Este libro, Etnicidad: un juego de niños es un bonito trabajo antropológico que busca estudiar el uso (o no) de la identidad étnica en contextos infantiles de la España del siglo XXI, con una investigación marco de hipótesis que incluye la propuesta de estudiar la etnicidad infantil como un juego más que como una categoría identitaria absoluta y definitiva, y un trabajo de campo (de título directo “Etnografía”) en dos lugares con diferentes grupos étnicos, por un lado, y entornos y condiciones de trabajo, por otro.
Hay varios puntos de interés en esta aproximación y sus
razones y consecuencias. La autora, Livia Jiménez Sedano, ha realizado los dos
trabajos de campo inmersivos en diferentes familias de la comunidad dominicana
de Madrid (para lo que por cierto utiliza bibliografía
escrita por Carmen Gregorio Gil, incluido el libro de la anterior entrada de
este blog), y en una barriada de Sevilla con elevada presencia de familias
de origen gitano y marroquí. En ambos casos su observación ha sido participante
y prolongada, y ha convivido en domicilios de informantes; ha tenido tiempo
para moldear su mirada, modificar su aproximación al objeto de estudio, y,
atendiendo a sus propias palabras, modificar su propia persona gracias a la
experiencia etnográfica. Cumple así los requisitos metodológicos que propuso
James L. Peacock, para quien el dilema del ser al mismo tiempo participante y
observador era insoluble, o, yendo aún más allá, aquello que llamamos
etnografía es una interpretación y construcción de datos procedente en realidad
del trabajo conjunto de etnógrafo y nativos.
Jiménez Sedano abraza esta visión con alegría, y, con
mecanismos cercanos a la autoficción, confiesa sus sensaciones personales a lo
largo especialmente de la Etnografía, dándole sentido a los cuadernos o diarios
de campo (cuyos extractos son continuados, clarividentes y honestos durante la Etnografía)
desde sus percepciones personales. Es desde luego muy distinto en este sentido
al texto de Carmen Gregorio, y, en cierto modo, discutible para un lector de
formación científica pura, que pueda apreciar esta conexión entre ciencia y literatura
por ser una parte relevante del método (de nuevo Peacock afirmando que "en
la antropología existe al menos un objetivo literario"), pero que es
sensible al sospechable sesgo experimental que existiría en esta situación al
cambiar el observador y que el método antropológico y su dimensión comparativa
deberían minimizar.
Otro punto de interés es descubrir como la infancia derriba
alguna de las barreras que puede experimentar comúnmente el antropólogo en su
investigación (por ejemplo, el hecho de que niños y niñas transgredan con
facilidad las normas de género, o que la barrera existente entre un informante
de un pueblo colonizado y un investigador de su sociedad colonizadora aún no
está marcada). Respecto a la metodología, Jiménez Sedano ha limitado su
presencia en la escuela deliberadamente, ya que la mayoría de trabajos
etnográficos sobre infancia se circunscriben precisamente a la escuela, y, aún
más importante: no es en realidad el contexto de socialización más relevante
para los niños y niñas.
El desmontaje de tópicos creados respecto a la infancia es
un punto esencial de la aproximación de la autora: la infancia es un grupo
invisibilizado ya que se les considera prejuiciosamente como seres prospectivos
(en progresión hacia la edad adulta), primitivos, que carecen de agencia, aculturales, con dinámicas sociales unidireccionales que no ejercen influencia
en los adultos, y apolíticos (que no participan en estructuras de poder). La
falsedad adultocéntrica y sociocéntrica de estos prejuicios lleva a que los
investigadores proyecten en su trabajo las experiencias de su niñez, y
completen el combo con etnocentrismo y androcentrismo (al soler corresponder
este trabajo a mujeres por su mayor interés supuestamente de origen maternal en
estudiar la infancia).
La explicación metodológica de la etnicidad como un juego me
parece brillante; la etnicidad es una construcción científica del antropólogo,
no hace nada per se, pero está imbuida de mantras: (1) la identidad como
concepto esencialista; (2) los etnónimos, útiles para el estudio rápido pero
con peligros etnocéntricos y sociocéntricos; y (3) la idea de frontera con sus
connotaciones sobre espacio y organización política. Jiménez Sedano presenta
entonces el juego como método alternativo y metáfora concreta que ayuda a
desprenderse de estos tópicos y dotar a la etnicidad de un sentido no
esencialista. Las ventajas que ofrece el juego y sus características son muy interesantes,
especialmente porque su distancia de rol y su carácter de improvisación y
acción evita esencialismos y ayuda a superar la dicotomía entre agencia y
estructura, porque además de estrategia tiene carácter emocional e incluso
irracional, implica creatividad y tradición (la de los juegos previos), y
comunidad que emplea códigos propios frente a los adultos. No todo es bello: el
juego no es necesariamente democrático, sino que manifiesta relaciones de poder
y jerarquías (es integrador pero no equilibrador), puede ser peligroso y hasta
cruel, y no siempre tiene connotaciones positivas. Jiménez Sedano combate
razonadamente otras visiones negativas del juego que parten de prejuicios
adultocéntricos (que es antitético de lo relevante para la sociedad, que es
exclusivamente infantil y prospectivo, que es un vestigio evolutivo, o, incluso
y ya que la etnicidad es el centro de este estudio, una trivialización del
racismo) y afirma la densidad de significados que tiene como metáfora.
Jiménez Sedano clasifica los juegos en tipos: (1) de
estructura, porque organizan el campo en grupos sociales por género, edad,
pertenece a un barrio, o símbolos étnicos; (2) de pertenencia, por exclusión de
otros o de sí mismos, que es el más proclive a evocar la identidad; y (3) de
lucha, por aumento de prestigio y capacidad de decisión a través de símbolos
étnicos. Estos tipos se entremezclan, así como las dimensiones del valor que
tiene el juego: (1) paramétrica, porque concede algo en magnitud cuantitativa;
(2) semiótica, porque se obtiene algo simbólico; y (3) posicional, porque
mejora el puesto en redes de relaciones sociales. Finalmente, una última parte
del edificio teórico se constituye al definir los campos de juego de la
etnicidad infantil: (1) los campos lúdicos, donde solo hay presentes niños y
niñas y su libertad para implantar sus propias reglas es amplia; (2) los campos
domésticos, donde están presentes los adultos de la familia o cercanos, y los
niños y niñas tienen que negociar tiempos, lugares y actividades; y (3) los
campos burocráticos, donde hay reglas exteriores creadas por adultos que no son
de la familia y que limitan totalmente la libertad de niños y niñas con muy
escasa posibilidad de negociación. También los campos presentan transiciones
graduales y existen campos mixtos o fronterizos. No son necesariamente lugares
físicos o fijos.
Todo este campo teórico se pone a prueba en más de
trescientas páginas de etnografía, donde la autora explicita sus estudios de
campo en Madrid y Sevilla. La experiencia es en mi opinión más rica en Sevilla,
donde existe interacción entre gitanidad, marroquínidad y castellanidad (que a
veces es gitanidad también) y donde las diferentes situaciones permiten ver
como la etnicidad es apelada según la agencia del niño o niña se encuentre en
juego de pertenencia, estructura o poder en un campo social específico y
buscando un valor en una dimensión u otra. Los encajes no son perfectos, pero
el estudio directo en campos domésticos y lúdicos (cuando tiene el éxito de
saber introducirse en ellos como participa) permite subrayar cómo los niños y
niñas disponen de una agencia buscada, cómo establecen sus jerarquías, y cómo
se relacionan en términos de poder según las situaciones. La institución peor
parada es sin duda la escuela (en Sevilla, ya que en Madrid no obtuvo permiso
para trabajar en ella) en diferentes apartados:(1) los profesores y profesoras
solo ven racismo aprendido en las familias dentro de las dinámicas infantiles,
lo cual es contrario a la observación antropológica de la autora; y (2) no es
extraño que la escuela organice actividad en que, sin desearlo, fomentan
esencialismos identitarios amparándose en la dificultad de luchar con escasos
recursos contra estructuras inalcanzables. Y sin embargo...
Lo cierto es que Etnicidad: un juego de niños es muy
estimulante, pero sería especialmente enriquecedor completarlo con la visión
desde las familias y desde las escuelas, aunque es probable que en ambos casos
la recepción fuese problemática. Se saldría probablemente también de los
objetivos del estudio. A la autora se le intuye entusiasmo por la labor y el
método antropológico, por la dificultad del reto, y por el gusto por trabajar
un tema complejo y de ramificaciones poderosas, donde el respeto a la
personalidad y dignidad diría que política de los niños y niñas alcanza una
dimensión casi humanista. El edificio teórico es además profundo, discute sin
temor autores reputados contrarios a la metáfora del juego, y honesto, al
entender también sus dificultades y límites. El libro, a pesar de su
especialidad científica, es ligero y su trabajo de campo instructivo, también
divertido, y, por momentos, adictivo.
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