Monsieur Jonathan Littell fue sensación literaria hace dos años por la publicación de su multipremiada novela
Las Benévolas, su primer trabajo, reconocido mundialmente, y cuya fama fue subrayada por el hecho de ser norteamericano, vivir en España y escribir con éxito en francés una historia sobre la Alemania nazi.
Las Benévolas era sutilmente revisionista en un tema donde ya no resulta novedoso (pero sí por tanto complicado) serlo. A mí me pareció innovadora en la introspección psicológico-fisiológica de su personaje principal, el SS-Hauptstumpführer Dr. Herr Maximilian Aue, un cultísimo y brillante nazi que se adapta al parecer ‘bien’ a su entorno y que en su gloriosa carrera pasa por la aplicación de la solución final en Ucrania, el asedio de Stalingrado, la organización de la logística de los campos, el cierre y desmantelamiento de Auschwitz y la caída de Berlín. Aue cree en la necesidad de eliminar a los judíos de la vida germana; su lógica acepta, observa y a veces ejecuta, pero su cuerpo se rebela ante el exterminio: las pesadillas le atrapan, vomita, sufre diarreas infinitas y la mierda le rodea de continuo. Su psique además sufre por ser homosexual y disfrutar de tomar decisiones 'con el culo lleno de esperma' en un momento y lugar donde tal hecho supone acabar en los campos. Por no hablar de su tendencia al incesto... Es un traidor y un asesino, y no es simpático, pero tampoco es el mal irracional que no sepa ponderar lo que pasa a su alrededor. Atrapado en el contexto, hace cosas medias esperables en el mismo (bueno, no todas), y responde a la lógica de la propia cárcel en que vive. Pero, no obstante, he leído en las redes que esto ha sido visto como una descripción simplista de la psicología nazi. Ya saben, de nuevo un brillante reprimido que no puede desarrollarse y encauza su furia hacia el odio racial y la entronización de la supremacía aria. Yo no obstante veo más textura a la falta de remordimiento alguno de Aue en el plano consciente, que se acompaña de la rebeldía física, emocional, interiorizada de un cuerpo más atento a la deshumanización de su entorno que su lógica.
La parte digamos más histórica de la novela me resulta espléndida. No es que sea un manual de historia clarificadora, ya que los hechos en sí son directos, Aue participa en ellos de manera directa, y al lector necesitado de seguirlo todo pueden parecerle confusos (profusión de nombres y cargos, muchos términos en alemán, miles de lugares en la trama). Pero la visión sobre la horrible y tan mal organizada (para mi sorpresa, aunque tal vez sea lógico por la falta de medios que desde mediados de la guerra tuvieron) burocracia alemana, la lamentable cadena de decisiones ilógicas, la ejecución de la endlösung y su dificultad y estupidez prácticas -impagables los conciliábulos para decidir exterminar a los bergjuden del cáucaso, por ejemplo-, la visión de los pueblos que son conquistados, la comparación de regímenes que se da al salir Aue, superviviente siempre, de Stalingrado, y el desencanto generalizado, parecen confluir en un magnífico bosque de razones para que el Reich de los mil años durará lo que duró. La combinación de la vida personal de Aue con estos hechos resulta especialmente atractiva: Alemania se folla al continente, pero este se venga haciendo que cague toda su mierda sobre sí misma. Suena obvio, lo sé. Pero Littell lo hace con estilo, colando el folleteo y folletín personales en las rendijas del grandilocuente compromiso con el Reich, junto con la hez de la sangre y barro de la guerra. Hoy todavía vemos inesperadas (por lo aparentemente involuntarias) fascinaciones por la estética y organización supremas del estado nazi (un ejemplo reciente es el
Valkiria de Bryan Singer), y aunque es más común incluso en los espectáculos mainstream (el Schindler de Spielberg, para entendernos) ver que la eliminación del judaísmo no era sólo cosa de odio (¿envidia de pueblo elegido?) racial sino de financiación extraordinaria del esfuerzo bélico, que los nazis pudieran no estar bien organizados ni ser cuadriculados y cumplidores sino corruptos e ineficaces parece algo difícil de sacar del acervo colectivo.
El caso es que un libraco de mil páginas como este, centrado en hechos históricos, y con vocación grandilocuente de obra que se quiere casi definitiva, requería de una documentación previa enorme, de la que el autor ha hecho gala incluso públicamente (su confesión de que documentarse fue mucho más largo que escribir, un proceso según él más corto y directo, le ha supuesto más de una crítica) con la edición de
Lo seco y lo húmedo. Este libro ya no es ficción, sino un ensayo articulado alrededor de los textos de León Dégrelle y en especial de su obra
La campaña de Rusia, y resulta muy revelador no ya de los mecanismos psicológicos del fascismo, sino también de los mecanismos literarios de construcción de personajes.
Léon Dégrelle fue el líder de la Legión Valona, un batallón de nazis de origen belga que combatieron junto a los nazis en el frente de Rusia. Dégrelle sobrevivió casi milagrosamente a varios años en el infierno, para acabar con una vida más o menos regalada en el exilio en Málaga. Se trata de un prototipo de fascista europeo fascinado por el régimen nazi, que en este caso acaba integrándose en él y siendo reconocido como integrante del Reich. Su facción fascista, el Rex, no fue exitosamente política en Bélgica, y fue incluso muy denostada cuando ya no ocultó su adscripción al nacionalsocialismo alemán. Llegó a dividirse con la invasión nazi y siempre tuvo un encaje difícil por su origen ultracatólico.
Wikipedia les da una biografía recompleta al respecto.
El interés de los textos de Dégrelle (un hombre por lo demás compulsivamente mentiroso e intelectualmente vulgar) está en sus formas lingüísticas y en sus metáforas, en las que, a juicio de Littell, Dégrelle muestra las estructuras falsarias del pensamiento fascista sin, obviamente, pretenderlo ya que a fin de cuentas, creía en lo que escribía. Ahí se recoge desde el miedo y estereotipación de la tradición cristiana a la mujer (bien santa enfermera blanca y nazi, bien soldado bolchevique asilvestrada casquivana y prostituida), a la necesidad de estructurar una necesidad rígida, fálica (‘lo seco’) frente a la informe ‘humedad’ de las masas comunistas, la marea roja de su sangre y el barro ruso que consigue dinamitar los mil años del Reich con su constante ataque amorfo e incontrolado. Como si la vieja polémica entre Parménides y Heráclito se rehiciera a la luz del fascismo europeo del siglo pasado. Hay sitio para más: el doble rasero lingüístico en la descripción de los ejércitos nazis o soviéticos en su lucha, en su forma de morir, o en las razas que lo componen; o las ínfulas de estrella que se postula como modelo de Tintín para Hergé; o la participación en la estética homófila tan apegada a la representación visual del joven soldado ario (aunque sin ‘concretar’, ya que lo homo también forma parte de lo amorfo y húmedo).
Más allá de la fascinante experiencia vital de Dégrelle (que fue un facha de mierda, pero que sobrevivió a lo indecible, que fue protegido por el franquismo y acabó siendo un español no extraditable), y del desenmascaramiento de una psique traducida en sintagmas y metáforas, Lo seco y lo húmedo muestra paralelamente, aunque esto sí sea intencionado en el metaanálisis del autor, algunas de las claves del diseño de Maximilian Aue, y da notas suficientes sobre el lenguaje buscado por Littell para Las Benévolas. También me produce curiosidad que un análisis anterior necesario para una novela se publique tras el éxito de la misma, obligando a una lectura invertida del proceso literario. La tarea de documentación que permite la creación psicológica de profundidad, es, por su parte, posiblemente ingente y casi inabarcable, y me hace preguntar cómo se decide terminar (¿cuántas autobiografías de fascistoides así puede haber? ¿cuántas websites podrían hoy servir de documentación del neofascismo actual?) y cómo puede acabar uno de salud mental por esas lecturas y análisis antes de (o durante) la escritura de una novela de este tema.