29 de septiembre de 2019

Patria. Apuntes para un relato.



Patria es una novela que cuenta el asesinato de un transportista durante los años ochenta a manos de un comando terrorista de ETA en un pueblo indeterminado de Gipuzkoa. Se inicia con aspereza y sequedad, empezando por lo más duro: los duelos familiares por el asesinado, el acoso que sufre la familia tras el atentado, y la mirada directa a secuelas menos mediáticas o conocidas (las familias desestructuradas, la violencia de persecución, los problemas de relaciones sexuales de los familiares de las víctimas, etc…). Distintas, pero también de profundidad dramática son también las circunstancias en que caen las familias de los presos: de la intransigencia ideológica a la pérdida de valores; de la virginidad del principal personaje terrorista protagonista a la gestión del endiosamiento a que es sometido en el pueblo. Un pueblo físico pero sin nombre, para evitar una demonización del lugar y de sus habitantes, pero que así se convierte también en todos los pueblos vascos. El retrato social existe bajo la premisa del pueblo pequeño, infierno grande más allá del terrorismo, pero llevado a la locura por ello.

Imanol Arias y Ramón Barea en La muerte de Mikel, de Imanol Uribe, película de 1983. (vía)

Las primeras 400 ó 500 páginas de Patria son tan duras como excepcionales. Aramburu adopta una estructura multitemporal y desde todos los puntos de vista. Hay dos personajes principales, Bittori y Miren, que pasan de amigas de toda la vida a enemigas sin posibilidad de acercamiento una vez que el marido de Bittori es señalado como enemigo del pueblo. Hay siete secundarios principales, los dos maridos y los cinco hijos, cuyas vidas son objeto de la novela. Como a sus madres, el asesinato rompe sus vidas en dos. El asesinato proyecta una sombra ominosa a todas las relaciones desde el vértice familiar que es la madre en cada caso. Patria también versa sobre el matriarcado vasco, como situación más que como objeto de análisis.

Ana Torrent caracterizada como Dolores González Cataraín, en Yoyes, de Helena Taberna. Película rodada en 2000 (vía)

A partir de la página 500, cuando la estructura zigzagueante en tiempo y emociones ya ha explicado la tarde del crimen, hay para mí cierto cambio de tono, y Aramburu se deja llevar por el drama familiar más desatado. Determinadas decisiones narrativas parecen más rutinarias, y algunas resoluciones adquieren un aire expositivo (de la mención a personajes famosos al matrimonio igualitario, de la conferencia del escritor que nada solucionará al personaje amigo de Manuel Zamarreño). Pero Aramburu ha construido tan bien que la lágrima encuentra su camino en este descenso a una bendita rutina pacificada, y estas 200 páginas finales en la que desaparece la sequedad son sin embargo una catarsis completa. No una reconciliación popular, desde luego.

José Manuel Cervino y José Luis Manzano, en El pico, de Eloy de la Iglesia, rodada en 1983 (vía).

Aramburu toca todo (o casi todo) lo que fue el día a día mientras ETA existió. Lo hace en clave íntima como narrador dramático, pero también tiene un aspecto costumbrista (no creo que olvide el vapor que sale de la merluza frita al romperla con el tenedor), y un punto de género negro, con la pregunta eterna (¿quién disparó?) como uno de los focos del libro. No faltan circunstancias menos conocidas del no tan rocoso bloque de presos: los ongi etorris y su final descolgando la foto del preso liberado de la Herriko del pueblo, las jóvenes abertzales que escriben a los presos para proponerse para vis a vis con ellos, y las rupturas familiares. Tampoco falta la Iglesia y su particular crueldad, ni el desdén político (Aramburu apenas menciona a los partidos, sólo para situar a Zamarreño como concejal del PP y al PSOE como partido que aprobó el matrimonio igualitario). También el racismo. El uso interesado y excluyente del idioma. Las tabernas políticas… En todo este microcosmos vasco, en este Macondo alucinatoriamente realista, reconocemos el acierto descomunal en las descripciones psicológicas y el drama interno de cada personaje como bofetadas de experiencias propias que todo vasco de cierta edad acumula; y aún con eso, en mi opinión, son la estructura y el lenguaje lo que elevan la maestría con la que Patria refleja el conflicto.

El logo de ETA ‘Bietan Jarrai’ (vía) hace referencia a las heridas que causa el hacha de la vía militar junto a la astucia política de la serpiente. Bietan Jarrai significa literalmente ‘seguir por las dos vías’ (explicación del propio Aramburu en su glosario).

La estructura envolvente, que se mueve entre antes y después del atentado, pero que tampoco es lineal en cada una de las fases, y que tiene un eje lineal subyacente, sutil pero continuado, es fascinante. Permite considerar 25 años en un único estado mental, y dibuja maravillosamente un encierro temporal: nadie escapa a este tiempo. El encierro es además geográfico, casi irrompible: todo sale mal cuando los personajes por diferentes motivos viajan, o intentan escapar, a Zaragoza, a Mallorca, a Alemania, como si llevaran una maldición con ellos. La cárcel es obviamente otro foco de problemas dramáticos. Donosti en parte, o Bilbao, permiten respirar en un semiencierro que contrasta con la asfixia del pueblo. Bajo esta estructura, los personajes se van multiplicando y sobre ellos va cayendo capilarmente la violencia y sus consecuencias, que se filtra y afecta a todas las ramas del árbol. Patria es literalmente asfixiante en este sentido, un vórtice de acción y drama sin escapatoria, un espejo incalculablemente preciso de la trampa en que vivíamos.

Ion Arretxe en Tiro en la cabeza, de Jaume Rosales, película rodada en 2008 (vía), reconstruye el asesinato de Raúl Centeno y Fernando Trapero en Capbreton.

¿Y el lenguaje? Aramburu utiliza modismos que aportan emoción al relato. Por ejemplo, la introducción de una única frase en primera persona dentro de un párrafo escrito en tercera, pero protagonizado por uno de los personajes principales. En general, se acompaña de interjección o de frase inacabada, con locuciones típicas populares de hace décadas, que algunos personajes mantienen también en la actualidad. La novela está escrita en castellano y describe diálogos que se realizan en euskera, aunque introduce expresiones casuales pero habituales para un castellanoparlante. Desconozco hasta qué punto la opción es una elección o una necesidad del autor, aunque en cierto modo el autor contrarresta la posible visión del euskera como idioma de la violencia con la cotidianeidad del personaje escritor. Pero la familiaridad del tono del diálogo y su acople con el pensamiento incapaz de liberarse es extraña para el lector vasco, creo que por falta de costumbre: no solemos ver reflejado con naturalidad nuestro uso expresivo del castellano.

Elena Irureta en un fotograma promocional de la serie basada en la novela, de HBO (vía)

Y hasta aquí los apuntes de una experiencia tan intensa como agotadora. No me apetece realmente escribir sobre lo que aporta Patria al relato, creo que en realidad no se trata tanto de una opinión o una verdad o una visión de lo sucedido. Aramburu para mí refleja el ánimo en que vivíamos, el estado del miedo cercano y la tenaza en que envuelve y destruye a quien lo practica, a quien lo sufre, y a quien lo observa.

Fernando Aramburu (vía)

11 de septiembre de 2019

Raciocinio


Difícil resistirse a un título tan contradictorio como El banquero anarquista, el primer relato de esta colección de Fernando Pessoa, tótem de la poesía portuguesa, personaje extravagante, de genial inspiración, probablemente esquizofrénico, adicto a la absenta y homosexual reprimido, genio absoluto sin parangón. Pero, por chocante y atractivo que sea el título del relato primero y principal, el resto del título del volumen es el esencial: Cuentos de raciocinio, ya que es el ejercicio de esta capacidad humana el que se exhibe en todos los relatos. No obstante, sólo dos de ellos son realmente apreciables, precisamente El banquero anarquista, y Una cena muy original. El resto son relatos inacabados, reflexiones sobre el crimen y sus motivaciones psicológicas, y juegos brillantes para poder definir el carácter humano ante el crimen; pero su carácter y aspecto de borrador lastran el placer lector y quedan un tanto desdibujados, aunque se aprecie en Pessoa un trasfondo interesado en el crimen y su relato que yo desconocía.

Fernando Pessoa, según el retrato de Almada Negreiros

Los dos relatos que he destacado son, empero, espléndidos; completos y fascinantes ejercicios de raciocinio dotados de ironía soterrada y demoledora. En El banquero anarquista un banquero concatena sofisma tras sofisma para justificar que su ambición encarna la mayor libertad individual al conseguir con su dinero no estar sometido a designio alguno del estado pero tampoco a los de ningún grupo social, como precisamente los colectivos anarquistas. El relato tiene forma de convincente diálogo serio, en el que nunca se pierde la compostura, incluso la rigidez, de los protagonistas, y en el que todas las dudas del interlocutor son minuciosamente aclaradas o refutadas. La impresión final de semejante impostura filoanarcocapitalista no acaba de aclarar si el autor se la cree o no. De ahí la profundidad clarividente de su ironía: la razón puede con todo, lo racional supera a lo razonable, no importa nada más. Y Pessoa, autor cuya aparente simpleza intelectual es tan pétrea como críptica, maneja el punto de vista neutral de manera férrea.

Una cena muy original tiene una resolución más esperable, aunque probablemente no tanto en el momento en que se escribió. Se articula en torno a una cena competitiva en que el anfitrión reta a sus invitados (todos ellos miembros de una reconocida sociedad gastronómica) a descubrir por qué se trata de la cena más original de la historia. El infructuoso trabajo de los comensales adquiere tono de género que se resuelve con una explosiva sorpresa final de ironía y coherencia encombiables.

Hace ya mucho que leí una antología poética de Fernando Pessoa, que contenía poemas de cuatro de sus heterónimos: Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos, y el mismo Pessoa. Su fascinante genialidad le permitía escribir en estilos y con intereses aparentemente diferentes de poesía, y que las obras de cada heterónimo resultaran coherentes y significativamente alejadas de las de los demás. Y tuvo más heterónimos, de los cuales son destacables Bernardo Soares, o Alexander Search (que utilizaba para sus obras escritas originalmente en inglés: por ejemplo, el relato Una cena muy original, de esta colección). Su peso en la cultura portuguesa es inmenso, y desde el desconocimiento de la cultura y la lengua portuguesas que tengo, sé que el homenaje a Pessoa se extiende por todas partes. Ejemplos que conozco: José Saramago y su El año de la muerte de Ricardo Reis. Salvador Sobral y su banda de música Alexander Search, en la que también participa Júlio Resende. El cuadro magnífico de Almada Negreiros… A pesar de este magisterio poético sin parangón, Pessoa es conocido por su menor capacidad para terminar obra en prosa, especialmente si pasaba en longitud del artículo o del relato, ¿tal vez porque la inspiración poética no necesite una voz o constancia en cada obra única que tenga que durar meses o años? ¿Tal vez porque cambiara demasiado de tono impulsado o arrastrado por sus heterónimos poéticos, resultando en incapacidad literal para la novela? No lo sé. Estos dos relatos, al menos, abren el apetito para un día atacar El libro del desasosiego, que hace tiempo que mira, fiscal del tiempo, desde la estantería.

Retratos de Pessoa