Aunque en su día fui seguidor acérrimo de Michael Chabon, no
sé bien por qué dejé de seguirle. Tal vez porque tras sus dos novelas más
conocidas (Chicos prodigiosos, que
le dio fama por su divertidísima
adaptación cinematográfica, y Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay)
no publicó durante años y le perdí la pista. Para cuando llegó la policía
yiddish yo debía estar en otros intereses porque no me acerqué a ella. En
fin. Sin conocerla, encontré esta novelita, en un ejemplar en inglés, recordé
que había leído en inglés Kavalier and Clay y Los misterios de Pittsburgh, y, bueno, ¿por qué no?
Gentleman of the Road
es una novela de aventuras que transcurre en la Edad Media en el reino de los jázaros
(khazars en inglés), cuya memoria se perdió en el tiempo. Allí coinciden dos
aventureros, un franco y un africano, que deciden apoyar a un muchacho
desterrado en la recuperación de sus bienes y en la venganza contra un sátrapa
que se deshizo de su familia. La novela incluye actos de picaresca de estos dos
personajes, que también asaltan campamentos y palacios enemigos, rescatan
caballos y príncipes secuestrados por enemigos malvados, e incluso pueden
quitar y poner rey, antes de desaparecer en busca de nuevos avatares que
sufrir. Obviamente, ambos están diseñados complementariamente: del solitario,
debilucho y huraño franco miembro de una estirpe de médicos cuyo conocimiento
heredó y que aplica con éxito por el mundo, al afable pero duro luchador
gigantón africano que perdió a su hija y desde entonces vaga por los mundos en
su recuerdo, apoyando las causas justas y perdidas de los débiles.
Gentlemen of the Road
es una aventura muy blanca con algunos asuntos ya superados (las inocentes
ambigüedades sexuales y de género, por ejemplo) para una obra consciente de ser
escrita en 2007 y con una mirada moderna. El ritmo y la simpatía argumental son
inapelables, y Chabon recurre a un estilo barroco irónico en su escritura, cuya
lectura es complicada para un lector no nativo (por sintaxis y por
vocabulario). Aunque resulte exótica, parece que ha usado suficientes fuentes
de documentación para que la ambientación y los asuntos políticos, sociales y
religiosos sean adecuados al tiempo y lugar retratados, aunque es imposible
estudiar hasta qué detalle.
Como buena aventura, la de Chabon también tiene sus fines
morales: la fraternidad, la justicia, la bondad. Le falta tal vez el
aprendizaje, ya que el muchacho centro de la disputa política central de la
novela resulta tener un peso menor en el interés del escritor a pesar de la
importancia de sus revelaciones. Es obvio que Chabon quiere rendir un producto
nostálgico del género de aventuras, desde una mirada amable que obvia la
crueldad de los tiempos con sus elipsis caballerosas, y se aleja también del
peso de la ficción histórica, solucionando sus situaciones con brevedad y
desparpajo. El libro se acompaña de ilustraciones al carboncillo (las mostradas
en esta entrada, entre otras, obra de Gary Gianni) y de títulos
largos y explicativos de cada capítulo. Todo ello resulta encantador y un
entretenimiento muy asumible, aunque, tal vez, inesperadamente sencillo para un
escritor que buscaba grandes complejidades y lecturas como Chabon, que,
obviamente, ya no parece el autor que fue. ¡Incluso en el sorprendente epílogo
que escribe al final de Gentleman of the
Road parece disculparse al respecto!
Michael Chabon, fotografiado por Gage Skidmore (vía)
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