29 de mayo de 2014

El nombre del rojo


Enterado de que el festival Gutun Zuria de Bilbao tendría una charla con Orhan Pamuk, el Premio Nobel de Literatura de 2006, cogí Me llamo Rojo de la estantería y le di prioridad en la lectura. Fui profesional y lo terminé quince días antes, pero no fui diligente al ir a comprar mi entrada y me encontré con que ya no quedaban. Pamuk ya no firmaría mi ejemplar, del mismo modo que los maestros antiguos de la pintura que sirven de ejemplo a los ilustradores protagonistas de la novela dejaban sin firmar sus obras, pues, si ellos sólo transmitían el deseo plástico de Dios, ¿quiénes eran como hombres para dejar su sello personal en la obra del altísimo?

El célebre maestro Osman, uno de los protagonistas de Me llamo Rojo, dirigió la realización de El libro de la Felicidad (vía) para el Sultán Murad III en el siglo XVI

Me llamo Rojo cuenta la historia de un asesinato cometido entre los ilustradores de un libro secreto que ha encargado el Sultán de Estambul en el siglo XVI. Los ilustradores trabajan por turnos en casa del maestro contratado por el Sultán, pero uno de ellos, contrariado por creer que el libro pueda ser pecaminoso y blasfemo, y convencido de denunciarlo, es asesinado. La investigación del asesinato se mezcla con una historia de amor y con una profunda introspección en el alma y deseo de los artistas, que, según cuenta Pamuk, en aquel tiempo, lugar y entorno, vivían entre el deseo de cumplir con los antiguos maestros y el de perpetuarse con las técnicas que llegaban de Occidente, donde usaban perspectivas, retrataban reyes y dioses, hacían representaciones obscenas, y firmaban sus cuadros. Es decir, aspiraban a tener, y tenían, un estilo, aunque éste supusiera la imperfección que en Estambul suponía no seguir las formas clásicas de los antiguos maestros.

Un puente (vía) une hoy Occidente y Oriente en Estambul

La novela presenta la acción narrada progresivamente por cada personaje. En cada capítulo uno coge la voz y la narración y cuenta su parcela de verdad. Entre ellos, el muerto, el asesino, e incluso los personajes de las pinturas que un charlatán narra por las noches en un café de la ciudad asediado por religiosos radicales. A su vez, se trata de un viaje desde la oscuridad (el pozo donde se inicia el libro con la voz del ilustrador asesinado) a la luz que soluciona el caso, en oposición a la vida de los ilustradores, cuyo trabajo y disciplina acaban inevitablemente por dejarles ciegos.

Sabiduría y arte que conducen a todas las cegueras

Todos estos mimbres de best-seller funcionan en general bien. Salvo excepciones, la narración avanca con agilidad favorecida por el cambio de voces narrativas, y la voz moderna de Pamuk invocando a la apertura de costumbres a Occidente, así como el drama de encrucijada artística e histórica de Estambul (o Turquía) impregnan sinuosos la historia. Una historia que por momentos tal vez recuerda a la de otro best-seller intelectual, El nombre de la rosa, en que Umberto Eco describe una comunidad de hombres (monjes/ilustradores) que se ve envuelta en crímenes por culpa de un libro, donde los ciegos resultan ser los preservadores de una cultura antigua que impide el progreso, y donde también existe una cámara, en este caso el Tesoro del Sultán, que encierra todos los libros, todo ello bajo la vigilancia de Dios y sus asumidos representantes en la tierra.

Una pena no haber coincidido con el señor Pamuk en Bilbao, pues. Nos veremos en otra pintura, espero.

Orhan Pamuk (vía)


18 de mayo de 2014

Cinematograma

(Reseña previamente publicada en la Revista Cultural Factor Crítico)


La Jetée es posiblemente el mediometraje más influyente y conocido del cine sonoro. Su tremenda popularidad cinéfila no alcanza probablemente al gran público por su origen como film de arte y ensayo, y por ser nuestra época no demasiado afín al formato. Pero su influencia es grande, y ello se explica por sus muchas peculiaridades y logros: es una película construida casi en su totalidad con fotografías fijas montadas cinematográficamente; es una historia circular de viaje en el tiempo que incluye amor, guerra y ciencia ficción; está desprovista de diálogos y con una voz en off tan narrativa como reflexiva; y, como resultado,  ofrece apenas 25 minutos de unos terribles misterio y atractivo. A desentrañar este misterio se dedica Antònia Escandell Tur en Chris Marker y La Jetée. La fotografía después del cine. Chris Marker es lógicamente el esquivo director de la película.


Este libro es, físicamente, un ejemplar editado con sumos cuidado y cariño, que incluye los textos originales de las citas de los autores mencionados y del propio guión de la película, un amplio soporte visual de fotogramas que permite al lector seguir el brillante análisis que la autora realiza del montaje de las imágenes, y un regalo final (a no desvelar), encantadoramente incluido sin avisar en el volumen, y que permite aunar ciencia, arte e imagen en un juego muy coherente tanto con el estudio como con la película estudiada.


La Jetée tiene lecturas históricas (políticas, cinematográficas) por el contexto en que se rueda e inscribe, lecturas estéticas por su particular uso de la relación entre imagen estática y tratamiento cinematográfico, y lecturas filosóficas por su mirada sobre el hombre, como individuo y como colectivo, como ejecutor de sus pasiones y sufridor de sus limitaciones. El edificio de La Jetée en estas facetas es deconstruido de manera completa en el libro, siguiendo especialmente la concepción visual, el uso del lenguaje, y la materialización de las diferentes esferas de connotación de la película. Cierto que el libro se favorece de un análisis tan exhaustivo, casi escena a escena, por tratarse de un mediometraje, pero no por ello deja de ser verdad que el juego poético-narrativo de La Jetée es especialmente denso. Antònia Escandell Tur se adentra en el trabajo de Chris Marker con un importante estudio y conocimiento fílmico y bibliográfico, encuadra la obra y sus formalismos dentro de la historia del cine, y tiene hallazgos poderosos en su interpretación, como el que encuentra respecto al retrofuturismo como idea y forma narrativa, el que reconoce la fuerza de términos como el cinematograma o la cinenovela –y sus implicaciones- en la descripción del montaje de La Jetée, o el que anuncia la comunión de la película con el asumidamente bastardo género intermedio del cómic. Todo ello en lenguaje esclarecedor, en una edición que cinéfilos y cinéfagos debieran adorar, y en un libro lúcido y bello sobre las profundidades que puede alcanzar el arte cinematográfico. Eso sí, véanse antes la película, por favor. Bueno, y después. Yo lo he hecho, y el placer aumenta:


Antònia Escandell Tur, por Isabel Camps (vía)


8 de mayo de 2014

Todo mentira



Mentiré si es necesario es un libro biográfico editado por El Butano Popular mediante crowdfunding y escrito por Daniel Ausente, el autor del (brillante) blog El Señor Ausente, ensayista y escritor en varios medios, miembro de la iniciativa Trash entre amigos, auténtico experto analista de la subcultura pop y sus influencias de y en lo social, cultural, político y moral, y, por encima de todo ello, padre de familia, ex-politoxicómano, y un ser peligroso.

Según llegan los años (para quedarse), voy empezando a entender por qué en la madurez se dejan de leer novelas/ficiones y las lecturas de ensayo y no ficción ganan peso en la biblioteca personal. He visto a muchos lectores comentarlo (no todos, obviamente), y a mí también me está pasando. Creo que los factores son psicológicos: una vez que el bacalao ya se ha probado conla mayoría de salsas posibles, resulta más interesante conocer cómo se organizan otras realidades que andar fantaseando, y las biografías son un ejemplo perfecto; pero, claro, si además se trata de la de un coetáneo de orígenes e intereses más o menos similares, es más que posible que tus defensas de avezado lector caigan y las (ahora sabes por qué) peligrosas enseñanzas del libro te secuestren.

Daniel Ausente cuenta las aventuras de su infancia y primera juventud en episodios breves, que suelen recuperar un personaje o un conjunto de anécdotas y sucedidos en pequeños relatos cerrados que poco a poco revelan desde lo obvio (la peculiaridad de la familia Castañé, entre lo burgués y lo ácrata pasando por lo pichabrava) a lo sutil (el cambio de modos de un país que en realidad no cambió tanto de costumbres pero sí de drogas; el peso ineludible de lo sociogenético en los actos de la vida, o la subversión de la nostalgia comercial), y conforman una saga desestructurada a la que el propio autor se sorprende de haber conseguido sobrevivir, en una ciudad de trazo espeluznante y alejada de la Barcelona de hoy en día.

El libro admite mentir desde su título. Creo que la propia cinefilia del autor lo implica: si miente es por exigencia del guión. También creo que hay una lectura más allá: del mismo modo que el cine miente y sólo con encuadrar ya retrata estética y moralmente, una autobiografía también impone un cuadro por el que el lector mira necesariamente. Su interpretación del fuera de cuadro puede por ello volverse esencial. Y peligrosa, claro. La mía es que es imposible escribir estos episodios magníficos, tan sensibles como lúcidos en lo social y en lo psicológico, sin muchísimas más horas también invertidas en aquellos años en las lecturas y las películas, horas de biblioteca y filmoteca ausentes (con la excepción de un hilarante episodio viscontiniano) de un libro que canta gozoso al cómic de derribo y al cine de barrio del desarrollismo. Todas esas horas no descritas son sin embargo la base de una sintaxis elegante, que da coherencia a una voz muy personal y de difícil etiquetado. El libro nace de la escritura de un blog, y cumple con ello la regla no escrita de mancillar el serio género de la autobiografía mediante Internet, que además es en este caso la nueva casa madre de toda la subcultura actual. A esa voz le toca ahora afrontar la liberación del formato corto y el abismo de la ficción –aunque las novelas sean para jóvenes-. Pero eso sí, será un autor cuyas claves tendremos claras, porque sabemos la verdad que encierran sus mentiras más peligrosas.

Daniel Ausente, por Irene Schulz, (vía)