Existe (y si Enrique Vila-Matas no ha escrito sobre ello
debería) una cadena de libros que llevan a libros, y a esta completa bizarría
llamada El oro de Caramablú me trajo
¿Somos como moros en la niebla?, elensayo gigantesco de Joseba Sarrionanindía,
que lo cita y comenta.
Johannes Urzidil (imagino que uno de los pocos escritores
internacionales sin entrada en castellano en Wikipedia, pero sí en euskera) es un escritor checo miembro del Círculo de Praga que, como Kafka, escribía en
su lengua natal, el alemán, en un país con otra lengua mayoritaria. El
Caramablú de su libro es el País Vasco, tratado como una entidad general no
sólo geográfica o física, y el oro del título es un tesoro a preservar, que
está oculto en una cueva en que nadie entra y protegido por un gigante
nonagenario, es su lenguaje, el euskera. Urzidil pasó brevemente en los años 20
del siglo pasado por el País Vasco Francés y su fascinación e identificación de
país de lengua minoritaria debió ser suficiente para dejar escrita esta
fantasía mítica de una extrañamente admirada Euskalerria, ambientada en un
Iparralde desde el que se oyen, probablemente en 1937, caer las bombas al otro
lado de la frontera.
Caramablú, as we know it (vía)
El oro de Caramablú
se estructura en pequeños capítulos de 2 a 4 hojas. Cuenta la historia de un
pueblo, Caramablú, cuyo alcalde viudo (Guypogaray) maneja los hilos políticos y
económicos, pero cuya hija adolescente (Andre) le da problemas. Todos los años,
en Caramablú, se celebra una romería en las que los labriegos y campesinos
suben a la montaña y desafían al gigante Ibargo a bajar a la cueva donde reluce
el oro de Caramablú. Sin embargo, nadie lo hace, y la leyenda se sella y el
rito se repite. La descripción somera de la vida en el pueblo y las salidas a
Guethary, la decadencia paralela de Ibargo y del poder de Guypogaray, y varias
leyendas breves van conformando las historias elegíacas de un libro de amor
incondicional a una cultura suya singularidad entre gigantes enamora a Urzidil.
Urzidil no esboza una lectura política clara en sí, porque
deja a Caramablú en una esfera mítica, cuyas leyes no parecen de la tirra, y en
la que las escasas nociones negativas sobre el poder de Guypogaray o la
rebeldía juvenil no suponen despertar de conciencia, sino más bien regresar al
ciclo de la vida. No obstante, esta lectura mítica tendría más seguidores de
ser un texto más conocido (tal vez el extraño nombre del título, Caramablú,
juegue en contra de una mayor extensión popular en el País Vasco), a pesar de
ser un delicioso disparate anacrónico también en términos sociopolíticos, que
tiene un encanto ingenuo pero que no destaca literariamente (desarrollo abrupto
de tramas, personajes monolíticos, cierto aire paternalista). Su punto más
interesante, en el fondo, es su autor. El texto podría ser perfectamente obra
de un autor vasco, un libro del aire de los de Luis de Castresana, por ejemplo.
Pero en cambio, lo escribe un bohemio que usando referencias locales y mitos
primitivos consigue radiografiar la mirada sentimental de una cultura olvidada
y perseguida. ¿Será así con todas? ¿En esta especificidad consiste la
universalidad de la propuesta, e incluso el método para llegar a ella?
Johannes Urzidil (vía)
Muy buena la última pregunta que formulas. Probablemente sea así... en muchos casos. Enfrascados en los universalismos olvidamos observar y aprender de lo específico.
ResponderEliminarY continuando con la descontextualización, esta frase: "no suponen despertar de conciencia, sino más bien regresar al ciclo de la vida". Supongo que en este afán generalizado de universalismo, renombre, repercusión... se nos olvida que somos parte de los ciclos de la vida.
Cierto. Y en este caso vendría a ser diluir la posibilidad de la política en la imposición del devenir diario. Al ser un ciclo, el paso del tiempo a nuestra escala podría recluirnos en terrenos míticos, que podrían ser los del 'alejamiento del mundanal ruïdo', con el peligro de creer que el mundo, o nuestro mundo, no cambiará nunca.
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