20 años después he vuelto a leer El banquete, de Platón. Fue un regalo de boda de mi marido, una
edición nueva del antiguo volumen de Alianza Editorial, con la misma
introducción y notas de Carlos García Gual.
La portada es distinta, pero yo también, claro. Del simpático simposio sobre
las diferentes formas del amor y el interés erótico y sexual sobre los
muchachos que leí en 1999 (y yo no era un muchacho tampoco) a este libro leído
en madurez y estabilidad, con los 20 años de cambios sociales y legales en
España en particular y en el mundo en general, seguro que mis impresiones son
distintas. No había blogs en aquel entonces, por lo que no puedo comparar.
El banquete
(Symposio en griego) es uno de los Diálogos
de Platón, en los que explicaba su filosofía usando como personaje a su maestro
Sócrates, filósofo ateniense que no dejó nada por escrito. Los estudiosos de
los Diálogos discuten clásicamente
qué opiniones pertenecen realmente a cada uno de ellos, y en general se suele
admitir que los primeros diálogos expresan más posiblemente la opinión
verdadera de Sócrates, mientras que con el tiempo y el desarrollo de su
pensamiento propio, Sócrates como personaje acabó en realidad exponiendo el
pensamiento de su alumno Platón. Al conjunto se le reconoce en general este
nombre de Diálogos, o incluso Diálogos Socráticos, en los que Platón
utiliza el conocido como método socrático, que Sócrates usaba realmente en
vida, y que consiste en realizar preguntas sencillas que buscan contradicciones
en los razonamientos de sus interlocutores (y contrincantes) para acabar
extrayendo de ellos mismos el razonamiento que el propio Sócrates consideraba
verdadero.
Sócrates (vía)
Creo que la primera diferencia de criterios con mi lectura
anterior tiene que ver precisamente con este diseño de personaje, a quien en su
día no di más importancia como tal. Parece que Sócrates era de por sí una
persona peculiar y extravagante, poco dado a las convenciones sociales, pero
Platón lo convierte en un personaje formidable sobre el papel, utilizando su
reputación social y filosófica, otorgándole un carácter estelar subrayado con
sencillez y eficacia, dotándole de una íntima cercanía con su autor, y
desatando las líneas de pensamiento con una agilidad y eficacia inapelables. La
escritura es brillante y limpia, los ejemplos sencillos y el diálogo es un
método rápido e incisivo para avanzar en el razonamiento. Platón, y probablemente
este punto es esencial en su éxito e influencia, era un escritor magnífico.
Alcibíades (vía)
El banquete es
uno de los diálogos más conocidos y a la par, curiosamente, uno de los menos
socráticos. El método apenas se utiliza, y aunque Sócrates es el personaje más
reconocido que participa para nosotros, lo hace en relativa igualdad de
condiciones y acompañado de otros grandes de la sociedad griega pero que no
eran filósofos (lo habitual era que Sócrates confrontara con sofistas), sino un
dramaturgo como Aristófanes, o un político como Alcibíades. Probablemente el
tema del diálogo, el amor, lo hace un texto universal, aunque se dé una de esas
particulares negaciones de la historia de la literatura (más que de la
filosofía, diría yo) en reconocer que semejantes razonamientos que acabarían
siendo canónicos sobre el amor partían del estudio de relaciones homosexuales
en que además había una gran diferencia de edad en la pareja (hay un ejemplo
estupendo de esta negación en Maurice,
la novela de E. M. Forster que
James Ivory llevó al cine: el decano que lee con sus alumnos un libro en
griego en sus habitaciones de Cambridge a principios del siglo XX pide en un
momento concreto al alumno lector que omita la referencia al pecado inefable de
los griegos).
Maurice
El banquete es en
realidad una sobremesa, y es un relato narrado por un tercero al que se lo
contó una persona presente. Tras una cena entre amigos, los comensales –muy disciplinadamente
sin duda- deciden un tema de conversación y cuánto alcohol beberán durante la
misma, además del orden de palabra, que toman Fedro, Pausanias, Erixímaco,
Aristófanes, Agatón y Sócrates. El diálogo termina con la interrupción brusca
de Alcibíades, que rompe con todas las normas con su exaltación de Sócrates, en
paralelismo de lo que hizo con la política ateniense. Fedro y Erixímaco son
pareja, lo mismo que Agatón y Pausanias. También Sócrates y Alcibíades, aunque
su relación es platónica (precisamente). Aristófanes no tiene amado,
aparentemente no aprobaba tenerlo. Los personajes, reales, están hablando por
tanto de sus propias relaciones.
Aristófanes (vía)
El tema es honrar a Eros mejor de lo que, afirman, se hacía
en su tiempo. Fedro loa su poder en la batalla por los afectos irrompibles que
consigue en los soldados. Pausanias y Erixímaco ahondan en diferenciar Eros de
Afrodita, el amor de la pasión y el deseo. Aristófanes expone la teoría de las
mitades que necesitan encontrarse, en un pasaje que remite más a la mitología y
francamente surreal y divertido. Agatón opta por describir los valores de Eros
en relación a los aspectos de la virtud, y lo rodea de grandes palabras y
oratoria. Sócrates termina hablando del camino que lleva del amor al de la
verdad y la belleza en todos los aspectos de la vida, en una explicación
diáfana del concepto del amor que se impondría también en el cristianismo,
también del porqué del concepto del amor platónico, y que no por brillante deja
de augurar, leído más de 2.000 años después, tantas justificaciones en contra
del erotismo y la sensualidad.
En fin. El banquete
es también literatura fundacional homosexual (aunque esto tal desagrade a
filósofos o historiadores canónicos). En Maurice,
precisamente, los estudiantes comparten el libro y se preguntan si lo han leído
y si les ha gustado para reconocerse. Encierra en sí mismo (aunque obviamente
no es la única obra) el cómo de la homosexualidad en la Grecia clásica, y
resulta casi un texto histórico en las costumbres, pero paradójico en su
influencia y resultados.
Pero, como afirmaba, a pesar de la lejanía de los
referentes, Platón se revela como un excelente narrador, conocedor de que una
estructura narrativa y un ritmo ágiles permiten una penetración superior de las
ideas, y un autor incluso juguetón: con sus prólogo y epílogo extraños,
alejados y evasivos casi deja su bloque central en un mundo nebuloso,
fantástico, algo que pudo ser o no, que pudo ser de esta manera u otra, según
lo que esa noche dijera el oráculo, o dictara el vino.
Platón (vía)
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