preguntarnos) por el sentido de las palabras de estudio de su pregunta del título (técnica, producir, existencias, engranaje...) despliega un imponente juego de preposiciones para sustantivos y verbos cuyos significados plásticos forman parte esencial de su búsqueda intelectual. Hasta el punto de que vuelve a parecer lícito preguntarse si Heidegger pensaría cosas distintas, quién sabe si opuestas, si trabajara en otro idioma.

Entremos en materia, con cierta sorpresa: Heidegger admite que arte y técnica moderna comparten desocultamiento (desvelamiento) de la verdad (o lo real), y que lo hacen como fondo permanente (manera en lo que define lo que llamaríamos recursos). Es decir, la técnica convierte a los agentes que intervienen en ella en recursos, con una determinación puramente instrumental que en principio le parece insostenible. Pero, sin embargo, “el hombre de esta era técnica está provocado de manera llamativa a desvelar”, y Heidegger ancla esta ansia en la naturaleza. Las ciencias naturales toman y desean aprehender la naturaleza como un complejo calculable de fuerzas a la que emplazar mediante un experimento desvelador de la verdad. La naturaleza, emplazada como fondo permanente, se somete al dominio de un engranaje, un ordenamiento de todas las cosas dispuestas y entrelazadas mediante un control racional de las fuerzas. Podríamos resumir esto más llanamente en que la industria aplica la técnica sobre un mundo visto como recursos, unos protocolos de funcionamiento, y un sistema de información. Lógicamente, también el hombre tiene el riesgo de convertirse en recursos, en fondo permanente de dicho engranaje, de un modo provocado por sí mismo al desear solícito que la ciencia desvele, con sus conocimientos científicos, una enorme exactitud en la que sin embargo se retraiga lo verdadero. El hombre, imbuido de solicitud, desvelamiento y técnica, no percibe que es el mismo el sujeto de esta interpelación. El peligro es que el dominio del engranaje impide acceder al desvelamiento (a la verdad) más original.

Parece que es habitual en Heidegger ser lúcido con determinados elementos de su época, pero llevarlos a un lenguaje cuyo seguimiento resulta pedregoso para el profano (nada que ver con Ortega y Gasset y su Meditación de la técnica, vaya). Y, sin embargo, no está diciendo nada realmente novedoso respecto a la alienación de lo productivo/técnico, y la despersonalización del humano ante ello, ahogado de deseos, excepto su dirección hacia el concepto de verdad a desvelar. Esas necesidades de desvelar que la técnica moderna parece poner a disposición del hombre pueden revelar algunas verdades menores, pero alejan de la verdad originaria al sujeto.

Para Heidegger hay una solución que suena inesperada: la poesía, las bellas artes, las desveladoras de una verdad original, más primaria, fácilmente asimilable a la obra de arte, cuya esencia superior no obstante se emparenta con lo amenazado en los párrafos anteriores. Digamos que la creación artística permitiría estar alerta de los peligros homogeneizadores de la técnica, gracias al pensamiento particularmente desvelador de una verdad originaria que supone.

Es evidente que a Heidegger no le gusta la técnica moderna. En mi opinión confunde el origen de la expansión de la técnica como resultado de conceptualizar la naturaleza como engranaje y fondo permanente, con la aparición de la ciencia como nuevo tótem del conocimiento, y creo que la confusión procede de su escasa reflexión sobre lo práctico, que con frecuencia desarrolla la técnica por prurito de necesidad -y de mejora del bienestar humano- antes de que una ciencia, no digamos ya una filosofía, lo soporte. Pero qué duda cabe de que bajo su formulación un tanto críptica se encuentra un texto preciso en su propio lenguaje respecto a la explotación de recursos por la tecnología y el riesgo de deshumanización que supone. Menos mal que no acomete la discusión en términos económicos ni históricos, ¡podríamos pensar que Heidegger era marxista! Pero claro, no lo es: habiendo leído El origen de la obra de arte, bien se ve que su amable solución poético-artística encierra esa extracción de la verdad original ya desde la tierra en forma de obra de arte que consigue desvelar dicha verdad y es entonces reclamada para la historia de un pueblo...


Martin Heidegger (vía)


 

 

21 de diciembre de 2023

Bildungsroman

 


Como lector me ha emocionado mucho volver a leer y a disfrutar enormemente una novela de Hermann Hesse. Se debe a que con 18 años leí El lobo estepario, que me impactó profundamente con todo su angst existencialista. Aunque luego leí alguna obra más de Hesse (un par de libros de relatos y Siddharta) me parecieron muy menores, o así lo recuerdo, y le abandoné como lector. A esta vieja edición de 1978 de Peter Camenzind llego gracias a IberLibro y a la mención de Alex Ross en Wagnerismo (como pasaba con Alas, de Mijail Kuzmín), donde se describe la escena de aire netamente homoerótico en que Peter admira las dotes de un amigo mientras toca al piano Los maestros cantores de Nuremberg.

Peter Camenzind es el protagonista de esta novela de formación de estilo romántico, primera obra de Herman Hesse publicada en 1904 a los 27 años, revelando un enorme talento para la imagen poética y el impacto visual de sus vívidas descripciones de la naturaleza. Se trata de una novela de formación, la Bildungsroman de los alemanes del diecinueve, casi pura. La narración del proceso vital de Camenzind (que en cierto modo parece no parar nunca) se inicia desde el mismísimo origen de aire bíblico: "en un principio fue el mito". Los dones que Dios reparte en el pueblo de montaña donde nace Peter son agasajados con un lenguaje florido, musical, y profundamente lírico, cuyo arrebato continuado tiene su reflejo en el corazón y comportamiento del protagonista, y que es sin duda el mayor atractivo del libro. Consigue así un retrato de su protagonista como un ser sin mácula, nacido del milagro de la naturaleza perfecta, pero que, obligado por el carácter maltratador de su padre y tras la dolorosa muerte de su madre, emigra a estudiar a la ciudad, abandonando el lago y las montañas cuyas capacidades catárticas impulsaban su corazón.

No obstante, Camenzind no es un personaje invariable, sino que crece físicamente, y busca su encaje emocional y espiritual. El primero no lo consigue: sus enamoramientos son absurdamente platónicos (aunque su físico sea el de un Dios y su alma sea pura entrega), y, peculiarmente, mantiene a sus mujeres objeto de deseo en un estatus inalcanzable mientras reserva palabras sensuales a su amigo pianista y artista, cuya muerte -la segunda relevante en su vida- le cambia definitivamente el carácter, le hace caer en la bebida, y lo impulsa finalmente al oficio de escritor de artículos para las revistas y publicaciones alemanas, todo ello con episodios de pesimismo profundo en el que se observa un atisbo de El lobo estepario hasta ahora inexistente, que no encuentra consuelo en algunos círculos intelectuales que frecuenta, y cayendo también en episodios violentos. Obligado a errar por tierras alemanas, suizas e italianas, casi siempre innominadas, como un poeta errante sin Penélope, finalmente regresa a casa de su padre, y allí comienza a cuidar a un discapacitado. Su sacrificio y la respuesta positiva de sus cuidados parecen conseguir por fin en su alma un reposo y encuentro espirituales que la juventud y la pasión le negaron.

Peter Camenzind mantiene un irresistible tono apasionado por la literatura y la vida al que es inútil enfrentarse con las barreras de la lectura irónica postmoderna. Su expresividad penetra en cabeza y corazón irremediablemente, y la transmisión que consigue del anhelo del alma romántica es casi sublime, como una vivencia cercana muy remarcable. Y, lógicamente, el libro se enmarca en un contexto histórico que describe en cierto modo. De su tono, retrato social, y vicisitudes vitales pueden intuirse muchas circunstancias. Faltaban 23 años para El lobo estepario, pero por el medio una guerra brutal y sus derivas cambiaron irremediablemente la escritura del joven romántico por la del hombre angustiado, a pesar de, en realidad, probablemente hablar del mismo problema: la búsqueda del alma propia.

El joven Hermann Hesse (vía)


9 de diciembre de 2023

Tragar y tragar

 


En 2021, El bar que se tragó a todos los españoles fue un importante éxito teatral, que cosechó premios y llenó plateas en el delicado año aún de pandemias y confinamientos y desescalada que fue. Este volumen es el texto teatral (incluye también los actores que lo interpretaron) escrito por Alfredo Sanzol, autor y director teatral de prestigio; actualmente dirige el Centro Dramático Nacional, que depende del Ministerio de Cultura y trabaja en los teatros María Guerrero y Valle Inclán.


El bar en cuestión (según foto del Centro Dramático Nacional)

Jorge Arizmendi es un cura navarro que se inició en el seminario a los 13 años, obligado, y que con 33, en plenos años 60 del siglo XX, decide salir del sacerdocio pidiendo la dispensa correspondiente. Viaja a Estados Unidos, donde sufre una serie de peripecias peculiares (el encuentro con una pareja de rancheros mayores que perdieron a su hijo -con el que Jorge tiene un parecido asombroso-, la fiesta de disfraces en la que se encuentra con Martin Luther King, etc...), y en el que acaba conociendo a una chica española que terminará siendo su mujer, siempre que obtenga esa dispensa del Vaticano que no llega.

Jorge Arizmendi es aparentemente un trasunto del padre de Sanzol, y en las notas del libro reconoce qué episodios son los inventados y cuáles los reales entre todos los dramatizados. El drama de Arizmendi, querer cambiar de vida en un momento y desde una organización rígidos, es paralelo al del pueblo español que se quiere liberar de una dictadura fascista casi eterna. Esto no se recoge en la trama en sí, pero es rastreable en diálogos sueltos aparentemente inintencionados, pero en los que se recoge la esencia principal del libro. Pero, a esta opción, que en principio parece más efectiva por menos discursiva, le vencen varios elementos: el catálogo de situaciones yuxtapuestas sin mayor continuidad ni avance dramáticos -refugiado el texto en describir el retrato aparente de un individuo concreto mediante sus azares-; o lo desatado de estas situaciones, que finalizan en una serie de episodios en Roma a medias entre De La Iglesia (Álex) y Coppola que parecen más pensados en la espectacularidad de la representación de la convivencia del texto.

Probablemente es una experiencia inconexa e injusta hablar sólo del libro y no de la obra en escena. Pero también es ineludible que el formato dramatúrgico no impide la consistencia de la historia, en lo que al final parece un producto de consumo que pretende mayor profundidad de la que ofrece, y en la que los momentos particularmente epatantes no acaban de sumar un valor mayor.



2 de diciembre de 2023

Quedarse en casa

 

Leer los 14 poemarios de Joan Margarit incluidos en esta antología casi completa, leído cada uno intercalado entre otras lecturas de diferente cariz, a veces también poesía, ha resultado ser una empresa excesiva, y ahora, al reseñar, todo son lamentos: por el olvido de los poemarios iniciales, leídos hace casi tres años, por las mil páginas del volumen, porque resumen tan completamente una vida (o mejor, una madurez y vejez), por una visión tan repentina de haber "leído" a un hombre.

Margarit, aparentemente, no tiene poemas de juventud. Su primer libro en este volumen, Restos de aquel naufragio, data de 1975, publicado con 37 años, y el último, Un asombroso invierno, de 2017, dos años antes de ganar el Cervantes y cuatro antes de morir. En 2020 aún publicaría un último libro, Animal de bosque, no recogido en este volumen. Margarit no se ganó, obviamente, la vida con la poesía, sino con la arquitectura, arte que está presente en más de un poema de su obra. Era catedrático de la materia, participó en el rediseño y reconstrucción del Estadio Olímpico de Montjuic para los Juegos Olímpicos de 1992, y alguna vez dijo que poemas y edificios sobre todo tenían que tener cimientos sólidos. Escribía sus poemas en catalán y castellano a la vez. Tal vez no es raro que empezara a publicar en 1975.

La vida y consecuentemente la poesía de Joan Margarit está atravesada por la enfermedad y la muerte a los 30 años de su hija Joana, nacida en 1970 y afectada de un síndrome que le obligaba a usar muletas y silla de ruedas. A ella se le dedica un libro entero (Joana) y su presencia o ausencia es patente en muchos más versos. La enfermedad de su hija angustia al poeta, y su muerte tampoco le libera, sino que le aprisiona por el vacío creado y el enorme afecto que Joana supo ganarse. Su poesía, además, habla de la vejez, que es un tema que rara vez he visto tratar en poesía de manera tan continuada y acuciante.

Margarit es un pensador de su arte. La reflexión que da lugar a cada poema está presente en textos propios, ligeros y muy claros, que añade al final de cada poemario, y de donde surge toda una teoría literaria, con la poesía no como don divino sino como esfuerzo de realidad y refugio de penalidades. Margarit se inspira en la cotidianeidad, en la cultura (música y arquitectura especialmente), no olvida su pasado de penurias de niño de la posguerra. Compone siempre en verso libre poemas de una sola página, y no es raro que de muy pocos versos. Es fácil caer en la tentación de verlos como edificios invertidos, porque su final suele ser de cierta contundencia, una imagen potente, una frase lapidaria, una muestra en todo caso de que el poema se construye hacia un clímax que el autor no se ha encontrado, sino que en efecto ha ido poco a poco preparando. Columnas que terminan en una cúpula. Aspiración de un arquitecto que por lo que dice en algún poema terminó viviendo de hacer inspecciones técnicas de edificios. Esto no significa que la estructura se imponga al sentimiento. Margarit se asombra también con el alma de poeta por los actos, personas y ambientes que le rodean, o que le rodearon: la pasión, la alegría, el amor, son siempre nostalgia.

Margarit es con frecuencia pesimista o incluso nihilista. Descreído del poder y las estructuras, aunque aceptando con los años que su tiempo ha ido pasando, y que es su labor quedarse en casa y observar. La impresión con una lectura tan larga es que cada pedazo de versos compuestos que publicó es siempre resultado de un esfuerzo, una concentración, y una reflexión, con, casi siempre, dolor por las agonías de la vida. Una nostalgia cariñosa también se desprende, pero Margarit es más criatura de noche que de día, sobre todo en las disquisiciones del alma.

Vienen ahora versos y poemas que durante esta lectura arrobada se escurrieron y el lápiz decidió recoger:

 

ARQUITECTURA

Me abren su puerta desconfiados,

maldicen al gobierno. Me pongo a examinar

las vigas. Sienten pena de sí mismos.

Entro en la habitación donde alguien duerme

tras un turno de noche: una densa,

bochornosa bodega de mercante.

Durarán mucho, dice: y no hablan de vigas.

Lo hacen de sí mismos

Y, entretanto, la muerte los contempla

desde retratos puestos encima de los muebles.

Gente y muros conviven y se agrietan.

Negros mohos corrompen a la vez

almas, techumbres y las azoteas

donde los jubilados cultivan sus camelias.

No he creído nunca que las casas

fuesen ladrillos, hierro y hormigón.

Tampoco proporción, ejes de simetría.

Para mí son este aire helado, el tedio

que en la escalera siento ya en el rostro,

como si se pudriera un templo griego.

 

CERRANDO EL APARTAMENTO DE LA PLAYA

Ya está limpio y en orden.

Ningún armario abierto, tampoco las ventanas.

No descuidamos nada encima de los muebles.

El dormitorio con la cama hecha,

la mesita de noche y el retrato

de la muchacha con los ojos

iluminados por una sonrisa.

Todo el invierno sola, y escuchando el mar.

 

INVIERNO AZUL

Brillante como la neblina de agua

que el viento esparce desde un surtidor,

del ayer ha quedado un centelleo.

Te quedan las palabras y las calles,

y, empotrada en el muro,

la anilla para atar caballos de los sueños.

La vida te habla en el lenguaje duro

de aquel que ya no miente.

Los hombres a tu edad sois como lobos,

sólo lleváis el tiempo en la mirada

 

MAR SUBURBIAL

Nuestro amor nació donde la ciudad

se pierde en la tristeza de las playas,

ante los bares solos, olvidados

al viento y al cansancio turbio del oleaje.

Es la hora del perdón, porque el mañana

es ya como el olvido tras el muro del aire.

Si hemos querido a una mujer,

queda en el mar un rastro de miradas

donde ir a buscarla cuando, al fin,

la soledad es la última pasión.

Camino junto a ella por las tablas podridas

de un viejo embarcadero y nuestra imagen,

reflejada en el agua, nos sigue lentamente

sobre un fondo de barcas medio hundidas.

 

ARKADI VOLODOS: <<SONATA D894>>

Es una música modesta

como una cena en la cocina,

hospitalaria como haber tenido hijos.

Se compadece de este cuerpo

que la marea arrastra

a la playa invernal de cada uno.

Qué franqueza en las notas más abruptas

diciéndome: es amor también aquello que parece hostil.

Cuando el eco del piano se ha extinguido,

lo que he escuchado me estremece aún.

La música de Schubert

es una forma de la caridad.

 

NOCHE DE LLUVIA EN EL PATIO

La oscuridad Joana.

Hago las paces con la oscuridad

porque desde que tú estás en ella,

también es casa.

Sentado bajo el porche habló contigo,

te escucho en el rumor que hace la lluvia.

Si me vieras, Joana, asomado a la ausencia.

Hablemos en el verde sereno de las hiedras

que tiemblan en la noche con tu nombre,

Joana, convertida en mi canto.

 

SOBRE EL TERRENO

Como las naves que, cargadas

de sedas, fondeaban en Venecia,

la última soledad viene de lejos.

Trae un nuevo vigor contra el desánimo

por el sentido de la vida:

descubrirlo es difícil porque es irrelevante.

La culpa es mía cuando lo sagrado

se convierte en grotesco.

El esqueleto y la guadaña

que Durero grabó ya no nos sirven:

hoy hubiese grabado una ventana

encendida en una calle oscura.

 

SE PIERDE LA SEÑAL

Nunca sientas piedad por lo que has sido,

pues la piedad es demasiado efímera:

sobre ella no se puede construir nada.

De noche, en un pequeño aeropuerto,

ves que un avión se eleva y se distancia.

Se va perdiendo la señal.

Ahora estás convencido de vivir,

aunque sin esperanzas, tus años más felices.

Hay otra poesía, la habrá siempre,

igual que hay otra música: la de Beethoven sordo.

Cuando se pierde la señal.





 

 

 

 

 

 

 

 

 

14 de noviembre de 2023

Salto

 


El terrorismo, casi por definición, es origen de multitud de historias particulares dramáticas, trágicas, y peculiares; en cierto modo, sus características lo exigen. La que recoge el cómic Salto está entre ellas con altos honores: Miquel, un repartidor de chuches de un pequeño pueblo de Castellón, donde vive tranquilo y despreocupado -tal vez demasiado- con su mujer y sus dos hijos, tiene la ocurrencia de mejorar su economía solicitando y aceptando un puesto de escolta en la Navarra de 2006. Como tiene aspiraciones creativas, también le mueve su interés por escribir, ya que piensa que su anodina vida no le ofrece historias de interés narrativo. Se traslada por ello a Pamplona con su familia, donde empieza a trabajar al servicio del alcalde de un pueblo al norte de la provincia, con su compañera de trabajo Rosa. Miquel pasa a ser Mikel.

Jugando en Castellón 

La ingenuidad de Mikel enseguida se da de frente con la realidad. Su familia y su vida cotidiana también, que lógicamente no soportan el impacto de introducirse en el corazón de la bestia de este modo. El divorcio acompaña a la sobredosis de tensión, café y tabaco; tensión es probablemente la palabra más ajustada para el conjunto de relaciones que Mikel entabla: con su compañera, con su empleador (que no es directamente el Estado), con el cargo público al que escolta, con miembros de la izquierda abertzale, con su familia... La clausura de esta tensión continua e insoportable se recoge de manera impactante en los momentos más agudos mediante un dibujo expresionista, obra de Judith Vanistendael, que rompe viñetas (las hace reventar en cierto modo), sin apenas color, y que transmiten un vacío profundo. Mikel pasa por todo tipo de estados psicológicos, pero las motivaciones de los diferentes actores de la situación no son objeto de su análisis (lo cual no quiere decir que el cómic sea equidistante: no, simplemente se trata de un personaje extraño a una historia que ya había empezado antes que él, y que el autor, acertadamente, no explica, evitando así ponerse discursivo).

 

Pamplona

Parece que este loco planteamiento tiene una base en una experiencia real: la del guionista Mark Bellido que, en efecto, viajó al norte en busca de historias y labró así su carrera de escritor. El Salto de Bellido/Mikel supera probablemente todo lo imaginable en el Nuevo Periodismo y su metodología de inmersión en las situaciones en las que el autor luego quería reflejar mejor la narración o descripción de la realidad que había experimentado en sus propias carnes y que pretendía así una mayor verosimilitud. Pero a Salto le falta obviamente tanto el matiz algo arrogante como el puramente profesional de este planteamiento cuasi antropológico: es directamente una decisión irreflexiva, no analizada ni consultada.

Además de los momentos de stasis ya mencionados (la de una bomba, si puede haberla mayor), el cómic se plantea con los cambios de luz entre Castellón y Pamplona que cabe imaginar; su dibujo no es detallado, pero el contraste de color entre los dos lugares, y el encierro constante que transmite el dibujo gris, los personajes serios, y las viñetas más cerradas es subjetivamente muy eficaz. El libro deja una sensación desasosegante, un pequeño infierno perfectamente conseguido, de cuyo poder es (era) tan difícil escapar, y que aquí es alimentado por un actor y una situación absurdas e inesperadas.

 

22 de octubre de 2023

Buen trabajo

 


Es muy fácil titular esta reseña de Nice Work, la novela de David Lodge, con el propio título de la misma, porque la define perfectamente. Se trata sin duda de un trabajo excelente, una novela inteligente y construida con gran precisión, que utiliza su humor e ironía para explicar un momento social, los problemas y psicologías de sus dos personajes principales, y diferentes maneras de afrontar la vida con mayor profundidad de la esperada.

Lo más inteligente de toda la obra es probablemente la naturalidad con la que integra su carácter metaliterario (es muy obvio el interés del autor en el estudio y la crítica de la literatura) en todos los niveles de la obra sin que esto chirríe, enlentezca, o parezca una arrogancia de autor. Para ello usa a uno de sus personajes principales, Robyn Penrose, profesora precaria de la Universidad de Rummidge (trasunto de Birmingham), feminista, profesora de estudios literarios de la mujer, y especialista en la novela industrial británica de mediados del siglo XIX, escrita fundamentalmente por mujeres, con la excepción de Dickens. Penrose, personaje empoderado y prototipo de un estricto punto de vista izquierdista en la Inglaterra de Margaret Thatcher (la novela transcurre a mediados de los años ochenta), participa en el programa llamado ‘Año Industrial ', y durante un trimestre se convierte en la ‘sombra’ de un directivo de la muy decadente industria local. El interfecto es Victor Wilcox, gerente de la fundición Pringle’s, que ha sido contratado para sanear los números de la empresa, y que con sus problemas familiares (tres hijos adolescentes y jóvenes despreocupados y una mujer a la que no quiere), confronta absolutamente en todo con Robyn. Vic y Robyn tienen que verse durante 10 miércoles seguidos en que Robyn visita Pringle’s y se convierte en la sombra de Vic. Por supuesto, el conflicto es completo en todos los ámbitos: derechos laborales, gestión pública de la universidad y privada de la industria, relaciones sentimentales y definición del amor y la familia, y de los derechos de la mujer.

Nice Work se convirtió en una serie de TV a finales de los ochenta

Lodge abre cada parte del libro con una cita bien escogida de entre los libros de la novela industrial de la que Robyn es especialista: Elizabeth Gaskell, Charlotte Brontë, Charles Dickens. Presenta a Robyn reflexionando sobre la novela como instrumento productivo asociable por su naturaleza más industrial que creativa al desarrollo histórico del capitalismo, y bajo esta idea central construye los mimbres de la novela, analizando mediante el criticismo deconstructivista los males del mundo industrial, machista y cortoplacista de Vic, a la par que introduciendo el bisturí de lo pragmático y productivo en el ensoñado mundo académico del Departamento de Literatura de una universidad media amenazada por los recortes. Vic y Robyn dudan de sus convicciones propias, chocan con frecuencia y cierta fiereza, y, si el combate tiene algún vencedor, sin duda es Robyn, qué, representando la modernidad y la juventud, es la apuesta de Lodge por un país y una sociedad mejores. Y ello se hace sin despreciar a Vic, hombre hasta cierto punto aprovechado y víctima de su situación a la vez, y al que la deconstrucción personal reasienta bastante mejor de su situación inicial.

No es fácil asentar estas ideas con sus matices en un libro que mantiene una relevante capa de escritura de humor, que además evoluciona, creo, en su propio punto de vista para pasar de lo que inicialmente es (o parece) un estupor de origen masculino de cierta displicencia hacia Robyn, a un reconocimiento de sus convicciones y capacidades, en un viaje en que Lodge condiciona al lector inicialmente, pero a cuyo cambio acompaña con cierto gozo. Varios episodios hilarantes del libro van además construyendo inadvertidamente este proceso hasta la conclusión final, que resuelve todos los conflictos dramáticos (generacionales, sexuales, laborales) con cierta rapidez deus exmachina una vez que el discurso profundo tan elegantemente desarrollado y completado de la novela está claro y empieza a agotarse. No ofrece solución el libro a la situación de aquella Inglaterra, cuya crisis continuada es un oscuro nubarrón que Lodge aprovecha como recurso dramático, pero al menos sí da un respiro o esperanza a sus personajes principales.

En definitiva: buscar más libros de Lodge parece obligado. Durante la lectura recordé con frecuencia el diseño de las obras del mejor Eduardo Mendoza, qué, a fin de cuentas es contemporáneo de Lodge.

David Lodge (vía Babelia)



1 de octubre de 2023

Canon de literatura gay

 


Afrontar esta lectura apenas unas semanas después de acabar De la cámara a la carne es peculiar porque no fue buscado, sino que sucedió así. Son dos libros de concepción similar, con un objeto de estudio próximo ,y, en este libro en concreto, con una buena cantidad de referencias a la obra anterior de Alberto Mira, como Para entendernos, o De Sodoma a Chueca.


Álvaro Retana


El canon de la literatura gay en español
, de Augusto F. Prieto, publicado por la editorial subversiva (por negarse a estar en redes sociales) Amistades Particulares, recoge treinta y dos pequeños ensayos sobre obras literarias (novela sobre todo, pero también algo de teatro, poesía e incluso un texto calificable de ensayo) que el autor considera fundacionales dentro de la literatura en español de contenido homosexual. En una visión amplia, el autor recoge autores de muchos países hispanoamericanos, de modo que, aunque los autores españoles sean los más abundantes por nacionalidad específica, el peso global del continente hispanoamericano es mayor. La presencia de un máximo de una obra por autor parece una condición necesaria, así como una continuidad cronológica, y ciertas características comunes de cada ensayo: una explicación de la obra, su inserción e impacto en la literatura de su país, la reacción que obra y o autor tuvieron, más algunos datos biográficos y literarios del autor, que suelen terminar cada texto.


 Manuel Mújica Laínez

La nómina de autores muy reconocidos es relevante: José Donoso, Federico García Lorca, Luis Cernuda, José Lezama Lima, Manuel Puig, Luis Antonio de Villena, Rafael Chirbes, Ricardo Piglia, Terenci Moix..., pero otros, muchos, están alejados de estos oropeles y pueden resultar novedosos y desconocidos, como me ha pasado con varios autores hispanoamericanos. Pero por desconocidos que fueran los autores y las obras, todos los ensayos tienen un contenido y un análisis interesante, en varios casos relacionado con el hecho de tratarse de la primera obra literaria de temática gay en su país de publicación, y por ello con un valor de apertura, innovación o escándalo que trasciende lo literario y pasa a lo histórico. Curiosamente, eso puede lastrar el ritmo del libro, en el sentido de que al final no está describiendo la literatura de contenido gay en una lengua determinada, sino la de varias literaturas definidas en realidad por la nacionalidad del autor y/o su lugar de publicación. En realidad, que una obra publicada con impacto en México no influya en Cuba, Venezuela o Argentina puede deberse a dificultades de publicación por la temática (aunque el escándalo suele llevar al éxito de ventas) o, me temo que sea más posible, por considerar que la homosexualidad es un problema extranjero y por tanto no obtener esa repercusión en caso de publicación en otro país. El problema para el libro es por ello tener varios puntos de partida, una ausencia de continuidad única, y más bien varias continuidades. Y para la literatura gay en español, la sensación de que nunca existió una interrelación verdaderamente profunda entre autores de diferentes países. Hay excepciones, claro, además de escritores que se asientan en más de un país. Pero la sensación general deja ese regusto, que probablemente es extrapolable a otras temáticas e incluso al conjunto de cada literatura nacional en español.

José Donoso


Es imposible en este espacio entrar a discernir los ensayos y los libros en qué se basan, y precisamente la dispersión de nacionalidades y mitos de cada una de ellas que mencionaba dificulta más la labor. El valor del libro como descubrimiento de materiales es apabullante, por supuesto, y de él voy a tirar para nuevas lecturas de libros viejos. Obsérvese el listado de autores y libros:



También es muy interesante ver que ya se han realizado trabajos de análisis previos del tema por autores de los que además Prieto recoge una concisa pero intensa bibliografía por cada ensayo. Lógicamente, las historias recogidas van paulatinamente avanzando de una represión inicial (a veces sobreactuada por oposición, como en Álvaro Retana) en que las relaciones no son posibles, se dan en entornos ocultos o sórdidos, o acaban necesariamente en no-consumación, separación definitiva o muerte, hacia una mayor liberación de costumbres, a veces disfrazada de lirismo o barroquismo ambiguos, para terminar en cierta libertad expositiva, si bien nunca del todo integradora: lo homosexual es siempre conflicto -por escándalo, por diferencia, por contraste- y rara vez un significado propio, un constructo en sí, un objeto inequívoco de disciplina artística autónoma. En este sentido, puede que la literatura del siglo XXI, que Prieto prefiere no estudiar por inabarcable y por tanto alejada individualmente del concepto de canon e influencia, ya tenga esta evolución en el abrumador tsunami de obras que almacena en apenas dos décadas; recuerdo y recomiendo en ese sentido y dentro de la literatura en español, a Álvaro Llamas y su Esos días a finales de aquel año.


Augusto F. Prieto (vía Shangay)


 

21 de septiembre de 2023

Panpox

 


De mis tiempos de lector en euskera hace dos y tres décadas no recuerdo por qué no caí en manos alguna vez de Arantxa Urretabizkaia, una de esas jóvenes clásicas de aquella eclosión de oro de la narrativa en euskera de los ochenta y noventa. Bueno, nunca es tarde.

Panpox es el apelativo cariñoso con el que una madre llama a su hijo Antxon en el transcurso de un día, espacio temporal que Zergatik Panpox, esta brevísima novela en la que desde el despertar (con un sueño) hasta el acostarse, esta mujer narra en primera persona y aparentemente a sí misma todos los azares de un día cualquiera, en el que los horarios y necesidades, y las conversaciones con su hijo Antxon, acaparan casi todo. Siguiendo un escogido y muy efectivo flujo de conciencia, esta madre asfixiada por las exigencias de la familia monomarental habla con su hijo, piensa en las tareas de la casa, hace planes para completarlas a la noche, se obsesiona con el tráfico para poder dejar y recoger a Antxon en la escuela, intenta alguna compra, se permite un descanso en una peluquería... Y también piensa, de continuo, en Txema.

¿Y quién es Txema? Sobre todo, una ausencia, alguien que se ha ido: 'Txemak alde eginez gero…’ ('una vez que Txema se ha ido...’) es una frase repetida varias veces en el texto, y tras ella suele aparecer un cambio vital: no duerme igual, anda escasa de dinero, etc. Txema aparenta ser la pareja de la mujer, el padre de Antxon, pero nada es seguro. Y tampoco es seguro si la pareja se ha roto, o si está fuera temporalmente por trabajo, o si como parece más probable, está huido por ser miembro de ETA.

Algunas de las alusiones a la situación vasca de los setenta son colaterales pero su imbricación en lo rutinario es evidente. En los problemas de tráfico del día se inscriben los controles a pasar con el coche y que retrasan las idas y venidas a la escuela, por ejemplo. Más escalofriante es la pregunta de formulación infantil por parte de Antxon sobre si había alguna razón para que murieran más grises que verdes / civiles. Tuve que releer el fragmento para asegurarme, ya que mi euskera está desafortunadamente enmohecido. Y sí, la criatura pregunta eso, probablemente con una normalización del horror cotidiano que costó mucho interpretar de otro modo, y que puesto en boca de un niño leído 45 años después resulta de una fuerza inusitada. Zergatik Panpox está publicada en 1979. Aunque Txema podría perfectamente ser una figura idealizada, tampoco es así: el reproche por la soledad y la responsabilidad que pareciera haber dejado atrás aparece, pero su ausencia se admite también con cierta inevitabilidad inexplicable (y eso suele significar 'lo innombrable').

El diálogo consigo misma de esta mujer tiene más aristas, desde luego. Es fácil interpretar la historia desde el feminismo con una lectura rica entre el empoderamiento de sus opiniones, la servidumbre cariñosa hacia un niño con sus tiranías reflejo de un futuro masculino al uso, y el recuerdo dependiente de la figura masculina ausente. Lo excelente del estilo es que todos estos matices de la personalidad de su protagonista tienen cabida en su monólogo de frases cortas, con continuos recordatorios de sucesos del día incluidos los pensamientos previos o los comentarios de Antxon, dibujando así de manera muy elegante la situación concreta de una mujer atrapada en las exigencias cotidianas en las dificultades que esa vida le supone y en la que no tiene tiempo para pensar en su propia liberación.

El euskera se antoja un idioma muy adecuado para esta historia, dada su especial relación con la oralidad en el entorno familiar y con los niños. La sencillez del vocabulario no significa simplicidad en intenciones y logros, pero sí permite la lectura gozosa a euskaldunberris diletantes. Pongo el ejemplo de esta frase poética que tan bien recoge la capacidad de fabulación de un niño:

Ama, non bizi dira malkoak begietara azaltzen ez diren bitartean?

Es decir, ‘Mamá, ¿dónde viven las lágrimas mientras no aparecen en los ojos?’

Arantza Urretabizkaia (foto de Wikipedia)


12 de septiembre de 2023

Señora de gris sobre fondo rojo

 


Debe ser difícil proponer algo nuevo sobre Cinco horas con Mario, la novela de gran éxito de Miguel Delibes que además se convirtió en obra teatral que giró durante décadas por toda España, con Lola Herrera en el papel de Carmen, la viuda de Mario. Además de este éxito de público, son multitud los análisis de la obra, incluyendo el largo prólogo de esta edición, que referencia además otros ensayos sobre la novela de Delibes.


Lola Herrera ha interpretado a Carmen Sotillo desde 1979 a 2021


Así que la comparación con Señora de rojo sobre fondo gris puede tomarse como un punto de vista distinto al habitual, ya que, en cierto modo, pueden considerarse libros que dialogan entre sí. En ambos ha muerto una persona, y en ambos un cónyuge reflexiona sobre ello (una carta a la hija de la madre muerta en ‘Señora’, un monólogo junto al cadáver en la noche del velatorio en ‘Mario’). Ambas tienen una lectura sociopolítica de la vida española en el franquismo, más obvia en ‘Señora’ (publicada en 1991 y donde el título ya resulta claro) que en ‘Mario’ (1966) donde Delibes se ve obligado a una curiosa inversión para denunciar el sistema por boca teórica de quien lo defendía. Ambas, al final, son retratos de familia, uno de los temas centrales en Delibes.

La historia de Cinco horas con Mario es conocida: a sus casi cincuenta años, Mario Díaz, muere una noche de manera inesperada debido a un infarto. Su mujer, Carmen o Menchu, le vela la noche siguiente durante cinco horas, en las que, partiendo de frases del ejemplar de la Biblia de Mario, articula una serie de reproches que revelan el carácter de Mario y también el de Carmen, en un monólogo extenso y circular, que va añadiendo pausadamente capas de hechos a lo que ya se conoce en apenas veinte o treinta páginas. El libro se inicia con el ajetreo del piso previo al monólogo, debido a las visitas de amigos, la reacción de los cinco hijos de la pareja, o las negociaciones de la esquela. También hay un epílogo, un diálogo con el hijo mayor previo a la salida del cadáver hacia la funeraria.

El reproche continuado de Carmen tiene múltiples orígenes. Parte procede de su propio estatus social, de aparente mayor renta con las expectativas patrimoniales que eso le supone, parte de su ultracatolicismo y parte de su represión sexual, a pesar de lo que parece un físico muy atractivo. El Mario que Carmen dibuja parece inicialmente una persona retraída y egoísta que no hizo caso a su mujer, pero poco a poco, bajo la capa de insultos que de vez en cuando le suelta Carmen (botarate, zascandil, alcornoque, avefría, adoquín, haragán, zoquete, tonto de capirote...) se va revelando un hombre de conciencia social, aparente cristiano de base sin extremismos, que no acepta prebendas ni sobornos, y en general de vida austera y sencilla, sin pretensiones, afectado de depresiones recurrentes, y que no consigue triunfar en su trabajo de periodista ni en su afición de escritor. Aunque también un hombre de su época: no es considerado con las tareas de la casa, no es especialmente cariñoso con su mujer, de poca dedicación a la crianza de los hijos. La falta de ambición no es admisible por Carmen, que se siente despreciada frente a sus pares (la obsesión por poder disponer de un 600 es recurrente), poco querida y apreciada, con una frustración de origen por una noche de bodas en la que no pasó nada, en lo que es un episodio clásico de la literatura marital). Los hijos de Carmen parecen gajes del oficio más que descendientes deseados, y Carmen además no admite las veleidades sociales de su marido, al que considera rodeado de rojos e intelectuales, y una especie de soñador que escribe textos incomprensibles cuando no peligrosos para la religión y el país. La bala final de esta cadena de reproches es de una gran ironía, pues Carmen, que con frecuencia ha sido cruel hacia Mario y su familia, narra al cadáver de su marido muerto, bajo la implacable necesidad de obtener un perdón ya imposible, cómo fue seducida por un amigo de juventud que sí ha progresado en la vida, cuya consumación del acto, de haber sucedido, queda en elipsis. Carmen, que ha ido extrayendo momentos de ese hecho poquito a poquito hasta acercarse al final, se encarna en el objeto de ira propia de su insensibilidad personal y social y se ve obligada a solicitar el perdón de un marido rojo y muerto.

Cinco horas con Mario se antoja una novela imposible sin la dictadura y su censura. El tono crítico hacia la corrupción y falsa beatería del régimen franquista es obvio, pero al estar declamado por una mujer claramente adscrita al mismo, y ser su parlamento creíble (y así lo podemos verificar los que tenemos cierta edad y conocimos, aunque fuera de perfil, la España anterior), su potencial carga crítica parece atenuada, pues la interpretación directa y sin subtexto sería en efecto que Mario se tiene merecido el reproche (que tardó sólo una semana en obtener el visto bueno para publicación por parte de la censura, como cuenta Fernando Larraz). Delibes comentó varias veces que la novela inicial no era un monólogo y que Mario no estaba muerto; pero que el diseño de personajes no funcionaba bien, porque Mario se veía obligado a replicar, y el retrato de Carmen se exageraba. Este atrevimiento de planteamiento de la novela es probablemente la mayor valentía brillante del autor, que, por otro lado, controla muy bien su dominio del idioma para no dar su propia voz al personaje de Carmen, que no es persona culta. Probablemente esto hace la lectura algo más cansina de lo habitual en Delibes, pues a la reiteración se suma un personaje de un perfil diáfano, pero es probablemente el instrumento para burlar la censura al emplear el perspectivismo irónico (como dice Larraz) para poder denunciar la dictadura sin hacerlo en referencias literales. Delibes plantea además una nube creciente, acumulativa, de no demasiados hechos familiares o intereses de la propia Carmen, que se alimenta de detalles poco a poco, que dibujan bien el momento obsesivo que vive la mujer, y cuya finalización en la confesión de infidelidad no es tampoco un requisito de mayor o menor duración. Desde luego, el éxito de la novela y la obra de teatro se antojan lógicos

Miguel Delibes


17 de agosto de 2023

Del canon a la doxa

 


Recuerdo el impacto de la lectura de Miradas insumisas hace quince años: un voluminoso ensayo sobre cómo a lo largo de la historia del cine los homosexuales habían mirado el séptimo arte, se habían reconocido en él, lo habían creado con la intención (o no, a veces) de que espectadores pares se reconocieran en él, dejando pistas implícitas pero suficientes o siendo claramente explícitos... El libro tenía vocación de compendio casi enciclopédico y es un lugar necesario de consulta del cine que hoy llamamos LGTBI previo a 2005.


En
Miradas insumisas, el autor, Alberto Mira, manejaba con frecuencia el concepto del canon para explicar aquellas reglas que salvo excepciones se imponían en el cine de o con personajes homosexuales o lésbicos, fundamentalmente: el final no podía ser feliz y la potencial pareja -de existir- acababa debido a la muerte de, al menos, uno de sus miembros. Las lecturas políticas de los formatos culturales así creados son obvias, tienen su anclaje histórico en las diferentes épocas en que se rodaban las películas, y el libro lo diseccionaba bien.


Un lector atento de Miradas insumisas que caiga en las páginas de Entre la cámara y la carne indudablemente entiende bien la relevante evolución del autor como analista cultural, pero también como escritor, y, no es baladí dado el tema, como nadador avezado en las aguas de la batalla cultural performativo-identitaria. El concepto que señala esta evolución es la doxa, que

implica un sistema de convenciones impuestas y aceptadas generalmente, una hegemonía cultural que va más allá del contenido ideológico para incluir aspectos de forma o de preferencias por ciertos motivos narrativos. La doxa actúa en silencio, sin tener que imponer a la fuerza el sistema de convenciones, fijadas y pensadas a través de la censura, que estaba por encima de cualquier película y que dominaba su sentido, pero también su estética y su puesta en escena.

A aquel cine que transgredeo al menos interpela a la doxa (que casi parece el poder definido por Michel Foucalt) se dedica Entre la cámara y la carne, analizando los tres elementos que para el autor dan cuerpo a la mirada (homo)erótica en el cine: espectador, cámara, y actor/personaje. Cámara aquí hace mención a todo lo necesario, excepto el actor, para la puesta en escena: director, guion, vestuario, música, producción, etc.


El libro se subtitula
El cine homoerótico en 25 películas, acotando ya desde la cubierta el ámbito específico de estudio. Tan relevante como homoerótico es 25, dado que frente al casi inabarcable ensayo que es Miradas insumisas, Entre la cámara y la carne decide centrarse en solo 25 filmes, que, aunque abarcan 91 años de cine y por tanto inevitablemente acompañan el devenir de la historia de este arte, lógicamente permiten al autor respirar con más libertad y profundidad que en una historia cronológica de carácter casi completista.


Por supuesto, la adopción de una lista supone una cierta arbitrariedad. Es además un mecanismo
clickbait: ¿qué películas ha escogido? ¿por qué estas y no otras? ¿cómo se atreve a no estudiar tal filme que tan importante fue para mí? Lógicamente cualquier lector (antes espectador) tendrá sus discrepancias iniciales; en mi caso alguna película me parece algo repetitiva con otras ya estudiadas más o menos similares, e, inevitablemente, las últimas películas constituyen un riesgo necesario pues su conocimiento general es menor y el lector encontrará menor identificación experiencial. Pero, francamente, la reflexión final es que el libro es más que una selección cinéfila, y que encierra una historia de la mirada específicamente homoerótica, de la evolución de la manifestación de este deseo en pantalla, y de los cuerpos masculinos no ya en el cine sino en la cultura e incluso la sociedad del siglo XX. De qué película se trata en cada caso es relevante para esa historia y en ese sentido probablemente no tendría sentido, una vez completado el libro, eliminar nada de la lista, porque está bien engarzada.


Cada una de las 25 películas, desde
Alas de William A. Wellman a Beach Rats, de Eliza Hittman, se estudia en un breve ensayo de diez páginas, y además hay una introducción, un epílogo, e incluso dos intermedios menores. No tiene sentido aquí, no es posible además, entrar en cada uno de esos veinticinco opúsculos, pero todos ellos están trabajados con excelencia, son agudos y penetrantes, contextualizan con precisión el momento histórico y cultural si es necesario, no rehúyen las polémicas que generaron en su tiempo ni cómo serían las interpretaciones más presentistas desde nuestro punto de vista actual, y, para un cinéfilo, son una fuente incansable de criterios con frecuencia novedosos que permiten ampliar la mirada propia hacia películas que casi obligadamente forman parte de nuestra educación emocional. Sin afán de verdaderamente destacar algún ensayo por lo que puede suponer en dejar atrás otros, me parecen muy estimulantes los dedicados a películas heterosexuales (Alas, Picnic, Ricas y famosas, Point Break) con mirada o clausura homoerótica, los dedicados a películas dirigidas por mujeres (de nuevo Point Break, Beau Travail, Beach Rats) y puedo sentir debilidad personal por alguna en las que coincido tanto con sus impresiones (Muerte en Venecia, Querelle, El mar, La mala educación) que casi me asusto.


Por eso tal vez parece más interesante fijarse en algunas de las reflexiones culturales que marcan la historia de la mirada y del cuerpo, e incluso en la validez de esta opción de análisis cultural que se reivindica a sí misma como indisoluble del sociopolítico (para Mira, con frecuencia como enfrentamiento o contradicción). Así... ¿El deseo nos libera o nos esclaviza? ¿La historia de las relaciones de deseo homoerótico es la de opresiones continuas de edad y clase o puede ser entre iguales? ¿Deseo y política se matan, como reflejo de que lo performativo y lo identitario/LGTBI se enfrentan? La postura de Alberto Mira en general en este último dualismo, resumible a la manera de Nietzsche entre lo dionisiaco y lo apolíneo, se inclina por

lo estético, con su afirmación de la perspectiva, la precariedad, la experiencia, es lo que nos hace diferentes y, por lo tanto, lo que proporciona fuerzas y miradas de resistencia frente a la ideología, que se repite insistentemente para actuar sobre nosotros.

Aquí en “ideología” Mira no se refiere necesariamente al patriarcado (al que también le aplica, pero que en cierto modo no merece ya el esfuerzo) sino a los formatos identitarios LGTBI en su vertiente más politizada en que no se admite visión menor alguna de una persona, actuación o condición LGTBI bajo pena de cancelación. En general, creo que resulta necesario añadir el factor de la represión para considerar tanto el deseo como la identidad como factores más liberadores que lo contrario.



Mira ha visto recientemente sus 25 películas (y muchas más, probablemente) y eso le permite observar la evolución del cuerpo masculino en pantalla, y los factores biológicos y culturales que apoyan un tipo de mirada u otra. La mirada homoerótica tradicional queda dividida entre el efebo y el atleta, prácticamente desde Grecia, y es un canon al que se ciñen durante décadas varias películas, si bien Mira también estudia la construcción de los cuerpos masculinos pensados para la mirada de la mujer (el panorama suele ser poco erótico, de hecho) y la espectacularización del
péplum y el neoculturismo de fin del siglo XX. Pero es precisamente el final del siglo XX cuando la aparición de la metrosexualidad en primer lugar, y la capitalización del cuerpo como activo personal resultado de intervenciones personales y tecnológicas, junto a la eclosión de Internet como escaparate individual, que el cuerpo se pornifica, se multiplica en unidades (perdiendo por ello cada cuerpo significancia individual), y la mirada homoerótica también se democratiza (incluso en el sentido de que su existencia es aceptada por el demos), y llegamos así hasta Only Fans. Mira insiste en los textos entre películas en estas evoluciones, directamente relacionadas con lo que era aceptable ser mostrado en cada momento, y con la transgresión y su pérdida por la actual omnipresencia de imágenes homoeróticas. 300 es posiblemente el análisis más distintivo en este tema, con su fascismo corporal reivindicado a la vez como discurso homófobo y homoerótico, según para quienes, claro.



He mencionado la mirada de la mujer. Es un tema de cierta relevancia para Mira, que ha leído mucho sobre análisis cultural feminista, en cierto modo por su premisa de necesidad de lo cultural (del relato, de lo estético, de lo dionisiaco) para no ya explicar sino predecir lo sociopolítico. La aportación de la mirada feminista hacia lo homoerótico es inevitable porque abre múltiples aristas problemáticas relacionadas: el ejercicio de la mirada femenina hacia el cuerpo masculino en el cine siempre fue castigado por la doxa; porque el feminismo, aunque sin ser su objetivo, ha provocado que las mujeres puedan tener y proyectar una mirada erótica consolidada;  porque hay directoras entre las 25 películas que han rodado filmes "desde dinámicas homoeróticas"  como forma de "articular una fascinación sin exponerse a los riesgos" del hombre como objeto de deseo heterosexual; porque el análisis de Eve Kosofsky Sedgwick sobre el carácter falocrático de lo homosocial ayuda a argumentar la osadía de películas como Alas y su impensable beso final; o porque el libro y las películas que lo componen se han de enfrentar a la diferencia entre mirar el cuerpo de un hombre o una mujer. El abismo entre ambas miradas niega el tópico de que ambos desnudos sean los mismos, recordando que la cosificación del cuerpo masculino ha tenido tintes de liberación que el femenino no tiene, lo que Mira atribuye a la fuerza e inercia del patriarcado. Cuya afección llega al porno y sus representaciones del dominio, sensiblemente diferentes en el porno gay.


 

Y, casi finalmente, otra línea de interés que aparece en el libro y que Mira ya observó en Crónica de un devenir, y que de una manera relevante se relaciona con el cine como negocio, tiene que ver con el capitalismo como fuerza de visibilidad del deseo, o como mecanismo coadyuvador a la posibilidad de lo erótico. Hay un reflejo de este pensamiento al hablar de Navajeros, de Eloy de la Iglesia, y confirmar que tanto el director guipuzcoano como su teórico mentor, Pier Paolo Pasolini, eran homosexuales con conciencia social (el ensayo de Navajeros hace referencia al cuerpo proletario como objeto de deseo), pero representaban lo peor del comportamiento burgués al explotar chaperos para satisfacer su deseo. Pues bien, esta presencia de las mecánicas capitalistas de las que no se libran ni "los comunistas", ni la desigualdad de la que suelen partir las narrativas o homoeróticas, ni la inversión en los cuerpos pornificados de hoy en día, tiene interpretaciones liberadoras recuperadas en autores como Dennis Altman ("una de las ironías del capitalismo estadounidense es que ha sido una enorme fuerza a la hora de crear y mantener un sentido de la identidad entre homosexuales") al hablar de los años cuarenta, o David K. Jonhson, argumentando que en los Estados Unidos el mercado es más importante que la moralidad, lo que deriva en productos que contravenían al puritanismo, y que explican la eclosión de la cultura homosexual en los Estados Unidos de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, tras la Segunda Guerra Mundial.


En fin, como colofón, estas apasionantes líneas de análisis cultural lo son porque el autor escribe apasionadamente de su objeto de estudio. Pudiera parecer por esta reseña que tal vez el cine no sea lo más importante del libro. Pues sí y no... El cine, las 25 películas, soportan excelentemente el edificio de revisión histórica de la representación del cuerpo masculino y sus formas de búsqueda del deseo del espectador, y son desde luego el alma del libro. Pero, tras tres volúmenes leídos de Alberto Mira, es indudable que tiene un interés significativo en el análisis histórico de los procesos culturales y políticos en relación al
nosotros que describía en Crónica de un devenir como término de consenso histórico entre homosexual, gay, queer y LGTBI. Es casi imposible añadir más a la particular sabiduría cinéfilo-cultural de Alberto Mira con el nosotros. ¿Tal vez, en este caso, el análisis del deseo y la atracción desde la sexología moderna? ¿Y en relación a estos periodos históricos y al fenómeno de representación? ¿Lo que anteriormente mencionaba de la represión y las formas de superarla? No lo sé; Mira menciona alguna vez que estos mecanismos no son relevantes frente a lo incontestable de la materialización del deseo de forma en ocasiones ineludible en el inestable triángulo que forman cámara, personaje/actor y espectador.

Alberto Mira ha vuelto a rendir un libro estupendo, dinámico pero profundo, rompedor y amplio a la vez, muy consciente del estado de la discusión cultural, y trabajado también con su método de escucha en redes sociales a quienes participan de la discusión abierta con él, una escucha que aporta pareceres también relevantes. La edición del libro, a manos de Editorial Egales, es también excelente. Un lujo a vuestro alcance…

Alberto Mira (foto de la web de la Oxford Brookes University)