Es asombrosa esta novela. Ambientada en la Cuba de los años 20 o 30 del siglo XX, en un presidio donde los deseos y relaciones sexuales entre los presos presiden por completo la vida y rutina cotidianas, y donde estas relaciones se enmarcan en una brutalidad entre lo primitivista y lo macarra, está escrita en 1937, es decir, años antes de que el que eurocéntricamente parecería el referente de este libro, el francés Jean Genet, empezará a escribir.
Hombres sin mujer es obra de Carlos Montenegro,
escritor cubano nacido en Galicia, que cumplió condena en la cárcel por verse
envuelto en un asesinato. Cuenta Augusto F.
Prieto en El canon de la literatura gay en español que la
publicación del libro causó un revuelo enorme, pero que nadie dudó de la
autenticidad del relato por el ascendente de conocimiento del autor. Y aunque
bajo el estilo de la obra late la denuncia (las condiciones del presidio son
terribles, los guardias son corruptos y por momentos indistinguibles de los
presos y sus confidentes, y apenas hay una fugaz aparición de un enfermero
desbordado por la violencia y enfermedad continuadas), la superficie presenta
un ritmo endiablado, en un texto profundamente dialogado, con uso intenso de
una jerga local a la que acostumbrarse poco a poco, y un sentido malévolo de la
ironía y la burla crueles, que pueblan pensamiento y lenguaje de presos siempre
prestos al conflicto. Un conflicto que nace especialmente por el deseo sexual
por los presos jóvenes recién llegados al presidio y que “necesitan" un
protector.
El protagonista principal es Pascasio Speek, un negro
fortachón, de físico imponente y mente sencilla, que añora sus años de cortador
de remolacha en conexión con la naturaleza, y que en ocho años de presidio se
ha conseguido mantener al margen de la búsqueda de relaciones carnales. Todos
lo saben, pero Pascasio mantiene cierto prestigio interno por su apabullante
presencia y cierta conexión con la naturaleza primigenia y desbordada, donde se
combinan su sencillez, el color de su piel, y su pasado labriego. Esos ocho
años de morigeración se van a acabar con la entrada en prisión de Andrés, un
delicado joven blanco del que Pascasio, a pesar de su resistencia, se enamora
perdidamente. El presidio es un lugar público donde los presos veteranos
pretenden a los jóvenes y donde todos forman un coro que comenta, maldice e
intenta reventar cualquier posibilidad de alegría o amor, no digamos felicidad,
aunque cada miembro la necesite con desespero. Pascasio no lo va a llevar bien.
El hábil retrató sutilmente censurador de la vida en la
cárcel se da gracias a que Montenegro hace avanzar la acción a través de hechos
que van sucediendo en los diferentes lugares de la prisión. Pasamos por la
cocina donde trabaja Pascasio, por el patio, por los dormitorios, por las
duchas... En todos ellos los diálogos entrecruzados dan idea de hechos
sucedidos en elipsis, de presos que han observado a otros, y de estallidos de
violencia. Algunos de estos lugares son infernales. Hay un pabellón de ‘incorregibles’,
donde se encuentran aislados presos violadores especialmente crueles; a ese
pabellón son a veces enviados como castigo algunos presos que sufrirán
violación múltiple de profunda violencia. En el pabellón de tuberculosos sucede
un episodio de venganza escalofriante. Y en la carpintería, una sierra mecánica
defectuosa que pierde de continuo su banda de dientes mutilando o incluso
matando al preso que la maneja, que además chirría ensordecedoramente como un
demonio, domina simbólicamente el lugar.
No hay margen para que el conflicto continuado de encierro y celos se resuelva positivamente. Los hombres y mujeres del título son la excusa que debe usar el escritor para comprender una homosexualidad febril en la que se cruzan lo que hoy diríamos interseccionalidad de raza, edad, clase y situación de encierro, y que no encuentra posibilidad de acomodo en el amor sincero que solo a veces se vislumbra en los pensamientos de Andrés y Pascasio. Todo ello se refleja en palabras y hechos concretos, sin subrayado ni realismo mágico alguno. Es un libro muy duro, pero atrevido y de una literatura estimulante en su mirada honesta al horror de la ausencia de dignidad.
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