27 de noviembre de 2021

Socialdemocracia



Borja Barragué es un profesor universitario conocido por participar en las tertulias de La hora de La 1. No le he visto nunca, pero entiendo que en parte este acceso a lo mediático se debe al éxito de este libro, Larga vida a la socialdemocracia, con el subtítulo Cómo evitar que el crecimiento de la desigualdad termine con la democracia. Bueno, éxito no sé si económico (¡ojalá!), pero al menos recibió un premio relevante, el Euskadi de literatura (en la categoría de ensayo en castellano), que fue el motivo por el que conocí la obra.

Probablemente este título sea poco adecuado para reflejar el conjunto del espíritu del libro, porque en cierto modo enfatiza su línea más ligera (el libro tiene una evidente capa de escritura dedicada al apunte humorístico actual) y su portada adopta cierto aire irónico de libro de autoayuda. Incluso incluye (y anuncia con un botón publicitario en la portada) nada menos que un socialdemocratómetro al final de la lectura, donde el lector podrá comprobar si en verdad es, literalmente, más socialdemócrata que Olof Palme.


Bajo esta capa de aparente ligereza se encuentra sin embargo un análisis cuidado, perspicaz y profundo de la situación económica actual de Occidente. Actualidad que además se mantiene a pesar de la pandemia y aunque el libro esté publicado en 2019. Por supuesto, el autor ahora analizaría los fondos Next Generation y la deuda federal pública europea o las subidas de impuestos de sociedades de grandes empresas propuestas por EE.UU. y el G20, y probablemente se modificaría alguna coyuntura respecto a las políticas previas de austeridad cuyos orígenes y efectos también estudia (recogiendo resultados electorales del ascenso de la ultraderecha española, no obstante anteriores a las dos elecciones generales de 2019); pero, en realidad, todas estas novedades se ajustan a la mecánica de su análisis, que aboga fundamentalmente por las políticas predistributivas frente a las redistributivas (sin rechazarlas: deberían combinarse), que analiza también las penalizaciones del actual sistema de pensiones (que a fin de cuentas olvida a los que no pudieron trabajar y que premia a quienes han disfrutado de rentas altas del trabajo), y está lleno de advertencias a los neoliberales sobre los problemas que les produciría la tendencia a eliminar las políticas de igualdad.


John Rawls (vía)

Dos parecen las pasiones principales de Barragué: la propia socialdemocracia y el concepto de lo igualitario auspiciado por el filósofo y economista John Rawls, un en principio liberal que admite el sistema capitalista y las libertades individual y comercial, pero siempre que por justicia equitativa sus resultados favorezcan a la clase más perjudicada económicamente. Barragué radica los principios de su libro en Rawls, aunque le asoman con orgullo  las costuras marxistas (reflejados sobre todo en su análisis del trabajo de Marx en la Crítica del Programa de Gotha, el famoso congreso de constitución del SPD alemán en 1875, que olvidó según el autor los valores de las políticas predistributivas). Rawls, de quien Giner ya anticipaba gran interés en su Historia del Pensamiento Social) es un referente utilísimo por proceder de la tradición liberal, que en realidad parece comprender y adaptar a los tiempos los criterios de caridad de Adam Smith, en cuya trayectoria prerrevolucionaria y creyente aún no cabía conceptualmente el estado de derecho. Barragué es especialmente contundente (cita para ello a Owen Jones y su Chavs) en su crítica a la tercera vía y su foco en que las responsabilidades de las circunstancias de la vida sean individuales.

Pero las páginas más interesantes en mi opinión tienen que ver con el análisis del gasto social en España, las razones profundas de sus problemas estructurales, y las herramientas que Barragué propone para solucionarlos dentro del reformismo progresista. Interesantes en primer lugar porque el autor huye de los tópicos habituales de demonización de la socialdemocracia (que no se ha reformado, que debe volver a las esencias), trabaja y presenta gráficos originales de índices reveladores (índices de pobreza a lo largo del tiempo por franja de edad, transmisión de la desigualdad salarial a las pensiones, y un largo etcétera), que son sorprendentes con frecuencia -recuerda un tanto a la metodología y resultados de Factfulness-, obtenidos a partir de datos internacionales publicados y que explica lúcidamente a los lectores legos (🙋) lógicas como la visión de las pensiones como seguro, en cuya insistencia se está dejando atrás en el conjunto del gasto social a las personas desfavorecidas por rentas bajas del trabajo. Otro detalle especialmente importante es que, al autor, como filósofo político que es, no se le olvida nunca que las propuestas económicas igualitarias, y las predistributivas como la renta básica universal especialmente, tienen que ser aprobadas democráticamente, y que hacen pasar a los gobiernos que las aprueban por el dictamen de las urnas, en las que impuestos y gasto social no suelen tener la mejor prensa (sin olvidar que los muy desfavorecidos suelen ser abstencionistas). Por ello por ejemplo hace notar en que centrar el gasto social de manera específica en los muy desfavorecidos provoca estigmatización de los programas, y, a la larga, reducción de los mismos; frente a estrategias universalistas (pensiones, educación, sanidad) a las que tiene derecho también la parte rica de la sociedad, y que, por ello, discute menos su participación en las mismas con sus impuestos. Así, el autor propone que una renta básica universal debería ser ciertamente universal, incluidas las personas de altos ingresos. Pero, eso sí, si se propone sin reducir las demás prestaciones sociales, supondría un aumento impositivo que se antoja difícil de aprobar el examen electoral.

En este conjunto equilibrado de cuestiones económicas, políticas y psicológicas encuentro yo el valor principal de este volumen; en su prudencia expositiva (por ejemplo, afirma simplemente que es indiciario que precariado y desafección democrática vayan de la mano); en el reconocimiento de problemas de la socialdemocracia (al igual que Innerarity o Gomá -que lo hace citando a Habermas-, Barragué también menciona el conflicto identitario vs. el distributivo como uno de los paradigmas a resolver del momento, y aunque se atreve a anticipar que en su opinión no son incompatibles, tampoco él realmente ofrece una solución a esta dinámica); en la explicación teórica de la existencia de bienes universales que justifiquen la renta básica universal, etc. Yo desde luego creo que el autor se ha ganado el salario, aunque, en el fondo de mi corazón de lector y casi de alumno, la capa de humor le ancla en exceso al momento no ya histórico sino coyuntural y altamente específico, incluso más que los mencionados y en parte estudiados Tony Blair, Donald Trump, o José Luis Rodríguez Zapatero. Porque, a fin de cuentas, el edificio teórico y los datos presentados y ágilmente explicados son capaces de superar, al menos en mi opinión, los efectos particulares que supuestamente pueden ser plomizos de un análisis de la crisis financiera de 2008. Por así decir, tal vez el texto perduraría más sin el chiste directo, ya que la prosa es ligera y hábil de por sí, y el autor es original con formatos como el ‘tuit un poco largo’, aunque tal vez hubiera sido menos reconocido y exitoso. ¿Será que como lector soy taciturno y hasta cenizo? Bueno, al menos el optimismo por el éxito de la predistribución lo comparto, así como el desprecio del conflicto revolucionario y hasta bélico como mecanismo igualitario de rentas mediante el destrozo de rentas, patrimonios y capitales, frente al reformismo continuado. Juan Carlos Monedero invitó al autor a su programa para afeárselo un tanto…


Borja Barragué (según su cuenta de Twitter)


9 de noviembre de 2021

Violeta es un color (II)

 


Como en el cómic de Juan Sepúlveda Sanchís, la palabra violeta vuelve a definir a los homosexuales en la España de Franco desde el título de un libro, si bien en este caso en el mundo de la representación cinematográfica: Violetas de España trabaja, como dice su segundo título, Los Gays y lesbianas en el cine de Franco. Está escrito por el profesor y dramaturgo Alejandro Melero, y en mi lectura me ha sido imposible no recordar el magnífico clásico Miradas insumisas, de Alberto Mira, con el que comparte no sólo algunas de las películas bajo estudio (Mira se centra más en el cine norteamericano y no olvida el cine europeo en general) sino también método y tipo de análisis. Mira y Vito Russo (autor de El celuloide oculto) están presentes en la bibliografía empleada por Melero.

 ¡A mí la legión!

El repaso a la presencia de gays y lesbianas en el cine español producido bajo el franquismo empieza con órdago a la grande: el cine legionario y taurino lleno de homosexualismos, como decía la censura (a la que Melero trata con mayúscula: Censura). Yo, mea culpa, he trabajado poco estos géneros, por absoluta falta de interés, y porque ya estaban superados cuando la cinefilia me atacó como parte de una propaganda. Pero pensar en ver ¡Harka! o ¡A mí la Legión! con mirada G me aturde. No es que, en el fondo, se distancie de otras cinematografías en las que esto pudiera pasar (los trabajos de Russo y Mira lo confirman, Mira incluso habla resumidamente de estas películas): la camaradería masculina en ausencia de mujeres (ese estorbo para la batalla y la vida militar) deriva en amistades inquebrantables, héroes de pecho descubierto erotizado, y jóvenes soldados travestidos para divertirse en las largas noches de espera. La descripción que hace Melero de los aspirantes a torero en el cine taurino (más tardío, de los sesenta) tampoco se antoja distanciada de los jóvenes pasolinianos de la época y de las relaciones de poder e intergeneracionales que iban anunciando a Eloy de la Iglesia. Hace bien Melero en colocar esta caída del antifaz en el primer capítulo, porque el descubrimiento está dirigido al corazón mismo de las esencias del régimen, convenientemente desnaturalizadas y, en un irónico tropo del destino, subvertidas.


De barro y oro

Otros capítulos del libro son más esperables: el cine de vampiras y otras lesbianas malvadas, el dedicado a Diferente, el peplum rodado en España, o lo que Melero llama vecinos del quinto, que amplía a todo el cine cómico con personaje mariquita en general ridiculizado. Me han interesado especialmente el spaghetti western y su profusión de efebos y torturas, el estupendo análisis de la homofobia en la obra y persona de Luis Buñuel, y el capítulo -de mayor continuidad histórica y por ello probablemente más perdurable en la memoria-, del homosexual como ser marginal y criminal, desde El expreso de Andalucía, a, de nuevo, Eloy de la Iglesia.

El expreso de Andalucía

El libro de Melero es rico en referencias y matices, y devuelve un fresco histórico al que, por negación de la memoria LGTBI y de la mirada homosexual, apenas se ha hecho caso. El libro es ecléctico en su estructura, en general de tipo temático, pero con capítulos en que una película o un director acaparan toda la atención. Esto no impide el seguimiento, claro. El autor recoge y analiza mucho más el resultado en pantalla que las motivaciones autorales que, por razones diferentes, apenas aparecen explicadas para Eloy de la Iglesia, Luis Buñuel, o Ignacio Iquino. En ese sentido, el análisis es algo limitado, pues no llega a dilucidar los intereses y manejos propios de la industria y de sus potenciales creadores LGTBI del momento, impidiendo así tener un cuadro más completo que lo que semeja una especia de fenómeno inexplicable salvo por las ganas de varios productores de hacer la puñeta a la Censura franquista. Pero este no deja de ser un juicio de máximos, pues las revelaciones del volumen alcanzan una relevancia significativa, el anecdotario es suculento, y el vasto trabajo documental adquiere cierto carácter paradójico en su cantidad y riqueza de matices si se relaciona con la pétrea imagen del régimen, que, qué se le va a hacer, era incapaz de impedir que las violetas crecieran.

Alejandro Melero (vía)